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Homero Alsina
Thevenet
Manual de
estilo oriental
Fue
uno de los descubridores de Bergman en el Festival de Punta del Este en
1952. Había comenzado a los catorce años, en 1937, apabullando
al jurado de un concurso radial y desde ese momento ya no dejó
de hablar y escribir sobre cine. Fue buen amigo de Onetti (quien le dedicó
el cuento Bienvenido, Bob). En estos días publica en
De La Flor Nuevas Crónicas de Cine, su libro número veinte,
y sigue dirigiendo el excelente suplemento cultural del diario El País
de Montevideo. Homero Alsina Thevenet (o HAT, o el hombre llamado sombrero)
habla con Radar y dicta cátedra.
Por DOLORES GRAÑA
Homero
Alsina Thevenet es un hombre con ideas claras y una vocación didáctica
infatigable, impostergable e indómita. Expone, ejemplifica, corrige,
argumenta y perdona o no, sin demostrar en ningún momento
el mítico malhumor que se le atribuye. Es fácil descubrir,
sin embargo, que no le divierten en lo más mínimo las boutades
entusiastas, el exhibicionismo confesional, las vueltas innecesarias y
posar para las fotos. Para evitar caer en alguno de esos apartados, mejor
dejar que HAT que sabe de lo que habla y habla de lo que sabe
se acomode en su escritorio de El País Cultural, prenda el primero
de muchos cigarrillos y comience a desgranar un pequeño decálogo
de su vida en las películas y de las películas en su vida,
con fragmentos tomados de Memoria solicitada, el apartado autobiográfico
(pese a mis protestas de que a nadie le haría falta saberlo)
de su nuevo libro-manual-oráculo Nuevas Crónicas del Cine,
que reúne sus piezas cinematográficas de 1989 a 1996 y que
ganó el Premio de Ensayo del Ministerio de Educación uruguayo
en 1997.
1. LOS CRITICOS
SE EQUIVOCAN
(Debo a una bicicleta el comienzo de una carrera como crítico de
cine. En una noche de 1933 o 1934, Montevideo tuvo un apagón que
abarcó a toda la ciudad. Los niños del barrio armaron una
hermosa fogata. Con mis 11 años quise participar de esa moderada
fiesta. Un ciclista imprudente se tiró calle abajo, me atropelló
en la oscuridad y pasó sobre mi clavícula izquierda. Salí
del hospital Pedro Visca con un brazo enyesado y un corsé enterizo
que lo sostenía. Por iniciativa de mi padre mejoré aquel
yeso con un carnet de libre entrada al cine Latino. De ese carnet abusé.
En 1936, el cine Metro auspició un concurso sobre Motín
a bordo en un programa sobre cine que se transmitía por CX 28 Edison.
El concurso sólo pedía listas de películas en que
hubieran actuado Charles Laughton, Clark Gable y Franchot Tone. Entre
la memoria y la ayuda ajena, gané el concurso. Recibí vales
para el cine y entré en el programa. Era el niño prodigio
de pantalón corto, que fingía haber visto todo y que recitaba
y opinaba con una seguridad insoportable. Por suerte, la radio no deja
rastros.)
Con toda sinceridad digo que, desde el año 37 cuando
empecé, con pantalón corto hasta el año 57,
pede haber escrito muchas macanas. De ese año a esta parte estoy
más tranquilo. De a poco uno va juntando la prosa, y después
se hace profesional. Mis notas iniciales eran bastante chambonas. Cometía
errores de evaluación de películas de lo bueno y lo
malo de ellas, y sobre todo errores periodísticos, como hacer
notas demasiado largas sobre algo que no valía la pena. La juvenilia,
que le dicen. Lo digo en el libro: en la juventud se desprecian algunas
películas, se valoran otras con exceso, se escriben razonamientos
que da lástima leer años después. Pero lo mismo ocurre
con las novias.
2. VER PELICULAS NO ALCANZA
(Un día de 1936, mi padre y yo tropezamos con Arturo Despouey,
que era un personaje fascinante hasta en su apariencia de rebuscada elegancia.
