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Dar miedo / tener
miedo

Costó 35 mil dólares. Se calcula que terminará recaudando más de 250
millones, una vez que haya dado la vuelta al mundo. Se anuncia como “la primera película de terror auténtico”. La historia de su filmación fue así: dos tipos contratan a tres actores, los mandan a un bosque con una cámara... y los asustan sin parar. Luego compaginan el material y estrenan una película en donde los actores hacen de sí mismos teniendo miedo... y dando miedo. Bienvenidos a El Proyecto Blair Witch, y a sus inesperadas resonancias en el mundo entero.

Por RODRIGO FRESAN

Paradoja interesante: para que algo nos dé miedo, antes tenemos que tenerle miedo a ese algo. El miedo es una calle de doble mano, una forma de comunión íntima y definitoria: dime a qué le tienes miedo y te diré cómo eres. Se le puede tener miedo a muchas cosas diferentes; pero todos nos encontramos en una inescapable constante que trasciende lo particular y lo estadístico: todos le tenemos miedo a lo desconocido. A lo que no entendemos. A lo que viene de afuera. O está afuera. Por eso, a la hora del miedo como forma alternativa de la diversión –los libros, las películas– lo que más funciona es lo que menos se comprende: lo que se nos escapa como agua fría entre los dedos agarrotados, las muchas y siempre diferentes formas que puede llegar a tener la amorfa oscuridad. Las piezas capitales del género son imprescindibles e invulnerables porque supieron, desde el vamos, abrazar esta estrategia. Un ejemplo inevitable: Drácula, la gran novela de Bram Stoker. Un libro sobre el miedo a lo extranjero, a la noche, al contagio de enfermedades mortales, a la iniciación sexual y al matrimonio, a lo exterior y extranjero. Temer a lo que está afuera nos distrae de temer a lo que llevamos adentro de nosotros. Los insulsos héroes de Drácula temen la sabrosa sombra sedienta de un conde maldito e inmortal, mientras el atemorizador Drácula teme al advenimiento de un mundo moderno e iluminado por la electricidad de soles artificiales, un mundo que no entiende del todo y que empieza a excluirlo. Por eso su necesidad de viajar a Londres y modernizarse. En Drácula todos temen, y astucia atendible: en más de seiscientas páginas, el épico monstruo aparece en apenas treinta de ellas. El resto es hablar del monstruo, teorizar sobre el monstruo, pensar en lo que no se ve y no está allí porque está en todas partes.
A nada se teme más que a lo que no se ve. Lo invisible nos da miedo porque nosotros tememos a lo invisible. Si se lo piensa un poco, todas las antiguas religiones están basadas en semejante idea. Y una religión moderna –una religión llamada El Proyecto Blair Witch– también.



“Para nosotros fue un rodaje de 24 horas al día, siete días a la semana. En algunos aspectos, estábamos trabajando más duro que los actores. A fin de cuentas, nosotros éramos la bruja del bosque de Blair.” DANIEL MYRICK, director de El Proyecto Blair Witch

“Tarde o temprano, todas las películas van a ser realizadas como la nuestra. El sistema digital va a cambiar por completo la forma de hacer cine. Por cuatro o cinco mil dólares, uno puede tener una cámara y un sistema de edición. Ya no hay excusas para no hacer películas.” EDUARDO SANCHEZ, director de El Proyecto Blair Witch

