Dos
por uno
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Evita
y el Che se encuentran en Dos destinos sudamericanos, el libro en
que José Pablo Feinmann reúne el guión que
escribió para la película Eva Perón y la obra
teatral Cuestiones con Ernesto Che Guevara, dos textos que fueron
concebidos para ser representados, pero que ahora también
salen en busca de un lector. En esta entrevista, el autor reflexiona
sobre las coincidencias y diferencias de los dos personajes, sobre
sus destinos comunes y sus desiguales orígenes, sobre la
herencia de su pensamiento y la vigencia de ambos más allá
de la chemanía, más allá de la evitamanía. |
POR
CLAUDIO ZEIGER
Cuando
era chico, cuando aún no había leído a Sartre ni
a Hegel, ni firmado guiones cinematográficos o novelas o ensayos,
José Pablo Feinmann intentó una obra de teatro. Se inspiró
en La ratonera de Agatha Christie, que lo había deslumbrado.
El resultado se tituló Un pequeño mundo para el crimen,
transcurría en una pensión y el asesino era el paralítico,
que además no era paralítico, recuerda ahora Feinmann
riéndose. Tuvieron que pasar muchos años y muchos libros
para que volviera al teatro. La obra se llamó Cuestiones con
Ernesto Che Guevara y se estrenó el año pasado. Nótese
el cambio: de Agatha Christie, el autor pasó a inspirarse en
una de las figuras míticas de la política latinoamericana
para discutir la violencia revolucionaria. No es azar que la violencia
revolucionaria sea también el tema central de su ensayo La sangre
derramada, publicado a fines del año pasado. Tampoco es azar
que esa obra teatral (la del paralítico, lamentablemente, no
trascendió al tacho de basura) aparezca ahora en forma de libro
junto con el guión Eva Perón, filmado por Juan Carlos
Desanzo. No fue el azar, entonces, lo que unió al Che y a Evita
en el libro Dos destinos sudamericanos. A las condiciones de producción
escribir para el cine, escribir para el teatro hay que agregar
los puntos en común (¿un destino quizá?) en estos
dos mitos que que marcaron a fuego a toda una generación de militantes
y que Feinmann busca desmitificar, bajar a tierra para discutirlos cara
a cara, con dosis iguales de vehemencia, admiración y bronca.
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POBRE PERO
HONRADA
El guión de Eva Perón obedece a una obsesión
de Juan Carlos Desanzo más que a una obsesión mía,
cuenta Feinmann. Desde 1990 él quería filmar su
Evita pero no tenía productor. Hasta que empieza la producción
de la película de Madonna, y se exacerba el interés argentino
por responder a la versión de Alan Parker. Mi guión no
fue la respuesta patriótica a la supuesta injuria cipaya, sino
un texto que contiene muchos elementos críticos sobre la figura
de Evita y mucho más críticos sobre la figura de Perón.
Feinmann comenzó a escribir este guión a fines de 1995
y recuerda que su primera versión (la que ahora se recupera en
el libro) era excesiva: si se filmaba tal cual, habría durado
más de tres horas. Ya que hacíamos una película
pobre, yo quería que fuera larga, y muy conceptual, muy ideológica.
Pero no se pudo hacer así, en gran medida porque los distribuidores
no toman una película argentina de tres horas de duración.
Finalmente cortamos y cortamos, hasta que quedó en dos horas.
Cuando se le dice que la lectura de Eva Perón genera la impresión
de estar frente a un texto dramático, Feinmann explica: Es
algo que tiene que ver con los costos de producción. Los exteriores
son caros, entonces yo tenía que hacer un guión que transcurriera
en interiores, muy teatral. El 17 de octubre no mostramos la plaza sino
lo que sucede del balcón para adentro. Por supuesto es un texto
muy fantasioso; en realidad, todos esos diálogos son una gran
mentira que yo imaginé. Como tampoco hay pruebas de que Evita
se haya encontrado alguna vez con John William Cooke ni con Discépolo.
Son encuentros posibles pero absolutamente ficcionales.