Le dije mi dedicación a la revista que él había iniciado
y él me contestó de inmediato que un joven que gana concursos
debería ayudar a hacerla. Me pusieron a cargo de un Consultorio
Cinematográfico, para contestar preguntas de lectores. Más
de una vez debí rellenar la columna semanal con respuestas a cartas
inexistentes, pero ésas eran mentiras piadosas, que a nadie perjudicaban
y que repartían información a todo lector. Después
debuté con una crónica sobre La casa de las mil luces, con
Rosita Moreno, en un texto que no quisiera leer hoy.)
Yo no tengo un estilo. Procuro ser lo más directo posible,
trato de poner en el primer párrafo de qué se trata todo
el asunto. Eso se aplica para cualquier tipo de artículo: si en
las primeras ocho líneas no te enterás de qué va
el tema, el lector se te va. Y los lectores que se van, no vuelven. En
consecuencia, hay que atraparlo. Hacer una crítica supone decir
lo principal en las primeras ocho líneas: si empezás con
la vaguedad o con la cosa histérica de ya en 1922 se había
dicho, el lector piensa: Paremos un poco, ¿qué están
comentando? Adjetivar es lo más fácil del mundo, pero la
buena prosa es nombres y verbos. Y no sólo lo digo yo, lo dice
García Márquez. La crítica debe ser un puente entre
la película o el fenómeno cinematográfico y el lector/espectador.
Es decir, ayudar a comprender. Un señor que te dice la película
maneja tales y tales elementos y se destaca en tal momento por tal símbolo
o tal fotografía, está enseñando a ver. Pero enseñar
a ver supone algo más que sentarse en la butaca: supone años
de ver cine, de todos los géneros. Hay que ver western, comedia,
melodramas, policiales, cine sueco, cine italiano, cine americano, cine
francés y saber un poco de todo. Y además hay que saber
escribir, que ya es otra cosa.
3. CONOCER
A ONETTI AYUDA
(La fluidez en la prosa es una virtud que más de una vez admiré
como dote natural en Despouey, en Alfaro, en Antonio Larreta, y que es
difícil combinar con la colocación de todos los datos necesarios.
En 1988, una colega argentina, empeñada en el tema, me preguntó
si se podía leer a algún maestro del estilo fluido y, aunque
la respuesta obvia era Marcel Proust, le contesté con una zafaduría:
Hay uno. Está lejos y está cerca. Se llama Wolfgang Amadeus
Mozart. Ella se rió, pero mi respuesta era correcta. Sólo
que con eso se nace. En su defecto, hay que trabajar mucho. Ya Onetti
señaló que la única manera de aprender a escribir
es escribir.)
Yo tenía 16, 17 años cuando salió Marcha. Me
acerqué por ahí no sé con qué contactos y
conocí a Onetti, que vivía en el fondo de la redacción,
en la calle Rincón, con una mujer que no quiero ni podría
identificar. Yo estaba como voluntario, corrigiendo pruebas, y entablé
una amistad con Onetti bastante peculiar, porque él no era un hombre
demasiado dado a la amistad. Era muy humilde y muy sincero, jamás
gritaba, jamás rezongaba, jamás daba instrucciones. Pero
sabía preguntar: en media hora de conversación con Onetti
él sabía tu vida, milagros y carácter con una velocidad
que podías envidiar. Y odiar. Varios de nosotros ayudamos a vender
El pozo por centavos a la gente conocida. Lo que en cierto modo ratificó
nuestra amistad se dio cuando fui a Buenos Aires en el 43 y Onetti
fue nombrado secretario de redacción de la agencia Reuters allá.
Durante unos meses nos vimos casi todos los días, porque trabajábamos
a una cuadra. Y pasaron muchas cosas: yo estaba en Reuters de casualidad
el 6 de junio del 44, cuando llegó el telegrama que informaba
de la invasión de Normandía. Fui una de las primeras personas
en Buenos Aires que se enteró. A mediados de año, tuve un
problema de salud, tuve que venir a Montevideo y dejé de ver a
Onetti. Y ocurrió algo espantoso: mi ex mujer se casó con
el hijo de Onetti. De ahí viene el famoso chiste: si yo soy amigo
de Onetti y mi ex se casa con el hijo de mi amigo, ¿qué
vengo a ser yo de Onetti? La respuesta es: admirador.
