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Los expedientes K

A cuatro días de su estreno en la Argentina, criticada por muchos, revalorizada por unos pocos, Ojos bien cerrados sigue resistiéndose a ser solamente una película, como parece haber planeado Stanley Kubrick desde la tumba. ¿Cómo fue el itinerario que recorrió el director desde su premisa inicial (hacer una película porno con megaestrellas de Hollywood) a su resultado final (el pastiche milenarista por excelencia)? Alan Pauls analiza la película y Rodrigo Fresán recorre todos los escalones del Mito K.

Por RODRIGO FRESAN

“Si el ajedrez tiene alguna relación con el acto de filmar es el modo en que te ayuda a desarrollar paciencia y disciplina al sopesar diferentes alternativas cuando una decisión impulsiva pudiera parecer mucho más interesante. Pero también es cierto que en el ajedrez hay que desarrollar una intuición perfecta; y eso es algo muy peligroso para un artista.” Así habló –no habló muchas veces– Stanley Kubrick. Antes de hacer películas, Kubrick pensó en dedicarse al ajedrez profesional: cuando jugaba por dinero, en su adolescencia, en el Greenwich Village. Hacerse rico y famoso manejando el destino de piezas sobre un tablero. Otras vocaciones originales –la fotografía y ser baterista de jazz– aparecen como contradictorias pero, en realidad, acaban siendo complementarias de un todo kubrickiano. La libre improvisación sobre lo firmemente establecido. O viceversa. El cuidado y la audacia a la hora de construirse. Stanley Kubrick –como artista y como persona– escapa a todos los precedentes. A través de unas pocas películas, acabó siendo todo aquello que Orson Welles y Francis Ford Coppola no pudieron ser como cineastas independientes, sin necesidad de convertirse en mercader del marketing como George Lucas y Steven Spielberg. Algo así como una Nouvelle Vague de un solo hombre: el logro de un arte individual a partir de una disciplina colectiva, con el perfil esquivo de un hombre al que nunca le interesó el primer plano (su cine prefiere casi siempre los planos panorámicos; cada contado close-up, cuando llega, funciona como manifiesto estético y credo personal). Kubrick prefería hacer lo que se le diera la gana en privado o –en su caso es exactamente lo mismo– en un estudio de cine. De aquella sombra ominosa se despliega lo poco bueno del cine norteamericano que va quedando: Apocalipsis ahora de Coppola, Barton Fink de los hermanos Coen, Marte ataca de Tim Burton son películas claramente kubrickianas en su visión catedralicia y renovadora de un género en extinción, en la claustrofobia de su espanto íntimo y en la furiosa sátira de un desmadre cósmico. Y está bien y es justo y necesario que así sea. Las dos más autorizadas biografías no-autorizadas de Kubrick (la de John Baxter y la de Vincent LoBrutto, ambas de 1997, libros de donde sale buena parte de los testimonios aquí reunidos) comparten una misma e inevitable estrategia, por más que la primera se incline más por lo anecdótico y la segunda se ocupe más de los detalles técnicos del oficio. En ambas, Kubrick aparece –como el ciudadano Kane– en bocas, en muchas bocas, de otros. Se sabe que Kubrick no hablaba y, cuando lo hizo, nunca dijo demasiado. Una larga entrevista de ocho horas para otro libro –previa condición de Kubrick de leer y editar el material– fue erosionada hasta la síntesis absurda de apenas cuatro líneas que contaban con su beneplácito y que aparecen como el destilado de una obviedad entre zen y shakespeareana: “Algún día podrás llegar a ser un gran director de cine como yo sólo si te opones con todas tus fuerzas a cada intento de imponerle a tu obra cualquier voluntad que no sea la tuya”.
