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Osvaldo Bayer y la coherencia impenitente de
“En camino al paraíso”

El último rebelde

Estudió medicina para conocer el cuerpo, filosofía para conocer el alma y, no conforme con eso, se puso a investigar los pliegues de la historia para develar las verdades ocultas de la política. Desde el Severino di Giovanni (1970) a su más reciente libro, En camino al paraíso, pasando por los cuatro tomos de Los vengadores de la Patagonia trágica y su cátedra de derechos humanos en la UBA, Osvaldo Bayer ha demostrado a los argentinos cómo descubrir la historia verdadera detrás de la historia oficial.


POR CLAUDIO ZEIGER

Si hay que definirlo con unas pocas palabras, más allá de la seca enumeración de oficios (historiador, escritor, periodista, guionista de cine, todas las cosas que efectivamente es Osvaldo Bayer), nos quedamos con una definición que supo dar de él Osvaldo Soriano en 1993, en el prólogo para el libro Rebeldía y esperanza: “Es verdad: Bayer es un hueso duro de roer”. Ese prólogo se titulaba El último rebelde.
A través de sus libros, en su postura como intelectual crítico y polemista, al frente de la Cátedra de Derechos Humanos en la Facultad de Filosofía y Letras que ejerce desde 1995 y también en sus artículos periodísticos, Osvaldo Bayer no ha cesado de ser eso: un hueso duro de roer y uno de los últimos rebeldes. Como explicaba Soriano: “Sin él sería más fácil olvidar, hacerse una historia a medida y cambiar de canal”. Allí están los libros y los films documentales que ha hecho Bayer como prueba. Pero también están esos reflejos rapidísimos de observador crítico, de militante de los de antes, de tipo que se para en medio de una asamblea y, contra viento y marea, dice lo suyo. Eso es Bayer. Eso es lo que lo ha convertido, pasados los setenta años, en un icono de los estudiantes, que lo ven más como un luchador que como un venerable. En los últimos dos años, Bayer también ha luchado contra la enfermedad, y le va ganando. Su participación en la cátedra de Derechos Humanos y los controles que tiene que hacer de su salud periódicamente determinaron un cambio en los lapsos que Bayer reparte entre Argentina (país donde nació en 1927) y Alemania, el país en el que se exilió en 1975, pero donde también había estudiado filosofía en los años 50.
“Antes hacía seis y seis. Ahora hago ocho meses en Argentina y cuatro allá, porque tengo la cátedra en la facultad, y hasta Alemania me lleva en verdad mi enfermedad, porque yo me enfermé allá, y no es que la medicina sea mejor que en Argentina, pero el seguro me obliga a hacerme mis controles allá”, dice Bayer. “Al mismo tiempo, cuando estoy allá aprovecho para enseñar en el Instituto Alemán para el Desarrollo, en Bonn, donde doy clases sobre aspectos generales sobre América latina. La verdad es que yo jamás hubiera pensado en pasar parte de mi vida en Europa, si no hubiera sido por la dictadura. Siempre me apasionó la vida en Argentina, y uno afuera se disipa, aunque pueda estar bien informado. Pero a otros les fue peor, así que no me quejo”.

DURO ES EL CAMINO
El último libro que Osvaldo Bayer acaba de publicar, En camino al paraíso, da cuenta de esa historia que transcurre acá y allá, entre Alemania y Argentina. No sólo porque contenga artículos escritos en uno y otro país; muchas veces, una historia de allá sirve de marco de referencia para una reflexión sobre lo que sucede o sucedió acá. O viceversa. Hay comparaciones, paralelos y también diferencias irreductibles. Bayer conoce a fondo la historia argentina, pero también, desde joven, se apasionó por la historia alemana de la posguerra.
En camino al paraíso no sólo trata de política pura y dura: en su último libro, Bayer ha cultivado la “opción por los oprimidos”, mediante historias pequeñas, anónimas, como la del soldado Beck (reivindicado hace muy poco en Alemania, de quien se supo que había desertado poco antes del final de la Segunda Guerra y que fue fusilado con el consentimiento de los canadienses cuando los alemanes ya se habían rendido, siguiendo el supuesto código de honor militar) o la del pequeño Andrej de Rusia, un chico de la calle ultrajado primero por su familia y luego por un supuesto benefactor que lo saca de la calle. En camino al paraíso también reflexiona sobre la tan meneada globalización, sobre los genocidios y sobre la traición de muchos políticos a la causa de los derechos humanos en la era de las democracias. En camino al paraíso, finalmente, demuestra que cada vez que argumenta, cada vez que se enoja y cada vez que critica, Bayer es lúcido y está sólidamente documentado.

