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Vale decir



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Los chicos crecen

Creado hace 501 años por el emperador Maximiliano, el coro de Los Niños Cantores de Viena confirma en toda su crudeza la vieja sospecha de que los hombres pasan pero las instituciones quedan. En su última visita a Buenos Aires, Radar pudo conversar con estos menudos polifónicos antes de que cumplan catorce años y deban abandonar a la fuerza el palacio y el coro que los vieron crecer.

Por Marcelo Birmajer

¿Por qué llueve? ¿Lloverá también en el año dos mil, o la lluvia será un fenómeno climatológico que acabará con este siglo? ¿Deberemos aclararles a nuestros nietos que la lluvia no era una leyenda? No sé, pero llueve mientras me dirijo a entrevistar a Los Niños Cantores de Viena, en el hotel Columbus del barrio de Belgrano. Los Niños Cantores, al igual que la lluvia, atraviesan los siglos sin inmutarse: hace quinientos años que funciona (con diferentes integrantes), luego de que el emperador Maximiliano I creara el coro en 1498, envidioso o admirado por la oferta musical que ostentaban los parientes de su esposa, María de Borgoña, en la fiesta de la boda. Es cierto que grandes músicos de este siglo han sobrevivido tocando en fiestas familiares –Charlie Parker, sin ir más lejos–, pero sus talentos eran reconocidos fuera de los salones de casamiento o cumpleaños (el otro día estuve en un bar-mitzvah donde unas chicas cantaban muy pero muy bien, pero no había ningún emperador a mano para llevarlas al estrellato: es una de las desventajas de la hegemonía de la democracia en el siglo XX). No existe ningún otro coro surgido de una boda que haya perdurado quinientos años medianamente parecido a sí mismo, ni tampoco uno que haya tenido entre sus filas, durante medio milenio, músicos que luego conmovieron al mundo: como Schubert (a quien, cuenta la leyenda, querían castrar para conservarle su prístina voz infantil), Hans Richter y H.K. Gruber, entre otros ilustres Niños Cantores.
Maximiliano –movido por una ambición siempre vigente: taparles la boca a los suegros– convocó a su Hofmusikkapelle de Viena a los talentos musicales de su época; y organizó un coro permanente de doce niños para que cantaran en la capilla imperial. Cuando sus obligaciones itinerantes se lo permiten, Los Niños Cantores de Viena de 1999 –que en la actualidad son 24– continúan cantando en la Misa Mayor de la Hotburgkapelle en Viena todos los domingos. Pero ahora están en pleno recreo en el hotel Columbus de Belgrano, y el hall es un correrío de preadolescentes fotogénicos. Los hay rubios europeos, y castaños americanos. También japoneses, gordos y flacos. Si tomamos en cuenta que, desde los ocho años –y algunos desde el jardín de infantes–, son educados juntos, en un mismo palacio, para servir a la música y ser servidos por ella, y que su participación en el coro se interrumpe cuando están por cumplir catorce años –son reemplazados por otros de diez u once–, se entiende doblemente este comportamiento en las horas libres de un coro que debe repetirse a sí mismo a costa de sus protagonistas para no morir. Frente a mí se sienta un niño cantor vienés vestido con el uniforme tradicional de marinero. Le pregunto cómo se llama y me contesta Alexander pero, en un inglés germánico, me hace saber vía traductora que en realidad tiene cinco nombres. Le pido que los escriba en mi cuaderno: Alexander Maximilian Ludwig Patrik Solarik. Cuando le pregunto si se siente más identificado con los hijastros de La novicia rebelde o con Los Simpsons, elige la primera opción. Sin embargo, el día del recital, un gordito simpaticón entonó un trozo de ópera en castellano y le puso tanto acento germano que él mismo debió negar con la cabeza (señalando que comprendía cuán extraña era su pronunciación) mientras cantaba, provocando la risa y el aplauso de la platea. Y lo cierto es que en ese momento estaba igual a ese personaje secundario de Los Simpsons: el alemancito que va al colegio con Bart.