LA LEYENDA
El Proyecto Blair Witch es una película que trata acerca de la investigación de una leyenda: la de la bruja de un pueblo llamado Blair. Una especie de cuento del Lovecraft más folk (“El wendigo”) y el menos cosmológico (el ciclo Cthulhu). La historia que se inicia en marzo de 1785, con una tal Elly Kedward acusada de extraerle la sangre a varios niños, se prolonga hasta mayo de 1941, cuando desaparecen muchos pequeños más, y se avista a una misteriosa mujer caminando sobre el lago, y se cambia el nombre del pueblo de Blair a Burkittsville, y un hombre enloquece luego de asesinar a un respetable número de párvulos. Hasta ahí la leyenda. En octubre de 1994, tres estudiantes de cine se adentran en ese bosque para no salir. Al año de su desaparición –y luego de que se los dé por perdidos– aparece el material fílmico que registraron. Posteriormente compaginado, el material se presenta como El Proyecto Blair Witch. La película existe, ahí está. Uno de esos “documentales” como This is Spinal Tap de Rob Reiner, Zelig de Woody Allen o Bob Roberts de Tim Robbins, con la diferencia de que aquí no hay nadie famoso detrás, ninguno de los “personajes” se llama igual que los “actores”, nadie en el elenco sabía de qué iba la cosa y la trama de la película se “escribía” durante los ocho días que duró la filmación. Los protagonistas sólo tuvieron acceso a un apretado resumen de lo que se pretendía de ellos, se les enseñó una o dos cosas acerca del manejo de cámaras de video y celuloide, se les dejó instrucciones individuales en cajitas, afuera de la pequeña carpa donde dormían, se les permitió improvisar, se los atormentó desde afuera duro y parejo, se les dio miedo para que dieran miedo. Terror verité, casi Dogma. En colores y en blanco y negro, y siguiendo la historia de los diez indiecitos, sólo que aquí son nada más que tres, enuna mezcla del Evil Dead de Sam Raimi con el Deliverance de John Boorman pasados por un filtro grunge e independentista.
La bruja y la leyenda y un pueblo llamado Blair y los tres jóvenes desaparecidos nunca existieron ni desaparecieron. Pero ahora, después de la película, existen del mismo modo que existió una invasión de marcianos cortesía de un Orson Welles radial. Existen para siempre. Incluso ahora que se conoce la verdadera historia detrás de la falsa historia de El Proyecto Blair Witch –después de las tapas de Time, de las recaudaciones multimillonarias, del advenimiento de nuevas formas promocionales vía Internet a la hora de hacer o deshacer cine– hay gente que sigue asegurando que todo es verdad, que lo que dicen por ahí es mentira, que inventaron toda la historia de que todo es falso para encubrir que todo era cierto, la verdad y nada más que la verdad. Un nuevo caso para Moulder y Scully, otro inequívoco síntoma de paranoia milenarista, un fenómeno comercial, la decadencia de Occidente.
La verdad está ahí afuera y, si para algo sirve la aparición de películas como El Proyecto Blair Witch, es para probar o comprobar que la capacidad del ser humano para creer en cualquier cosa continúa intacta y fresca como si se tratara del primer día en que un cavernícola cayó de rodillas bajo un eclipse o de la primera noche en que nuestras perversas madres –esas brujas iniciáticas– nos contaron cuentos de niños perdiéndose en el bosque, pensando que así nos íbamos a dormir más rápido y mejor.


Los responsables de Blair Witch en la escena del crimen (de izquierda a derecha): Daniel Myrick (director), Michael Williams, Joshua Leonard (actores), Eduardo Sánchez (director) y Heather Donahue (actriz).