Las vidas de Kubrick son vividas a través de los testigos, que se refieren a él con todas las emociones que van del odio al amor y otra vez al odio. Impera, sí, la sensación privilegiada de haber trabajado junto a un gigante con maldad de gnomo. Y saltan a la vista todas las variaciones posibles sobre el Mito Kubrick: su dictatorial metodología de trabajo, su bondadosa maldad o su maléfica bondad; su megalomanía; su misoginia, su maltrato a los guionistas; su duelo privado y desopilante con Kirk Douglas, su pánico a la acción erosionante de Estados Unidos; su fuga a Inglaterra y su terror al contagio autodestructivo del Síndrome de Orson Welles; su ostracismo en la mansión de Abbots Mead (ausencia que llegó a permitir la tranquila existencia de un falso Kubrick gozando de sus privilegios durante un par de años); su espanto ante el mal funcionamiento de las máquinas (tema de Dr. Strangelove, 2001) y al mal funcionamiento de los hombres (La naranja mecánica, El resplandor, Nacido para matar); su amor por el póquer, el oro y el dinero; su envidia por las recaudaciones ajenas; su respeto por la vida en familia; su reticencia a conducir automóviles y a viajar en avión; su pasión por los teléfonos; su obsesión por filmar la vida de Napoleón; su desprecio por Hollywood y esa industria cinematográfica que nunca dejó de estar rendida a sus pies y a sus órdenes, sin que él entiendera muy bien cómo ni por qué.
El recién editado Speaking of Kubrick –diario de trabajo de Frederic Raphael, guionista de Ojos bien cerrados– descubre otra faceta más: la de un hombre de una madurez infantil, certeramente inseguro y soberbiamente humilde, al que poco le costaba mostrarse abierto y comunicativo desde la seguridad de quien se sabe inasible. Hay pocos enigmas en la historia del cine más sólidos en su confección que el enigma de Kubrick porque muy pocas veces coinciden en una persona el talento para los negocios y el éxito comercial sin sacrificar el sentido de la ética y del arte. “Hablar de él en Hollywood es como hablar de Cristo”, se maravilló un ejecutivo. Y repitió un chiste: Spielberg se muere, va al cielo y San Pedro no lo deja pasar. “Los directores del cine van al Purgatorio. A Dios no le gustan los directores de cine”, le dice. Spielberg se está yendo cuando, al otro lado de las verjas, ve pasar caminando al director de Ojos bien cerrados con el ceño fruncido y el paso lento. “¡Un momento!”, exclama Spielberg, “Si los directores de cine no pueden entrar al Paraíso, ¿cómo es que ahí está Stanley Kubrick?”. San Pedro le sonríe dulcemente y responde: “Ése no es Stanley Kubrick, amiguito. Ése es Dios. Dios piensa que es Stanley Kubrick”. Y esto es lo que piensa el mundo del cine acerca de Stanley Kubrick:
DONALD SILVERMAN (amigo de la infancia):
“Stanley siempre fue un misterio para nosotros. Sólo le interesaba aquello en lo que estaba interesado”.
GAVIN LAMBERT (crítico cinematográfico):
“Yo creo que la vida social nunca se le dio muy bien. O, tal vez, le interesaba demasiado y temió ser absorbido por ella. Lo que me parece asombroso es que alguien tan alejado del mundo pueda hacer películas tan llenas de observaciones hacia ese mundo al que ha renunciado. Como Proust”.
SAUL BASS (diseñador de títulos de películas):
“Stanley es del tipo monacal. Es un gran rascador de barba. Piensa y se rasca su barba. No es de los que gritan y me encantó trabajar con él. No puedo decir que sea un hombre razonable, pero sí que es un hombre obsesivo en el mejor sentido de la palabra. Ser razonable no equivale a conseguir algo bueno; tiene que existir cierta irracionalidad en toda tarea creativa y Stanley es así”.
ALEX SINGER (fotógrafo de producción):
“Es un perfeccionista absoluto. Traté de aplicar sus reglas a otros trabajos y casi me vuelvo loco. Yo era un adicto a su perfección y tardé años en curarme. Uno de los electricistas me dijo una vez –creo que fue en La patrulla infernal– que no era justo tener acumulados treinta años en el oficio y acabar aprendiendo cosas de un muchacho”.
