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El Proyecto Museos ataca de nuevo

Vamos de paseo

Para su edición de este año, el Proyecto Museos –que desde 1995 se realiza en el Rojas– reclutó a tres nuevos directores para inspirarse en tres nuevos museos: Rubén Szchumacher fue al Museo del Ojo, Cristina Banegas al Museo de Fármaco-Botánica y Emilio García Wehbi al de la Morgue. Los tres, junto a Vivi Tellas, directora del Proyecto, cuentan sus experiencias y anticipan lo que podrá verse en escena en los próximos días.

Por CLAUDIO ZEIGER

Los hay públicos y privados. Los hay bellos y horrorosos, escolares y ultra especializados. Los hay inocentes y los hay “culpables” de exhibir, además de objetos puntuales, una ideología desnuda. Algunos están muy ocultos, pero todos figuran en una guía que los acredita como lo que son: museos. Y desde hace cuatro años participan involuntariamente de un proyecto teatral que los ha tomado como un inédito campo de pruebas. Un director –que debe tener cierta inclinación por el teatro experimental– es invitado a visitar un museo elegido previamente por Vivi Tellas, directora del Centro de Experimentación Teatral (CET) de la UBA. Ahí comienza todo. Como se podrá apreciar en las conversaciones con los directores que se hicieron cargo del flamante ciclo de obras del Proyecto Museos (Rubén Szchumacher, Cristina Banegas y Emilio García Wehbi) nadie sale indiferente de un museo. O como dice Vivi Tellas: “Todos establecemos una relación personal con lo que se exhibe en un museo”. Pero claro, el juego básico consiste en ir más allá de la primera impresión. El “dogma” del Proyecto establece que hay que dar algo a cambio: una puesta en el Centro Cultural Rojas (con dos exhibiciones como mínimo), que luego pueden pasar a la programación anual según los resultados y la voluntad del realizador.
En los últimos cinco años el Proyecto Museos ha llamado el interés de la crítica y logró movilizar a talentosos actores y directores dispuestos a incursionar en esos novedosos espacios. Este año es el turno de tres museos muy particulares: el Museo del Ojo (Museum Oculorum, tal su nombre técnico), el Museo de Fármaco-Botánica y el Museo de la Morgue Judicial. Pero, antes, hagamos un poco de historia, porque precisamente la relación del teatro y los museos de la ciudad ya tiene eso, una historia.

VIVI TELLAS Y EL DRAMA DE LA VIDA
Después de haber pasado por la plástica, la música y la actuación, Vivi Tellas se dedicó a la dirección teatral. Desde 1995 se constituyó en una suerte de “curadora” (término expropiado a las artes plásticas) de las puestas del CET. Su idea inicial, cuenta, fue conectar al teatro con la ciudad. O dicho en otros términos, sacar al teatro del teatro para devolverlo renovado. “Personalmente me inquietan los espacios de los museos, y el deambular al que uno se somete cuando los visita” dice Vivi Tellas. “Hay espacios vacíos, objetos en exposición, silencio. Eso es lo que yo percibía cuando empecé a recorrer museos. La pregunta fue: ¿qué hace el teatro con un museo? ¿Qué tienen en común? Hay varias puntas, porque en el museo hay un relato, que yo llamaría lo que queda del drama de la vida. En cierto modo el museo es lo obsoleto, pero también hay mucho de arcaico en el teatro”.
¿Cuál es el método Tellas de investigación en los museos? En principio ella misma hace un relevamiento en base a una guía de museos y evalúa si pueden resultar inspiradores; en caso afirmativo se eligen tres por año (en 1995 fueron involucrados en el proyecto los museos de la Policía Federal, de Ciencias Naturales, el Histórico Nacional; después de la interrupción del ‘96, en el ‘97 el turno fue para el Penitenciario, el Odontológico y el del Dinero; el año pasado le tocó al Ferroviario, al de Telecomunicaciones y al Aeronáutico). Luego se eligen los directores para cada museo (hasta el momento participaron Paco Giménez, Helena Tritek, Pompeyo Audivert, Rafael Spregelburd, Mariana Obersztein, Miguel Pittier, Cristian Drut, Eva Halac y Federico León). Cada director, antes de mostrar su trabajo, tiene que transmitir su experiencia en un workshop. Finalmente, se muestra la obra al público. “Es raro participar de un proyecto teatral que va adquiriendo una historia; eso me resulta algo bastante novedoso, porque los directores invitados también se van enmarcando en esa historia”, dice Tellas. “A mí particularmente me dan muchas satisfacciones las reuniones que hacemos con los tres directores que están trabajando en cada ciclo. Los directores no solemos reunirnos. Se trabaja muy aisladamente, y aquí se rompe esa soledad”.