LA LEYENDA DE LA LEYENDA
El Proyecto Blair Witch es una película que trata sobre niños que se pierden en el bosque. Sobre tres niños que se pierden en el bosque. Tres estudiantes de cine. Eso es todo. Llegan, entrevistan a varios lugareños bastante raros, se adentran en un bosque en el que cualquiera de los doscientos habitantes de la actual y verdadera Burkittsville asegura que “hay que ser muy pero muy idiota para perderse ahí”, caminan en círculos, pierden un mapa, encuentran unos ominosos montículos de piedra y maderas atadas colgando de los árboles, se ríen, se pelean, lloran, oyen espectrales voces y risas de niños en la oscuridad, encuentran una casa abandonada, entran, gritan, gritan mucho, funde a abrupto negro. Tres niños más desaparecidos en acción. Eso es todo.
La leyenda de la leyenda es más interesante. Y, en cierto sentido, más terrorífica, a la hora de mostrar y demostrar lo poco que conocemos ese mundo en el que vivimos. La leyenda dice que El Proyecto Blair Witch costó 35.000 dólares. Que en las primeras nueve semanas de exhibición en Estados Unidos recaudó 137 millones. Que se estima que alcanzará los 250 millones una vez que haya dado la vuelta al mundo, convirtiéndose –si se tiene en cuenta su exiguo presupuesto– en el film más exitoso de todos los tiempos. Que rompió demasiadas reglas del negocio promocionándose con trucos que remitían a la efectiva ingenuidad del venerable William Castle a la hora de dar miedo, o a una inteligencia cínica y superior a la hora del marketing como una de las bellas artes. Así, un visitadísimo site de Internet informa de todo el asunto como si se tratara de cosa seria y cierta. Así, los carteles ofreciendo recompensas a cualquiera que pudiera dar alguna información sobre los estudiantes desaparecidos durante la exhibición del film en el Sundance Film Festival, donde la pequeña productora Artisan (distribuidora de Soderbergh, Egoyan, Polanski, Jarmusch y del cult-hit Pi) compra los derechos del film por poco más de un millón de dólares ante la mofa y el desprecio de sus colegas de los más importantes estudios. Así, la presentación de la película en los principales campus universitarios antes de su estreno nacional. Los trailers brevísimos y enigmáticos en MTV antes de la concurrida première en Cannes. El modesto estreno en veintiséis salas norteamericanas que, enmenos de un mes, crecen a dos mil doscientos cines y llegan a recaudar 29 millones en un solo fin de semana.
Hay, en realidad, dos picos en el éxito de El Proyecto Blair Witch. El primero de ellos suscitado por la neurosis privada de que “todo lo que se ve es cierto” y que El Proyecto Blair Witch es la primera película de terror auténtica. El segundo de ellos alimentado por la histeria colectiva que despierta todo fenómeno multimillonario en Estados Unidos y, enseguida, en el resto del planeta. De este modo, El Proyecto Blair Witch es una variación novedosa más del clásico Sueño Americano virado, esta vez, a Pesadilla Americana: la verdadera historia de dos tipos desconocidos a los que hoy conoce todo el mundo. Dos tipos legendarios que llegaron para darle miedo a la gente que tiene miedo, en especial a los productores de Hollywood.

