Daido
Moriyama, el gran fotógrafo japonés de posguerra
Perro
de la calle
Fanático
de Jack Kerouac, Andy Warhol y las fotos de William Klein, Daido Moriyama
finalmente comienza a ser reconocido en Occidente y en su propio país
como el fotógrafo que mejor retrató las paradojas del
Japón de posguerra. Deliberadamente crudas, llenas de contrastes
y sin sofisticaciones técnicas, sus fotografías merecen
en estos días dos muestras simultáneas en Nueva York y
un culto creciente en todo el mundo.
Por
Martín Pérez
Es
una foto pequeña, apenas una instantánea callejera. Pero
ha hechizado tanto a su autor como a quienes escriben sobre él.
El perro callejero que Daido Moriyama encontró en 1971, mientras
caminaba sacando fotos por las calles de Misawa una localidad
al norte de Honshu, la isla mayor de Japón, en los alrededores
de una base de la fuerza aérea de Estados Unidos, sigue siendo
tres décadas después el paradigma de una obra fotográfica
que reflejó como ninguna otra y casi sin saberlo, como
suele suceder los contrastes del Japón de posguerra, atrapado
entre la pérdida de su identidad, la convivencia con las tropas
norteamericanas, la democratización y un proceso de modernización
que trajo tanta bonanza económica como un inevitable nihilismo.
Cabalgando entre esas encrucijadas, hijo del Japón imperial y
criado durante la Segunda Guerra, Moriyama comenzaba a ser respetado
como fotógrafo profesional cuando se topó con su perro.
Como bien se encarga de recordar el fotógrafo Leo Rufinstein
en una nota para la revista Art In America, la imagen del perro callejero
ha sido una constante artística en el Japón de posguerra.
Ya en 1949, Akira Kurosawa filmó su propio Perro callejero, título
que refería metafóricamente a su protagonista, un joven
carterista sin hogar al cual regresar luego de la guerra. Lo que hay
que tener presente es que, siendo el Japón un país cerrado
casi herméticamente en lo que se refiere a etnias, ni los perros
callejeros ni sus metáforas gozan de ningún tipo de romanticismo
(gaijin, la palabra que usan los japoneses para referirse a los occidentales,
significa perro pálido). Si Occidente guarda un lugar
para reverenciar al paria y al rebelde, Japón los ve simplemente
como desclasados: El bohemio sin hogar, sin familia, sin obligaciones,
sin diplomas y documentos, es un sospechoso incluso para el japonés
más librepensante, escribe Rufinstein.
Por eso es especialmente significativo que Moriyama se haya identificado
con el objeto de su foto: un can potencialmente peligroso o al menos
en guardia permanente, protegido por un áspero pelaje que se
ha convertido en armadura de tanto estar en la calle, y capaz de mirar
directamente a los ojos de quien se atreva a mirarlo, entero a pesar
de su endeblez. Cuando camino por la ciudad sacando fotos nunca
tengo plan previo, ha dicho Moriyama. Soy como un perro:
decido adónde ir por el olor de las cosas. Y cuando estoy cansado,
me detengo y me echo a la sombra. Perro callejero, paria solitario
para la fotografía ideológica de sus contemporáneos
y el realismo social de sus predecesores, el trabajo de Moriyama es
universal en su mirada de lo urbano y profundamente japonés en
su personalidad. Vagabundas y existencialistas, sus fotos homenajean
a sus ídolos -Kerouac, Warhol y Klein y hoy comienzan a
difundirse más allá del pequeño círculo
de los consumidores de cultura japonesa en Occidente, ocupando el lugar
que merecen dentro de la historia de la fotografía contemporánea.
EN EL CAMINO
Nacido
en Ikeda, cerca de Osaka, en 1938, Daido Moriyama siempre ha dicho que
llegó a la fotografía gracias a un amor frustrado. Según
su texto Memorias de un perro: Tenía veinte años
cuando conocí a una joven con la que salí tres meses.
De pronto, sin explicación alguna, ella dejó de llamarme
y comencé a seguirla, hasta que me dijo que dejara de hacerlo,
pues se estaba por casar. La revelación me destruyó, fui
incapaz de seguir realizando mi trabajo como diseñador gráfico.
Como no podía renunciar, comencé a elegir trabajos que
no requirieran dibujo sino fotos, lo que me llevó a concurrir
con asiduidad al estudio fotográfico de Takjei Iwamiya, uno de
los fotógrafos más conocidos del Japón. Con el
tiempo, me fui acostumbrando a la atmósfera de su estudio y comencé
a visitarlo sin ninguna excusa laboral. Las heridas de mi amor no se
habían cerrado, pero mi encuentro con el mundo de la fotografía
me liberó de mi vida como recluso. Con la decisión
de dedicarse a ese nuevo mundo, Moriyama dejó Osaka en 1961 para
probar suerte en los estudios VIVO, de Tokio, cuyos fotógrafos
-tal como escribe Sandra Phillips, curadora del Museo de Arte Moderno
de San Francisco intentaban describir la nueva sociedad
que emergía después de la guerra y el gran cambio de un
país que, después de ser un Estado imperialista derrotado,
estaba constituyéndose en algo nuevo y desconocido. Si
bien VIVO se desmembró justo cuando Moriyama llegaba a Tokio,
tuvo la suerte de ser tomado como ayudante por uno de sus miembros,
Eikoh Hosoe, el primer fotógrafo japonés de su generación
en obtener reconocimiento internacional. Hosoe es el autor de la famosa
serie de imágenes de Yukio Mishima, en que el escritor aparece
con el torso desnudo y repitiendo la equívoca pose renacentista
de San Sebastián atravesado por las flechas. Durante mi
adolescencia fui un ávido lector de Mishima. Por eso, cuando
me tocó asistir a Hosoe durante esas sesiones, en una época
en que Mishima ya era una verdadera estrella, quedé sumamente
impresionado.
