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Melero deja
descansar a las máquinas
La
mente, ese lugar tan aburrido
Con
la colaboración de Diego Vainer, Daniel Melero repasa en Piano
las mejores canciones de su carrera en un formato nuevo para él:
piano y voz. Luego de quince años de ser despectivamente considerado
un tecno, el ex líder de Los Encargados da la espalda al género
en su momento de mayor aceptación. ¿Evolución, excentricidad
o impulso autodestructivo? Melero responde.
POR HERNAN FERREIROS
Ex
líder de Los Encargados, cerebro detrás de Orquesta (1984),
el disco de Carlos Cutaia que inauguró el tecnopop argentino, autor
de media docena de discos solistas que van desde la experimentación
sonora (Operación escuchar) a la canción pop (Conga), Daniel
Melero se presentó una decena de veces a lo largo del año
pasado en locales nocturnos de Buenos Aires interpretando canciones de
todos sus discos, acompañado tan sólo por el piano de Diego
Vainer. Aunque las nuevas versiones estaban pensadas únicamente
para esas actuaciones, la insistencia de varios amigos lo llevó
a grabar un disco, editado primero en Chile y luego en España.
Tras casi un año de dilaciones, en estos días llega Piano
a las disquerías locales, de la mano de Ultrapop, un sello discográfico
que se estrena con este CD.
¿Por qué eligió recrear viejos temas y no componer
nuevos?
En realidad también hice temas nuevos, lo que ocurre es que
empezarán a ver la luz en los próximos meses. El acercamiento
a estas canciones es tan distinto de las originales que en ningún
momento vi este disco como una vuelta al pasado. Juega con la memoria,
claro, pero me pareció un gesto interesante en este momento de
supuesto furor tecno, aprovechar para escapar por la tangente. Y el piano
me resultó una muy buena salida. También era una buena manera
de presentarme en el extranjero.
¿Es, a su manera, un disco de grandes éxitos?
No fue la idea. El impulso principal fue verme seducido por el sonido
del piano. Cuando empecé a trabajar con Vainer en Dejaré
que el tiempo me alcance (un tema nuevo editado paralelamente a
Piano, en un EP con cuatro remixes), descubrí fascinado lo bien
que Diego tocaba el piano acústico. Durante mucho tiempo creí
que la potencia de mis canciones estaba en el tratamiento sonoro. Cuando
las redujimos a su esencia, a los acordes del piano y la voz, las canciones
mostraron una fuerza que antes no tenían. No sólo dicen
mucho más claramente lo que quisieron decir: dicen otras cosas.
¿Qué ganaron en estas nuevas versiones?
En el momento en que hice la mayor parte de estos temas era un inepto
musical: se me hacía más fácil desembocar en algo
amorfo, experimental. Pero aprender a construir canciones
fue el verdadero experimento. Ahora mucha gente me habla de mis letras,
cosa que antes no pasaba. Además, creo que en Piano por primera
vez me convierto en un cantante. Con los años fui aprendiendo a
ir hacia donde la música me lleva.
¿Se puede ver este disco como una forma de sumarse a los unplugged?
Veía ese problema, sí. Pero me parece que hasta los
unplugged son más rimbombantes que este disco. De hecho, los unplugged
no se realizan con un solo instrumento. Piano es una reducción
mucho mayor. En cierto sentido me llevó a un extremo. Y, al mismo
tiempo, me otorgó mucha libertad, sobre todo porque me dejó
listo para reaccionar: lo primero que me pasó, después de
terminar Piano, fue descubrir Internet y empezar a hacer música
con mi computadora. Ya no uso teclados sino el mouse para componer y tocar,
que es como el opuesto exacto de este disco.
¿Por qué decidió no aprovechar el momento para
sacar un disco electrónico?