LA LEYENDA DE LA LEYENDA DE LA LEYENDA
Las preguntas son varias y –por esas cosas del éxito desmesurado– suenan a preguntas universales cuando, en realidad, están apoyadas sobre los endebles cimientos de una gloriosa excepción, pero excepción al fin: ¿para qué gastar millones de dólares en grandes actores, grandes directores, grandes efectos especiales, grandes espacios de publicidad en TV y diarios y revistas? La respuesta es tan sencilla como perturbadora: sí, hay que gastar todo ese dinero para que, de tanto en tanto, aparezcan tipos como Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, los artífices y responsables de El Proyecto Blair Witch. Myrick tiene treinta y cinco años y Sánchez treinta. Se conocieron en 1990 mientras estudiaban cine en la Universidad de Central Florida. Un día –después de darle vuelta a varios cortometrajes, comedietas nudistas, y de filmar segmentos promocionales para Planet Hollywood– se les ocurrió hacer un documental falso sobre una bruja falsa. Otro día se levantaron y eran famosos y millonarios. Eso es todo. Breve y contundente biografía como breve y contundente es la trama de El Proyecto Blair Witch. Nada más que contar, salvo el sitial de privilegio en el número que la revista Première dedica al cine independiente, las dos tapas de Time y la tapa de Empire y la foto a doble página en la edición conmemorativa de los 30 años de Interview, donde aparecen gritando en una habitación de una casa en ruinas. Myrick y Sánchez poniéndole la tapa a todo el mundo y, claro, sufriendo las consecuencias del asunto. Acusaciones varias: que plagiaron la premisa de un viejo clásico cult-trash del italiano Ruggero Deodato llamado Cannibal Holocaust; que no tienen límites a la hora de licenciar productos derivados de su película; que ellos mismos se entremetieron en sites alternativos de El Proyecto Blair Witch y crearon varios no-oficiales para aumentar la intensidad del mito electrónico; que la película hace vomitar a los espectadores no por miedo sino por culpa de la mareante y constante cámara en mano; que no es ético gastar diez millones de dólares en publicidad y seguir insistiendo que todo es muy indie y baratito; que los están demandando por delitos que van desde traición a los productores originales hasta entrada ilegal y robo de material. Cuestiones que –como se dice en inglés– “vienen con el territorio”.
Queda averiguar si el caso de Myrick y Sánchez acabará siendo parecido al de Robert Rodríguez, George Romero, Tobe Hopper y siguen las firmas: directores “económicos”, seducidos y vampirizados por la industria. Una cosa es innegable y rigurosamente cierta: Myrick y Sánchez ya son leyenda. Es decir, parte del negocio. Es decir, parte de la religión: las inscripciones para el curso de cine al que Myrick y Sánchez asistieron en la universidad de Central Florida han crecido en un 500 por ciento; ya hay un divertido libro con documentos de El Proyecto Blair Witch –recién editado en español por Grijalbo Mondadori–, que empieza donde termina la película (documentos y fotos y mapas y recortes de prensa falsos narrandola búsqueda infructuosa de los tres estudiantes de cine, que se leen como una interesante novela atómica y coral); ya se escucha un compact de El Proyecto Blair Witch (supuestamente la copia exacta de la casete con buen gothic-rock hallado en el auto abandonado de los tres estudiantes de cine); Panasonic ya lanzó su concurso de videos caseros para promocionar su Mini DV 100X Digital Zoom; ya hay una parodia titulada El Proyecto Blair Hype Project (donde hype es sinónimo de exageración) narrando la odisea de tres estudiantes de cine intentando conseguir entradas para ver la película del momento; ya se remató por cinco mil dólares la cámara de 16 mm con la que se filmó todo el asunto; ya se habla, por supuesto, de sequels y prequels de El Proyecto Blair Witch aunque Myrick y Sánchez -quienes, bravo por ellos, se negaron terminantemente a filmar un nuevo y más efectista final, a pedido de la gente de Artisan– prefieran decir que su próximo proyecto será una comedia romántica titulada Heart of Love (a la que definen como una cruza entre El mundo está loco, loco, loco y ¿Dónde está el piloto?) y de ¡seis películas! en diferente grado de desarrollo, de lo que pasó más de lo que va a pasar.
Sánchez: “Estábamos muy asustados. Asustados de estar filmando una mierda olímpica. Y al final fue como ganarse la lotería. En realidad hay más chances de ganarse la lotería de que pasara lo que nos pasó”.
Myrick: “Las vidas de las personas son, por lo general, increíblemente aburridas. La gente se enganchó con nuestro site porque necesitaba creer que todo era verdad. Y que le había pasado a gente como ellos”.
Sánchez: “¿Por qué son tan populares las montañas rusas? Porque son seguras y al mismo tiempo te hacen sentir que estás en peligro. Lo mismo ocurre con los autos que explotan en las películas. A la gente le gusta ver cómo explotan los autos ajenos”.
Myrick: “Y, claro, hay bastante de fiebre milenarista. La gente está más vulnerable por estos días. El efecto 2000 y esas cosas”.
Sánchez: “Pero también tiene algo de lo que tuvo en su momento Tiburón. El miedo a meterse en el agua es el mismo miedo a perderse en el bosque. El mismo miedo de siempre, que nada tiene que ver con los efectos especiales. El otro día leí que Jan De Bont (director de Máxima velocidad) se compadecía de nosotros diciendo que empezamos por lo más alto, y adónde iremos ahora. Algo de razón tiene. Pero la verdad es que prefiero estar donde estamos y no donde está él, después de haber filmado algo como La maldición, una película de presupuesto multimillonario donde lo único que asusta es lo mala que es”.
Myrick: “Si algo tiene de interesante El Proyecto Blair Witch es que se trata, creo, de la primera película filmada por los actores. Nosotros descubrimos eso recién en la sala de montaje, con las veinte horas de material filmado. Nuestro trabajo durante la filmación fue hacer de la Bruja de Blair. Los dos andábamos dando vueltas por ahí, colgando cosas de árboles, haciendo ruido, dejando notitas, siguiendo a los actores, volviéndolos locos. Nuestro lema era: Nos preocupa su seguridad, no nos preocupa su comodidad. La idea se me ocurrió a partir de lo que me contó un amigo que se enroló en los marines: uno de los ejercicios consistía en hacerles creer que eran prisioneros de guerra, y los tenían encerrados en una habitación donde a cada rato los manguereaban, les pegaban, les gritaban en ruso. Él sabía que era todo parte del entrenamiento, que estaba en Estados Unidos, que era una ficción. Pero al tercer día ya no estaba tan seguro. Nosotros no teníamos tanto presupuesto como para montarlo a escala marine. Pero teníamos un bosque, tres muchachos con ganas de hacer algo distinto y, fundamentalmente, sin la menor idea de lo que les esperaba, pobres...”