DESTINO TEATRAL
Feinmann dice que la obra del Che es y no es parte de la misma historia:
Cuestiones con Ernesto Che Guevara también surgió como
un guión para una película que iba a filmarse en 1997
(para los treinta años de la muerte del Che), pero esta vez el
problema no fue que durara mucho: El guión no gustó
a los productores cubanos, y tampoco quisieron que lo rehiciera, así
que quedé totalmente afuera de ese proyecto. El guión
marcaba aspectos que, para la lectura oficial del Che, eran muy oscuros,
como su marcado fracaso en la selva boliviana y los fusilamientos en
la fortaleza La Cabaña después de la Revolución
Cubana. El tiempo pasó hasta que el productor Ricardo Cohen
le preguntó si tenía algo escrito para teatro y Feinmann
le propuso una obra basada en las últimas horas de vida del Che,
donde, a instancias de un historiador que lo visita en la escuelita
de La Higuera, se discute sobre la violencia. Ya pasado su bautismo
como dramaturgo, Feinmann se anima a sacar sus primeras conclusiones,
comparando las disciplinas de escribir para cine y para teatro: El
texto dramático tiene más densidad literaria que el guión
de cine. En un guión ya se sabe que mete la mano todo el mundo:
primero los productores, después el director, y luego los actores.
En el set puede llegar a pasar cualquier cosa que termina traicionando
al guionista.
UN DESTINO
EN COMUN
Despejado el tema de las condiciones de producción,
el lector de Dos destinos sudamericanos se podrá dar cuenta enseguida
de que está frente a dos versiones fuertes, muy ideológicas
y sustanciosas -esto es, deliberadamente armadas para la discusión
de estos dos destinos sudamericanos. Para escribir acerca de Eva y el
Che, Feinmann no tomó ningún atajo: va al centro de esas
vidas que parecen incluir en sus palabras y sus actos la imagen de su
propia trascendencia, esa que llega hasta nuestros días.
¿Por qué cree que el Che y Evita tienen un destino en
común?
Podría contestarlo a partir de la dificultad que tuve para
escribir un prólogo para el libro. O me ponía a repetir
lo que ya estaba escrito en los textos, o me ponía a contar anécdotas
de la filmación y de la obra de teatro. Finalmente escribí
algo pero llegué tarde, el libro ya estaba en la imprenta. Ese
prólogo tendía a justificar un título borgeano.
Sorprendentemente o no, el concepto destino sudamericano
es de Borges. Está en el Poema conjetural, que narra la muerte
de Laprida. Cuando Laprida siente el puñal gaucho, salvaje, en
última instancia mazorquero, penetrándolo, siente un júbilo
en el pecho: Al fin me encontraba con mi destino sudamericano.
Cuando digo sorprendente quiero decir que Borges va mucho más
allá como poeta que como pensador político. Como poeta
llega a una concepción muy honda de lo que ese destino sudamericano:
Laprida, que es un hombre culto, de letras, no existe como totalidad
sino a partir del momento en que es víctima del puñal
de la barbarie. Es decir: no hay civilización posible sin la
incorporación del elemento bárbaro. Esa idea me cautivó
siempre. El destino es el momento de unión entre el mundo de
la civilización y el de la barbarie. Eva y el Che Guevara son
elementos bárbaros del país: las clases altas nunca los
pudieron integrar. El Che era la barbarie de izquierda y Evita era,
para la oligarquía, la barbarie fascista. En verdad, Eva actuaba
desde una barbarie populista, el sexo entendido como el componente de
la mujer que irrumpía en la política. Y el Che, como una
barbarie que surge desde el seno de la civilización y se vuelve
contra ella. Por eso los veo como dos destinos sudamericanos.
Y coinciden en el destino a pesar de tener orígenes de clase
casi opuestos.
En Eva siempre hay una opción por trepar en la escala social,
primero a través del espectáculo. Pero, a diferencia del
Che, en ella hay un factor que la termina fundiendo con sus orígenes:
la mujer injuriada que une su destino a las clases injuriadas. En el
caso del Che, es el tipo que rompe con una familia rica y une su destino
a la causa de los oprimidos. Creo que, en los dos, su destino está
entendido como construcción del destino: no hay predestinación
alguna. Para Eva me inspiré muchísimo en el Saint Genet
comediante y mártir de Sartre. Según él, Genet
es un bastardo, aquel que no tiene nada detrás. Eva realmente
era bastarda, en tanto que el Che elige serlo, renegando de su clase.
