|
Apareció
en español el primer tomo del Hitler de Ian Kershaw
El
hombre sin atributos
Parece
haberse puesto de moda especular sobre los aspectos psicológicos
de Hitler para explicar el advenimiento del nazismo. El historiador británico
Ian Kershaw, sin embargo, sostiene que lo importante es develar cómo
fue capaz de acceder al poder y llevar a cabo sus ideas, siendo una no
persona, según la definición de Joachim Fest. Radar
recorre el primer tomo de la monumental biografía realizada por
Kershaw (recién editada por Península), que va desde el
nacimiento de Hitler hasta el año 1936.
POR GABRIEL
ALEJANDRO URIARTE
Es
un lugar común, pero no deja de ser cierto. A más de cincuenta
años de su muerte y del colapso de su imperio en 1945, la persona
de Adolf Hitler sigue siendo un enigma. La causa central quizá
sea el vacío de su personalidad: Joachim Fest ese experto
en las deficiencias personales de los jerarcas nazis definió
a Hitler como una no persona. Esta definición pareció
cerrar la pregunta, pero algo tan prolijo siempre invita a un desafío.
Y el desafío ha comenzado a ser respondido en tiempos recientes.
Específicamente, parece haberse puesto de moda especular sobre
aspectos psicológicos de Hitler, escondidos detrás de la
no persona: sadomasoquismo y otras perversiones
sexuales, un Edipo no resuelto, una relación incestuosa
con su sobrina Geli Raubal, un supuesto odio al médico judío
que atendió el cáncer terminal de su madre. Todos éstos
fueron aportes de la última década sobre lo que podría
llamarse la psicología del mal.
Para el historiador británico Ian Kershaw, autor de una monumental
biografía de Hitler cuyo primer volumen acaba de aparecer en español,
editado por Península (Hitler: 1889-1936, 758 págs.), este
ángulo es un callejón sin salida. Hitler no tenía
una vida privada significativa fuera de su vida política.
Sus ideas no eran originales sino que eran corrientes entre la derecha
völkisch (nacionalista racial) alemana de la época. Lo importante
no es indagar sobre qué había detrás de esas ideas
sino centrarse en qué fue lo que le permitió a Hitler llevarlas
a cabo, sostiene el historiador: Una historia de Hitler debe ser
una historia de su poder. Hasta dónde llegaba, cómo lo consiguió,
ejerció y amplió. Y por qué fue tan débil
la oposición.
Kershaw agrega que las deficiencias de Hitler plantean una pregunta obvia:
cómo pudo tomar el poder un hombre tan poco calificado para hacerlo,
un nadie fuera de la política, sin antecedentes ni experiencia
pública, y llegar a tener una repercusión histórica
tan inmensa, que hizo contener el aliento al mundo entero. Para
responder esta pregunta, Kershaw tomó la otra variable de la ecuación:
la sociedad que aceptó a Hitler. El personaje está analizado
en relación con el poderoso impacto que tuvo en una sociedad que
permitió que un agitador de cervecería pasara
a gozar en 1933 del cargo máximo de canciller del Reich. Desde
este ángulo, se vuelve esencial indagar en una zona que Kershaw
ya trató en un libro anterior (El mito del Führer): la imagen
que Hitler se supo crear como encarnación de la nación alemana
por sobre la política, los partidos (inclusive el propio) y hasta
los acontecimientos. Fue este mito, junto con su maestría retórica
para comunicarlo, lo que logró hacer crecer a su partido, captó
a las masas y creó una posición desde la cual pudo obtener
el dominio de Alemania.
Reconocido entre otras cosas por su trabajo en el seminal proyecto
Baviera de investigación sociológica sobre la opinión
pública dentro del Tercer Reich, Kershaw afirma que en este libro
quiso poner al individuo en el segundo lugar, y apartarse
del género biográfico para estudiar factores sociales y
políticos. Al hacerlo, logró una biografía excelente
que, además de beneficiarse de nuevos documentos (especialmente
la primera parte de los diarios de Joseph Goebbels, futuro ministro de
propaganda), aporta una visión iluminadora del carácter
de Hitler al trazar el desarrollo, en su persona y en la sociedad alemana,
de su posesión más preciada: el poder.
