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Las imágenes nunca vistas del programa Apolo

Houston, tenemos una foto

El libro se llama Full Moon (“Luna llena”) y reúne 129 de las 32 mil fotos tomadas por los astronautas durante las doce misiones del programa Apolo. Treinta años después de la llegada del hombre a la Luna, la NASA finalmente abrió sus archivos fotográficos y autorizó a Michael Light a digitalizarlos, para mostrar al mundo por primera vez cómo vieron realmente las cosas los astronautas que pisaron la superficie lunar.

POR MARTIN PEREZ

Cuenta la leyenda que las fotos que testimonian el primer viaje espacial estadounidense fueron sacadas con una cámara de bolsillo. Como cualquier turista que quiere guardar un recuerdo del viaje de su vida, el astronauta John Glenn se detuvo en un kiosquito de Cocoa Beach y compró una Instamatic antes de subir a su nave, allá por 1962. Con ella sacó sus fotos allá arriba. Por suerte, alguien tomó nota del pequeño detalle: siete años después de la Instamatic de Glenn, los astronautas de la Apolo 11 hicieron pie en la Luna con precisas cámaras Hasselblad instaladas en el frente de sus trajes espaciales. Treinta años más tarde -cuando aquel paso enorme para la humanidad quedó sólo como un pequeño paso para el hombre, ya que significó el comienzo del fin de la carrera espacial– el gran legado del programa Apolo es una decena de imágenes inmortales, que marcaron a fuego la memoria colectiva de la humanidad.
“No me gustaría que me echen en cara esta frase, pero hemos gastado entre 35 y 40 mil millones de dólares en el programa Apolo. Aun cuando no saquemos nada en claro, salvo el conocimiento que hemos adquirido sobre la fotografía en el espacio, eso igual valdría diez veces el costo de este programa”, dijo Lyndon B. Johnson, el presidente de Estados Unidos por aquel entonces. Una frase histórica rescatada por Ralph Rugoff, periodista del L.A. Weekly, quien escribió que el programa Apolo bien podría describirse como la sesión fotográfica más cara de la historia. Las mejores tomas de esa larga sesión –las misiones Apolo fueron doce, entre 1967 y 1972– están en el flamante libro Full Moon, un volumen increíble que rescata desde aquella eterna huella de Aldrin en el suelo selenita hasta imágenes desconocidas para el mundo entero, porque la NASA nunca quiso dar acceso a su archivo de negativos. A tres décadas de la llegada del hombre en la Luna, ha llegado la hora.


Llegamos: Intrépido, el módulo lunar del Apollo XII, antes del alunizaje en el Océano de las Tormentas.

Postales del abismo: La foto familiar que Charles Duke, del Apollo XVI, dejó en la Luna en 1972. Todavía está ahí.


CUARTO CRECIENTE Según confiesa Michael Light en el texto que acompaña el volumen, el motivo que lo llevó a hurgar en los archivos fotográficos del programa Apolo fue el sueño de tantos niños de la era espacial: ser astronauta. Los años pasaron y Light se convirtió en un fotógrafo con particular interés en los paisajes y la exploración: “Pero no hace falta decir que llegar a la Luna sería un asunto imposible, así que decidí investigar lo que tenía a mano”. Light tropezó con algunas imágenes poco conocidas de la misión Apolo en una muestra de fotos, y quedó hechizado. “Aunque desde 1972 la NASA ha estado recibiendo imágenes automáticas de casi todo el sistema solar, el único cuerpo celeste al que los humanos han viajado y fotografiado en persona es la Luna”. En el otoño de 1994 Light logró finalmente ingresar por primera vez al bunker de cemento ubicado en Houston donde la NASA archiva sus negativos. Cuatro años después, saldría de allí con su libro.
Una de las primeras cosas que aprendió en Houston es que la mayoría de las copias de las fotos de la Luna que la NASA había entregado a la prensa no eran de la mejor calidad. Como la agencia espacial había archivado bajo llave los negativos originales luego de hacer las primeras copias, desde entonces cada pedido de fotos era respondido con copias de copias. El gran logro de Light fue convencer a la agencia de que había llegado la hora de digitalizar ese archivo. “La era de las imágenes digitales ha hecho posible clonar las imágenes antes que reproducirlas, con lo que se puede evitar la pérdida de calidad de generación en generación de copia. Es por eso que incluso las imágenes más conocidas de la Luna se ven mejor que nunca en este libro.”

