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Pacho O’Donnell, de la literatura a la política, y de la política a la historia

La tregua

Fue el hombre fuerte de la cultura oficial, de los radicales primero y de los menemistas después. Psicoanalista y escritor, sus explicaciones para analizar su multifacética actividad nunca son simples. Hace dos años abandonó los cargos públicos y se retiró a leer y escribir. Y, si bien acaba de publicar El rey blanco, un anecdotario sobre los tiempos de la conquista de América, se sigue reuniendo con Menem para monitorear cómo sigue la historia.

POR CLAUDIO ZEIGER

Cuando poco más de dos años atrás Pacho O’Donnell dejó el cargo de secretario de Cultura de la Nación, juró que iba a dedicarse a sus dos actividades favoritas: “Irme a casa a leer y terminar dos libros que tengo pendientes”, dijo en ese momento. La promesa se cumplió con creces (los dos libros se transformaron en tres), aunque hay que decir que la política no desapareció del todo de su vida. Después de renunciar al cargo en Cultura, se hizo tiempo para pasar por el Senado en 1998 y enfrascarse en la dura interna del peronismo de la Capital. Pacho sostiene hasta hoy que las elecciones que dieron el triunfo a Raúl Granillo Ocampo fueron irregulares y que la reciente catástrofe del peronismo porteño en las últimas elecciones se remonta a aquella cruda interna. “No creo que la política sea especialmente una fuente de placer. Más bien creo lo contrario: al menos a mí me dio mucho sufrimiento. Pero igual valoro mucho la intensidad de la política”, dice hoy.
Hoy Pacho lee y escribe en su casa. Es un fanático de la historia argentina y americana, pasión que según cuenta encontró su cauce cuando fue embajador en Bolivia entre 1992 y 1994. De esa pasión cultivada en las tierras que alguna vez fueron el Alto Perú, salieron todos los libros de tema histórico que ha escrito O’Donnell hasta el momento: Juana Azurduy (1994); Monteagudo, la pasión revolucionaria (1995); El grito sagrado (1997); El águila guerrera (1998) y una flamante entrega de más anécdotas sabrosas de la historia, titulada El rey blanco. Para ser precisos, éste es el primero de los tres libros concebidos en su retiro de la vida pública. Los otros dos aún no han sido terminados ni publicados: Pacho está enfrascado en una historia argentina sistemática y en otro texto que, confiesa, le fue inspirado por los esplendores y las miserias de la política. “Esa interna de la Capital fue una experiencia muy fuerte donde conocí las mayores lealtades y las mayores traiciones. Y, como el arte es finalmente el intento de elaborar situaciones difíciles, me inspiró un ensayo que estoy escribiendo ahora”.

AMANTES FOGOSOS
Si de política se trata, Pacho será sin duda recordado por sus gestiones culturales, que tuvieron la particularidad de desplegarse primero bajo un gobierno radical (fue secretario de la Municipalidad de Buenos Aires bajo la gestión de Alfonsín) y después con el peronismo. La mecha se encendió cuando, al asumir Menem en 1989, Pacho fue como agregado cultural a la embajada argentina en España, convirtiéndose en el primer diplomático menemista que provenía de las filas del radicalismo. Por supuesto, eso provocó una tormenta en el partido que aún lo contaba como afiliado. La reincidencia en el asunto (embajador en Panamá y luego en Bolivia, secretario de Cultura de la Nación desde 1994, senador en 1998, y desde entonces miembro “comodín” del entorno de Carlos Menem) lo terminó expulsando de la UCR. Cuando se le pregunta si, ahora que los radicales están a punto de volver al gobierno, podrían llegar a perdonarlo, Pacho no deja de observar que no fue el único en pasar de un lado a otro en estos años. “Si usted se refiere a los cambios de partido... bueno: Chacho Alvarez pasó del peronismo a otro partido, y lo mismo hicieron Cavallo o Beliz. A mí no me parece mal que hayan cambiado de partido si en cierto momento se sintieron mejor representados en otro espacio. Yo cambié de esposa, cambié de casa. Uno puede decidir que, para seguir siendo uno mismo, tiene que cambiar”. Ahora que sus dos libros están encaminados, quizá se acerca el momento de volver a la arena pública. “La política es una amante fogosa que de vez en cuando me llama”, dice con una metáfora pulposa. “Esta mañana, sin ir más lejos, tuvimos una reunión en Casa de Gobierno con el presidente Menem y los más altos dirigentes de Capital, viendo cómo se arreglaba este zafarrancho de que una lista oficial no haya sacado ni el nueve por ciento de los votos...”.