¿Quién necesita una educación?
Los antecedentes personales de Hitler son probablemente los menos distinguidos
que haya tenido un dirigente en toda la historia alemana. Ni el trabajo
duro ni el estudio sistemático aparecen como rasgos tempranos,
o posteriores. Hijo de un oficial aduanero austríaco con el cual
no tenía buenas relaciones (lo acusaba de vago y soñador),
la muerte del padrecuando él tenía 13 años le valió
unos años de existencia parasitaria a expensas de su
madre. Abandonado el secundario, intentó varias veces entrar en
la Academia de Bellas Artes de Viena, sin éxito. Tras la muerte
de su madre en 1908, se radicó en Viena hasta 1913. Y, de ser un
pequeño burgués acomodado, descendió en la escala
social hasta rozar la indigencia. La experiencia fue traumática:
señala Kershaw que la amenaza del descenso al proletariado
no despertó solidaridad con los ideales obreros sino que agudizó
su aversión a ellos. Hitler ya tenía ideas de pangermanismo,
y durante aquel período en Viena incorporó el populismo
antisemita del alcalde vienés, Karl Lueger. Kershaw parece creer
en el relato que Hitler hace en Mein Kampf sobre el temor que le suscitó
la organización sindical, y la importancia que debe tener la intimidación
en las actividades de los movimientos de masas.
Bautismo
de fuego: Hitler habla en un mitín del NSDAP en Munich (1933).
|
Nace
el Führer: Hitler saliendo en 1924 de la prisión donde
escribió Mein Kampf.
|
Hindenburg,
Papen y el entorno conservador que no temió apoyar a Hitler.
|
Una pregunta clave
es cuándo fue que Hitler concibió su antisemitismo patológico
y la asociación de los judíos con el marxismo (el judeobolchevismo).
En este caso, Kershaw desestima la versión de Mein Kampf (que relata
un dramático encuentro con un individuo de caftán
y bucles negros que lleva a Hitler a preguntarse: ¿Es
éste un alemán?), y sugiere que sólo se hizo
obsesivamente antisemita después de la Primera Guerra Mundial,
cuando asoció a los judíos con la derrota alemana.
Los cañones de noviembre
La Primera Guerra Mundial significó para Hitler, mucho más
que para la burguesía europea de la época, la liberación.
Habiéndose radicado en Munich para evitar el servicio militar en
el ejército de los Habsburgo, Hitler se unió entusiasta
al alemán como soldado raso. La guerra le dio un refugio de su
fracaso y, a la vez, la posibilidad de respirar un aire de idealismo teutónico
en el frente. Ese aire se disipó gradualmente con las bajas militares
y la escasez en la retaguardia. Pero, según el testimonio de sus
camaradas, Hitler fue mayormente inmune al desaliento general.
El armisticio de 1918, con el ejército alemán amotinado
y Alemania convulsionada luego de la caída de la dinastía
Hohenzollern, fue para Hitler, según su propio testimonio, un momento
de indignación por la traición de noviembre.
Ése fue el momento en que decidió dedicarse a la política.
Pero Kershaw considera que el fin de la guerra causó más
que nada en Hitler un renovado desasosiego sobre su futuro fuera del ejército.
Inicialmente, obedeció las órdenes del gobierno socialdemócrata
y luego de la revolucionaria República de los Soviets
que dominó Munich antes de ser asediadas y aniquiladas por tropas
del gobierno y los paramilitares de las Freikorps. Pero fue siempre hostil
a ambos. Esta hostilidad le valió la permanencia en el ejército
después de la represión de la República de
los Soviets, en 1919. Kershaw considera que el período posterior
a aquella represión fue vital por dos motivos: 1) obtuvo una instrucción
antisocialista en la Universidad de Munich, que fue su primera verdadera
educación política; y 2) fue allí donde
descubrió que podía hablar e influir a los que
lo rodeaban. Esto llamó la atención a un superior, quien
le ordenó entrar como informante a un oscuro partido völkisch
llamado Partido de los Trabajadores Alemanes (DAP, posteriormente NSDAP).
