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Margarita contra los cerdos

Apelando con engañosa candidez al sistema binario en que se basa la computación, la nueva muestra de Margarita Paksa es una corrosiva crítica a la feroz economía de mercado y el darwinismo social de nuestros días: sobreimprimiendo códigos de barras a su propia imagen, así como a vistas aéreas de Buenos Aires, fotografías de papel moneda o el Obelisco, e incluyendo cáusticos slogans, la muestra que se exhibe en Benzacar hasta el 25 de setiembre es un formidable paseo por el lado más oscuro del fin de milenio.

Por Fabián Lebenglik

Desde la exposición retrospectiva que presentó en el Museo Sívori hace casi una década (que incluía trabajos realizados entre 1963 y 1989), Margarita Paksa no sólo está siendo valorada como una de las artistas argentinas fundamentales de la década del 60 sino que se convirtió en uno de los paradigmas del arte de los ‘90 y en un modelo para los artistas jóvenes: por la multidireccionalidad de su producción, por su carácter de pionera del Arte Conceptual, por sus posiciones contra la censura durante la dictadura de Onganía y la lucidez política de su trabajo en general, y también por su prolongada actividad docente dentro y fuera del país. Luego de aquella retrospectiva de 1990 en el Sívori, el reconocimiento a su trayectoria volvió a hacerse patente el año pasado, cuando la Fundación Proa reconstruyó la muestra histórica de la que formó parte con un selecto grupo de artistas: las Experiencias 68 del Instituto Di Tella, curada por Patricia Rizzo (en estos días, en la muestra de investigación histórica En medio de los medios, ideada y curada por María José Herrera, que el Museo Nacional de Bellas Artes está presentando hasta el 18 de setiembre, pueden verse algunas obras de Paksa de aquella década).
La artista comenzó a exhibir individualmente su obra en 1964. Por entonces presentó la ambientación Calórico, en poliéster y vinilo. Desde aquellos años hasta ahora Paksa recorrió los más variados géneros de las artes visuales: escultura, dibujo, grabado, diseño industrial, instalaciones, pintura, arte digital, sonido, holografía, objetos y videoarte. Formó parte de los premios Ver y Estimar, que se habían organizado desde comienzos de la década del 60, mostrando a los buenos artistas que surgían. “Fue un cambio sustancial”, explica Paksa casi treinta años después. “Parecía que había que dejar de lado toda la herencia del informalismo, lo roto y carcomido, lo terroso, así como ese gesto de artista, la pincelada fugaz, herencia del expresionismo abstracto... Pero muchos artistas destacamos que el origen del arte conceptual en la Argentina se dio en Ver y Estimar en 1966 con la obra de Ricardo Carreira y la extensión de su ovillo de soga.”
Por aquellos años Paksa participó de Más allá de la geometría, una gran exposición organizada en el Instituto Di Tella. En aquella misma década impulsó el arte conceptual en la Argentina y participó en las Experiencias 67 y 68 del Di Tella. Durante este último año formó parte del grupo que, como respuesta a la situación del país, generó uno de los capítulos más significativos del arte político argentino: Tucumán Arde. Desde sus esculturas con acrílico y sus construcciones con poliéster y vinilo –que en algún caso se convirtieron en un éxito comercial–, pasó a dibujar, a mediados de los ‘70, una serie de escenas que daban cuenta en clave plástica del cercenamiento y martirización de los cuerpos durante la última dictadura.
La carrera de una artista compleja como Paksa también incluye períodos de crisis, en blanco, donde se aleja de la práctica artística y de las exhibiciones (en su caso, entre 1968 y 1976), como sucedió con varios compañeros de ruta en esos años. Según se dice, el saber no transmitido se convierte en resentimiento: para ahuyentar esta posibilidad, Paksa también se dedicó largamente a la carrera docente. Fue rectora de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón entre 1985 y 1988y dictó cursos de posgrado en universidades canadienses (Ottawa, Montreal y New Brunswick). Actualmente es profesora titular en la Facultad de Bellas Artes de La Plata y en la Prilidiano Pueyrredón. Además, publicó ensayos sobre el valor estético del test