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La doble vida
de Alexander Kojève
El
filósofo que vino del frío
Era sobrino de Kandinsky, especialista en Hegel y en textos
sánscritos, libertino y ex víctima de la policía
secreta leninista. Entre 1933 y 1939 dictó un seminario al que
iban Breton, Lacan, Bataille, Merleau-Ponty, Aron, Caillois y Klossowski.
Cuando murió, en 1968, Lacan se coló en su departamento
y se apoderó de sus anotaciones. Este año se supo que, además,
fue espía para Moscú durante treinta años. Conozca
a Alexander Vladimirovich Kojevnikov, mejor conocido como Kojève.
POR
ALFREDO GRIECO Y BAVIO
Imaginemos
que un autor secreto (1902-1968) haya influido de manera subrepticia,
pero determinante en el pensamiento occidental de los últimos tres
cuartos de siglo. Imaginemos que ese mismo autor, convertido en funcionario
público, haya anticipado y preparado la Unión Europea, el
euro e inclusive el tratado de Defensa Europeo firmado hace una semana
(la venganza de Bruselas y Estrasburgo sobre Washington). Imaginemos además
que haya promovido la Caída del Muro y suscitado las (discutibles)
tesis sobre el fin de la historia. Y que, durante todo ese tiempo, haya
sido un espía de la KGB soviética. Todas las condiciones
anteriores se encuentran reunidas en la figura de Alexander Vladimirovich
Kojevnikov, mejor conocido bajo la forma afrancesada de su nombre: Alexandre
Kojève.
PROFESOR, FUNCIONARIO,
SUPERAGENTE
El influjo de Kojève sobre el pensamiento continental europeo (después
hegemónico también en Angloamérica, ya perdida de
vista la galaxia analítica) ha sido debidamente reconocido, aunque
nunca estudiado hasta sus consecuencias últimas. Kojève
tiene su biografía oficial en las canónicas 500 páginas
redactadas por Dominique Auffret (1990) y sus numerosos textos inéditos
empiezan a salir a la luz. En la Argentina, el siempre alerta Juan José
Sebreli tradujo su obra más influyente, Introducción a la
lectura de Hegel, e inclusive compuso otro libro con la reseña
que un vietnamita muerto por el Vietcong, Tran Duc Thao, había
publicado sobre el Hegel de Kojève en Les Temps Modernes, la revista
de Jean-Paul Sartre. De Leo Strauss a Allan Bloom, el reconocimiento de
las deudas es unánime. Sin embargo, éstas era aun mayores
de lo que muchos gustaban conceder.
En el verano de 1989, en la revista The National Interest apareció
uno de los artículos más debatidos en la entera década
siguiente, The End of History?. Como lo admitió su
autor Francis Fukuyama, un funcionario de Washington desconocido hasta
entonces, este ensayo no era más que el desarrollo de una nota
al pie que Kojève había agregado a su Introducción
después de un viaje a Japón en 1968. Fukuyama conoció
el enaltecimiento y el escarnio, dos formas complementarias de su fama.
Diez años después, el artículo sigue debatiéndose,
y la revista The National Interest le dedicó un número especial
en este año que acaba.
Las referencias intelectuales y los cumplidos de los europolíticos
no conocen interrupciones. Todos ellos coinciden en la inaprensible multiplicidad
de aspectos de Lula, el diminutivo ruso de este filósofo
sobrino de Vasily Kandinsky (el Centro Pompidou atesora su correspondencia
con el pintor abstracto), formado en Alemania pero de inserción
primero parisina y luego europea. Especialista en física, libertino,
marxista de derecha, tecnócrata de Bruselas, erudito conocedor
de textos sánscritos, versado en chino y tibetano, corresponsal
de Schmitt, Gadamer, Jaspers, Löwith, ex víctima de la Cheka
(policía secreta leninista), gaullista, impulsor de la moneda europea,
fundador y signatario del GATT (ese acuerdo de comercio que tuvo su penúltimo
desenlace en la televisada batalla de Seattle del 30 de noviembre pasado
contra la globalización). Todos estos títulos verdaderos
y contradictorios aducidos por quienes a veces deploraban que no
se especializara, que no ostentara un diploma universitario anticipaban
la última revelación: Kojève espió durante
treinta años para Moscú. La noticia quizá sorprenda
menos si se atiende a la tradicional firmeza de la alianza diplomática
franco-rusa y al común antinorteamericanismo a ultranza: un rasgo
del católico general De Gaulle heredado por el gaullista Jacques
Chirac, actual presidente de Francia.
