Ray Bradbury en exclusiva
He
visto el futuro
El
mes pasado, Ray Bradbury fue invitado a un congreso de informática
organizado en Denver (Estados Unidos). Pero en vez de ponderar los beneficios
que deparará el futuro, Bradbury se despachó con este
breve racconto de su vida en el que, para sorpresa de muchos, terminó
afirmando que todo tiempo pasado fue mejor.
POR
RAY BRADBURY
Cuando uno tiene 3 años es completamente diferente
a como es a los 40 o a los 60, o a los 79. Cuando era chico, a finales
del 20, las imágenes de ciudades del futuro en las tapas
de los libros eran mi fantasía. Estaba enamorado del futuro.
Tenía 9 años, miraba a los escritores populares y pensaba:
Eso es lo que quiero hacer: escribir sobre el futuro. Mis
compañeros de colegio se burlaban y yo lloraba. Era el único
que pensaba en ese tipo de cosas. Entonces me pregunté: ¿Quién
te va a ayudar en ese trabajo?. Nadie, me dije. Así,
estás matando tu propio futuro, pensé. Y después
de mucho pensar, me dispuse a hacer de mi vida lo que realmente quisiera.
Un escritor popular, volví a pensar.
A los 12 años, en 1932, escribí mi primer libro. Ese otoño
había llegado a la ciudad un circo con un hombre llamado El
hombre eléctrico. Se sentaba en una silla eléctrica
y cuando lo tocaban le salían chispas de los pelos. Fuimos a
verlo con algunos amigos; cuando me llegó mi turno, la electricidad
fluía por todo mi cuerpo. Él me miró y me dijo:
¡Vive para eso!. Nada más. Al día siguiente
yo todavía sentía la electricidad en el cuerpo y por primera
vez me puse a pensar muy seriamente cómo haría para escribir.
Volví al circo y le pedí al hombre eléctrico que
me enseñara el truco. Primero entramos a la carpa y me mostró
a la señora gorda, a los trapecistas y a los magos. Después,
cuando terminamos de recorrer la carpa, me miró a los ojos y
me dijo que nos conocíamos de antes. Yo le respondí que
era la primera vez que nos veíamos. Me dijo que no, que nos conocíamos
de otra vida, que habíamos sido muy amigos en el pasado y que
en una batalla él había muerto en mis brazos. Era el alma
de mi amigo que estaba de vuelta, me dijo. Yo tenía 12 años.
Volví a mi casa y escribí mi primer libro. Ésa
era la historia.
A esa edad, yo coleccionaba cómics y leía sobre Marte
y la Luna. Pero al poco tiempo, sin saber por qué, abrí
el diario y empecé a escribir ciencia ficción. Algunos
me preguntaban cuándo iba a escribir para la TV. Yo contestaba
siempre lo mismo: Cuando John Huston me lo pida. Yo sólo
quería trabajar con él. Tuve la oportunidad de conocer
a ese genio a los 29 años, pero me negué a que trabajáramos
juntos porque yo todavía no había escrito lo suficiente.
Un año después, en 1950, escribí Crónicas
marcianas, del que apenas vendí cinco mil ejemplares. Durante
los siguientes tres años publiqué una buena cantidad de
libros. En 1953, Huston me llamó de nuevo y me invitó
a tomar licor en su hotel. Me preguntó qué pensaba hacer
el año siguiente. Le contesté que no mucho. Entonces me
dio un libro y me dijo que esa noche leyera todo lo que pudiese, que
a la mañana discutiríamos cómo iba a ser el asesino.
Después de pasarme esa noche en vela, empezamos a adaptar Moby
Dick.
Muchas noches después, con la película lista y mientras
yo terminaba un guión para TV, le pregunté a Huston cómo
podía hacer para convertirme en un verdadero escritor. Nadie
sabe quién soy, le dije. Me contestó que la mejor
historia es la de un dinosaurio que se enamora de un faro. Ésa
historia me cambió la vida. La escribí en Venecia tres
años después.