Cuando
Hosoe se fue a vivir a Europa, Moriyama comenzó su carrera, primero
publicando sus fotografías en la revista Camera Mainichi desde
instantáneas de los marineros de la base norteamericana de Yokosuka
hasta ensayos fotográficos sobre las autopistas de Tokio
y luego sumándose a la efímera pero influyente revista
Provoke, en la que editó sus primeros trabajos de desnudos y
relecturas de fotos de accidentes. Durante sus comienzos fue fundamental
el descubrimiento del libro Nueva York, el contundente libro urbano
del fotógrafo norteamericano William Klein, tanto como lo fue,
en esta segunda época, la obra de Andy Warhol. Si Moriyama descubrió
en los 60 su propio camino dentro de la efervescencia cultural
de la época en la que el escritor Kenzaburo Oé representa
la alternativa humanista y Mishima el camino sin salida del nihilismo
de derecha, durante los 70 supo perderse en su propio mundo
de experimentación fotográfica y excesos personales, dejando
en el camino los retazos de su credo fotográfico en sus libros
Hunter (Cazador, dedicado a Jack Kerouac), Farewell Photography
(Adiós fotografía) o Tales of Tono (Historias
de Tono, título de un legendario libro de leyendas japonesas
contemporáneas). Luego de abandonar la fotografía durante
gran parte de los 80, Moriyama ha experimentado un regreso al
medio en los últimos años, pero es el romanticismo de
su vida y especialmente la calidad de sus fotos lo que lo
ha transformado en leyenda, y es esa leyenda la que hoy viaja por el
mundo.
UN JAPONES EN NUEVA YORK
De
las dos muestras que actualmente pueden verse en esa ciudad, la más
compacta es Hunter, que se exhibe en una sala del pabellón contemporáneo
del Metropolitan. Allí se agrupan las fotos más famosas
de Moriyama, incluyendo su perro callejero, las prostitutas huyendo
de su lente, soldados japoneses decididamente inertes, e instantáneas
de un mundo hostil pero decididamente propio. En el prólogo de
la edición original, Tadanori Yokoo escribe: Estas fotos
provienen del punto de vista de un voyeur o un violador. Su mirada,
desde la ventana de un auto en movimiento o desde las sombras, es la
de un criminal: la obra de alguien que habla sin mirar a la gente a
los ojos.Pero desde el punto de vista de un lego en la materia,
lo que más impresiona de semejante conjunto es la consonancia
de esa mirada con la de sus contemporáneos occidentales. En Moriyama
es posible ver esa decadencia tantas veces encapsulada en las canciones
de Lou Reed o las películas de Warhol. Si, como escribe Philips,
lo norteamericano representa para Moriyama no sólo lo exótico
sino también una libertad y una energía que él
asocia con la modernidad, es impresionante la captación de la
decadencia y oscuridad asociada con esa modernidad.
Donde
la muestra del Metropolitan es compacta, la retrospectiva presentada
por The Japan Society tiene la contundencia y la vitalidad delo panorámico,
ya que presenta por primera vez ante el mundo occidental el trabajo
integral de Moriyama, desde su primera época, pasando por los
experimentos de Farewell Photography, la reinvención de sus últimos
y enormes trabajos en Osaka y la instalación Polaroid, Polaroid.
Mis fotos son generalmente fuera de foco, crudas, sucias. Pero
si uno se pone a pensar, un ser humano normal puede percibir en un solo
día un infinito número de imágenes, y aunque algunas
están en foco, la mayoría apenas se alcanzan a ver con
el rabillo del ojo. No es que quiera excusarme; es que sospecho que
ésa es la estructura subterránea y el origen crucial de
mi estilo fotográfico. Llenas de vida, propia y ajena,
decadentes y redentoras, las fotos de Moriyama compiladas en el
flamante libro Daido Moriyama: Stray Dog, del Museo de Arte Moderno
de San Francisco son fascinantes no por exóticas ni avant-garde,
sino por cotidianas en sus obsesiones y contemporáneas incluso
a la distancia. Si la fascinación y mimetismo de la cultura popular
japonesa en los últimos tiempos ha recibido un reverente revisionismo
desde Occidente hacia sus estrellas tanto en el cine, el manga, el anime
y hasta en la música pop, era hora de que la fotografía
japonesa recibiese el mismo tratamiento. Que el elegido sea Moriyama
es simplemente un acto de justicia a un artista excepcional.
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