Creo que en Eva y el Che está muy claro que se construyen para
la mirada de la posteridad. Basta ver el tono de sus textos: el de Eva,
porque viene del radioteatro y maneja las verdades de la emoción,
y el de Guevara por las verdades de lo que para él era el marxismo
científico. De lo que está seguro Guevara es de que él
representa el sentido de la historia.
En La sangre derramada plantea la operación que hizo la izquierda
peronista en los 70: guevarizar a Eva. Evita como
el Che con faldas, dice usted. ¿Era tan necesaria esa operación?
¿No podían llegar a Evita sin pasar por el Che?
Es que la izquierda peronista tenía que hacerse peronista.
A mí me costó una barbaridad transformarme en peronista.
Yo venía de Hegel y del marxismo. Todo el planteo partía
de la evidencia de que la clase obrera era peronista, y que el hecho
revolucionario era traer de vuelta a Perón del exilio. ¿Cómo
podíamos ser revolucionarios? Transformando a Evita en el Che
y a Perón en un líder revolucionario. Queríamos
al Che, pero necesitábamos nuestro propio Che peronista. Y eso
era Evita. Tenía la muerte joven, el fuego, el extremismo. Sobre
todo el extremismo.
Pero también parece haber algo forzado en esa guevarización:
uno puede imaginar a Evita acusando al Che de estar contra Perón,
de ser comunista, che, como le dice a Cooke en el diálogo
de su obra.
Es cierto: Evita nunca leyó el Manifiesto Comunista. Pero
esa operación era algo facilitado por muchas cosas, sobre todo
por los discursos anticapitalistas de Evita. Si bien no era comunista,
era fervorosamente anticapitalista. Tanto que a veces parecía
comunista. Digamos que la operación de la izquierda peronista
fue una cuestión de selección de textos, Y había
muchas frases a mano: La raza de los capitalistas traidores terminará
en este siglo. O aquella otra que tanto citaban los montoneros: La patria
dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus
ruinas. Y sobre todo estaba el jacobinismo de Evita: Perón dijo
aquello de al enemigo ni justicia, pero Evita realmente lo creía.
¿No es un poco injusto, cuando se entronizan a Evita y al Che,
el plano gris en el que quedan opacados los líderes que los sobreviven,
Perón y Fidel?
Es que los dos cometieron la imprudencia de seguir vivos. No hay
nada que desgaste más a una figura histórica que lo que
viene con los años: el empezar a transigir, el deterioro. Perón
tuvo la enorme fortuna del exilio, pero el regreso lo pierde. Si Perón
moría en España, López Rega e Isabel nunca hubieran
accedido al poder. Un mito, cuando baja a la historia, muere. No podemos
imaginarnos al Che y a Evita viejos. A Fidel lo hemos visto manipulando
la política a lo largo de los años para poder seguir adelante,
lo cual lo acerca a una visión burocrática de la vida
y del poder. Es el encanto de morir joven. Es la atracción que
según dice Tito Cossa, sienten los escritores por el fracaso.
Son grandes fracasos, hermosos fracasos. Ellos mueren con las enormes
contradicciones que tenían, pero sin traicionar esas contradicciones
que tenían.
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La
izquierda peronista guevarizó a Eva porque necesitaba un
Che peronista. Esa operación se facilitó sobre todo
por los discursos anticapitalistas de Evita. Pero hasta donde
yo sé, el Che nunca se fascinó con ella, ni con
el peronismo.
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DESPUES DE
LA MANIA
En un momento de pausa en la entrevista, un poco sorprendido porque
al parecer siempre se puede seguir discutiendo e hilvanando nuevas percepciones
sobre Eva y el Che, Feinmann reconoce que ambos ocupan un lugar espléndido
y un poco inofensivo en el cielo de las estrellas de este siglo. Como
si su sobrevida realzara las coyunturas más glamorosas: la evitamanía
provocada por Madonna & Parker, la chemanía de los treinta
años. Resulta mucho más difícil, en cambio, encontrar
hoy en día expresiones políticas que encarnen el evitismo
y el guevarismo.