Un día, mientras caminaba con mi esposa por la playa, recuerdo
que nos encontramos con una montaña rusa destruida. Le pregunte
a ella: ¿Qué está haciendo este dinosaurio
muerto en la playa?. Mi mujer fue extremadamente inteligente y
no me respondió. A la noche, volví a la playa y me puse
a mirar el mar junto al dinosaurio. Había niebla y de pronto
escuché una bocina que sonaba una y otra vez. Entonces se me
ocurrió: el dinosaurio cree que ese sonido es otro dinosaurio
llamándolo, pero cuando se acerca, descubre que se trata de un
faro. Destrozado, vuelve nadando a su antigua playa, donde muere de
amor. Con esta historia vendí dos mil ejemplares y mi amigo Ray
Harryhausen, otro amante de los dinosaurios, produjo la película
animada. Después de eso seguí escribiendo y continué
haciendo películas, pero siempre recordando la historia del dinosaurio
y el faro, considerando cómo se construyeron nuestras vidas gracias
a los dinosaurios. Recuerdo cuando estuve en la Feria de Arquitectura
de 1933 en Chicago, dedicada a las ciudades del futuro. Estaba fascinado
y no me quería ir, cuando me enteré de algo terrible:
al terminar la Feria iban a destruir los edificios y las maquetas que
habían armado. Entonces empecé a armar mis propias ferias.
Guardaba de todo. En 1962 golpearon a mi puerta dos oficiales del gobierno.
Me informaron que en el 64 iban a inaugurar una nueva Feria en
Nueva York y que, como yo representaba el estilo de vida norteamericano,
querían saber si podía escribir la historia de los Estados
Unidos. Acepté. Dos años después vinieron con un
poco más de dinero para que escribiera los últimos dos
mil años de historia de la civilización occidental. Y
volví a aceptar. De pronto me encontré con que todas esas
cosas que coleccionaba desde los doce años me eran sumamente
útiles para conocer la historia del hombre y del mundo.
Así y todo, escribí apenas treinta y dos páginas.
Cuanto más investigaba, más me daba cuenta que no sabíamos
nada. Creo que el trabajo empezaba diciendo: Cuando me acuesto
a mirar el cielo, me pregunto de qué estará hecho.
Por supuesto, tuve una discusión con los organizadores de la
Feria. Ellos decían que lo mío no era científico.
Me fui, pero seguí preguntándome por el Big Bang y pensando
que nacemos para ser testigos, que nacemos en la ignorancia y que nacemos
para mirar las cosas a nuestro alrededor. Y sigo pensando de qué
estará hecho.
Años después, la noche que Neil Armstrong iba a pisar
la Luna, yo estaba en Londres, donde me invitaron a un estudio de televisión
para ver la transmisión del alunizaje y hacer algún comentario.
Me recomendaron que fuera original. Pensé mucho lo que iba a
decir. Era una buena oportunidad para hablar, pensé. Ahora que
habíamos llegado a la Luna, era una buena oportunidad para contar
la verdad sobre las naves espaciales. En mil años probablemente
estemos viajando en el tiempo, pensé. Pero ahora sabemos que
la humanidad está en peligro, que en algunos años la Tierra
se congelará o se calentará. Ya lo han dicho Shakespeare
y Dickens: el hombre está
en peligro. Y a pesar de todo sigo creyendo que lo más importante
es escribir. Las naves espaciales son para huir del Universo, no para
quedarse aquí. Eso pensaba decir. Pero recuerdo que mientras
esperaba para entrar en el programa había gente bailando y cantando.
Me pareció una burla. Me fui del estudio, tomé un taxi
y al otro día me enteré por el diario que Armstrong había
pisado la Luna.
Bradbury
Unplugged
Por
ALBERTO MESSER, desde Denver
¿Qué debería hacer el hombre en
el futuro?
Deberíamos volver a la Luna, porque nunca la tendríamos
que haber abandonado. O mejor: deberíamos ir a Marte, con un
equipo que transmita en vivo. Así todos, aunque sea de alguna
manera, podremos estar parados en ese lugar para celebrar y tener algo
bueno de qué hablar, en vez de comentar los males de este mundo.
¿Cómo ve la relación de la computadora con la
literatura?
Se habla mucho de este tema últimamente. Lo único
que les aconsejo a todos mis amigos es que por favor se mantengan alejados
de Internet y hagan su trabajo con la máquina de escribir. No
creo que necesitemos todo esto. Vayan a la biblioteca, investiguen en
ese lugar, Internet no nos da lo que sucede ahí.
¿Y qué piensa del uso de las computadoras estrictamente?
Primero creo que atravesaremos un período donde las
utilizaremos mucho. Así crearemos una civilización de
estúpidos tecnológicos, mientras una elite se irá
quedando con todo. Y cuando hablo de elite, me refiero a gente como
yo, que puede leer. Porque creo que, a la larga, aquellos que se queden
sentados frente a Internet se convertirán en unos idiotas, y
los que vayamos a las bibliotecas nos haremos cargo de la civilización.
Por ahora, buena parte de la felicidad depende de saber cómo
y cuándo apagar el televisor.