BERTRAND TAVERNIER (director):
“En esa época yo hacía prensa de películas y me tocó La naranja mecánica. Estaba feliz de trabajar con y para un director al que admiraba tanto. Pero, enseguida, empezaron las instrucciones contradictorias y las llamadas telefónicas a cualquier hora. Así que terminé mandándole este telegrama: renuncio stop usted es un genio como director de cine pero un imbécil como patrón”.
JAMES B. HARRIS (productor de Kubrick): “Stanley es como Sinatra. Lo aman los seguidores del Top 40 tanto como los fanáticos del jazz. Creo que Stanley pertenece a esa rara categoría: el que hace las cosas a su manera y le gusta a todo el mundo”.
KIRK DOUGLAS (actor en La patrulla infernal y Espartaco): “Es una mierda con talento. Será un buen director algún día, siempre y cuando se caiga de boca contra el suelo. Eso va a enseñarle a comprender un poco a los demás”.
PAUL NEWMAN (actor):
“Me parece que hay sólo dos directores de cine realmente originales en Estados Unidos. Kubrick es uno y el otro es Cassavetes. Eso no significa necesariamente que sean buenos, pero son originales”.
EDDIE LEWIS (productor):
“Estábamos todos reunidos y entonces surgió el asunto de cómo íbamos a manejar los créditos de Dalton Trumbo, el guionista de Espartaco, que estaba en la lista negra de Hollywood por sus vinculaciones comunistas. Empezamos a pensar en cuál sería el seudónimo a usar. Usen mi nombre, dijo Stanley como si nada. Nos quedamos helados. Alguien le preguntó si no le incomodaba el hecho de firmar un guión escrito por otro. No, contestó Stanley”.
PATRICIA THOMPSON (hija de Jim Thompson, guionista de Casta de malditos):
“Papá casi se muere. Ahí, en la pantalla, se leía Guión de Stanley Kubrick y, después y en letra más pequeña, Diálogo adicional de Jim Thompson”.
ANTHONY BURGESS (autor de La naranja mecánica):
“Esa manía de apropiarse de todo, de reclamar todo para sí. Eso de La naranja mecánica de Stanley Kubrick en los títulos. No me parece casual que haya escogido la obertura de La Urraca Ladrona de Rossini como música para la película, ja. Eso sí: cuando empezaron los problemas por la ola de ultraviolencia generada por la película, Kubrick desapareció y ahí quedó el autor, solo en las trincheras y defendiendo un libro que nunca le gustó demasiado... Mi adaptación musical de La naranja mecánica de 1987 termina con la siguiente indicación: Un hombre con barba muy parecido a Stanley Kubrick entra silbando y es expulsado a patadas del escenario. Cabe aclarar que se trata de un homenaje y no una venganza”.
MARLON BRANDO (actor):
“Stanley es una persona con una sintonía perfecta de todo lo que le rodea. Cuando lo eché del proyecto de One-Eyed Jacks –porque me di cuenta de que quería filmarlo yo– se quedó ahí parado sin decir nada. Le dije que parecía un pingüino gigante y pensé que se iba a poner a llorar. Entonces noté esa sonrisita. Tiempo después, cuando terminé la película, comprendí perfectamente por qué Stanley sonreía”.
VLADIMIR NABOKOV (autor de Lolita):
“Un gran director y una de esas personas perturbadoras, que producen la sensación de estar completamente de acuerdo con uno para después hacer lo que se le da la gana... Lolita es una película de primera clase, con magníficos actores, que me produjo una mezcla de ofensa, pesar... y cierto placer a mi pesar”.
ADRIENNE CORRI (actriz en La naranja mecánica):
“Ah, Stanley y las mujeres... No creo que pueda hablar con ellas. Creo que, con él, una siempre caía en alguna de sus varias categorías: esposa y madre; buenas tetas; nada de cerebro. Yo creo que esa persecución de mujeres que se le atribuye no es más que una forma de esparcimiento. Su actitud es más del tipo OK, casémonos y vuelvo al trabajo. Y parte de ese trabajo era ver a actrices en tetas. Le encantaba; hacía castings nada más que para eso. Siempre se quedó con ganas de ver a Julie Christie en tetas”.