Es que el estilo que hoy tiene la política es anti-evitista
y antiguevarista. La política está concebida a partir
del pragmatismo, y eso lo aleja mucho de las ideas y de las pasiones.
Es el reino de la conveniencia, de la disputa por los espacios de poder.
A Evita y al Che les tocó, finalmente, una época en la
que se creía que la historia se podía transformar. Hoy
cuesta muchísimo pensar que esta coyuntura histórica pueda
ser transformada. El Che y Evita creían en la revolución:
era un acto por el cual se podía alterar la totalidad de la realidad.
Hoy es imposible pensar así la revolución. Es muy difícil
que se den personalidades tan absolutas como las suyas en estos tiempos
de pragmatismo tan exasperado. Es difícil imaginar a Evita ejerciendo
la infinita paciencia de la negociación. Perón decía:
Hay que dar el 50 por ciento y quedarse con el 50 más valioso.
Perón creía en la negociación.Evita no sabía
hacer eso. Era sí o era no. El Che tampoco era un negociador,
y por eso se fue a la selva boliviana.
Pero aún existe la guerrilla en América latina, y está
el caso del zapatismo. Todavía parece haber un escenario posible
para el guevarismo.
Es seguro que hay una reivindicación de la figura de Guevara
en el zapatismo, pero hay que ver que son cosas totalmente distintas.
El zapatismo no quiere tomar el poder por la violencia, y esta diferencia
es fundamental. El zapatismo no es marxista ni sostiene la teoría
del foco. Quiere crear condiciones mejores (inclusive más benévolas,
aunque esta palabra pueda molestar un poco) para las minorías
oprimidas. Hay un gran manifiesto, un texto hermoso, en el que Marcos
dice: Marcos es gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático
en Europa, feminista en los partidos políticos, ama de casa un
sábado por la noche en cualquier barrio de cualquier ciudad de
cualquier México... Éste es indudablemente un texto de
los noventa. El Che Guevara no podía pensar en estos términos.
Si se hacía la revolución, estos problemas se arreglarían
desde la revolución. Es lo que pensaba Marx respecto de la cuestión
judía. Muchos marxistas en los setenta pensaban que el sometimiento
de la mujer se iba a arreglar cuando tomaran el poder.
¿Pero hay una herencia teórica del Che?
El Che como pensador no iba más allá de unas lecturas
primarias del marxismo. Me refiero a las más directas: conocía
el Manifiesto Comunista y seguramente los textos históricos de
Marx. Hay algunas películas en las que se lo muestra leyendo
El ser y la nada, pero yo no creo que haya leído a Sartre. El
Che tenía una profunda convicción y leía los textos
que avalaban esa convicción. Sin dudas habrá leído
Del socialismo utópico al socialismo científico, pero
sin dudas también, no leyó El Capital. No tenía
formación filosófica. Llegó a tener formación
económica, pero no llegó a configurar un pensamiento teórico.
Leía los libros que podían alimentar lo que previamente
había decidido hacer.
¿El Che tuvo alguna aproximación a la figura y los escritos
de Eva?
Como dicen los historiadores en estos casos: hasta donde yo sé,
no. Se puede pensar que algunos puentes los habrá tendido John
William Cooke, que tuvo muchas charlas con él, pero no creo que
el Che se haya fascinado mucho con Evita, ni con el peronismo.
Su libro sale casi tres años después de la película
sobre Evita y casi dos años después de la obra sobre el
Che. Supongo que le habrán llegado repercusiones, ecos de polémicas
sobre su visión.
Hay una que no olvido nunca, por lo problemática que fue:
en los debates que hacíamos después de la función
de la obra del Che, una chica se levantó y dijo que amaba a Guevara,
pero que en la obra acababa de ver que él daba orden de fusilar
a un coronel del ejército de Batista, que seguramente era un
tipo detestable. Lo que planteaba era que ella estaba en contra de la
pena de muerte. Y es la primera vez que veo al Che ordenando un fusilamiento,
y estoy muy confundida, dijo. Ese núcleo problemático
me pareció fascinante. Y lamento decir que esa chica no se fue
con una respuesta: se fue con un despelote en la cabeza. Y es el despelote
que podemos tener muchos con el Che. Yo no supe darle una respuesta.