HISTORIAS DE LA HISTORIA
Los últimos tres libros de O’Donnell pertenecen al género “anécdotas de la historia”, fragmentos reconstruidos a partir de documentos varios de época y que, por su potencia, brevedad o simplemente ausencia en la historia oficial, vendrían a revelar las facetas ocultas de los personajes que precisamente hicieron la historia. Son libros amenos y legibles, plagados de nombres que resuenan en los oídos con un déjà-vu a aulas escolares y que ofrecen el encanto de volver a situarnos en los momentos candentes en los que la historia se estaba haciendo. “Hace mucho tiempo que lo que más me gusta es leer historia de una manera poco ortodoxa, que podría ejemplificar con la figura de un pescador: leo muy rápido, peino las aguas buscando pescar aquellas cosas de la historia que en general no se leen o no se conocen. A veces corto los libros (cuando no son prestados), o los fotocopio y acumulo recortes. Más que hacer un archivo, simplemente voy juntando”. Esta última entrega de La historia argentina que no nos contaron (como se denomina la serie) es El rey blanco: un anecdotario de los tiempos del descubrimiento y la conquista de América. Sus protagonistas son navegantes, reyes, indios, piratas, religiosos, contrabandistas. El “rey blanco” del título es una de las tantas anécdotas de la historia no oficial, pero especialmente significativa para explicar el destino argentino. Pacho la cuenta así: “La leyenda surge de una de las tantas expediciones fracasadas a nuestro territorio, la de Solís. Un tripulante llamado Alejo García se enteró por los indígenas de un monarca tan adornado de plata que lo llamaban el rey blanco. Seguramente es una mitificación deformada de las minas de Potosí. A partir de entonces se establece una leyenda que impregna absolutamente nuestra identidad: nos llamamos República Argentina por esta leyenda, y también de ahí viene el nombre del río de la Plata y hasta la moneda de cambio (al dinero se le dice la plata). El rey blanco siempre fue una figura fascinante para los conquistadores, y además, está el detalle de que fue una epopeya fracasada, porque era prácticamente imposible llegar a las minas de Potosí desde el Atlántico”.
A pesar de tener un rico anecdotario a mano, Pacho dice que siempre se negó a hacer “novela histórica”, un género muy de moda en estos tiempos. “Nuestra historia es de una imaginación extraordinaria, cuasi delirante. Y muchas novelas históricas que están saliendo ahora se construyen a partir de unos pocos datos y desvaídos trazos de color pintoresco. Si esos escritores hubieran tenido el interés o la obstinación de investigar, seguramente se habrían encontrado con historias mucho más narrativas que las que cualquier novelista pueda imaginar”. Como embajador argentino en Bolivia pudo encauzar su vocación por ese rumbo: “Descubrí mucho material apasionante y muy desconocido para nosotros, en los historiadores altoperuanos y bolivianos. Nuestra gesta de independencia también era la de ellos. Sin ir más lejos, Cornelio Saavedra era potosino. Ahí realmente empezó mi deslumbramiento por lo desconocido de la historia”. Psicoanalista al fin, Pacho no puede evitar una explicación más compleja:
“De alguna manera tiene que ver con mi personalidad y con mi formación. Para mí, lo aparente siempre ha sido lo menos interesante, quizás por venir de una familia de la alta burguesía donde lo aparente era siempre lo más tramposo. Yo siempre creí que la manera de descubrirme a mí mismo era encontrar lo verdadero detrás de lo aparente”.

EL PRESENTE DICE PRESENTE
Es historia tan reciente que ni siquiera es historia sino política. Si uno tiene enfrente a Pacho O’Donnell, aunque se esté hablando de historias tan antiguas, es una tentación ineludible preguntarle por el reciente resultado electoral que puso a los radicales en lo alto y a su gran pasión política de estos años (el presidente Menem) a un costado. “Sin dudas De la Rúa llevó mejor la campaña que Duhalde. Creo que Duhalde cometió un gran error al tratar de aparecer como una alternativa frente a Menem. En los tramos finales peronizó mucho la campaña. Dos días antes del cierrehubo una propaganda con la marcha Los muchachos peronistas, pero ni siquiera cantada por Hugo del Carril sino por Nacha Guevara. Y hoy nadie puede ganar una elección sin captar el voto independiente y fluctuante. De la Rúa me parece una buena persona, y aprecio mucho a Rodolfo Terragno y Chacho Alvarez, así que espero que hagan un buen gobierno. Hace pocos días un periodista dijo que el voto expresaba la esperanza de que también se puede vivir haciendo la plancha. Creo que el voto a De la Rúa responde a la esperanza de que el nuestro pueda ser un país tranquilo, gobernado por un hombre moderado”. Para rubricar su adhesión a Menem, aun alejado de los cargos y a punto de que el propio Menem abandone la presidencia, O’Donnell dice enorgullecerse de haber escrito el prólogo a las memorias del mandatario, Universos de mi tiempo. “Allí está mi opinión sobre Menem para los tiempos que vienen. Yo me siento muy consustanciado con su gobierno, y no sólo con sus aciertos sino con sus errores también. El tiempo va a recuperar al gobierno de Menem como un período importante. Ninguno de nosotros puede negar que la Argentina de hoy es muy distinta a la de hace diez años. O, mejor dicho, a la de diez años y seis meses. Porque hay que recordar que él tuvo que tomar el gobierno anticipadamente. Nadie puede negarle esa vocación de conducción. Yo realmente aprecio mucho que Menem sea un conductor”.