La importancia de llamarse Hitler
Una idea generalizada dice que Hitler creó y desarrolló
el NSDAP hasta convertirlo en el Partido Nazi. Kershaw refuta esta percepción
(destacando el trabajo de subordinados como Gregor Strasser), pero enfatiza
que el NSDAP no habría sido posible sin Hitler. Y se ocupa de subrayar
que las ideas del partido no eran algo que Hitler trajera consigo sino
que podían hallarse en diferentes formas e intensidades antes
de la guerra y más tarde en los partidos fascistas de muchos países
europeos. En los primeros días, Hitler se destacaba en la
divulgación de esas ideas (sibien sólo ante la concurrencia
de las cervecerías de Munich, que eran su escenario). Como él
mismo se definió, era un tambor para las ideas que
luego tomaría el verdadero líder. Lo importante es, entonces,
investigar en qué momento fue que Hitler concibió que él
mismo sería ese caudillo.
Kershaw estima que sucedió en el punto aparentemente más
bajo de Hitler: luego de su putsch fallido de 1923 en Munich. Abandonado
por la policía y el ejército, su golpe fracasó de
manera algo farsesca. Pero el juicio y la condena posterior le dieron
la oportunidad de presentar su discurso a nivel nacional y convertirse
en el emblema de su causa. En su momento eso sólo tuvo un efecto
duradero en grupúsculos nazis y de ultraderecha, pero fue suficiente.
Mientras el NSDAP se desgarraba en disputas internas, Hitler se mantuvo
al margen, dedicándose en prisión a la redacción
del primer volumen de Mein Kampf. Kershaw subraya que esa inacción
fue resultado de su propia indecisión (una característica
típica) y no una maniobra maquiavélica para hacerse indispensable
al NSDAP. De una u otra manera, el efecto fue el mismo: Hitler pasó
a convertirse en el único foco de unidad para el partido. No tanto
porque expusiera mejor que nadie la idea sino más bien
porque la encarnaba, siendo el símbolo que superaba las diferentes
facciones. Ese hecho, que pareciera encarnar la unidad, sugiere
Kershaw, lo llevó eventualmente a obtener el poder máximo
en Alemania.
Sólo
otro alemán: el austríaco Hitler recibiendo junto con una
multitud en la
Odeonsplatz de Munich el anuncio de la entrada de Alemania en la Primera
Guerra.
Proyecto de
nación para el reich alemán
Kershaw señala que el nacionalismo alemán nunca encontró
un foco satisfactorio en instituciones de un Estado unitario, como
en Francia o Inglaterra. En la Alemania del 14, el Reichstag (Parlamento)
pasó a representar un barómetro de la división
nacional, y las deficiencias personales del káiser Guillermo
II impidieron la aparición de un caudillo ejecutivo
para aportar la unidad deseada. Estas divisiones sólo se acentuaron
con el shock de la derrota en la Primera Guerra, la revolución
y contrarrevolución y finalmente la crisis económica de
1929.
Es en este clima de división que surgió Hitler. A nivel
social, proponía superar la división entre una clase obrera
marxista y una burguesía nacionalista mediante
su unión en una comunidad nacional basada en el concepto
de raza y la voluntad de lucha. En términos concretos, el nazismo
ofrecía lo que Kershaw define como un cajón de sastre
de ofertas individuales y a veces contradictorias hechas a distintos grupos
sociales (el campesinado, la burguesía, etc.). Lo que permitió
esta diversidad era la ausencia de un programa claro y la combinación
de un conjunto de objetivos utópicos incorporados a la imagen del
partido. De todos modos, Kershaw agrega que, mientras existiera
la república de Weimar, esto sólo podía funcionar
durante un tiempo.