Pero le agradecí que hubiera dicho lo que le había pasado.
Hoy agregaría que la felicito por su confusión.
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No
podemos imaginarnos al Che y a Evita viejos. En cambio Fidel y
Perón cometieron la imprudencia
de seguir vivos. Eva y el Che mueren con las enormes
contradicciones que tenían, pero sin traicionar esas
contradicciones que tenían.
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La
mochila cargada
POR ROBERTO
COSSA
Tipo
raro este Feinmann. Pertenece a la categoría de los anteojudos
que son capaces de leer a Hegel sin pestañear una sola vez; nos
asombra con sus agudas reflexiones sobre la realidad política
y conoce el cine de Hollywood con sabiduría de enciclopedia.
Pero además, o quizás antes, es un escritor de novelas
y guiones con un gran manejo de la narración.
No es habitual tanta versatilidad. Porque Feinmann no utiliza el arte
como un instrumento para expresar sus ideas sino que inventa sus ficciones
desde un imaginario que se alimenta de las pasiones y de las conductas
de los seres humanos. Como cualquier escritor de ficción.
Recién al llegar a la dramaturgia, Feinmann mezcla los genes
y produce un fenómeno extraño en el teatro argentino.
Más que extraño, poco frecuente. Olvidado, dirán
algunos memoriosos. Asume el debate político y lo convierte en
fenómeno dramático con la misma nobleza que otorga a sus
narraciones o a sus guiones para el cine. Porque Cuestiones con Ernesto
Che Guevara es un texto de fuerte potencia teatral. Y así quedó
consagrado en el escenario del Teatro Margarita Xirgu. Porque fue un
buen espectáculo, un espectáculo de gran teatralidad.
Por supuesto que mucho tuvieron que ver sus hacedores, actores, directores,
plásticos y músicos. Son ellos los que generan el fenómeno
espectacular, los que producen el hecho artístico arriba del
escenario; pero no hay oficiante de las tablas que pueda inventar la
teatralidad de la historia, si esa teatralidad no está contenida
en el texto. Y Cuestiones con Ernesto Che Guevara es una partitura dramática
de fuerte teatralidad.
El primer rasgo teatral potente de la obra es, sin duda, el protagonista,
el Che, uno de los personajes históricos más atractivos
para cualquier generador de historias. Une a su biografía aventurera,
a su imagen bella y romántica, a sus anécdotas de superhombre,
una característica que apasiona a cualquier escritor: termina
fracasado.
Y es probablemente ese costado del personaje el que alentó a
Feinmann a escribir una obra. Es decir, Feinmann no escribió
una obra, otorgó carácter de hecho teatral, de partitura
dramática, a sus continuas discusiones que nacieron el mismo
día en que el Che murió acribillado en Bolivia. Porque
ese día aciago el debate de los hombres cambió de mano.
Y Feinmann, dolorido por aquella muerte, pero angustiado por su significado,
fue armando con los años un discurso, un debate. Lo escuchó
hablar al Che y le contestó. Le preguntó y escuchó
la respuesta. Y le discutió.
Hasta que un día encontró la estrategia para contarles
a los demás lo que le estaba ocurriendo. No es casual que haya
elegido el teatro. Supongo que Feinmann necesitaba ver corporizado el
debate, verlo vivo. Ver al Che y verse a sí mismo en el personaje
de Andrés Navarro, verdadero alter ego del escritor.
Fue una estrategia astuta. Y la astucia es una herramienta fantástica,
muchas veces descalificada en el teatro contemporáneo y muchas
veces tan necesaria.
Y fue un acto de audacia. Alguien tenía que sentarse a debatir
con el Che sobre el gran tema de nuestro tiempo: ¿nos equivocamos
aquella vez porque erramos la estrategia o nos equivocamos para siempre
porque nuestras ideas son imposibles?
Feinmann se decidió. Tenía la mochila cargada; tenía
con qué como pensador y como hombre de la cultura de este tiempo.
Eligió el teatro y demostró que también tenía
con qué.
Bienvenido a la dramaturgia, José Pablo Feinmann.
