Llega Fight Club, de David Fincher
Piñas
van, piñas vienen
Precedida
de un escándalo en Estados Unidos (donde se estrenó hace
poco más de una semana y ya araña el primer puesto en
las recaudaciones), el 4 de noviembre se podrá ver en la Argentina
la nueva película de David Fincher (Pecados capitales), una sátira
sobre la violencia y la fiebre de consumo de la generación X,
protagonizada por Brad Pitt, el gran Edward Norton y Helena Bonham Carter
(por una vez sin corsé).
Por
Dolores Graña
Todos
lo tienen en la punta de la lengua. Nosotros sólo le pusimos
un nombre, dice una de las publicidades, con la arrogancia habitual
de este tipo de mandatos. Uno espera pacientemente que aparezca el logo
que diga qué es lo que hay que comprar. Pero, después
de teclear la dirección de Internet que figura como única
indicación (www.tylerdurden.com), se descubre que el aviso pertenece
a una película. Una película que postula entre otras
cosas igualmente notables, la necesidad imperiosa de que no hagamos
más caso a publicidades como ésta. Fight Club, novela
de culto de Chuck Palahniuk, nueva película de David Fincher,
viene precedida de uno de esos escándalos que se suscitan cuando
alguien toca o patea un nervio en la sensibilidad norteamericana.
Fight Club fue acusada de predicar la violencia, la anarquía
y el fascismo, de plantear una relación homosexual entre sus
protagonistas y no hacerse cargo de ello y de proponer un plan para
matar del todo al moribundo Sueño Americano, además de
irresponsabilidad, misoginia, puerilidad y demagogia. Queda claro que
estas aseveraciones se contradicen entre sí: si es tan pueril
y demagógica como se dice, ¿por qué tanto escándalo?
La respuesta, dicen los sectores más conservadores que
ya advirtieron que es un imperativo moral que ni usted ni sus
hijos vean esta película, es que cualquier mensaje
que predique Brad Pitt tiene grandes posibilidades de ser escuchado.
Argumento un tanto débil a ojos extranjeros: en un país
en donde el derecho a portar armas está protegido por la Constitución,
sorprende que se arme semejante revuelo ante una película donde
un personaje (ah, pero es Brad Pitt) propague las virtudes de luchar
a puño limpio con quien se anime a hacerlo. Tanto es así
que luego de que, en abril de este año, dos jóvenes en
Littleton (Arkansas) dispararan a mansalva contra sus compañeros
de escuela, matando a catorce para luego suicidarse, Fox (el estudio
que financió Fight Club) decidiera postergar unos meses la fecha
del estreno, para evitar los cuestionamientos que, finalmente, no pudieron
evitar. La munición gruesa de la sátira de Fincher, amparada
por el aparato publicitario de uno de los mayores estudios de Hollywood,
hizo blanco perfecto en una interpretación convenientemente silenciada
de la búsqueda de la felicidad predicada por la Constitución
norteamericana. A continuación, las opiniones de Palanhniuk,
Fincher y del brillante Edward Norton, quien interpreta al narrador
de la película.
DIOS SALVE A AMÉRICA
A los treinta años, Chuck Palahniuk trabajaba para una compañía
de camiones, arreglando desperfectos y redactando manuales para sus
usuarios. En sus ratos libres se reunía con un grupo de amigos
para escribir. Más que nada, veía la literatura como una
alternativa a la jubilación clásica. Pero un día
pensé, ¿y si nunca logro jubilarme? Y como si fuera inspiración
divina, empecé a escribir en todas partes, en fiestas, en el
lavadero y hasta debajo de los camiones cuando mi jefe no estaba mirando.
Terminó su primera novela en sólo tres meses. A las editoriales
les llevó mucho menos tiempo rechazarla. Cinco años después,
Palahniuk confiesa que escribió Fight Club como un tiro por elevación
contra quienes habían rechazado su primer libro por demasiado
oscuro y arriesgado. La historia que cuenta su novela y
que respeta al pie de la letra la película de Fincher,
es la historia del narrador, que no tiene nombre pero sí muchos
problemas: abrumado por un trabajo que odia, sólo espera que
uno de sus viajes de negocios termine finalmente en tragedia aérea.
En uno de esos viajes conoce al misterioso Tyler Durden, quien lo inicia
en los secretos de una sociedad llamada Fight Club, en donde la premisa
básica es molerse a trompadas como válvula de escape para
la vida moderna. Pero la atractiva prédica de Tyler contra el
consumo pronto adquiere un giro peligroso cuando decide formar un ejército
para poner en práctica sus ideas, que seresume en este concepto-eslogan:
La superación personal es masturbación. La destrucción
puede ser la respuesta.
La idea de Palahniuk al escribir esta novela no era bajar el tono de
su literatura, sino subirlo hasta volarle los tímpanos a los
señores editores de Nueva York: Era mucho más oscuro
y se los mandé pensando que no lo comprarían, pero al
menos no se olvidarían de él. Y les encantó, supongo
que por alguna razón masoquista. La misma razón
masoquista que inspiró la novela, probablemente: En un
campamento me agarré a piñas con un tipo que me dejó
la cara tan hinchada que los moretones tardaron tres meses en desaparecer.
