Gila está bien y actúa en Barcelona Retrato de hombre con teléfono Hemingway
le pagaba tragos para oírle contar cosas de la Guerra POR
RODRIGO FRESAN,
La
cuestión, dicen, fue más o menos así: en 1876,
Alexander Graham Bell observó que, al hablar ante una fina capa
de metal, ésta vibraba de forma similar a la voz. Al colocar
esta membrana cerca de un electroimán, el flujo eléctrico
reproducía lo dicho pudiendo ser transmitido por un cable. Bell
entonces construyó los prototipos de dos aparatos pequeños
basados en este sistema uno para hablar y otro para escuchar,
envió a su ayudante Thomas Watson a una habitación contigua
y transmitió mecánicamente la primera frase a través
de los cables. Señor Watson, venga, necesito que me ayude,
dijo Bell con el inconfundible tono pequeño-parlamento-para-un-hombre-gran-parlamentopara-la-humanidad. 1 Suma
y sigue es el nombre del espectáculo con el que Gila celebra
su medio sigo de hablar por teléfono. Los martes y los miércoles
por la noche, en Barcelona. El resto de la semana, Gila aparece aquí
y allá a lo largo y ancho de España. En algún programa
de televisión donde se lo recibe y se lo festeja con justicia
como auténtico tesoro nacional, en otro teatro con los mismos
y perfectos chistes de siempre. Otros teléfonos y otros ámbitos
pero, siempre, el impecable tempo dramático y la capacidad singular
de enhebrar una veintena de chistes a lo largo de la columna vertebral
de un relato que no puede dejar de seguirse. Gila sale al escenario
con sus ochenta años a cuestas y la verdad es que sorprende verlo
en persona, del mismo modo que sorprende ver por primera vez uno de
esos cuadros clásicos que uno está demasiado acostumbrado
a encontrarse en las páginas satinadas de un libro caro. Pero,
a diferencia de lo que ocurre con esas reproducciones que falsean el
original durante años y que, cuando conseguimos enfrentarnos
a la cosa verdadera, hacen que por algún perverso motivo las
extrañemos, el Gila en carne y hueso es estrictamente fiel
a su reflejo televisivo. O mejor: para quien lo vio por primera vez
en una pantalla en blanco y negro, este Gila es en colores. 2 Gila es un stand-up comedian. Un comediante de pie. Como el médico brujo marca Neanderthal, como el bufón de Enrique VIII, como Jerry Seinfeld. Especie rara, no abunda. El comediante de pie es un humorista puro. Un tipo que trabaja solo. La abundante variante argentina el contador de chistes de teatro de revistas no le hace sombra y, en cierto modo, no es compatible. Es fácil contar culos tocando chistes. Lo más parecido a Gila que hemos sabido conseguir es Verdaguer. Pregunta: ¿dónde está Verdaguer? Otra pregunta acaso un tanto más incómoda: ¿quién fue el primero en llamar por teléfono a estadistas? ¿Gila o Tato Bores? Tal vez no importe. Tal vez sí. La idea de utilizar ese artefacto ominoso en las telenovelas, en las salas de mando de la Guerra Fría para hacer reír. 3 La escenografía de Suma y sigue es de una sencillez espartana: un perchero, una mesita, un teléfono. Viejo. Uno de esos artefactos negros y pesados a los que hay que clavarles un dedo en un movimiento circular para que funcionen. Un teléfono en serio. Por estos días finalizado el monopolio de Telefónica de España, la realidad ibérica está invadida de ofertas de pequeñas compañías, de tarifas reducidas, de infinidad de modelos de celulares, promocionados con la misma euforia con que en otros tiempos se publicitaban tónicos para el cabello o elixires para la eterna juventud. Misteriosamente, a ningún creativo publicitario amante del bydesign se le ocurrió la funcional obviedad de llamarlo a Gila para que promocione alguno de esos aparatitos que se llevan al oído para, dicen, plantar la semilla de Parkinson o Alzheimer. A Gila todo el asunto le tiene sin cuidado y, si llamaran, no atendería. No me gustan los celulares. Ni en el escenario ni en la calle, dice. Y la verdad que resulta raro imaginarse a Gila hablando por teléfono con un celular porque el humor de Gila no es portátil ni masivo, así como una historia de Gila contada por alguien que no sea él pierde toda la gracia. Hagan la prueba. Si Sinatra era La Voz, Gila es La Voz en el Teléfono. 