“Cuando uno piensa en un museo se imagina algo oficial. Pero me encontré con un Museo del Ojo que queda en Flores, tiene nombre en latín y es una colección privada. Todo está expuesto en una especie de living contiguo al consultorio del oftalmólogo que lo montó. Es una auténtica zona oculta de Buenos Aires”.
RUBEN SZUCHMACHER

RUBEN SZUCHMACHER Y LOS OJOS
Lo primero que le llamó la atención a Rubén Szuchmacher cuando supo que le había tocado en suerte el Museum Oculorum, fue el lugar y el “protocolo” del museo: dedicado a exhibir objetos de la óptica y la historia de la oftalmología, este museo de la mirada funciona en la casa del doctor Humberto Pérez, médico oftalmólogo. “El primer impacto es que cuando uno piensa en un museo se imagina algo oficial, del orden de lo público, y en este caso me encontré con un museo que queda en Flores, que tiene su nombre en latín y que si bien figura en la lista de museos es una colección privada. Hay objetos de uso óptico y gran parte del material tiene que ver con la historia de la oftalmología. Todo sucede en un hall, una especie de living contiguo al consultorio, y hay una parte que es vivienda. O sea que es un museo con un aire muy particular. Yo lo vi como una zona oculta de Buenos Aires”.
Para concretar la obra que se llama Cámara oscura y donde –anticipa el director– tiene una extrema importancia el trabajo con la luz, Szuchmacher confiesa que tuvo que desechar muchas tentaciones: la de recurrir a la perspectiva psicoanalítica sobre la mirada o representar en escena el lugar de este curioso museo casero. Por no hablar de la tentación que ofrecen los instrumentos exhibidos. “Mirar los separadores de ojos o los primeros lentes de contacto, que eran unos pedazos de vidrio que se podían romper dentro del ojo, es bastante aterrador. O ver cosas extrañas ligadas a la mirada: ¿qué hace en este museo la cabeza de un fósforo? Si uno lo mira con una lente de aumento especial ve que tiene inscripta una frase del himno nacional” cuenta el director. “Primero tuve la tentación de instalar un consultorio en la obra, pero por suerte huí de esa idea, así que finalmente decidí trabajar sobre una colección de escenas que tienen que ver con la capacidad y la dificultad de ver. Creo que grandes problemas del arte tienen que ver con la alteración que recibe el ojo. En el teatro esta dificultad o posibilidad de ver está muy relacionada con la luz, por eso destaco el trabajo que hicimos con el iluminador Gonzalo Córdoba”.
Acostumbrado a trabajar con textos dramáticos, Szchumacher dice que al participar del proyecto Museos pudo recuperar viejas imágenes de otros tiempos. “Una vez me imaginé actuando en una obra en la que yo hacía un monólogo iluminado por un proyector de cine. Nunca lo pude hacer, y este año, después de comentarle eso, un amigo me regaló un proyector, que incorporé en Cámara oscura. La otra imagen sí la pude concretar en una obra que hice hace unos años en Alemania, Datos personales, donde una bailarina aparecía vendada todo el tiempo. Esta imagen la vuelvo a traer en esta obra. Cómo se ve o no se ve en el teatro: ése es el tema que trabajé a partir de mi visita al museo”.

“Enseguida vinculé el Museo Fármaco-Botánico con mujeres, brujas, ménades, bacantes. Algo ligado con las drogas, el curanderismo, el chamanismo. Por eso la obra es un friso de mujeres en acción, en trance, con pócimas, ungüentos, hierbas”. CRISTINA BANEGAS

CRISTINA BANEGAS Y LAS PLANTITAS
“Me pasó algo personal: mi abuelo materno tenía una farmacia y una droguería, y mi padre era químico. Tuvo un laboratorio y había inventado unos caramelos con vitaminas pero se fundió. Recién entonces se hizo productor de televisión. Por eso aquel mundo de frascos y remedios me resultaba totalmente familiar”, cuenta Cristina Banegas.
Cuando visitó por primera vez el Museo Fármaco-Botánico (que funciona en la Facultad de Medicina) Banegas recuperó ese paisaje farmacéutico de la infancia, pero además se vio gratamente sorprendida por un museo que le resultó muy bien cuidado. Su enumeración de los objetos exhibidos y lo que estos pueden inspirar en una actriz y directora, es francamente vertiginosa. “Hay una cantidad de frascos de todos los tamaños, con toda clase de hierbas, de drogas y venenos, hay frascos con ofidios, está la colección más importante de maderas de la Argentina, y una sección ligada a la herboristería aborigen. Enseguida vinculé este museo con un tema de mujeres, de brujas, de ménades, de bacantes. Me abrió un campo de investigación muy amplio, ligado con las drogas, con el curanderismo, la curación, el chamanismo, la herboristería aborigen”. A partir de allí, Banegas decidió darle una impronta totalmente femenina a su obra (titulada Curare), al punto tal que además de una instalación con objetos del museo habrá nada más ni nada menos que 26 mujeres en escena (o mejor dicho, en la biblioteca del Centro Cultural Rojas). “Rescato que son muy pocas las veces que un proyecto teatral te permite investigar y llevar adelante un trabajo con un número grande de mujeres. Ésta fue una muy buena ocasión. Creo que todo lo que tiene que ver con la herboristería tiene un origen doméstico, de caldero, de hechiceras y de remedios caseros. Vamos a recrear una serie de escenas domésticas, como la del vaso con agua sobre un plato para que haga burbujas y te saque la insolación. De hecho, creo que durante mucho tiempo el saber de la medicina estuvo depositado en las mujeres. Inmediatamente después de visitar el museo me asaltó la imagen de una banda de mujeres. Y con ellas empezamos a trabajar escenas donde hay mujeres curando mujeres, una especie de friso de mujeres en acción, en trance, con pócimas, con ungüentos, con hierbas. Van a poder ver muchos síntomas y muchas mujeres”.

