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CAMBOYA: NUEVA MECA DEL TURISMO EN EL SUDESTE ASIATICO

La legendaria capital del imperio khmer estuvo perdida en la selva durante cinco siglos. Ha perdurado casi intacta hasta nuestros días, y es el mayor conjunto de templos del mundo. Un parque arqueológico de 310 kilómetros cuadrados.

Por Julián Varsavsky

Al alba, en la ciudad perdida de Angkor, las pirámides y torres cónicas de piedra sobresalen en la espesura de la selva, mientras el sol va desvaneciendo la niebla tras las palmeras. Ante nosotros, se levanta un reino entero tragado por la jungla; una de esas ciudades en ruinas que sugieren un aura lindante entre el misticismo y lo poético. Cartago, Benarés, Petra, Babilonia, Ur, Angkor: nombres encantados que al pronunciarse evocan un pasado milenario. Nombres legendarios que encierran la magia de lo ruinoso y lo sagrado, y que parecen predestinados a albergar las obras monumentales de la humanidad.
Camboya, ubicada en la parte sur de la Península Indochina, se hizo conocida a mediados de los setenta por los casi dos millones de personas masacradas por Pol Pot y sus Khmer Rojos. Hoy en día, Camboya es un lugar seguro, y los Khmer Rojos son apenas un mal recuerdo. “La Tierra del Elefante Blanco” ha comenzado a ser reconocida por lo que siempre debió haberlo sido: las ruinas de la ciudad imperial de Angkor.
La antigua capital de la civilización Khmer fue descubierta para Occidente hacia el año 1860. Había sido literalmente devorada por la selva, pero se mantenía en perfecto estado. Debe quedar claro que Angkor no es sólo el famoso templo que muchos conocen: es una antigua capital imperial abandonada –casi completa–, con un millar de templos budistas e hinduistas, que datan aproximadamente del año 1000.
Una experiencia mística
La recorrida comienza antes del amanecer, a través de un oscuro camino flanqueado por árboles altísimos, que nos conduce desde el pueblo de Siem Reap hasta la ciudad de Angkor. Casi al llegar, el día desplaza súbitamente a la noche y el sol irrumpe con violencia frente a los templos escondidos en la densidad de la jungla, velada por un manto de neblina. El primer destello solar se refleja en el agua del foso y se eleva para dar a pleno en el templo de Angkor Wat. Quedamos estupefactos ante la aparición de esas inconcebibles torres de piedra gris, que contrastan con el verdor de un mar de árboles. Los murmullos de la selva se encienden como resultado de una orden superior, y segundo tras segundo el reino Khmer parece renacer con toda su gloria. Dahn –nuestro guía–, suspende toda explicación y coloca sus manos en posición de rezo para sumergirse en una entrecortada oración: agradece a los dioses el milagro de colores que nos rodea.
Hemos penetrado en la inquietante ciudad de Angkor. Pero conviene ir de a poco: el sol es abrasador. El templo Angkor Wat queda para el día siguiente, y decidimos comenzar por Angkor Thom, el conjunto de templos erigidos en el siglo XII por Jayavarman VII. Aquí se construyó la nueva capital del imperio, donde residieron un millón de religiosos y militares. La rodea un muro color ocre de 4 kilómetros cuadrados y un foso de agua que en su tiempo estaba colmado de cocodrilos. El foso mide 100 metros de ancho y sus feroces guardianes han desaparecido; pero el puente de entrada sigue estando custodiado por 54 macizos guerreros de piedra dispuestos en hilera a cada costado. Entre todos sostienen dos cobras de 30 metros. A medida que nos internamos en la selva, aparecen unos monos que nos observan con curiosidad. Pero de golpe, nos topamos con algo inesperado: sobre las copas de los árboles sobresalen centenares de enigmáticos rostros gigantes tallados en piedra, que nos miran desde todos los rincones con una sonrisa inmóvil. Se trata de la cabeza de Buda con cuatro colosales caras “camufladas” por un entretejido de líquenes y plantas trepadoras, que miran hacia cada punto cardinal desde lo alto de las 54 torres del Templo Bayón. Las paredes exteriores del templo están decoradas con 1200 metros cuadrados de bajorrelieves tallados en piedra, que algunavez tuvieron el color del fuego. Impacta la imagen del rey Jayavarman VII, montado sobre un elefante, conduciendo su ejército mientras enfrenta a los invasores vietnamitas en una batalla que torció el destino del imperio en el año 1181. Estos tapices petrificados exhiben miríadas de ballestas gigantes, catapultas y mortíferas jabalinas.
Las antiguas construcciones abren franjas en la compacta vegetación. Las Nagas, cobras de piedra que miden 30 metros de largo, decoran la entrada a los templos. Las serpientes levantan amenazantes sus nueve cabezas, marcándole un límite a la selva. Este lento y sigiloso duelo de fuerzas descomunales sumidas en una absoluta inmovilidad, es en realidad eterno: ningún adversario se impone sobre el otro, y la creación humana convive milagrosamente con la naturaleza. En el templo Ta Prohm, la vegetación avanzó unos pasos en la contienda, y profanó los recintos sagrados. Encima de los techos crecen árboles de cincuenta metros. Las raíces bajan por las paredes y parecen querer devorarse los enormes bloques de piedra. Acaso la estatua de Garuda en la entrada de cada templo sea un simbolismo: su cuerpo humano con cabeza de pájaro representa la irreductible lucha entre el bien y el mal, considerada eterna.
Los camboyanos contemporáneos, descendientes directos del pueblo Khmer, eligieron Angkor como un lugar de peregrinación religiosa. Las mujeres llegan luciendo sus coloridos “sarongs”, unas largas polleras bordadas con formas geométricas, tan ajustadas que sugieren una sensualidad muy particular.
El pueblo de Siem Reap
Un portentoso crepúsculo nos encontró sentados entre dos leones de granito, en las solitarias gradas del templo piramidal Bakheng (construido en el año 890). Dormimos en Siem Reap, un pueblo de casas bajas y palmeras, señoreado por un estilo colonial francés del siglo pasado. Muchas calles son de tierra; sin embargo, es posible mandar un e-mail a casa por Internet. El mercado es el lugar más animado; sucio como buen mercado asiático, pero también mágico y anárquico. Los camboyanos se entregan al arte del regateo al comprar. Observan todo, se enojan, ríen; siempre en medio de un ruidoso alboroto. Hay productos tan exóticos como frutas tropicales inimaginables para un occidental, antigüedades y un sin fin de artesanías a precios regalados.
Uno de los comerciantes habla un inglés aceptable, y nos comenta una curiosidad: está planeando casarse con una bella camboyana, por la cual deberá pagar una dote de 1400 dólares. Si no junta el dinero, tendrá que elegir una menos bonita.
El templo de Angkor Wat
La segunda jornada está reservada para el gran templo. Una ancha mole de piedra se despliega frente a nosotros: impasible, soberbia, desgarradora, inverosímil; acaso un espejismo. Una calzada triunfal de 250 metros de largo nos conduce como hipnotizados hacia la base del templo, al pie de unas torres piramidales. Una empinada escalinata nos lleva hasta la terraza más elevada del templo, e ingresamos en el santuario central. Sólo el rey podía subir aquí a adorar la sombría escultura de Vishnú (rodeada de paredes talladas con caracteres sánscritos).
Angkor Wat es una réplica del universo. La torre central de 70 metros simboliza el sagrado Monte Meru de la India (considerado el centro del cosmos). A su alrededor se alzan cinco torres secundarias con forma de florecientes brotes de loto: representan los picos del Monte Meru. El muro exterior, que encierra 208 hectáreas, se corresponde con las montañas que delimitan el mundo; y el foso de agua de 200 metros de ancho, es el océano. En la construcción de Angkor Wat se utilizó tanta piedra como para la pirámide de Kefrén en Egipto.
Cada pared, cada laberinto de galerías y terrazas de este microcosmos, fueron exquisitamente decorados con bajorrelieves de piedra. Las paredesestán esculpidas con escenas de la mitología hindú donde vemos a Vishnú (deidad hinduista con un tercer ojo en la frente) creando a las voluptuosas Apsarás, ninfas celestiales que se menean dulcemente sobre una cama de flores de loto. Hay esculpidas 1600 eróticas Apsarás; sin embargo, no hay dos iguales.
Un ambiente sereno rodea los templos, que parecen haber estado ocupados hasta el día anterior. La sensación al caminar entre sus columnas es la de un viaje 1000 años al pasado. En cada santuario, se inhala la potente fragancia a sándalo que emana de los humeantes sahumerios depositados por monjes errantes. No se ve a nadie, pero percibimos que hace apenas unas horas, todo esto palpitaba de vida; el rey salía de su palacio iluminado por centenares de antorchas, montando su elefante con los colmillos enfundados en oro. No hace falta cerrar los ojos para imaginar la presencia de los ancestrales pobladores: en el interior de algunos templos meditan solitarios ascetas budistas, entregados a sus plegarias con la mirada perdida en el humo de incienso. Dentro de otros santuarios –algunos a punto de desplomarse– grupos de mujeres totalmente rapadas rezan presas de la pasión frente a los “lingas” gigantes; esculturas de forma fálica que representan el poder destructivo de Shiva.
Las ruinas de Angkor han perdurado en la selva. Los dioses iracundos que parecen haberla habitado dejaron como prueba de su existencia una prodigiosa ciudad perdida donde aún resuenan sus ecos fantasmales.