4 Se apagan las luces y Gila sale al escenario vestido con uniforme de soldado y casco. Arrastra los pies. El rostro tiene algo de la jocosa tristeza de Buster Keaton, pero también es el rostro de quien ha hablado por teléfono demasiadas veces con la España negra y profunda. Es el rostro de alguien que ha visto demasiadas cosas terribles y se le han ocurrido demasiados chistes terribles al mismo tiempo. Si continuamos con las grandes referencias del humor, poco cuesta decir que Gila funciona como la perfecta mezcla de Groucho Marx con el Goya de Los Caprichos. La fascinación por lo terrible. La carcajada que no es más que una mueca que hace ruido. La guerra según Gila en uno de sus más justamente célebres sketches es, claro, la Guerra Civil Española. Un guerra pobre, poco sofisticada, terrible. Una guerra donde los paracaidistas duran una vez porque no hay plata para paracaídas; donde se van a buscar las balas usadas para volver a usarlas y que nadie se quede sin su bala y sin morirse; donde ellos bombardean los lunes, miércoles y viernes, y nosotros los martes, jueves y sábados; y los domingos alquilamos los aviones a una agencia de viajes, para cubrir gastos. La guerra sobre la que Ernest Hemingway le pedía información y recuerdos cuando invitó a Gila a bajarse un daiquiri detrás de otro en el legendario Chicote de Madrid. La guerra en la que Gila estuvo preso sin saberlo hasta mucho más tarde junto al poeta Miguel Hernández, quien se acercó al humorista mientras éste mataba el tiempo dibujando monstruosidades. Los dibujos de Gila que más tarde ocuparían las páginas de las legendarias revistas La Codorniz y Hermano Lobo. Dibujos donde, por ejemplo, aparece un soldado desdentado, con la barba de varios días, rodeado de ruinas y con una sonrisa tan feroz como inexplicable. En el dibujo en el caos de escombros y brazos tirados por el piso sobrevive una mesita en precario equilibrio. Sobre la mesita, claro, hay un teléfono. El soldado sostiene el auricular y dice: Bueno, mami, te dejo, que tengo que seguir avanzando. 5 Y Gila avanza. Avanza desde entonces. Desde que se vistió de soldado por primera vez para contar la guerra. El primer volumen de las memorias de Gila tienen un título genial: Y entonces nací yo (lo publicó, o reeditó, Temas de Hoy, pero es casi un martirio conseguirlo). Allí, Gila cuenta muchas, demasiadas cosas increíbles, a veces dedicando apenas un par de líneas al encuentro con un famoso para, páginas más adelante, dedicarle dos páginas enteras a una apología de las estaciones de tren con potencia y lirismo que no desentonarían en un cuento de John Cheever. Hay muchas estaciones en esas memorias. Una de ellas lo muestra, en los principios, muerto de hambre y con la audacia kamikaze de quien no tiene nada que perder. Gila recuerda que fue al teatro Fontalba, donde se representaba la función número quinientos de una obra de éxito. Llevaba una bolsa donde había un uniforme de soldado de infantería de los años 20 y un fusil de madera que había alquilado en Cornejo. La función estaba terminando; los aplausos ascendían y aprovechando una distracción, ante el asombro de la concurrencia el joven Gila surgió desde la concha del apuntador vestido de soldado, se plantó de espaldas al elenco que saludaba y de frente al público, miró a derecha e izquierda y preguntó: ¿Ésta es la salida delmetro de Goya?. Alguien se atrevió a responderle: No, éste es el teatro Fontalba. Ah, dijo Gila. Y ahí nomás se largó, cuesta abajo y sin frenos: Les voy a contar por qué estoy aquí.... Quince o veinte minutos más tarde había nacido una estrella. Cincuenta años después Gila dice: Yo hago el humor contra la guerra. Yo soy el enemigo de los enemigos. 6 Pero,