FREDERICK RAPHAEL (coguionista de Ojos bien cerrados):
“Le obsesionaba la idea de hacer la primera película porno con actores famosos. La idea era legitimar el género porno del mismo modo en que lo había hecho con el cine de ciencia-ficción, el cine histórico... Era un proyecto antiguo, que en algún momento había conversado con Terry Southern, quien escribió toda una novela, Blue Movie, para que Stanley la llevara al cine. Stanley, por supuesto, no lo hizo: optó por Traumnovelle, que el vienés Arthur Schnitzler había escrito a fines del siglo pasado”.
WILLIAM READ WOODFIELD (camarógrafo en Espartaco):
“Entonces le pregunté a Stanley por qué contrataba a todos esos pésimos actores. Me contestó que le daban a la película una textura que un mejor actor jamás podríaconseguir. Me reí un poco y le pregunté si no sería que en realidad no le gustaban los buenos actores. Puede ser, sonrió él”.
TOM CRUISE (protagonista de Ojos bien cerrados):
“Todavía no puedo entender por qué Stanley nos llamó a Nicole y a mí”.
KIRK DOUGLAS (actor):
“Lo primero que hizo en Espartaco fue eliminar todos mis parlamentos durante los primeros treinta minutos de la película. Todos menos dos líneas. Pelée por ellas. Y vencí. Lo segundo que hizo en Espartaco fue echar a la actriz Sabina Bethmann. Le dije que iba a ser difícil y doloroso. Me dijo que era una mala actriz y propuso que hiciéramos una improvisación para que yo me diera cuenta de una vez por todas. De acuerdo, le dije. ¿Qué tipo de improvisación? Bueno, tú vas a hacer de productor ejecutivo, yo de director y ella de actriz que acaba de perder su trabajo en una película, contestó”.
BUD WESTMORE (maquillador en Espartaco):
“El trabajo más difícil de toda mi carrera fue esa película con Kubrick. Me pidió que trabajara con personas a las que les faltaban piernas y brazos y hasta parte de la cabeza y el torso. Yo tenía que completar esos miembros para que, en cámara, fueran cercenados por las espadas. Ajj, había tripas de animal por todas partes”.
MALCOLM McDOWELL (protagonista de La naranja mecánica):
“Me impresionaba verlo comer. Comía un poco de postre, un poco de carne, otro poco de postre... ¿Cuál es la diferencia? Es todo comida, decía. Y agregaba como si con eso lo explicara todo: Napoleón comía así. Stanley es todo. Lo amé. Lo odié. Pasé por todas y cada una de las emociones en lo que a él se refiere. Pero como mejor lo recuerdo es tapándose la boca con un pañuelo para no reírse cada vez que yo hacía algo mientras estaba filmando. No hay mejor adrenalina para un actor que ver a su director mordiendo un pañuelo para que no se escuchen sus carcajadas. Pero mejor no continúo porque no sería raro que nos estuviera escuchando en estos momentos. Stanley apunta su satélite y sabe todo de todos, ¡ja!”.
TERRY SOUTHERN (coguionista de Dr. Strangelove):
“Kubrick es el tipo de persona que piensa que no hay nada menos divertido que ver a otras personas divertirse... Y ya que estamos, por más que Stanley lo niegue y que él aparezca en los créditos, lo cierto es que yo escribí prácticamente todo el guión. Es muy sencillo: el guión es divertido y Stanley no lo es. Carece de todo sentido del humor. Y punto”.
ANYA KUBRICK (hija):
“Contaba los mejores chistes de la mejor manera”.
KATHARINA KUBRICK (hija):
“Lo que más extraño son sus carcajadas”.
KATHERINE KUBRICK (esposa):
“La persona más optimista y alegre que jamás he conocido. La leyenda Kubrick no son más que exageraciones atribuidas a un hombre a quien no le interesaba el costado frívolo de lo que la mayoría de las personas entienden como fama. La gente suele confundir, porque no abundan, a un negociador de primer orden como Stanley con un vulgar manipulador”.