ALLA 1
“A raíz del exilio, mis hijos estudiaron allá y se casaron allá. Mi familia está compuesta por mi mujer, mis cuatro hijos y mis diez nietos. Los tres varones están en Alemania; mi hija se casó en Italia y tiene dos hijos”, dice Bayer y se ríe: “Las fiestas de fin de año son muy concurridas. Nos juntamos en Linz, una aldea cerca de Bonn, a orillas del Rhin, que es ahora mi lugar de residencia en Alemania”. En los primeros años después de abandonar Argentina, Bayer había vivido en Berlín, en el barrio proletario y alternativo de Kreutzberg, “un lugar que me enseñó mucho, porque me llevó a ver otra realidad del Primer Mundo. Amé mucho Berlín, especialmente por estar cerca del lugar donde nació mi gran admirada, el ángel que todas las noches me da un beso en la frente: Marlene Dietrich. También fue como vivir en la frontera, porque yo estaba a mil metros del Muro, del lado occidental. Yo estuve en Berlín cuando se construyó el Muro y estuve cuando se lo tiró abajo. Es una historia de la irracionalidad, pero también muestra el costado racional de la Guerra Fría: no se podía hacer el socialismo con esa deslumbrante ventana ahí al lado que era Berlín Occidental, alimentado por Estados Unidos, y esa misma ventana permitía a Occidente ver la inaceptable falta de libertad del Este”.

ALLA 2
Pero Bayer había viajado por primera vez a Alemania en los años 50, cuando buscaba cumplir con un riguroso plan de estudios, y al mismo tiempo escapar de un clima universitario que consideraba asfixiante. “Quise estudiar un año de medicina, para conocer el cuerpo, antes de conocer el alma estudiando filosofía. Probablemente era una idea que había sacado de alguna lectura peregrina. Rendí un año de medicina y me pasé a filosofía, pero no aguanté el clima, porque el centro de estudiantes era muy peronista y el claustro de profesores estaba dominado por la derecha católica, y yo ya era socialista. Entonces resolví ir a estudiar a Alemania. Allá me encontré con una juventud que, a siete años del fin de la guerra, estaba ávida de conocer el pasado nazi. Se vivía una gran carestía y estábamos todos sumamente delgados. El pueblo alemán estaba bellísimo en su delgadez, no como ahora que están todos gordos”. Cuatro años después, en 1956, Bayer volvió a Argentina para sumergirse en el periodismo. “Yo quería la historia como fondo, pero también adquirir un idioma claro para transmitirla”, recuerda. “Mi idea era: primero adquirir el estilo y después dedicarme a la investigación. También hice traducciones. Gracias a mi conocimiento del alemán y el viaje de estudio, fui el primer traductor de las obras de Brecht en Argentina, y también me tocó hacer textos de Karl Jaspers”.