CUARTO MENGUANTE Un detalle: de las 32 mil fotos que conforman el volumen fotográfico total de los programas Apolo, sólo unas 17 mil fueron realizadas por los astronautas. El resto fue sacado por cámaras automáticas instaladas en los diferentes módulos de cada misión. Y, sibien el equipaje de los astronautas incluía varias cámaras manuales, la mayoría de las fotos realizadas sobre la superficie lunar fueron tomadas por las Hasselblad ubicadas en el frente de los trajes espaciales, de enfoque manual pero avance de film motorizado. Es decir que sus encuadres no tuvieron la ayuda de un ojo pegado al visor. “Aunque se entrenaron exhaustivamente en la Tierra para controlar sus cámaras de pecho, los astronautas no eran artistas, ni querían ser considerados como tales. Por lo general, se limitaron a registrar lo que los rodeaba. No pretendieron realizar una interpretación personal de lo que veían”, escribe Light. “Sin embargo, no eran robots. Sus imágenes son producto de ojos humanos en respuesta a la surreal majestuosidad de sus alrededores.”
El gran problema a la hora de reproducir las fotos, confiesa Light, fue el color. Una de las particularidades de las misiones Apolo es que los astronautas no terminaban de coincidir en el color de cada cosa, a causa de la falta de atmósfera. En la Luna todo era doblemente difícil: moverse dentro de los trajes con la presión del vacío del otro lado, ubicarse espacialmente en un mundo sin referencias, y también describir un color con ojos acostumbrados a los reflejos de una atmósfera que allí estaba ausente. Según los astronautas, los colores de las cosas variaban según el ángulo con el que se las miraba, y eso se alcanza a percibir en el libro. El gran fotógrafo Robert Adams dijo alguna vez, refiriéndose a las fotografías del Oeste norteamericano: “Una de las razones de disfrutar de esos espacios abiertos es por la prueba que ofrece de nuestro pequeño tamaño”. Al recorrer las fotos de paisajes lunares la cuestión se torna un poco más compleja: “Aun cuando está separado del frío cosmos por apenas la delgada pared de su nave, el astronauta disfruta de una verdadera visión de Dios desde una perspectiva empírica antes desconocida: al mismo tiempo que tiene la mayor de las pruebas posibles sobre su pequeño tamaño, el viajero espacial se siente un gigante del universo”, escribe Light.


El gran salto: Edward White da vueltas sobre el Golfo de México en la primera caminata espacial, el 3 de junio de 1965.

Caminante no hay camino: Edward White, un rato después, a la altura de Texas, cuando abajo empieza la noche norteamericana del 3 de junio.

LUNA NUEVA El recuerdo en la conciencia colectiva de las fotos de la misión Apolo está reducido a unas veinte copias, las que fueron escogidas en su momento por Life y National Geographic para ilustrar sus páginas, luego reproducidas en todo el mundo. El impulso inicial de Light al editar el libro fue evitar esas imágenes, pero luego se dio cuenta de que no podían estar ausentes fotos como el amanecer terrestre tomado por la Apolo 8, la huella lunar de Aldrin en la misión Apolo 11, o la tierra entera vista desde la Apolo 17. Por suerte, Light tuvo la delicadeza de dejar de lado esa postal de la guerra fría que es la figura sin rostro de un astronauta al lado de la bandera norteamericana en la superficie lunar. Light se permitió la libertad de incluir algunas fotos del programa Gemini dentro de su libro: son las fotos de una caminata espacial tomadas en 1967 por Jim McDivitt. “Sus imágenes nunca ha sido igualadas, ya que muestran como ninguna antes ni después la desorientación del hombre en el espacio”, escribe Light.
Al recorrer las imágenes de Full Moon es posible sentir toda la claustrofobia, el cansancio, el hastío y la improvisación descrita por Tom Wolfe en su libro sobre los astronautas, Lo que hay que tener. Dijo alguna vez el gran astrónomo inglés Sir Fred Hoyle: “Una vez que se consiga una fotografía de la Tierra tomada desde el espacio, y que la soledad de nuestro planeta sea conocida en su total magnitud, habrá nacido una nueva y poderosa idea en la historia del mundo”. Aquella foto de la Tierra entera vista desde la Luna, que en 1970 terminó en la tapa de toda revista o diario del mundo, generó una idea tan poderosa como paranoica: que el viaje a la Luna jamás se había realizado. Treinta años después, y con las fotos a la vista, es posible coincidir con Lyndon B. Johnson: todo aquel despliegue de producción valió la pena, aunque sólo sea por esas fotos.

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