Un
destino literario
Por GUILLERMO
SACCOMANNO
Evita
ya está muerta. En el Congreso, una diputada se niega a que Evita
sea comparada con otras mujeres célebres de la historia. Porque
todas ellas tuvieron eminentes escritores que magnificaron sus historias.
En cambio, ¡no hay ni habrá escritor, por inteligente que
sea, que pueda trazar fielmente la historia de las realidades de Eva
Perón!, dice. La anécdota es real. El desafío
literario que lanza la diputada tiene sus motivos: toda la intelectualidad
de ese tiempo es gorila. Sin embargo, como la sombra terrible de Facundo,
Evita encontrará su destino literario. Desde la inefable mujer
del látigo, con sus resonancias de sexo disciplinario,
hasta la canonizada, con sesgos de realismo mágico de Tomás
Eloy Martínez. Ineludibles, algunas Evitas: las de Copi y Perlongher,
la seducción fálica y macabra. Paradigmática, la
Evita esa mujer, de Walsh, activando la necrofilia represora.
Cada vez que Evita aparece en nuestra escena literaria define posiciones.
Y enciende polémicas.
Los dos destinos sudamericanos que Feinmann presenta en su nuevo libro
-Evita y el Che no remiten sólo a los personajes de una
pieza musical de Broadway. Habría que recordar que, sobre el
final de uno de sus ensayos políticos sobre literatura argentina
y política, Viñas está con Walsh, una tarde en
el Tigre. Viñas cuenta, socarrón, cómo urden una
trama que se anticipa al pastiche de Broadway: Evita y el Che juntos,
¿por qué no? Difícil, la puesta. Pero a Feinmann
le gusta el término es: le apasiona- escribir en este sentido:
las tensiones entre literatura y violencia, los personajes cautivantes.
A Feinmann también le gusta escribir en los bordes de los géneros:
aquello que no termina de redondear el ensayo lo completa la ficción.
Y esto suele provocar malosentendidos críticos. Si bien Eva Perón
y Cuestiones con Guevara pueden ser leídos como apostillas ficcionales
a La sangre derramada, su totalizador ensayo sobre la violencia, también
valen independientemente, como tragedia la primera, como un drama de
cámara el segundo.
Feinmann pertenece a una generación que en los 60/70 reivindicó
los géneros llamados marginales: la historieta, la novela policial,
el cine, hasta entonces juzgados desde una perspectiva elitista. Creo
atinado señalar estas marcas para comprender cómo todo
lo que escribe se va imponiendo como un proyecto totalizador de comprensión
de la realidad nacional. Sus ensayos son narrativos; sus ficciones discuten
ideas. Los vasos comunicantes están a la vista, y las referencias
de lo literario, también. Eva Perón es un buen ejemplo.
Evita está votando por última vez y el fiscal de mesa
tal como lo indica Feinmann en el guión es David
Viñas. Unas mujeres se arriman a Evita, la abrazan, lloran y
también besan la urna. El escritor Viñas, fiscal de la
UCR, observa: Una escena de Tolstoi. Poco después,
cuando Evita agoniza, aconseja a sus seguidores que cuiden a Perón
hasta de él mismo. Ahí reverbera la recomendación
que Starbuck (el segundo de a bordo del Pequod, el ballenero
que persigue a Moby Dick) le hace al poseído capitán Ahab:
Que Ahab se cuide de Ahab. Y otro guiño más
en el guión: Perón, reunido con sus pares de uniforme,
que lo aprietan, admite Sí, yo la hice, pero ahora está
hecha. Y cuando se le mete una idea en la cabeza, no es fácil
quitársela. Mary Shelley: Evita como el Frankenstein desencadenado,
fuera del control de su creador que evita sus arrebatos de resentimiento
devenidos en justicia social. Lo que Perón evita se sabe: Perón
evita la Patria Socialista, como habrá de verse en los 70.
De acuerdo, Eva Perón es, ante todo, un relato. Pero mecaniza
la puesta al día de un destino literario. Los límites
entre un género y otro, se comprueba, no son siempre nítidos.
Suele pasar lo mismo con los límites entre literatura y realidad.
Evita suele entrar y salir de nuestra escena literaria. Y cuando lo
hace, a muchos los irrita. Ahora entró de nuevo.
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