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EXPEDICION AL VOLCAN LANIN, CUMBRE PATAGONICA

El volcán Lanín es uno de los cerros más altos de la Patagonia argentina. Un ascenso hacia su cumbre muestra las marcas de antiguas erupciones. La aventura de un deslumbrante recorrido para llegar a la cima, desde donde se puede contemplar la fascinante geografía de los lagos y montañas del sur.

Por Mariano Blejman

Las montañas ejercen sobre los hombres una atracción similar a la que se siente cuando se mira el fuego. Mayor aún parece ser la atracción, cuando el fuego ha corrido por dentro de la montaña. Y -aunque saber que está extinto calma los ánimos- la mínima posibilidad de imaginarse cómo sucedieron las explosiones hace del ascenso a un volcán una experiencia cargada de adrenalina. Pues la atracción no es meramente visual. De hecho, esto quedó demostrado cuando el 10 de marzo a las 16.20 el primer grupo de no videntes americanos hizo cumbre en el volcán. La atracción es mental.

Semanas más tarde, una expedición de 16 personas organizada por el CUDA (Club Universitario de Andinistas de Mendoza) -entre las que participó un cronista de Página/12- inició el ascenso hacia la cumbre.

El volcán Lanín, de 3776 metros sobre el nivel del mar, está ubicado a 65 kilómetros al noroeste de Junín de los Andes, en la Patagonia argentina y se accede yendo hacia el paso Tromen, que une nuestro país con la ciudad de Pucón en Chile.

La diferencia de altura respecto de los cerros aledaños es inmensa, por lo que las vistas desde la cumbre, con buen tiempo, suelen ser impactantes. El ascenso se carga de magia y tiene un elemento a favor: las inclemencias de la altura no son determinantes a la hora de emprender la subida. Si bien la diferencia de altura entre la base y la cumbre es de 2500 m (sólo 200 menos que el Aconcagua), la escalada comienza sobre los 1200 m (a diferencia de los 4300 m iniciales del Aconcagua), haciendo que la aclimatación a la altura sea mucho más sencilla.

Años atrás, algunas carpas ubicadas en las laderas del cerro se volaron por los vientos que azotaron las laderas a más de 180 km/h. Por lo tanto, es conveniente confirmar un lugar en los refugios de altura, el RIM 26, el CAJA y el nuevo BIM ubicado a los 2300 m, una vez arribado al control de guardaparques.

Un volcán en ascenso

La expedición enfila por un sendero sin dejar de observar la magnética cumbre. En el primer día de ascenso, luego de realizar una leve marcha sobre un pequeño filo, llega el momento de la duda sobre el rumbo a seguir para acceder a un refugio de altura, considerando las tres alternativas que explicó un baqueano de la zona.

La Espina de Pescado es una opción directa y empinada. Son necesarias entre 4 y 5 horas para realizar el trayecto total. La otra opción es el Camino de Mulas, por donde se accede al refugio del BIM, el cual es utilizado esta vez por la expedición.

Hay una tercera opción, denominada Canaleta. En la bifurcación del Camino de Mulas se vuelve a tomar hacia la izquierda. Esta senda está reservada para los que bajan debido a su pendiente empinada y exigente, ya que es frecuente el desprendimiento de rocas.

Las mochilas cargadas con el equipo necesario para uno o dos días de espera, en caso de tormentas o mal tiempo en altura, se resienten sobre la columna vertebral. Los bastones en ambas manos son un apoyo pertinente para emprender un trekking de altura, donde la vista de los lagos del sur deslumbra los ojos del caminante.

El contraste entre los húmedos bosques patagónicos y el desértico volcán es notorio. La lava no ha dejado ninguna posibilidad de que crezca algún tipo de vegetales más arriba de los 2000 metros. Sobre la pared sur del volcán, la nieve se mantiene eterna. Cuando el atardecer encuentra la luna llena encima de las nubes bajas sobre el lago, el reflejo hace pensar en un tullido colchón de algodón, que favorece la llegada del sueño.

Enciende mi fuego

Desde los 2300 m sobre el nivel del mar, se escala hasta los 3776 metros. El día comienza temprano, cerca de las 4.30 a.m., con un reconfortante desayuno. Por lo general, en la segunda jornada comienza a utilizarse el equipo de montaña. En épocas de nieve, es recomendable llevar botas dobles, grampones para los zapatos y piquetas largas para permitir un ascenso y un descenso más cómodos.

La caminata comienza cerca de las seis de la mañana y la luna no ha desaparecido del todo. Esta vez, el colchón de nubes sigue bajo y un amanecer cobrizo ilumina levemente el cielo. El ascenso continúa lentamente. Es conveniente subir por la nieve, cuando está en su punto justo, en horas tempranas de la mañana. La caminata dura unas cinco horas y a eso de las 11.30 de la mañana la expedición llega hasta la cumbre. En el trayecto se han dejado de lado algunas cascadas de hielo, una falsa cumbre (en la que más de un andinista cree estar terminando su recorrido) y sobre la derecha un planchón de nieve con espectaculares paredones del glaciar. Luego de dar unos pasos más sobre la izquierda del glaciar, cuidando de no pisar ninguna de sus grietas, se accede a la cumbre.

Cuando llega a la cima, la sensación de inestabilidad es inquietante. El cráter del volcán ha sido tapado íntegramente por la nieve, que ha dejado traslucir profundas grietas. Los cuerpos cansados se abrazan sobre la trunca cruz del cerro y el planchón de unos 50 metros de largo se puede recorrer de un lado a otro. La fascinación por el ascenso es recompensada con el buen tiempo, que ayuda a divisar algunos lagos del Parque Nacional Lanín. Desde allí la vista alcanza al lago Huechulanfquen y su continuación denominada Paimún. Del otro lado el lago Tromen, en el paso Tromen o Mamuil Malal, el inexplorado lago Quillehue, y más allá, enfrente y con su cumbre humeante, el activo y chileno volcán Villarrica, en cuyas laderas se encuentra el pueblo del mismo nombre. Un par de volcanes más se alcanzan a divisar aunque no se ve el mar, tal vez porque la altura del volcán no es suficiente para romper con la tangente visual.

Se ha logrado llegar a la cumbre y el desafío tiene su recompensa, como si los dioses se congraciaran con quienes se acercan a ellos. Hay tiempo para la comida, las fotos grupales y luego de un descanso comienza el descenso. Es conveniente tomar por los planchones de nieve asegurándose que no haya partes duras. Las cargadas botas dobles son un buen apoyo para los pies cansados y para no perderse es conveniente seguir las marcas que han sido dejadas en el trayecto.

Después de pasar a recoger los bártulos dejados en los refugios, se completa la bajada hasta la casa del guardaparque, que habita allí desde hace un par de años. En cada parada el cerro vuelve atrás mágicamente las miradas de los andinistas. Las grietas, la nieve y los senderos son recorridos visual y mentalmente una y otra vez. Es un ejercicio interesante intentar adivinar cuál fue el recorrido que hizo la lava antes de aplacarse.

Ya sobre el final, los cuellos se retuercen, a través de la ventanilla del vehículo, devolviéndole la mirada al coloso. El nombre indica que el Lanín “murió de un atracón”, según el lenguaje mapuche de la zona. Los diferentes basaltos que rebozan en sus laderas hablan de una historia llena de saltos y erupciones hasta que por algún extraño motivo dejaron de producirse. Imaginando las consecuencias de una nueva erupción, es mejor para todos que el Lanín descanse en paz para siempre.