Por Francisco Olaso
El Parque Nacional Mburucuyá es una iniciativa realmente insólita en este universo globalizado de fin de siglo. Un particular ha donado su estancia, riquísima en ambientes fitogeográficos y fauna amenazada, para crear un área protegida de disfrute público. Troel Myndel Pedersen tiene 82 años, es abogado de profesión y doctor honoris causa en botánica por elección. Danés de nacimiento, pero un poco correntino, a la vez, por administrar desde 1945 estas 15.000 hectáreas que su padre compró en 1928. Al firmar el convenio de donación en 1992, Pedersen puso como condición que en un lapso de ocho años se creara allí un Parque Nacional. Caso contrario el campo volverá a ser propiedad de su familia. Corrientes ya cedió la tierra a la Nación. Hasta junio del 2000 hay tiempo para que el Congreso nacional sancione la ley de creación.
La característica fundamental del Parque es la diversidad de ambientes. Mburucuyá es lo que los botánicos llaman ecotono, una zona de transición donde confluyen tres regiones fitogeográficas, dice el guardaparque Carlos Saibene. Y explica que desde el norte llega la selva misionera, con árboles como el alecrín; del oeste el Chaco húmedo, con sus algarrobos y quebrachales, y del sur el espinal, una de cuyas especies típicas es la palmera yatay. Otra especie que también llega del norte es la enredadera que da nombre al Parque. En la zona hay siete clases, con flores que van del violeta al blanco, y frutos dulzones que los pájaros comen, dispersan, multiplican. El fruto no es otro que el que hoy puede probarse como jugo, bajo el nombre brasileño de maracuyá.
También la riqueza faunística es muy llamativa. El tucán grande y el ñandú se cuentan entre sus 291 especies de aves. Carpinchos y lobitos de río, monos carayá, corzuelas y zorros, ositos lavadores y boas curiyú escoltan las especies que más sufrieron la caza indiscriminada en la zona: los yacarés negro y overo y el aguará-guazú o lobo de crin.
Senderos
Al amanecer iniciamos la marcha por el Sendero Yatay, deseando tener suerte en el avistaje de animales. Avanzamos bajo el túnel que forman las copas de un monte donde se mezclan laureles y algarrobos, cardos caraguatá y guayabos, cuyas frutas maduras perfuman nuestro paso. Ondulante, a lo lejos, se oye el rugido de los monos carayá. Las palmeras yatay, hasta ahora en minoría, se vuelven de pronto nuestras únicas vigías a ambos lados del camino. Entre ellas crecen los tacurú, termiteros de barro de hasta un metro de alto. Más adelante el pastizal amarillea como trigo en las orillas del sendero. Nuestro paso es demorado por el suelo, convertido cada tanto en pura arena. Renace el monte de yatay, pero ahora los ejemplares son los más altos y antiguos de la estancia. Pedersen estimó su edad en más de 200 años. Al fondo se muestra el estero Santa Lucía, cuyo espejo de agua ocupa 645 kilómetros cuadrados. A medida que nos acercamos, la tierra baja se puebla de una planta de una sola hoja en alto: el payrirí. Llegamos por fin a un muelle de madera, que desemboca frente al agua brillante. El reflejo fue dorado al amanecer, y volverá a serlo en el crepúsculo. Ahora el estero es un gran manchón de plata.
Nuestra ilusión de ver algún yacaré, un osito lavador, o cuanto menos un carpincho se desvanece muy pronto. Si hasta ahora había alguno por ahí, ni los rastros quedan después de que unos gaviotines, los atí, delatan nuestra llegada. El espectáculo es igual sorprendente. Algunos islotes de plantas acuáticas rompen el reflejo. Sobre ellas caminan los gallitos de agua. Pasa un biguá, se aleja una garza blanca. Estamos en el límite de esta maravilla natural, que abarca una cuarta parte del territorio correntino, y en conjunto se conoce como los Esteros del Iberá.
La historia geológica de la zona indica que el estero Santa Lucía fue alguna vez cauce del río Paraná. Se supone que fueron cuatro las veces que el río cambió de cauce. Si uno toma el mapa de Corrientes, verá correr de este a oeste al río Aguapey, los Esteros del Iberá, los esteros de Santa Lucía, el Riachuelo. En ese orden corrió el Paraná antes de formar la falla actual. Aparentemente esto habría sido un gran delta, con un cauce principal donde corría el actual estero de Santa Lucía, abierto en brazos con islotes, dice Saibene. El suelo de arena que uno encuentra en los senderos no es otra cosa que depósito fluvial. Y las lagunas son terrenos blandos donde el agua deprimió el terreno.