EL BAÑERO Y EL SECRETARIO
Antes de seguir con el relato más o menos ordenado de esos años y esos viajes, se hace imprescindible contar la anécdota que bien podría llamarse “del bañero y el secretario”. Bayer (que confiesa haber ejercido “múltiples oficios”) se ríe, y como si fuera un designio inevitable de la historia, dice: “Siempre que hablo de esa época tengo que contarla”. Antes de irse a Alemania, el joven Bayer era bañero del club Correos y Telecomunicaciones y, a lo largo de todo el verano, un señor muy atildado, vestido de impecable traje azul marino, se detenía a su lado, observaba lo que pasaba en la pileta y le preguntaba: Y, pibe ¿cómo están hoy las minas?. “A mí me tenía reventado, todos los días venía con la misma fórmula, y mi respuesta era invariable: Están bien, están bien. Bueno, con el tiempo, ese señor llegó a ser presidente de la república y, en calidad de tal, prohibió mi libro sobre Severino Di Giovanni. Era el señor Raúl Lastiri, que en ese momento era secretario privado del presidente del club”. De esa pileta no carente de problemas políticos, Bayer pasó a trabajar en aguas más profundas: fue marinero timonel. Allí también lo esperaban más conflictos. “Iba en buques al norte de Paraguay, y aunque era por río me sentía un poco Conrad. Pero me desembarcaron porque hice una huelga que fue famosa en los 50, contra la determinación de que la central marítima fuera a parar a la CGT. Me desembarcaron en Rosario, el único de la tripulación al que bajaron del vapor ‘Madrid’, y ahí el prefecto me hizo hacer un plantón interminable y después me rompió frente a mi cara la libreta de embarque y me dijo: Usted jamás va a volver a pisar un barco argentino. Y tuvo razón”.

LA CHISPA
De regreso de Alemania, a mediados de los 50, Bayer se hizo periodista. Algo tenía claro: “Yo quería ser cronista de las calles. Así que, cuando entré en Noticias Gráficas, pedí policiales. Pero me dieron gremiales. Poco después fui a hacer periodismo a la Patagonia, a la ciudad de Esquel, pero al año me echó Gendarmería. Vinieron dos oficiales a mi casa y me preguntaron si yo no sabía que Esquel era una ciudad fronteriza. Les dije que sí, claro que lo sabía. Yo había hecho notas a favor de los mapuches de la zona, y eso, dijeron, ponía en peligro la seguridad nacional, así que me dieron 48 horas para salir. Yo había fundado un diario que se llamaba La Chispa, que efectivamente tenía un nombre como para alarmar a Gendarmería. Pero yo tenía mi familia, cuatro chicos, y me vine. Enseguida entré al diario Clarín”. Entre 1959 y 1962 Bayer fue, además, dirigente del sindicato de prensa, y luego su secretario general. Una profunda experiencia sindical, conociendo a la CGT desde adentro en los tiempos de Vandor. Bayer reconoce que no le gustó nada lo que vio: “Fue muy lamentable ver la vida interna de la burocracia sindical. Yo participé de una lista de unidad donde había radicales, socialistas, comunistas y unos pocos anarquistas. Sufrí cárcel en 1963, en tiempos de los azules y colorados. En el segundo período renuncié, porque me di cuenta de que no tenía capacidad para la política cotidiana. Entonces decidí empezar con mis investigaciones en serio, en paralelo a mi trabajo con el periodismo”.

BREVE SUEÑO
El primer fruto de esa decisión fue el libro Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia (1970), que luego prohibiría el secretario de club devenido presidente de los argentinos. Ya llevaba varios años de profunda investigación sobre los hechos de la Patagonia en los años 20, cuya primera entrega apareció en 1972 con el título Los vengadores de la Patagonia trágica, y que también coincidiría con las primeras aproximaciones de Bayer a su otra pasión: el cine. Ese año fue guionista de La mafia (dirigida por Leopoldo Torre Nilsson) y dos años después, en 1974, se estrenó La Patagonia rebelde (dirigida por Héctor Olivera). Bayer habla de una época de mucho trabajo y de ilusiones populares: “Los domingos, el cine llevaba más gente que el fútbol a las canchas, así que era un vehículo impresionante. Además de los libros, que podían llegar a un porcentaje menor del público. Todo eso me dio independencia como periodista, que en el fondo era el sueño de todo intelectual: trabajar en casa. Pero duró muy poco, apenas diez meses”. Es que hemos llegado a 1974: las prohibiciones de la película y los libros, y finalmente el exilio, en febrero de 1975.