psicológico de Rorschach, sobre Marcel Duchamp y Macedonio Fernández. Hace tres años editó un trabajo sobre la relación entre arte y tecnología y está codirigiendo, en La Plata, una investigación sobre este tema. Entre las distinciones que recibió durante la última década se cuentan el Diploma de la Fundación Konex (1991), una beca del ICI para posproducción de video (1993), el Premio de Instalaciones cuando representó a la Argentina en la Bienal Internacional de El Cairo, en Egipto (1994), el Premio Leonardo a la trayectoria, otorgado por el Museo Nacional de Bellas Artes el año pasado, y dos becas canadienses, una de ellas del Banff Centre for the Arts, en Alberta (1998) y la otra de la Fundación McLuhan, de Toronto (1999). Cuando a fines de 1997 presentó El partido de tenis en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (un proyecto concebido treinta años antes), el campo de juego había sido convertido en un campo de lucha social y política. En aquella muestra, como en la nueva exposición que presenta en la Galería Ruth Benzacar, El lenguaje, el poder y el dinero (Florida 1000, hasta el 25 de setiembre), estaban en cuestión la economía de mercado, el endiosamiento del dinero y la contrapartida de exclusión y derrota. La artista analizaba el mundo binario y dual, que postula la división tajante entre ganadores y perdedores.
En aquel partido de tenis, la red era un obstáculo casi insalvable, porque era exageradamente alta. Sobre la pared, un par de carteles luminosos, transparentes, ubicados en cada campo, se encendían alternativa y rítmicamente con las frases “tú eres ganador”, “tú eres perdedor”.
La metáfora deportiva resultaba una fuente inagotable de actitudes, intereses, luchas y competencias que, por analogía, son comparables con la lucha despiadada que generan la “economía social de mercado” y el contexto “de darwinismo social” de nuestros días. Con la analogía tenística se ponían en escena los intereses desnudos, así como las intenciones transparentes de los contrincantes. Escribía Paksa en 1967 cuando proyectó inicialmente esta muestra: “El dualismo es el principio esencial del mundo pre-cortesiano. Rige la concepción de dios, de la naturaleza, del arte. Es choque de fuerzas antagónicas: he ahí la solución del enigma cósmico. El dios destructor contra el dios constructor. Una lucha eterna que no cesa, que constantemente va formando y transformando al mundo, que domina la naturaleza y determina la existencia del ser humano”.
Contra la mercantilización y el dinero como medio y destino, en la muestra de impresiones digitales que presenta en estos días, la artista sobreimprime el código de barras a su propia imagen, así como a vistas aéreas de Buenos Aires, fotografías de papel moneda, el Obelisco, y así sucesivamente. Frases de tipo publicitario, slogans y consignas se sobreimprimen sobre otras imágenes: “Ultimos días, liquidación”, “La gloria es frágil”, “Estamos viviendo fuera de nuestros recursos”, “Cierra escotillas a tu alrededor”, “La naturaleza es inexistente”, “Grita contra el viento”, “Amo a los que sueñan imposibles”, entre otras.
Paksa analiza la lógica clásica, binaria, que consiste en un núcleo central que se bifurca y que suele ser especialmente poco apto para pensar el concepto de multiplicidad. Sin embargo, es especialmente apto para producir y reproducir estructuras tradicionales dicotómicas, que dividen la realidad en blanco o negro. Paksa critica –y se incluye a sí misma en la crítica, cuando en las fotografías exhibidas aparece de espaldas, con un código de barras sobreimpreso a la altura de la nuca– ese paradigma binario que establece jerarquías duales, falsamente democráticas (del tipo cuerpo/alma, mujer/hombre, perdedor/ganador), donde uno de los componentes siempre termina siendo cultural, social o políticamente superior. Por otra parte, también señala que la estructura binaria es el principio fundante de la informática y la computación (las fotografías digitales y los códigos de barras son obviamente producto de uno de los tantos usos de la tecnología binaria). Lo que la artista rescata con elocuencia es el pensamiento, la crítica, la estética, la ética, el conocimiento, aquellos valores que no están relacionados con el mercado de valores ni cotizan en Bolsa.