Cómo hacer amigos e influir en gente importante
La escasez de tiempo domina la vida de Hitler luego de que el NSDAP se
convirtiera en el segundo partido nacional, en 1930. Como él mismo
dijo en 1932: Debo llegar al poder pronto... Debo llegar.
Nunca tuvo tanta urgencia como después de que su partido se transformara
en el más fuerte de Alemania. No podía contentarse con nada
menos que el poder máximo (la cancillería), pero a la vez
tenía que evitar que esa actitud le hiciera perder votos y estropeara
el dinamismo revolucionario que presentaba su propaganda. Quienes posibilitaron
su acceso al poder serían las élites conservadoras alemanas.
Su problema era cómo conseguir una solución autoritaria
sin Hitler, explica Kershaw. El dilema se probaría irresoluble:
opuestas a aliarse con cualquier partido de izquierda, no podían
contrapesar el poder parlamentario de los nazis y dilataron la situación
lo más posible. Finalmente, el 30 de enero de 1933, el presidente
Paul von Hindenburg nombró canciller del Reich al caboaustríaco,
convencido por sus asesores de que sería fácil controlar
a Hitler.
Es en esta fecha que varios críticos han afirmado que Kershaw debería
haber concluido el primer volumen de su biografía de Hitler. Sin
embargo, el libro se propone como una biografía del crecimiento
del poder de Hitler, y este poder no terminó de consolidarse
hasta 1936, con la militarización de Renania. En el período
1933-36, Hitler logró eliminar los partidos opositores, acabar
con los sindicatos, crear el primer campo de concentración para
disidentes políticos (Dachau), dar los primeros pasos de su política
estatal antijudía (las leyes de Nuremberg) y decapitar a su fuerza
paramilitar de tropas de asalto (SA) durante la Noche de los Cuchillos
Largos de 1934. La descripción que hace Kershaw de este proceso
casi provee un modelo acerca de cómo afianzar un poder dictatorial:
dominio de la policía, creación de organismos paralelos,
favoritismo al ejército, control absoluto de los medios y una dosis
masiva y permanente de propaganda. Kershaw afirma, además, que
en este período se comenzaba a vislumbrar el proceso de radicalización
acumulativa, por el cual iniciativas locales de subordinados, trabajando
en la dirección del Führer, eran convertidas en órdenes
por la burocracia y llevadas a cabo por los organismos de seguridad, todo
con el beneplácito posterior de Hitler. Aunque no se podrá
saber hasta que se publique el segundo volumen de la biografía,
esto indicaría que Kershaw apoya la tesis de que este proceso encierra
la génesis del Holocausto.
Los partidarios voluntarios de Hitler
Queda una pregunta: la responsabilidad del pueblo alemán en el
ascenso de Hitler. Debe destacarse que, si bien las últimas elecciones
antes de su toma del poder le dieron el apoyo de un tercio de la población
alemana, Hitler no llegó al poder por medio de elecciones sino
que lo hizo merced a maniobras del Poder Ejecutivo de Hindenburg. Pocos
lo votaron o apoyaron en base a sus ideas antisemitas exclusivamente.
Sin embargo, Kershaw destaca que en la sociedad alemana existían
tendencias de consenso ideológico arraigado en el antimarxismo
estridente, hostilidad a los partidos políticos y la democracia
y anhelo por la restauración del orgullo nacional bajo una jefatura
autoritaria. Luego del desafío a Francia e Inglaterra con
la abrogación del Tratado de Versailles y la reocupación
de Renania, este consenso se estableció firmemente en torno a Hitler.
Si no buscaban aniquilar a los judíos (la tesis Goldhagen en Los
verdugos voluntarios de Hitler), los alemanes corrientes tampoco
se mostraron demasiado preocupados por su suerte, siempre que percibieran
unidad y orgullo nacional en Alemania. Kershaw separa al antisemitismo
patológico hitleriano de la mayoría del pueblo alemán,
pero al hacerlo resalta una indiferencia que marcaría su actitud
hacia la persecución y eventualmente el genocidio.
arriba
|