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La vieja dama indigna
POR
ALFREDO GRIECO Y BAVIO
Tal
vez durante el siglo XXI, en el que ella declinó entrar, la escritora
francesa Nathalie Sarraute (nacida Natalia Tcherniak en Ivanova, Rusia,
en 1900) goce de una fama sin equívocos. En éste, ocupó
un lugar en la historia literaria antes que en la literatura. Sus primeros
libros anticiparon, y cerraron de antemano, el movimiento literario más
rutilante de los 50 que alcanzaría su clímax en los 60 (otra
década rutilante): la Nueva Novela, también conocida como
Objetivismo o Escuela de la Mirada. Del mismo modo que la mexicana Elena
Garro condensó todo el realismo mágico latinoamericano,
y evitó sus falsos esplendores, en la novela Recuerdos del Porvenir
(1963).
La muerte de Sarraute el miércoles pasado fue la segunda muerte
del siglo en las letras francesas. La precedió el novelista Julien
Green, que compartirá las fechas entre paréntesis con Sarraute.
Las dos fueron figuras parisinas pero contrastantes: Sarraute, la judía
de Rusia; Green, el católico de Estados Unidos. Los dos pertenecieron
a minorías religiosas primero y, después, una vez que sus
familias vivieron en Francia, a minorías lingüísticas.
La de ambos fue la literatura de aquellos para quienes el idioma de entrecasa
era por definición una lengua extranjera. Frente a tantos cazadores
ocultos y confesionalismo adolescente, la literatura de ellos fue la de
adultos obsesionados por la infancia (precisamente Infancia, publicada
en 1983, es el título desnudo de una autobiografía de Sarraute).
La perfección de esas dos vidas paralelas podría extenderse
al infinito: la heterosexual mujer, el homosexual varón; la vieja
dama del nouveau roman, el novelista de un realismo que no claudica siquiera
ante lo fantástico. Y los dos fueron publicados en vida en la Bibliothèque
de la Pléiade, esa colección de la editorial Gallimard cuyo
catálogo constituye el canon de la literatura francesa.
La Nueva Novela, anunciada como antinovela por Jean-Paul Sartre
en el prólogo al Retrato de un desconocido (1948) de Sarraute,
tuvo como programa una serie de limitaciones, elegidas como claves para
oponerse a las formas que la narrativa de ficción había
desarrollado en el siglo XIX. Las cabezas de esta nueva novela
(Alain Robbe-Grillet, Michel Butor, el premio Nobel Claude Simon y aun
Marguerite Duras) adoptaron a Sarraute como a una madre, o como quien
adopta un hijo. Los neonovelistas renunciaron a lo novelesco, al pintoresquismo,
al localismo que permite fijar la acción en un aquí y un
ahora, a la aventura, al exotismo, a las situaciones narrativas preparadas
que culminan en un desenlace, a la estructura lógica de la peripecia,
al personaje identificable, a competir con el registro civil, a satisfacer
el deseo de evasión. Robbe-Grillet fue el adalid de la escuela,
el que mejor supo convertir los principios en un evangelio portátil.
Todas las Alianzas Francesas del mundo lo admiran: usan sus restricciones
sintácticas para enseñar el presente del indicativo. La
receta de Robbe-Grillet es siempre la misma: una novela policial trucada
con decorados de cartón-piedra y perspectivas engañosas
(callejuelas desiertas, edificios abandonados), con objetos fetiches que
se repiten (maniquíes, grabadores). Un eterno juego de espejos,
donde un instante sucede a otro casi idéntico. Los desplazamientos
minúsculos de la acción ofrecen un desafío a la memoria,
que todo lo deforma en un laberinto donde la última escena parece
superponerse a la primera.
En el ensayo de Sarraute La era del recelo (1956), los alardes de los
neonovelistas encontraron formulado el mejor alegato por la defensa. Pero
esta abogada los había precedido, e iba a ir más lejos.
Cuando Sarraute nacía en 1900, hacía sólo veinte
años que habían muerto Flaubert y Dostoievski. En 1920 se
publicaba El mundo de Guermantes, y Sarraute obtenía su título
en Inglés; en 1925 aparecía el póstumo El proceso
de Franz Kafka, y Sarraute ya terminaba sus estudios de leyes. En 1939
publicaba su primer libro, Tropismos (según la biología,
esos movimientos automáticos del organismo que responden a determinados
estímulos). Era elaño en que aparecía el Finnegans
Wake de James Joyce. En 1941 se suicidaba Virginia Woolf y la judía
Sarraute estaba escondida en la Francia ocupada por los nazis. Estos seis
escritores mencionados habrían de ser la referencia de toda la
vida de Sarraute: ningún otro autor contemporáneo ha sido
tan fiel a un linaje tan reducido. De su escondrijo saldría con
Retrato de un desconocido, el equivalente de Julien Benda con sus Ejercicios
de un enterrado vivo (1944). Todavía le quedaban más de
cincuenta años de escritura. Para muchos críticos, Aquí
es su mejor libro. Se publicó en 1995.
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