Creo que, si me hubiera montado al furor del tecno (que no es tal,
porque no se refleja en las ventas de discos), hubiera sido mi fin. Me
interesa estar corrido del centro. Y esto, que puede parecer contraproducente
para alguien que vive de hacer música, me ha permitido tener una
trayectoria mucho más larga de la que suponía. Yo nunca
me considere un músico de tecno. Siempre fui un rockero. Cuando
empecé me parecía que tocar con máquinas era lo más
rockero que podía hacer. Soy un producto de una época en
que la música era sólo una parte del rock. El rock también
era los libros que leías, las películas que veías,
la vida que llevabas. Hoy, me parece que el rock no es más que
una música que la gente consume. En este momento, la actitud más
rockera la veo en Internet.
¿Qué es, para usted, una actitud rockera?
Para empezar, es una actitud excéntrica: no está en
el centro del sistema, pero utiliza resortes del sistema. También
es anárquica: no sabe bien para dónde va, no persigue un
fin concreto; tiene más que ver con la mutación continua.
Me parece que, hoy, el lugar más parecido a eso es Internet. No
la Web, que es básicamente un conglomerado comercial donde se venden
todo tipo de productos, sino esa especie de circuito como de radioaficionados,
que tiene que ver con la comunicación de máquina a máquina
intercambiando información, y pertenece a canales ajenos a la Web.
¿De qué manera influyó Internet en su producción
como músico?
De muchísimas maneras. Por ejemplo, ahora trabajo exclusivamente
con instrumentos bajados de la red, que no sólo sirven para hacer
música sino también para posproducirla. Tengo un amigo japonés
que se llama Okotu que cada dos meses me manda por e-mail un nuevo sintetizador
virtual diseñado por él. Si bien es cierto que muchos de
estos instrumentos virtuales reproducen otros reales del pasado, hay muchos
más que son modificaciones de los usuarios para crear sonidos nuevos.
Existen grupos como Sintesi del Suono, del que formo parte, que se dedican
a crear sonidos e intercambiarlos por la red. De modo que mi trabajo con
los instrumentos disponibles en Internet va evolucionando. Al comienzo
los usaba exclusivamente para presentarme en vivo. La idea de hacer un
disco con ellos no me parecía para nada interesante.
Se dice del tecno que, al estar todo programado, no tiene sentido como
performance.
Mis performances con instrumentos bajados de Internet tienen mucho
de teatral, con la posibilidad de componer en el momento de la actuación.
Esto era justamente lo que no podía volcar en un disco. Ahora decidí
usar estos instrumentos para componer canciones aprovechando sus infinitas
posibilidades. Trabajo sin limitaciones sonoras dentro de los límites
de la canción. Lo que pretendo es que no se note el procedimiento,
que haya experimentación dentro de una canción en su forma
más pura. Cuando presente estas canciones en vivo, también
va a ser al revés de lo habitual: la voz va a estar grabada, el
cantante grabado en video y yo voy a manipular eso en vivo. Porque la
verdad es que la idea de dejar la computadora andando sola mientras yo
canto me parece horrible.
¿En qué consiste su proyecto de canciones pseudoacústicas?
Una vez más es una reacción: es la contracara de este
disco del que estamos hablando. Una serie de canciones pop que estoy grabando
con producción de Enrique Londaits, en las que usamos samplers
de la peor manera posible: para reproducir los instrumentos que no podemos
tener por razones de costos. Me interesa la posibilidad de que los opuestos
existan sin conflicto. Aunque son dos discos de canciones, van a ser muy
diferentes. Y también estoy trabajando en otro disco (ya está
terminado en realidad) que es una banda sonora para El gabinete del doctor
Caligari. Apenas podamos solucionar unos problemas técnicos va
a salir junto con la película, en un CD Rom.
En sus canciones habla de su deseo de achicarse hasta desaparecer.
Pero parece que está realizando el movimiento contrario.
Sí, y me preocupa poco expandirme con elementos míos
o de otros. Soy como un nodo en un entramado neural. Antes me limitaba
a mis ideas. Ahora mi pensamiento me resulta cada vez menos interesante.
La mente es un lugar muy aburrido. Prefiero saber qué piensa la
gente que me rodea y trabajar sobre sus ideas. Es una forma de seguir
experimentando.
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