4. EL CINE
ES UN NEGOCIO
(A mis quince años, la enseñanza fue dándome el panorama
del cine como un fenómeno complejo, que combina arte e industria,
vocaciones con intereses creados, no ya en una persona sino en la prolongación
a empresas productoras, distribuidores del material, circuitos de exhibición,
a menudo la variada censura.)
El sistema de producción cinematográfico me preocupa,
porque suele ser la explicación de todo. El sistema de producción
define hasta qué punto le dan libertad a un director, si puede
ser considerado independiente o no. Si no sabemos eso, no sabemos nada.
No se puede explicar a Von Stroheim y su fracaso si no explicamos su padecimiento
con los productores. En Latinoamérica, por ejemplo, el problema
del sistema de producción se traslada al sistema de distribución:
en Buenos Aires y en Montevideo no conocemos el cine de Colombia, el de
Perú, conocemos muy poco del cine de Brasil y viceversa. En Uruguay
se hace cine modestamente, pero no llega ni a Buenos Aires. Si no hay
un acuerdo entre países para distribuir las películas de
un lado a otro una derivación del Mercosur quizá
no va a haber un mercado. Y si no hay un mercado no va a haber buenas
películas o bastantes películas. Una de las raíces
del prestigio del cine norteamericano es que supo extenderse en épocas
propicias. Al extenderse ganó público. Y al ganar público
tuvo la potencia comercial de poder seguir haciendo cine. ¿Cuál
es la fórmula para hacer cine independiente entonces? ¿Hacerlo
y después pasar la película en casa? Es como hacer poesía
y guardarla en un cajón.
5. ALGUNOS
CRITICOS SE EQUIVOCAN MAS QUE OTROS
(En la década del cincuenta, cuando algunos críticos franceses
lanzaron la aventurada teoría del autor cinematográfico,
mi desconfianza fue instantánea. Para remedar una frase ajena,
diría que una teoría tan fácil y tan fácilmente
aceptada tenía que ser necesariamente falsa.)
Existe el cine de autor, pero depende de qué autor estamos
hablando. El cine de autor supone Visconti, supone Kurosawa, supone Fellini,
supone Antonioni. Pero cuando vamos hacia Hollywood, vemos a los franceses
entusiasmados con directores norteamericanos de segundo orden a quienes
les atribuyen todas las responsabilidades de sus películas. Y están
negando (o queriendo negar) la existencia de libretistas, productores,
etcétera. Pero a mí no me sirve ninguna teoría que
procure generalizar y explicar todo el cine: es no darse cuenta de su
complejidad. ¿Quién es el autor de Lo que el viento se llevó?
¿El director Victor Fleming? No, señor: un productor llamado
David O. Selznick que, desde que salió la novela hasta el último
momento, decidió absolutamente todo, incluyendo la contratación
y despido de tres directores. La aplicación mecánica de
la teoría de autor es como decir el cine se define por el montaje.
Puede ser definido por el montaje en cierto momento, cierto estilo y en
cierta época. Pero esa explicación deja fuera excelentes
películas basadas en obras de teatro o en novelas. Eso está
muy claro. Entonces, las generalizaciones no funcionan nunca.
6. AL CRITICO
LE PAGAN PARA SER MANIATICO
(Hay críticos que desdeñan toda cultura cinematográfica,
resuelven con jactancia que esto es bueno y aquello es malo, e ignoran
que su función, por la cual les pagan, es mejorar el conocimiento
y la apreciación del lector. Lucirse no alcanza. Puede ser divertido
seguir las pistas, desde luego. Cierto día, un culto aficionado
local llamado Julio Lista revisó la ficha técnica de Escuela
de sirenas (1944) y descubrió que en el último lugar del
elenco figuraba el auténtico Fidel Castro. El cine es un mundo
ancho y ajeno.)
No me preocupa el dato exótico, sino el dato necesario. Hay
que recordar que la profesión de crítico cinematográfico
ha creado involuntariamente a la profesión de subcrítico
cinematográfico: un señor que trabaja en un cineclub o es
socio de un cineclub y lee revistas de cine y no te perdona un error.
Yo sé que Lo que el viento se llevó es del 39, pero
si por un desliz llego a poner que es del 42, me llega una carta
documento intimando una rectificación. Resultado: las fechas bien
puestas, por favor. Los nombres propios bien puestos, por favor. La obsesión
tiene un sentido: cuando un periodista escribe con total precisión
los nombres propios y las fechas puede parecer un maniático, pero
tiene una ventaja psicológica. A la larga, el lector dice este
periodista sabe de qué está hablando. La precisión
deja de ser una manía neurótica y se convierte en una utilidad.