UN TERAPEUTA AHI
Si el hecho de que un escritor haga política en forma concreta y terrenal (cargos, internas, etc.) es de por sí una forma de heterodoxia, Pacho contiene una arista más en su carácter multifacético. Cultivó, sin ir más lejos, otra conocida heterodoxia en el campo intelectual argentino: la de los psicoanalistas que se dedicaron al arte. O’Donnell hace un balance crítico, pero también positivo de ese estar en varios lados al mismo tiempo: “Ser terapeuta es un trabajo muy impregnante, para uno y para tu interlocutor también. A punto tal que cuando empecé a publicar solían decir: un psicoanalista estrena una obra de teatro. Yo recuerdo que le decía a Haroldo Conti, ¿por qué a vos no te joden con eso?, ¿por qué no dicen un profesor de latín ganó el premio Fabril? Tan es así que cuando escribía ficción o teatro, había una sobreactuación de mi parte, en el sentido de que trataba de no psicologizar nada. Ahora puedo ver todo esto más serenamente. Cuando uno es psicoanalista, creo que tiene la posibilidad de escuchar y de entender más profundamente. Y me da la impresión de que, en este momento, la sociedad argentina se está psicoanalizando muy poco. En parte es culpa de los propios psicoanalistas. Cuando usted le pregunta algo a un psicoanalista, le suele contestar cosas que sólo puede entender un colega. Hay muchos psicoanalistas que no pueden dejar de hablar en código tribal. Creo que por muchos motivos, inclusive la crisis económica de los propios profesionales, la formación ha perdido seriedad. Antes no podíamos considerarnos profesionales si no teníamos nuestras propias sesiones individuales. Hoy hay terapeutas que nunca en su vida se han psicoanalizado. De todos modos creo que un buen psicoanálisis sigue siendo algo bueno para todos... y les vendría muy bien a los políticos”.

EL ABANDONO
Hace muchos años que Pacho no escribe ficción. Su última novela, Doña Leonor, los rusos y los yanquis es de 1981. Su carrera literaria había comenzado en 1975 con un libro de cuentos que fue bastante escandaloso en aquellos años, comenzando por el título: La seducción de la hija del portero. Como sucede con otros temas, Pacho tiene varias explicaciones para un mismo hecho. En principio dice: “Dejé la ficción por autocrítica, y por el convencimiento de que la historia argentina es mucho más imaginativa de lo que se pueda plantear en una novela histórica”. Y luego aparece nuevamente la sombra del psicoanálisis: “Hay una comprobación empírica: cuando yo dejé de atender pacientes, dejé también de escribirficción. La primera explicación sería que, al dejar la práctica clínica, yo me empobrecí en cuanto a la experiencia de la riqueza humana. El trabajo del psicoanalista es extraordinariamente enriquecedor en lo que hace a las sutilezas, a las respiraciones de lo humano. Ser psicoanalista y al mismo tiempo meterse en el arte implicaba un acto de coraje, porque se corría el riesgo de ser marginado de la comunidad psicoanalítica. También es difícil que entre los artistas se reconozca a quienes provienen del psicoanálisis. Creo que entonces me fui bandeando entre una cosa y otra. Alguna vez todos fantaseamos sobre nuestro epitafio, y yo creo que el mío diría: Alguien que buscó. No encontró, pero buscó. En el fondo es una actitud que surge de un estupor muy profundo ante la vida, de haber tenido desde muy chiquito la sensación de lo arbitrario. Como si fuéramos la creación de un dios loco. O un dios que dejó las cosas por la mitad”.

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