Y, durante todo ese tiempo, nadie en el trabajo me dijo nada sobre el
tema, ni mi jefe. De ahí surgió la premisa básica
del libro: uno puede hacer lo que quiera con su vida mientras termine
luciendo tan mal que nadie quiera conocer los detalles. La idea del
fight club me pareció una manera controlada de volverse completamente
loco.
La
novela recrea muchas de las historias que Palahniuk conoció a
lo largo de los años en la compañía de camiones
donde aún trabaja y en las diferentes instituciones sociales
donde hizo labores como voluntario. Entre ellas se encuentra la historia
de Marla (Helena Bonham Carter, sin corsé), una chica problemática
que entabla un triángulo amoroso con los dos protagonistas, en
el espacio que le deja su asistencia perfecta a reuniones de un grupo
terapéutico de apoyo. La teoría de Palahniuk es que pelear
por el simple placer de hacerlo, con gente que comparte la misma filosofía,
es mucho más sensato que cualquier otro modo de ventilar la furia:
Es necesario encontrar un espacio durante el día para resolver
el caos personal. Crear una psicosis conveniente y de corta duración,
que sólo exista de cinco a ocho. Se sabe que la furia saldrá
de una manera u otra, porque no tenemos mucho margen para crear nuestra
identidad. Somos entrenados para desear lo que deseamos. ¿Qué
se necesita para romper esta estructura y encontrar un mínimo
de libertad? La respuesta es: hacer las cosas que están prohibidas.
En el caso de la violencia, si puede purgarse en una situación
consensuada, como ocurre en el club, me parece que es una ventaja que
hay que aprovechar.
Dentro de la novela, la enigmática y conflictiva barra de jabón
con el logo del club juega un papel preponderante: Tyler Durden (Brad
Pitt) se gana la vida fabricándolos, en su casa. Era de esperar
que David Fincher que comenzó su carrera haciendo publicidades
para Nike hiciera caso omiso a las críticas y convirtiera
al jabón en el logo de la película, no sólo como
marketing sino como centro simbólico de sus postulados. Palahniuk
dice al respecto: Lo del jabón vino de una amiga mía,
que me enseñó a hacerlo artesanalmente, y me contó
una historia muy interesante sobre sus orígenes. El mito dice
que el jabón nació cuando el agua barrió las piras
de sacrificios humanos y se unió con la grasa derretida de los
cuerpos. Un tiempo después, leí en un diario que el gobierno
canadiense no daba abasto para incinerar la grasa resultante de las
liposucciones practicadas en hospitales. Ahí me di cuenta de
que todo cerraba. Y, aunque Palahniuk no lo dice, hay otro elemento
que convierte al jabón en mecanismo narrativo perfecto: con los
mismos elementos con que se fabrica jabón puede fabricarse una
bomba. Que es, precisamente, lo que termina haciendo Tyler Durden. El
libro es una especulación, dice Palahniuk. Pero estoy
de acuerdo con lo que dijo Hunter S. Thompson sobre los Estados Unidos:
es un país de doscientos millones de vendedores de autos usados,
con todo el dinero necesario para comprar armas y ningún escrúpulo
para matar a cualquiera que los fastidie.
ROMPAN TODO (ESPECIALMENTE EL ESCARABAJO)
La novela me hizo pensar muchas cosas, como que mi generación
se crió con la TV encendida, y que fuimos educados para ser millonarios,
estrellas de rock y todas esas cosas. También me di cuenta de
que nuestra escala devalores fue y sigue siendo dictada en su mayor
parte por la publicidad, como si fuéramos a alcanzar la felicidad
cuando nuestra casa esté amueblada como dictan las revistas de
decoración. Con el paso del tiempo no nos convertimos en millonarios,
ni estrellas de rock ni nada de eso, y necesitamos encontrar alguien
a quien culpar. Es así: nuestra generación es la primera
en tener su crisis de los cuarenta a los veinte. Edward Norton
ha sido el encargado de defender Fight Club frente a los ataques de
los medios, con la cintura que otorga una licenciatura en historia de
Yale y el hecho de ser el nuevo Brando (o el nuevo Hoffman, o el nuevo
De Niro) de Hollywood. Después de su nominación al Oscar
por su primera película La verdad desnuda (donde hacía
un cándido asesino serial que embaucaba a Richard Gere), después
de bailar y hacerse el idiota con Drew Barrymore en Todos dicen te quiero
(la comedia musical de Woody Allen), después de interpretar al
recto abogado que defendía a Larry Flynt en la película
de Milos Forman y volverse skinhead en America X, Norton parece haber
encontrado la horma de su zapato: un papel que puede revertir la imagen
de que su generación la X de la ecuación es
una camada regida por su apatía, su falta de compromiso político
y social y su individualismo recalcitrante. No sólo en la película
sino en su trabajo posterior como vocero de ella. Para Norton, Fight
Club es lisa y llanamente un llamado a las armas. Como tal, está
particularmente orgulloso de la inclusión de una escena que no
estaba en la novela, y que David Fincher decidió agregar debido
a la insistencia de Norton y Pitt, cuando Tyler Durden y el Narrador
destrozan con sendos bates de béisbol uno de esos aerodinámicos
nuevos escarabajos VW. Que es el ejemplo perfecto de la generación
anterior vendiéndonos su cultura juvenil a nosotros.