en realidad, la estrella había nacido antes: el 12 de marzo de
1919 en Madrid. Para eso están los registros, para poner fechas
y precisar coordenadas. El punto exacto en el que nace un humorista
es mucho más difícil de precisar. Hay algunas pistas importantes
y atendibles. Y, se sabe, la biografía de alguien que un día
se decide a hacer reír a los otros basta con leer vidas
tristes de graciosos verdaderos, o ver vidas complicadas de graciosos
de ficción, por lo general, viene condimentada con una
dosis atendible de pathos. La vida de Gila tiene pathos como para tirar
al techo. Veamos, leamos, miremos, escuchemos. 7 Pero todavía no. Todavía falta. Otro de sus monólogos en Suma y sigue gira alrededor de la condición del nómade compulsivo, del turista accidental y vertiginoso, de los tours relámpagos y de las diferentes expresiones locales que va recogiendo en escenarios de México, Cuba, Argentina. De hecho, el segundo volumen de las memorias de Gila se titula Memorias de un exilio: Argentina mon amour y es una apasionante visión extranjera de la segunda patria de Gila durante los dorados años sesenta. Gila llega a la Argentina escapando de Franco y se aleja escapando de Videla & Co. Una mañana lo llaman de Casa Rosada. Gila tiembla y va a ver qué pasa. Va con un pulóver de cuello alto. En la entrada lo obligan a ponerse una corbata. No fue fácil ponerme una corbata encima del cuello alto, cuenta Gila. Entra, saluda. Uno de los coroneles le dice: Hemos pensado que usted podría hacer un programa de humor semanal en la televisión. Gila, con toda la delicadeza que puede extraerle al asombro, pretexta otros compromisos. Agradece, sale y decide que es hora de irse: de volver. A Gila no le causa ninguna gracia hacer reír al enemigo. En España, un dibujo de El Perich le da la bienvenida con la leyenda: No todo era malo en el franquismo... Estaba Gila. 8 Y,
por suerte, Gila sigue estando. La camisa roja casi tatuada sobre la
piel y la estampa arquetípica de homo ibérico, por más
que me hinchan las pelotas el pasodoble y el chotis. Gila
funciona, sigue funcionando más que bien como testigo cruel e
impiadoso de esta Nueva España Primer Mundo. La sombra que proyecta
Gila es, también, la necesaria sombra de la memoria, la sombra
siempre dispuesta a pegarle una buena patada a la amnesia colectiva,
a las ganas de olvidar por olvidar. Y ocurre que, para ser humorista,
para contar chistes, se necesita una muy buena memoria. El único
momento donde Gila no está solo en Suma y sigue es cuando entra
el actor Gonzalo Berzosa y los dos consiguen una brillante pieza de
cámara humorística sobre el duro arte de encontrarse por
la calle y, sabiéndose conocidos de algún lado, disimular
el hecho de que no se sabe de cuándo y dónde y por qué.
Ahí, Gila como traductor perfecto de Ionesco y Beckett, entabla
con su partenaire una conversación con demasiados puntos suspensivos.
El resto, ya se sabe: teléfono. Hablar por teléfono para
que la gente se ría. Entiendo que definir la risa, como
definir el humor, es altamente complicado. Ni siquiera Freud ha sido
capaz de hacerlo. Luego de más de cincuenta años manejándome
con el humor, llegué al convencimiento de que la risa es la consecuencia
de una estafa cerebral. La gente ríe porque se siente estafada.
Si a cualquiera de nosotros nos vendan los ojos y nos empujan muy lentamente
por un camino y, durante el trayecto, nos hacen creer que ese camino
nos conduce hacia un acantilado de una altura considerable, nuestro
cerebro se irá condicionando para enfrentarse a la caída
desde ese acantilado. Pero, si al llegar al punto de destino, descubrimos
que al final de ese camino lo único que hay es un pequeño
escalón, ese engaño, esa estafa que le juegan a nuestro
cerebro, es lo que provocará nuestra risa. A eso es a lo que
yo llamo una estafa cerebral. |