EL REGRESO
De ese exilio que lo ligó a Alemania hasta el presente (“Lo elegí por razones de origen familiar, que me daba el derecho de estar y de trabajar en Alemania, así que me fui para allá, aunque yo hubiera preferido México, que es un país al que amo profundamente”), Bayer regresó en 1983, pocos días antes de las elecciones que consagraron a Alfonsín presidente. Curiosamente, fueron duros esos días de la vuelta. Bayer cuenta que no conseguía trabajo (la primera ocupación estable se la dio años después Página/12), Cuenta que encontró un país distinto y dividido por la polémica de los que se fueron y los que se quedaron. “Durante mi exilio fui muy agredido por esa cuestión, por ejemplo por el señor Luis Gregorich, que luego sería un hombre de la cultura de Alfonsín. Él decía que yo atacaba a los intelectuales que se habían quedado, cosa que yo jamás hice, porque en todo caso admiré mucho a los intelectuales que fueron capaces de quedarse y que sufrieron con dignidad el exilio interno. De hecho, lo que más admiré siempre de los movimientos contra la dictadura son las Madres de Plaza de Mayo, que precisamente se quedaron”. De aquel regreso, hay muchas historias de equívocos y malentendidos. Bayer escoge una que le parece ejemplar: “Antes del exilio yo había sido secretario de relaciones exteriores y vocal, en dos períodos, de la Sociedad Argentina de Escritores. Así que, cuando regresé, una de las primeras cosas que hice fue ir de nuevo a la SADE. Me atendió una secretaria y me preguntó qué deseaba. Dije que quería ver a algún miembro de Comisión Directiva para... en fin, decir que estaba de vuelta. A los diez minutos la mujer me dice que no hay nadie, y me pide que la acompañe a tesorería. Usted debe nueve años de cuota, señor Bayer, me dijo allá. Yo tenía un dinero, igualmente no era mucho, pero pagué todo lo que debía. Y le dije que agradecía a la Comisión Directiva ese recibimiento”.

ACA
“En los meses que estoy en Buenos Aires me lleva todo el tiempo mi cátedra de Derechos Humanos y las charlas y conferencias que doy, porque la verdad es que me invitan de todas partes”, dice Bayer. “Acabo de venir de una escuela primaria de la Boca donde voy a dar unas clases para los chicos sobre los hechos de la Patagonia. Para mí es algo increíble: pensar que me tuve que ir por La Patagonia rebelde y los libros de investigación, y ahora esa película se está dando en las escuelas y después, con los alumnos y los maestros, podemos debatir”. En la facultad, Bayer se siente en su salsa. No sólo organiza las charlas y seminarios de la cátedra, también ha dirigido una asamblea estudiantil a pedido de los estudiantes (las fracciones políticas no se podían poner de acuerdo entre sí) y llegó a dar clases en la intersección de Acoyte y Rivadavia durante un paro universitario.
La pregunta final pretende ser respetuosa pero directa: ¿se siente en una posición solitaria entre los intelectuales, como un francotirador? “Yo diría que no”, contesta Bayer. “Es muy lindo ver cómo me invitan a las escuelas, ver el eco, yo diría cariñoso, en el ámbito universitario. Reconozco que tengo mis reglas y que quizá suenen antiguas. Quizá sea el posmodernismo, o mi falta de aggiornamiento, pero yo creo que los valores son los mismos de siempre. Tendré mi forma de decirlos, pero creo que de vez en cuando es necesaria una opinión venida de la experiencia. Parte de la juventud lee mis cosas. Lo sé por los comentarios y los llamados. No será la sabiduría, pero es la línea que me apasiona y me gusta. Yo me siento muy conforme”.