GEORGE C. SCOTT (actor en Dr. Strange-love):
“Digamos que Kubrick es un hombre increíblemente deprimente en su seriedad, con un salvaje sentido del humor. Pero paranoide. Siempre temiendo a aquello que se escondía en las sombras. No sé qué era lo que temía. Desde ya, no eran sus actores. Cuando le reclamé por qué siempre elegía mis peores tomas, Kubrick se limitaba a desafiarme a un partido de ajedrez, derrotarme de la manera más humillante y dejar mi autoestima por el suelo”.
ARTHUR C. CLARKE (coguionista de 2001):
Stanley estaba obsesionado con la vida extraterrestre. Veía OVNIS por todas partes y creo haber llegado justo para salvarlo de convertirse en uno de esos patéticos dementes fanatizados”.
ROBERT SHAW (actor):
“Me puse muy contento cuando Kubrick me llamó para ofrecerme un rol en su película. Después me enteré que era el papel de líder de los monos prehistóricos o algo así. Salí corriendo lo más rápido que pude”.
GORDON STAINFORTH (compaginador de 2001):
“Era increíblemente astuto. Cuando comenzó a preparar su proyecto de Napoleón, se comprometió con el gobierno rumano a filmarlo allí siempre y cuando el ejército reclutara el triple de conscriptos, para contar con más extras gratis. La película nunca se hizo, y supongo que todos esos chicos hicieron el servicio militar por culpa de Stanley. Hay miles de historias así. Siempre guarda todo. No tira nada. Cuando terminamos la filmación se llevó a su casa las cámaras criogénicas donde hibernaban los astronautas. Me dicen que las usa para guardar alimentos congelados”.
WILLIAM FRIEDKIN (director, ganador del Oscar por Contacto en Francia, película que compitió con La naranja mecánica):
“Hablando a título personal, creo que Stanley Kubrick es el mejor cineasta del año. De hecho, no sólo es el mejor del año sino el mejor, punto”.
JOHN CALLEY (ejecutivo de la Warner):
“De acuerdo, el presupuesto de Barry Lyndon se disparó, pero qué sentido tiene exigirle a Kubrick que haga una película mediocre por ocho millones de dólares cuando puede darte una obra maestra por once millones de dólares”.
RYAN O’NEAL (protagonista de Barry
Lyndon):
“Cuando me preguntan si esta película es lo más importante que he hecho hasta ahora, yo respondo que es lo más importante que haré nunca. ¿Qué me queda luego de filmar cuarenta y ocho tomas de cada plano?”.
KEN ADAM (director de arte en Dr. Strangelove y Barry Lyndon):
“Volví a trabajar con él aunque sabía que no sería bueno psicológicamente... El gigantesco cerebro de Stanley está todo el tiempo tomándote examen. Es capaz de gastarse un millón de dólares para demostrarte que él tenía la razón. Durante Strangelove estaba obsesionado con que se produciría un cataclismo nuclear (era la época de la crisis de los misiles) y por algún extraño motivo había llegado a la conclusión de que el sitio donde tendríamos mayor posibilidad de sobrevivir era la ciudad de Cork, en Irlanda... Durante Barry Lyndon teníamos interminables conversaciones telefónicas donde me exigía probarle que determinado empapelado era victoriano en lugar de siglo XVIII. Cuando llegué al set, lo primero que me dijo, con una sonrisa, es que quería filmar toda la película con luz de vela. Después me dijo que había descubierto que Tackeray era el mejor guionista que jamás hubiera existido y que, por eso, iba a filmar la novela página por página... Terminé muy pero muy enfermo. Pero aun así Stanley ha sido de las personas más fascinantes y carismáticas que he conocido. Años después, trabajando en El espía que me amó tuve un problema de iluminación que no podía solucionar. Así que lo llamé por teléfono para consultarlo. Al principio se mostró reacio a ayudarme: dijo que no quería que dijeran por ahí que él me había influenciado en algún sentido. Finalmente, pude convencerlo de que se diera una vuelta por los estudios Pinewood un domingo por la mañana cuando el set estaba cerrado y vacío. Vino y me señaló el camino correcto... Fue un privilegio ser su amigo”.
