Se
reinaugura el Teatro Argentino de La Plata
Oíd
Mortales
Fue inaugurado en 1890. Se incendió en 1977 por un cortocircuito
que se sospecha intencional. Su reconstrucción puso en funcionamiento
uno de los grandes negociados del Proceso. Desde entonces, siempre faltaron
80 millones de dólares para terminarlo. Después de 22
años, el martes pasado se reinauguró el Teatro Argentino
de La Plata: un teatro que cuenta con algunos adelantos técnicos
hoy imprescindibles (de los cuales el Colón carece) y que lo
convierten en uno de los más modernos y completos de América.
Por
Diego Fischerman
La
historia de tres malas leches. Ésa es la definición del
actual subsecretario de Cultura de la Provincia de Buenos Aires para
referirse al Teatro Argentino de La Plata, recién reinaugurado
con pompas, circunstancia y corte de cintas a cargo de Duhalde. Piero,
ex cantante de protesta, ex cantante pacifista y ahora funcionario,
dice que la primera fue cuando lo quemaron bárbaramente,
la segunda cuando lo tiraron abajo y la tercera cuando decidieron reconstruirlo
con las características con las que se lo hizo, sabiendo que
en esta provincia hay 134 municipios que con ese dinero podrían
haber hecho montones de cosas. Piero, por supuesto, suscribe la
teoría de que el incendio que detuvo el funcionamiento del teatro
en 1977 fue intencional. Es vox populi, es lo que piensa el noventa
por ciento de los platenses, confirma.
La historia de esas tres malas leches es en realidad la de un negociado
que nadie duda en atribuirle a los militares. El 18 de octubre de 1977,
una misteriosa falla en la instalación eléctrica detrás
del escenario quemó todo el techo de la magnífica sala
inaugurada en 1890. Nada de reconstrucciones parciales. El Proceso estaba
para fundar una nueva Argentina y, de paso, convertir en monumental
y mundialista todo lo que tuviera a mano. Así, se determinó
que los daños causados por el incendio habían sido irreversibles
y se tiró abajo toda la estructura (que estaba sana). Y, por
supuesto, lo que se planificó fue un nuevo edificio, bien distinto
del anterior. La primera piedra la puso el entonces Tte. Gral. Jorge
Rafael Videla.
Desde entonces, cada gobierno que hubo se encontró con el viejo
nuevo mamotreto, inmóvil y millonario. Presente griego o, más
bien, Caballo de Troya que planteó esa clase de juego en el que
siempre se pierde. Terminarlo significaba desembolsar más de
80 millones de dólares. No terminarlo era ni más ni menos
que quedarse con una mole inútil y, sobre todo, privar a La Plata
de uno de los patrimonios que más la enorgullecen. Los organismos
artísticos y técnicos de ese teatro por el que habían
pasado Gigli, Rubinstein, Arrau, Alicia Alonso y Ana Pavlova, y donde
alguna vez había disertado Albert Einstein, seguían existiendo.
Como una especie de república en el exilio, las funciones del
Argentino continuaban en diversas salas de la provincia y sus empleados,
sin sueldo estable, se las arreglaban para seguir sintiéndose
parte de la vieja gloria.
Las obras habían comenzado en 1980. En 1997, el anterior subsecretario
de Cultura provincial, que adecuadamente se llamaba Verdi, anunciaba
la entrada en la fase final del proyecto, mientras comentaba orondo
que el Argentino de La Plata y el Colón son los dos únicos
teatros integrales del país. Ya desde hacía quince
años, la inauguración se prometía para mediados
del año próximo. En esa ocasión se dijo lo
mismo. El plazo no se cumplió pero, de todas maneras, el gobernador
de la provincia podrá irse a su casa con la tranquilidad de haber
inaugurado algo grande y relacionado con la cultura.