Michael Devine, otro de los niños que se sienta frente a mí, está por dejar el coro y a punto de cumplir trece años. Le pregunto si piensa que alcanzará la adultez al abandonar la institución me dice que no, que él cree que eso ocurrirá a los dieciocho. No sólo le duele abandonar el coro: sus únicos amigos son Los Niños Cantores de Viena. Todos los chicos confiesan extrañar a los padres, pelearse moderadamente y sentir moderados celos los unos de los otros, como en cualquier contingente de artistas. Más cierto aún: como en cualquier contingente de seres humanos. Pero las reacciones que cause en sus almas el hecho de viajar juntos, con tantaintensidad –Los Niños Cantores recorren el mundo varias veces en sus “años de servicio”–, para luego quedar totalmente desvinculados del coro por mero efecto cronológico, las conoceremos sólo cuando comiencen a aparecer las autobiografías: Acá donde me ven, yo fui un niño cantor de Viena o Yo deserté de Los Niños Cantores de Viena y sobreviví para contarlo.
Exceptuando No llores por mí Argentina, el repertorio que los Niños han ofrecido en Buenos Aires está compuesto de obras clásicas, cuyo autor más viejo (Jacobus Vaet) nació en 1529 y el más joven (Carl Michael Ziehrer) murió en 1922. En el disco celebratorio de su quinto centenario que circula por Europa, en cambio, incluyen obras contemporáneas tales como Muchacha de Ipanema, en un intento que Andrew Stewart, en un excelente artículo que tradujo la revista Audioclásica, considera una estrategia de marketing. Otra inclusión contemporánea que ofrecen en los escenarios europeos es la ópera Brundibar, de Hans Krása, una obra que hace referencia a los niños hacinados –y luego asesinados– en el campo de concentración nazi de Terezin. En la gacetilla que repartieron los agentes de prensa de Los Niños Cantores de Viena llama la atención el salto que se produce entre 1929 y 1948. No hay mención a la situación de los Niños luego de que los austríacos votaran a favor de la anexión a la Alemania de Hitler, en 1938, luego de la ocupación militar nazi. No hay referencias tampoco a la situación de Los Niños Cantores ni al comienzo de la guerra ni durante su desarrollo. En esta cronología, la historia se interrumpe en 1929 y recomienza en 1948, año en el que los Niños trasladan su sede al Palacio Augarten, y Ferdinand Grossman, padre de la actual directora, es nombrado director artístico del coro. Le pregunto entonces a uno de los actuales directores musicales, Martin Schebesta, si sabe algo de la situación de Los Niños Cantores de Viena bajo el nazismo. Contesta que no sabe mucho: apenas que debieron participar de los actos de los nazis como cualquier otro coro austríaco (el motivo por el cual huían a Suiza los hijastros de La Novicia Rebelde, la misma Novicia y el capitán von Trapp). Pero tampoco está muy seguro de eso.
Quedará para los historiadores de Los Niños Cantores de Viena y para los historiadores en general completar ese párrafo ausente. ¿Habrá sido asesinado por los nazis algún niño de este coro, cuando Hitler se enseñoreó de Austria? ¿Los padres de alguno? El nazismo ha impuesto el sello de la tragedia y de lo siniestro en todas las instituciones de lo que fue la Europa ocupada, aun en las más insospechadas. Las secuelas del Mal nos sobrevivirán. Pero ahora estamos en el hotel Columbus, y afuera llueve. Para mí el tiempo no pasa: nos engaña. Mientras termino estas líneas, Los Niños Cantores de Viena ya se han presentado en Virrey Loreto 2348, en el Auditorio Belgrano. Y se presentarán el 6 de setiembre en el Coliseo Podestá de La Plata, el 7 en el teatro San Martín de Tucumán y el 10 en el colegio Goethe de San Isidro. El 11 y el 12 de este mes regresarán al Auditorio de Belgrano, a entonar sus obras clásicas y una opereta antes del intervalo. En esta parte cómica, al menos dos niños se disfrazan de mujer y aprovechan la corta edad para expresar sus talentos como sopranos.
Como un niño cantor que ha cumplido los trece, me retiro del hotel Columbus. No ha dejado de llover, como si lloviera hace quinientos años, o como si no fuera a dejar llover por los próximos quinientos. El futuro es imprevisible como una novia histérica, y el pasado es más fiel que las esposas fieles. Pero eso es algo que estos Niños Cantores de hoy descubrirán a su tiempo, después de abandonar el coro.