STEVEN SPIELBERG (director):
“Me gustó Barry Lyndon aunque sea el equivalente a pasearse por El Prado con el estómago vacío”.
FREDERICK RAPHAEL (coguionista de Ojos bien cerrados):
Le habían ofrecido filmar La lista de Schindler. Y también Entrevista con el vampiro... Y estaba esa idea de otra película de ciencia-ficción con guión de Brian W. Aldiss. Algo sobre un niño artificial. Estuvo obsesionado con ET, con el dinero que hizo ET... y tenía sus problemas con Spielberg. Leí que llegó a denunciarlo por interpósita persona por maltrato a serpientes durante el rodaje de Los cazadores del arca perdida. Por supuesto que no se trataba de piedad por los ofidios, sino porque Spielberg –a quien consideraba “un tonto”– había cometido la impertinencia de ir a filmar a los mismos estudios donde Kubrick alargaba el rodaje de El resplandor”.
JACK NICHOLSON (protagonista de El resplandor):
“El hecho de que seas un perfeccionista no implica necesariamente que seas perfecto. Stanley, por ejemplo, es muy bueno a la hora del sonido. Y hay muchos directores muy buenos en ese departamento. La diferencia está en que Stanley es también bueno para diseñar un arnés para el micrófono. Y para el color del micrófono. Y a la hora de elegir a quién comprarle el micrófono. Y a la hora de recomendarle un buen dentista a la hija del hombre a quien le compró el micrófono. Stanley es bueno”.
STEPHEN KING (autor de El resplandor):
“No lo digo porque Kubrick haya descartado mi guión de entrada: pero creo que quiere lastimar a la gente con su película. Creo que lo único que le interesa y le importa –sin tener ningún conocimiento cierto acerca del género de terror– es hacer una película que haga daño a las personas”.
SHELLEY DUVALL (protagonista de El resplandor):
“Kubrick me hizo daño”.
MICHAEL HERR (coguionista de Nacido para matar):
“Escribir para que Stanley reescriba, para que yo reescriba a Stanley, para que Stanley... Mis recuerdos de él son algo así como una conversación telefónica que duró tres años”.
FREDERICK RAPHAEL (coguionista de Ojos bien cerrados):
“Me llamaba a cualquier hora para preguntarme cosas como si yo había estado en un orgía o para pedirme información sexual de diverso tipo. Una noche, para que me dejara en paz, le mandé por fax un supuesto expediente del FBI completamente inventado por mí, donde se detallaban las actividades sexuales de The Free, una secta ligada al presidente Kennedy. Me llamó aterrorizado a los pocos minutos. Tenía miedo de que fueran a matarnos. Le dije que se calmara, que era todo mentira, que lo había inventado yo. Me preguntó cómo lo había hecho. Le respondí que era un escritor. Stanley quedó tan aliviado como perturbado por mi respuesta. Creo que habría preferido que fuera verdad y que nos mataran a los dos, a que el expediente se me hubiera ocurrido a mí”.
FEDERICO FELLINI (director):
“Me dicen que Stanley Kubrick no se conforma con dirigir y montar la película sino que, además, tiene los planos de todos los cines más importantes del mundo y supervisa que la posición y número de butacas sean los correctos y es capaz de llamar por teléfono al proyeccionista para quejarse porque alguien le comentó que la alineación entre proyector y pantalla no estaba bien medida. Me dicen que Kubrick suele decir No me digas las buenas noticias porque sólo funciono cuando hay problemas para solucionar... Lo admiro pero no lo envidio”.
ORSON WELLES (director):
“Entre los jóvenes, Kubrick me parece un gigante”.
SIDNEY LUMET (director):
“Cada mes que pasa sin que Stanley Kubrick esté dirigiendo una película es una pérdida para todos nosotros”.
STANLEY KUBRICK (director):
“Soy feliz a veces haciendo películas. Y soy infeliz siempre cuando no estoy filmando”.