“En el museo de la Morgue vas descubriendo una gran dosis de homofobia, xenofobia y misoginia concentrada en 25 vitrinas. Se trata de un museo del poder, armado a partir de la ideología lombrosiana, y en el que los chicos del secundario asisten a una exhibición obscena del pensamiento fascista”. EMILIO GARCIA WEHBI

EMILIO GARCIA WEHBI, LOS MUERTOS Y LOS VIVOS
“Hice cuatro visitas al museo que me tocó, que es el Museo de la Morgue, más que nada para entender qué era lo que más me perturbaba de lo que veía. Pedazos de cuerpos mutilados, bebés asesinados, un museo del horror al cual te adaptás bastante rápido, porque tal como está instalado uno puede tomar distancia de lo que está en exhibición”, cuenta Emilio García Wehbi. “Pero hay algo que subyace por debajo de lo expuesto, y eso es lo que más me molestaba. Ahora, como conclusión, diría que los más santos son los muertos, y los más jodidos son los vivos, los que armaron ese museo, la sociedad que sostiene un museo de este tipo”.
Haber abordado este sitio de difícil acceso se transformó en un desafío particular para el Proyecto Museos, porque el de la Morgue está cerrado al público (en rigor de verdad, está restringido por un régimen de visitas calificadas a estudiantes de último año de secundaria y los primeros años de Medicina, y a personal policial y forense). Si se accede, además rige la prohibición de sacar fotos, norma que Wehbi decidió desafiar.
“¿Cómo funciona un museo en la sociedad? Ésa es la pregunta que subyace a todo el Proyecto Museos” dice el director e integrante de El Periférico de Objetos. “Vas descubriendo cómo funciona el sistema policial y judicial en Argentina: a través del Museo de la Morgue vas descubriendo una gran dosis de homofobia, de xenofobia, una gran dosis de misoginia, concentrada en 25 vitrinas. No perturba el pedazo de cuerpo sino pensar en cómo se hizo el corte para la exhibición, con qué criterios. Mi visión personal es que se trata de un museo del poder, donde se exhibe una forma de pensar asociada a la idiosincracia argentina. Es un museo armado entre las décadas del ‘30 y ‘40 donde está presente la ideología en boga a partir de Lombroso, sus ideas acerca de los comportamientos sociales y la criminología ligadas a la fisonomía de las personas, a la idea de que los asesinos eran todos extranjeros, o personas que habían cometido aberraciones sexuales. Se lleva a adolescentes delante de los cuales se hace una exhibición obscena del pensamiento fascista. Yo quise trabajar justamente con lo que hay debajo de la exhibición de lo atroz: por eso en la obra, que se llama Cuerpos viles, se refleja una burocratización en la que los espectadores serán divididos, clasificados, llevados y traídos, fotografiados e interrogados. Hay una sala de espera y un paseo por unos sótanos. Me interesó más la política de la muerte que la muerte en sí misma”.
Wehbi admite que en todos sus espectáculos anteriores la muerte siempre fue un tema muy importante para someterlo a la experimentación teatral, pero lo que le sucedió en las sucesivas visitas al Museo de la Morgue terminó superando todas sus “expectativas”. “Fue tan fuerte que hacer caso omiso hubiera sido traicionar el Proyecto Museos. Por suerte uno se radicaliza y lleva su propuesta a un extremo: tuve que pensar el vínculo de este museo conmigo como integrante de esta sociedad, inclusive pensar los límites legales, consultar con abogados a ver qué se puede y no se puede hacer. Entendía que estaba bien que no me dejaran sacar fotos, y que al mismo tiempo yo quisiera sacarlas. Estuvimos enfrascados en una lucha con el museo porque estamos parados en esquinas muy distintas”.


Cámara oscura de Rubén Szchumacher se exhibe los días 2 y 3 de diciembre a las 21.30 y 22.30.
Curare, de Cristina Banegas, los días 4 y 5 a las 22.30. Y Cuerpos viles, de Emilio García Whebi los días 6 y 7 de diciembre, a las 21.30 y 22.30, en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038).

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