Dos fuentes revelaron este año las actividades ocultas de Kojève:
el servicio de contraespionaje francés (DST) y el voluminoso Archivo
Vasili Mitrojin publicado este año, con el nombre de un ex
archivero de la KGB-, que ya provocó un escándalo político
en Italia por la ayuda de la inteligencia soviética a las Brigadas
Rojas y al PCI, entre otras primicias. El relato de las sucesivas revelaciones
sobre la Guerra Fría producidas desde el fin del comunismo en Europa
del Este generalmente puede reducirse a la máxima de Henry Kissinger:
Hasta los paranoicos tienen enemigos. De los enemigos de Kissinger, la
KGB ha sido el primero en difundir (hay que decir que muy selectivamente)
esas revelaciones: las pruebas de cuán bien hicieron las cosas,
sin que la CIA se enterara.
EL AMO Y LOS
ESCLAVOS
Todavía hoy muchos se preguntan qué pasaba en ese seminario
que se reunía todos los lunes, a las cinco y media de la tarde,
en la Ecole Practique des Hautes Etudes, entre 1933 y 1939. El profesor
era Kojève, un alumno de Alexandre Koyré (otro filósofo
ruso emigrado) al que sucedía en la quinta sección de la
Ecole. Intérprete no comentarista
de Hegel, en particular de la Fenomenología del Espíritu,
Kojève aceptó que una parte de aquellas clases conformaran
su Introducción a la lectura de Hegel (1947), reunidas por uno
de los asistentes, el matemático Raymond Queneau (autor de Zazie
en el Metro y otras novelas donde el habla de París aparecería
por primera vez sin maquillaje). Los otros asistentes se llamaban André
Breton, Jacques Lacan (que le robó la idea del Seminario como modo
de transmisión de una enseñanza, donde el que fija el texto
no es quien habló: las palabras quedan, los escritos vuelan), Raymond
Aron, Georges Bataille, Roger Caillois (después emigrado a la Argentina),
Maurice Merleau-Ponty, Eric Weil, Pierre Klossowski, Gaston Fessard, Jean
Hyppolite (que, durante la ocupación nazi de Francia, traducirá
la Fenomenología, escrita bajo la invasión napoleónica
a Alemania). Otros, como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, se anoticiaban
indirectamente de qué había pasado en el Seminario. Allí,
los asistentes escuchaban una interpretación marxista y atea de
Hegel, centrada en la satisfacción del deseo antropógeno
de reconocimiento, en la lucha a muerte entre el amo y el esclavo, en
el pasaje de la filosofía del yo pienso cartesiano
al yo deseo. Y allí se reconocían marxistas,
surrealistas, fenomenólogos, existencialistas, el primer lacaniano
que unirá psicoanálisis y estructuralismo, y
otros pensadores independientes.
EL FIN DE LA
HISTORIA
En mayo de 1968, un angustiado Raymond Aron llamó por teléfono
a Kojève. Éste lo tranquilizó: el movimiento estudiantil
es un simulacro de revolución. Días después, el 4
de junio, Kojève muere en Bruselas, de una crisis cardíaca
durante una reunión del Mercado Común Europeo. Mientras
tanto, en París, Lacan irrumpe en el domicilio del filósofo,
para apoderarse del ejemplar de la Fenomenología con anotaciones
manuscritas. Dominique Auffret especula que también se habría
llevado un original sobre Hegel y Freud. Entretanto, en Yasenevo, el cuartel
general de la KGB en el exterior, un agente habría sido dado de
baja. Allí estaban los documentos que ningún Lacan podía
arrebatar, y que permitirán escribir la necrológica tan
esencialmente incompleta en 1968.
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