Es cierto que las maquinarias del teatro no están listas por
eso en la función de estreno, el segundo acto de Aída
se hizo en versión de concierto y que aún faltan
algunos retoques a la cámara acústica. También
que la programación futura no está definida (el fantasma
de lo que harán las nuevas autoridades recorre cada
centímetro de la flamante sala). Pero el gigantesco complejo
cultural es un hecho: una sala de prosa con 750 butacas (donde funcionará
la Comedia Provincial), la sala principal (destinada a ópera
y ballet y con una capacidad para 2200 espectadores) que conserva la
forma de herradura típica de los teatros renacentistas, un microcine,
salas de ensayo y talleres para las secciones técnicas. Lo más
importante, sin embargo, es que el teatro cuenta con algunos adelantos
técnicos hoy imprescindibles en el mundo de la ópera y
de los cuales el Colón, por ejemplo, carece. La posibilidad de
trabajar con tres escenarios simultáneos (y un cuarto para ensayos)
y una planta de luces concebida de acuerdo con patrones actuales, le
confieren a la sala una ventaja comparativa innegable. Algunos
pensaron que era una obra faraónica, pero los sueños se
hacen con pensamientos grandes, fueron las palabras del gobernador
al inaugurarla. Y también anunció dos leyes: la que otorgará
autarquía presupuestaria al teatro y la que determinará
la estabilidad de los trabajadores. Piero se siente especialmente contento
con estos adelantos: Duhalde fue valiente; hacía años
que, por una cuestión timorata, nadie se animaba a algo que comprometía
semejante cifra y semejante envergadura. No se hacía nada y el
gobernador decidió terminarlo. Él sabe, por supuesto,
que este proyecto no está en la escala del hambre de la provincia.
Pero también sabe que el Argentino de La Plata es importante
y que hay que ir para adelante. Lo que también dice Piero,
con respecto a las dos leyes que premian el heroísmo y
la perseverancia de los cuerpos técnicos, que aún en su
condición de itinerantes, habían seguido siendo la llama
viva del teatro, es que cuando estén sancionadas,
habrá que ver cómo se hace. Es que la idea del teatro
integral se contradice con las tendencias actuales del mercado
de la música clásica.
La globalización, el intercambio de puestas entre teatros, la
necesidad de bajar presupuestos y la entrada sin anestesia de la sacrosanta
cultura al terreno de los sponsors y al universo de los análisis
costo-beneficio, parece darse de patadas con la antigua ideología
del teatro-ciudad capaz de autoabastecerse gracias a una estructura
de personal gigantesca, con la que el Argentino o el Colón
fueron concebidos a fines del siglo pasado y principios del XX. Una
época en la que Argentina podía pensarse con la grandeza
declarada por Duhalde y, también, en que la ópera era
un lenguaje contemporáneo. No hace falta ser extremadamente perspicaz
para darse cuenta de que la situación actualmente es otra. La
ópera, sobre todo en países marginales a los centros culturales,
ha quedado anclada en principios estéticos del siglo pasado.
La necesidad de un recambio generacional del público una
preocupación casi excluyente en Europa aquí todavía
no ha empezado a discutirse.
Gustavo Basso, músico de la orquesta del Argentino y profesor
de la Universidad de La Plata, es uno de los máximos expertos
en acústica de este país y asesora al equipo del teatro.
Un equipo que se quedó sin cabeza con la muerte del ingeniero
Malvárez hace dos años. El Argentino es potencialmente
una maravilla, explica. Y agrega que para los artistas del
teatro, la inauguración representa una gran esperanza: que se
convierta en una herramienta cultural fuerte. Todavía no
se habla de planes. Está el teatro, y todos coinciden en que
ése es un bien en sí mismo. Falta, todavía, un
proyecto para que este complejo cultural, que en los hechos será
uno de los más modernos y completos de América, no se
convierta en un museo prematuro. El Argentino está orgulloso
de su historia. Deberá mirar atentamente lo que sucede en el
mundo para que su futuro llegue a tener la misma importancia artística
que tuvo su pasado.