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Yo me pregunto

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Give pis a chance

En el libro Conversations with Billy Wilder, de Cameron Crowe, que está a punto de publicar Knopf en Estados Unidos, el gran director (Wilder, por supuesto, no el joven responsable de Jerry Maguire) cuenta dos anécdotas desopilantes que tienen como protagonista principal al pis. La primera ocurre durante las proyecciones de testeo de Ninotchka en Long Beach. Después de la proyección, Ernst Lubitsch recoge las tarjetas en las que los espectadores habían sido invitados a dar su opinión. Con las tarjetas en la mano, el director se sumerge en la limusina de la Metro junto a Billy Wilder y Charles Brackett, los guionistas de la película. Lubitsch pide que enciendan las luces y empieza a leer: “Muy buena”, “Brillante”, “Encantadora”. Pasan 20 tarjetas, todas elogiosas. Cuando llega a la 21, Lubitsch estalla en una carcajada que parece que no va a terminar nunca. Wilder y Brackett no encuentran manera de que les cuente de qué se ríe, así que deciden arrancarle la tarjeta de la mano y leen: “Es la película más graciosa que vi en mi vida. Tan graciosa que me terminé meando en la mano de mi novia”.
La segunda anécdota involucra a Arthur Miller y a Marilyn Monroe. Ya comprometidos, y antes de casarse, la madre de Miller pide conocer a su futura nuera. Ella acepta encantada, así que una noche la pareja va a cenar al pequeño y humilde departamento del Bronx en el que vive la madre de Miller. Comen. La pasan como los dioses. Antes de irse, Marilyn pide pasar al baño. En el camino, se da cuenta de que las paredes son extremadamente delgadas. Además la puerta del baño cierra mal, así que abre todas las canillas para que no se la oiga en el cuarto de al lado. Sale del baño, la noche termina a los besos y, a la mañana siguiente, Miller llama a su madre para saber cómo le había caído Marilyn. La madre le dice: “Es una chica maravillosa, maravillosa, y tan bella como en el cine. Pero hace pis como un caballo”.

Los únicos privilegiados

Para el miércoles 13, la Asociación Amigos del Centro Cultural Recoleta está organizando la fiesta 250 x 250 x 250 para recaudar los fondos con los que planean remodelar la planta baja del centro. Claro que, como pasa siempre con los eventos filantrópicos, el asunto no va a ser para cualquiera. La cosa es así: cada uno de los 250 invitados paga una entrada de 250 pesos (eso sí, para dos personas), con la que tendrá derecho a un número. A cada número le corresponderá una de las obras donadas por 250 artistas. Considerando que entre los donantes se encuentran Rómulo Macció, Guillermo Roux, Gyula Kosice, Marcia Schvartz, Carlos Gorriarena, Pérez Celis y Ricardo Carpani, la oportunidad parece redonda: consultada por Radar, la Asociación de Amigos aseguró que todas las obras donadas cotizan por encima de los 250, como para que nadie sienta que le tocó poca cosa. Promediando el fin de semana, sólo quedaban 50 entradas. Eduardo Constantini, Cristiano Ratazzi, Tita Tamames y Ruth Benzacar ya tienen las suyas. La señora Fortabat (que en la edición 97 de la misma fiesta había comprado 40 entradas, y se llevó a su casa 40 obras) todavía no confirmó cuántas quiere esta vez. Por ahora, el record lo comparten un particular que desea permanecer en el anonimato y la Fundación ArteBA, con diez entradas cada uno (o sea: 2500 dólares). Como se puede ver, todos filántropos que no se caracterizan por dejar pasar esta clase de bicocas. No como los artistas, pobrecitos, que fueron los únicos que laburaron en serio y gratis, a cambio –eso sí– de la conmovedora placa de agradecimiento que les van a poner en alguna de las salas reacondicionadas. Para la próxima remodelación del centro, Radar propone que los filántropos habituales donen algunas de sus múltiples posesiones y que quienes compren las entradas a 250 mangos –y puedan convertirse enfelices poseedores de una Maserati o una casa en Punta del Este, digamos– sean los artistas.

El pueblo quiere saber

A menos de un mes de las elecciones, la campaña de desinformación desde algunos medios está peor que nunca. El lunes, Clarín largó en punta desde las páginas de su suplemento de arquitectura: en la sección dedicada a “árboles urbanos”, se explayaban sobre el ciprés, especie que según Clarín “se ve muy seguido en el barrio de Palermo” y, “como no le gusta vivir en soledad, siempre se los ve en grupos de dos o tres”. Para ilustrar, qué mejor que una foto de “la plaza Mitre, donde un trío de cipreses crece esbelto bajo el sol”. Pero no: lo que se veía era un bombero, manguera en mano, en plena noche, apagando el fuego en un pajonal. ¿Se habrá prendido fuego la plaza Mitre o los cipreses se pusieron cachondos? El mismo día y en el mismo suplemento, para celebrar el Día de la Arquitectura, se informaba sobre las actividades gratuitas de la fecha: “Recorridos para chicos por verdaderos hitos urbanos de los últimos 50 años, como el Teatro San Martín, el Centro Cultural Recoleta o los doques de Puerto Madero, de la mano de los propios autores de las obras”. Si bien abajo de la foto elegida para ilustrar la nota se leía: “Edificio clave. El Teatro San Martín será explicado por su autor”, la imagen mostraba el shopping Galerías Pacífico. Haciendo alarde de un increíble reflejo periodístico, La Nación del día siguiente salió al cruce de la gaffe económico-cultural de su rival celebrando con bombos y platillos la inauguración en Adrogué de una casa de la cultura donde hasta 1996 había funcionado un shopping. Para subrayar la importancia del evento, el diario de los Saguier no tuvo mejor idea que afirmar: “El sitio forma parte de un capítulo histórico de la zona: allí funcionó el cine Gran Adrogué, donde en mayo de 1974 se realizó el preestreno de Boquitas pintadas, la primera película sonora del país”. Varios vecinos de la zona confirmaron a Radar que ahí funcionaba dicha sala, pero según consta en diversas Historias del Cine Argentino, la primera película sonora del país fue Tango y se estrenó un poco antes: en 1933. Puede que en La Nación nunca la hayan visto, ¿pero nunca oyeron gemir a la Coca Sarli en Carne?