En la reciente nota de tapa que le dedicó Vanity Fair, Norton
explica las razones de su furiosa prédica: Hay cosas en
la película que nunca había oído decir a nadie
y en las que creo fervientemente. A Brad Pitt le toca una que es especialmente
cierta: He visto algunas de las personas más inteligentes de
mi generación arruinándose la vida en trabajos que odian
para comprar mierda que no necesitan. Fue el primer guión que
leí en mi vida en el que pude sentir un puño cerrado golpeando
la mesa, diciendo Estamos cansados de esto. La influyente revista
Entertainment Weekly destrozó la película: Si Fight
Club quiere propiciar el rechazo al consumismo patético, pierde
a sus potenciales simpatizantes por la mitad. Si, con la vuelta de tuerca
final, pretende sugerir que la anarquía no es la solución
para la furia masculina, el primoroso cuidado que pone Fincher en mostrar
actividades repelentes contradice su propuesta. Y si, como el director
dijo en alguna oportunidad, se supone
que es una comedia, entonces el único chiste es que paguemos
la entrada. Pero, páginas después en el mismo número,
le dio oportunidad a Norton de explicar por qué salió
a poner el pecho a tanto escándalo: Fight Club está
llena de ambivalencias dialécticas. Que Tyler lleve a la práctica
su idea de liberación personal a través de esa concepción
del anarquismo, ¿es negativo en sí? ¿Se volvió
negativo con justa causa? La gente que lo rodeaba y decidió seguirlo
¿perdió su identidad por seguirlo o la había perdido
antes de conocerlo? ¿El Narrador tiene miedo de llegar hasta
el fondo de todo esto? Ni la novela ni la película ofrecen respuestas
fáciles a todas estas preguntas, ni redondean un concepto en
un prolijo paquetito, para que el espectador salga del cine diciendo
Ah, este es el mensaje. Estoy seguro de que no tendríamos películas
que ahora son una parte importantísima de nuestra cultura, como
Taxi Driver o La naranja mecánica, si sus creadores se hubieran
detenido a pensar No, no voy a hacer esto porque puedo ser mal interpretado.
Sabíamos que se corría el riesgo de ser mal interpretados,
pero también sabíamos que esta película podría
ser tan importante para nosotros como lo fue El graduado para los 60.
¿ADIÓS A LAS ARMAS?
Leí la novela mientras editaba Al filo de la muerte y cuando
me preguntaron si me interesaba hacerla, lo único que dije fue
¿Dónde hay que firmar? Pero Fox tenía los derechos
y yo ya había tenido una pésima experiencia con ellos
durante el rodaje de mi primera película, Alien3. Igualmente
me reuní con los ejecutivos y les dije: Esta película
no es Trainspotting. El verdadero acto de rebeldía no es hacerla
con tres millones, sino a lo grande. Me respondieron: Probálo.
Trabajé durante ocho meses con Jim Uhls, el guionista, volví
a reunirme con los tipos y les dije: Con sesenta millones tenemos a
Edward y tenemos a Brad. Arranco desde adentro de la cabeza de Edward
y de ahí piñas, sangre y un avión que vuela en
pedazos, toda esa mierda. Tienen 72 horas para contestar. Dijeron que
sí a las 48.
A pesar de esa propuesta descarada al estudio que le había arruinado
la vida (Preferiría tener cáncer de colon antes
que hacer otra película con los grandes estudios, dijo
hace pocos meses), Fincher tenía, como aparentemente todos los
involucrados en la película, razones personales para hacer Fight
Club: En ciertos momentos de mi vida pensé que, si conseguía
el dinero, entonces podría tener ese sofá y estaría
más cerca de la felicidad. Al leer la novela, no para de decir
¿Cómo sabía este tipo lo que todos estábamos
pensando?. En cuanto al mensaje de la película,
la versión Fincher dice: Aunque la película está
basada en un libro escrito hace cinco años, creo que trata más
sobre la masacre de Littleton de lo que le gustaría reconocer
a muchos. Ahora bien, ¿creo que la gente frustrada debería
volar edificios? No. ¿Me importa si adultos responsables deciden
formar fight clubs en la vida real? No tengo problema. Estoy convencido
de que mi película es responsable con sus contenidos. Lo aterrador
de Littleton es que dos chicos de dieciocho años sean capaces
de decir Voy a entrar ahí y no voy a salir. Que estén
dispuestos a morir por sus frustraciones adolescentes. Y eso es algo
de lo que nadie quiere hablar en este país.