7. EL OSCAR NO ES ARGENTINO
Debe haber una fila de gente molesta por la elección de Manuelita
para el Oscar. Agresti, para empezar. Es parte de la interna del cine
argentino, como debe ocurrir en todos los países. Ya hubo una pelea
hace tres años con la película de Aristarain, y es que todos
quieren para su película el titular en los diarios: Candidata al
Oscar. Es una pretensión nacionalista, muy argentina por cierto.
8. LOS FESTIVALES
SIRVEN PARA ALGO
En los Festivales se puede tener un cierto conocimiento del cine
que no se exhibe comercialmente. El famoso descubrimiento de Bergman,
que se nos atribuye a un grupo de nosotros, ocurrió en el Festival
de Punta del Este 52, para dar un ejemplo. Ahí empezó
todo. La difusión de los festivales tiene cierta utilidad cultural:
encontrás el cine de Irán, el cine de Grecia, cinematografías
que comercialmente no podrían venir, pero que su éxito fomenta
que se estrenen comercialmente. Hay una parte lamentable de los festivales,
ciertamente. La explicación quizás sea que, para hacerlos,
llevar gente y tener un presupuesto, tenés que traer estrellitas,
tenés que tener frivolidad.
9. EL VIDEO
NO MATO A LA ESTRELLA DE CINE
Cuando iba al cine Plaza de Montevideo en el 55, estaba rodeado
de mil doscientas personas. Ciento ochenta de ellos podían interesarse
por el asunto dos días después, aunque fuese para saber
si opinaban igual que yo. En este momento no hay mil doscientas personas
en el cine Plaza: hay dieciocho. ¿A qué se debe eso? No
a mi inepcia, sino a que el cine se ha desplazado: ahora está en
el video y en el cable. En consecuencia, hacer crítica de cine,
orientar sobre el video, supone hacer libros con las dos mil o tres mil
películas potenciales que hay en un videoclub. La crítica
de cine aparece desplazada por el mismo fenómeno cinematográfico:
es técnicamente imposible hacerlo con cierta utilidad. Es cierto,
hay gente que lo hace, pero es una simple constancia histórica
de lo que salió la semana pasada. El video ayuda mucho, pero las
comedias, por ejemplo, necesitan de un público alrededor. El video
es muy útil en la medida en que te da un conocimiento del cine
anterior. Hoy yo puedo revisar una película porque la tengo en
mi casa. Y eso puede hacer, en definitiva, cultura cinematográfica.
Incluso a regañadientes, lo es.
10. UN CRITICO
NO SE JUBILA PORQUE SI
En el cine actual, hay demasiados autos que explotan, demasiados
señores con revólver, demasiados caballeros con una identidad
difícil, demasiados tipos alojados en manicomios, demasiados recuerdos
de cuando les pasó esto y aquello. Yo, por de pronto, veo sólo
tres o cuatro películas nuevas por mes. Me he lavado las manos
de muchas cosas. De cine actual, el ochenta por ciento no me interesa:
paso de largo. Me ha interesado algo de Scorsese, algo de Ken Loach. Yo
cito en el libro una frase de Despouey, que comparto totalmente: Puede
estar muy bien la fotografía, pero si la película no transmite
sentimientos e ideas no me importa. Alguna vez me preguntaron por qué
dejé de hacer crítica de cine. Hay un montón de motivos,
pero uno de ellos es que en estos momentos no hay un cine que justifique
una crítica. En los 50 y los 60 había una responsabilidad
del crítico ante películas importantes: importaba Bergman,
Antonioni, Fellini. En estos momentos, ¿qué tenés
que comentar? Dos o tres películas por año. Y pueden no
valer demasiado la pena: la primera película de un director improvisa
y cuenta parte de su vida. La prueba de fuego para todo realizador o
para todo novelista, para el caso es la segunda obra. Ahí
voy a saber si van a crear algo o no. Y digo más: hablar de Tarantino
y el post Tarantino me hace pensar ¿hombre, de qué se están
preocupando?
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