LA LEYENDA DE LA LEYENDA DE LA LEYENDA DE LA LEYENDA
Los actores de El Proyecto Blair Witch son Heather Donahue (en el rol de Heather Donahue), Joshua Leonard (en el rol de Joshua Leonard) y Michael Williams (en el rol de Michael Williams). Hasta hace muy poco –hasta que la producción informó del error– el site de Internet llamado Movie Database los daba por fallecidos. Heather Donahue es la chica mandona, dispuesta a lo que sea en nombre de su proyecto, incluso a seguir filmando mientras todo se derrumba a su alrededor. Joshua Leonard es el Kurt Cobain de la ecuación: el chico romántico y sensible que se preocupa porque no van a llegar a devolver a tiempo los equipos de filmación alquilados. Michael Williams es el que se tira pedos adentro de la carpa. Hansel & Hansel & Gretel. Los tres cerditos que cantan aquello de juguemos en el bosque. Heather, Joshua y Michael son lo bastante tontos –clásico del cine de terror– como para no llevar un teléfono celular, perder el mapa y no darse cuenta de que, con sólo revisar en el visor de su cámara portátil las videocasetes que filmaron, encontrarían interesantes y útiles primeros planos del mapa extraviado. No importa, se entiende: el miedo idiotiza, provoca que Lucy Westenra le abra las ventanas a Drácula y nos reduce a lo más primitivo de nuestras costumbres. ¿Habrá algo más primitivo que gritar de miedo? En el cine –al menos en la función a la que asistí– la gente gritaba.
¿De miedo? Pregunta interesante: ¿da miedo El Proyecto Blair Witch? Respuesta cauta: eh... sí. Está claro que, si se acude al cine pensando que uno saldrá de la proyección balbuceando y con el pelo blanco, bueno, eso no va a ocurrir. Pregunta más interesante todavía: ¿es una buena película El Proyecto Blair Witch? Respuesta audaz: sí. El problema –el quid de la cuestión– reside en realizar un ejercicio previo y extenuante para borrar de la memoria todo el furor y la moda, los trucos y las trampas, los dólares y el marketing y, entonces sí, verla a oscuras y sin pochoclo. Como puro cine y cine puro, El Proyecto Blair Witch es una muy buena película, un artefacto efectivo y noblemente experimental, mucho más interesante que esas supuestas reinvenciones irónicas tipo Scream. Una película de terror donde el miedo no reside tanto en el alarido sino en la textura de esos árboles y en los sonidos de esas noches donde el aire libre es la más infranqueable de las prisiones y donde se juega con la ventaja y el privilegio ganado a pulso de que no hay que explicar nada porque aquí se juega con lo inexplicable, con lo que, por suerte, no se explica.
Por casualidad o por justicia, el estreno europeo de El Proyecto Blair Witch ha coincidido con el reestreno de dos piezas maestras del terror: El regreso de los muertos vivos de George Romero (en versión corregida y aumentada, conmemorando sus treinta años) y Don’t Look Now (estrenada en su momento en Argentina como Venecia Rojo Shocking) de Nicholas Roeg. La primera inaugura el gore con varios sufridos héroes sitiados por un ejército de zombies hambrientos de “brrrrrrrrrrains” (léase: cerebrrrrrros). La segunda cuenta la destrucción de una sufriente pareja por fuerzas que los protagonistas no comprenden ni pueden comprender. La primera representa cabalmente el horror norteamericano y carnicero. La segunda el fino y moderno horror europeo inaugurado por el émigré Henry James en Otra vuelta de tuerca, donde hasta la realidad se vuelve material ambiguo, maleable, discutible. Las dos terminan mal. Bien mal. El Proyecto Blair Witch –que también termina bien mal– se ubica en el centro exacto entre una y otra. En ese sitio que siempre estuvo y siempre estará: una gran habitación a oscuras a la que acudimos para que nos den miedo, para olvidarnos –por lo menos durante el tiempo que dura una película– de que en realidad somos nosotros quienes tenemos miedo. Un miedo que siempre tuvimos y que siempre tendremos, por más que las luces se enciendan y la misma vieja historia continúe ahí afuera, en el real y frondoso bosque sin salida de nuestras vidas. Ese bosque al que entramos –con una risademasiado parecida a un grito– aun sabiendo que ahí nos espera una bruja mala. Y que nos vamos a perder para que nunca nos encuentren.

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