El segundo sendero nace enfrente del camping. Durante unos 500 metros la picada atraviesa un palmar joven, en plena recuperación. Muchos de los renovales están dando fruto. Nos manducamos unos cuantos, para contribuir desinteresadamente al ciclo biológico, tirando los carozos en los claros. Este sendero atraviesa más tarde un monte mixto, un pastizal, dos lagunas. Tampoco aquí tenemos la suerte de sorprender a algún aguará-guazú. En cinco años yo lo vi una vez, nos consuela Saibene. Muy perseguido en el pasado, ahora su población se está recuperando.
Especies amenazadas
Un yacaré, avisa Saibene, mientras caminamos junto a la laguna que domina los fondos de la estancia Santa Teresa, que junto al de Santa María son los dos cascos que hay en Mburucuyá. Negro, especifica el guardaparque. El gran reptil ha salido a tomar sol, como suele hacerlo en invierno. En la otra orilla, donde también hay carpinchos, chajáes y unas vacas que recuerdan la coexistencia del Parque Nacional y la vieja estancia. Saibene explica que a su llegada casi no se veían yacarés. En cinco años se recuperaron bastante. Para los cazadores el cuero del yacaré negro o de hocico largo no es tan bueno como el del overo o ñato, porque tiene placas más grandes. Del yacaré se aprovechan básicamente el cuero de la panza y los costados, el lomo no, justamente por el tamaño de las placas. En longitud son similares, con un máximo de unos dos metros. Comen peces, caracoles, aves acuáticas, alguna cría de carpincho. Antes todo el mundo los cazaba, se hizo mucha depredación, ahora algunos lo cazan para comer, afirma Toto, maestro de escuela y profesor de historia en el pueblo de Mburucuyá, a 20 kilómetros del Parque.
Pedersen nunca permitió cazar dentro de su campo. Mantuvo el lugar en base a su interés botánico, sin hacer uso del monte nativo más que para las necesidades básicas del establecimiento. Eso se nota en relación con los campos vecinos. Sin embargo, el campo sufrió la caza furtiva más que ahora. Tenemos problemas con pobladores aledaños al Parque que tienen la caza incorporada tradicionalmente. También hay caza -entre comillas- deportiva, de gente que no tiene ninguna necesidad. Pero no hay caza comercial, porque no hay demanda, dice Saibene.
Alguna vez Jacques Cousteau dijo que a los animales se los mata por placer gastronómico, para arrancarles las pieles, por extraño gusto deportivo o porque molestan. Pero que cada especie que desaparece nos aproxima más al día en que nosotros mismos estaremos amenazados. En Mburucuyá viven varias especies que fueron muy perseguidas, como los yacarés, el aguará-guazú, el ciervo de los pantanos, el lobito de río. Todas se encuentran en recuperación desde que comenzó a funcionar el Parque. El caso opuesto -que no deja de ser problemático ni de hacer pensar una vez más en el presagio de Cousteau-, es el del carpincho. Sin enemigos naturales -tras la desaparición del yaguareté y del puma-, la población creció mucho. Hace poco empezamos a encontrar ejemplares muertos. Se trata de una parasitosis, pero no sabemos cuál es la enfermedad. Sí conocemos el antecedente de estancias donde se lo protegió mucho. Después de un gran aumento en la población, una epidemia los mató a todos, comenta Saibene, preocupado.
Como casi no tiene promoción, Mburucuyá recibe pocos visitantes. Familias de los pueblos cercanos, grupos escolares de la zona, y también grupos de ornitólogos y ornitófilos, como el que llega cuando nos estamos yendo. El recorte presupuestario que ha sufrido la Dirección de Parques Nacionales permite el funcionamiento básico, pero no el crecimiento, que es lo que necesitan los parques jóvenes.
Datos útiles
En los 20 kilómetros del camino de acceso pueden verse palmares, lagunas y hasta algún yacaré en el arroyo. Pero al ser de tierra, queda inhabilitado cuando llueve, por lo que conviene asesorarse acerca de su estado en el Parque Nacional (Tel. 03782-498022). La zona de acampe dispone de baños y agua corriente. Al no haber proveeduría en el Parque, el visitante deberá proveerse de comestibles en el pueblo de Mburucuyá. La mejor época para hacerse una escapada, teniendo en cuenta el calor y las lluvias, es entre mayo y setiembre.