Una historia de conquistas

La Era Angkor en la historia de los reinos Khmer comenzó con el reinado de Jayavarman II (802-850), quien tomó el poder luego de estar prisionero en la corte de los Sailendras, en Indonesia. Los reyes Khmer llegaron a dominar el Oriente y el poniente del sudeste asiático entre los siglos X y XV. Angkor fue la capital de un imperio con 30 millones de súbditos, y el centro de una elaborada red de canales de irrigación de agua para el cultivo de arroz. Esta era la base de las riquezas con que financiaban las conquistas. Los gigantescos diques y canales se mantienen intactos hasta hoy, y algunos siguen acumulando agua.

Datos útiles

Cómo llegar: Vía Bangkok: vuelos de Malasya Airlines, Qantas y South African. Una visita a Camboya es el cierre perfecto para coronar un viaje por Tailandia o Vietnam. Desde estos países se puede contratar una excursión. Una visita de 3 días es el mínimo necesario para recorrer Angkor. El tramo a Camboya lo ofrece “Bangkok Airways”, que vuela todos los días directamente a Siem Reap (310 dólares). La visa se gestiona en el aeropuerto por 20 dólares, y se deben presentar 2 fotos.
Cómo moverse: Los turistas más organizados contratan un tour en Bangkok que incluye guía, auto con aire acondicionado y hotel de lujo. Una excursión de tres días en la agencia Diethelm Travel cuesta 245 dólares (sin pasaje). El tour se puede comprar desde Buenos Aires vía e-mail: [email protected]
Dónde alojarse: En el pueblo de Siem Reap los hoteles están muy cercanos uno del otro. Dos opciones con precio medio son Neak Pean Hotel y Diamond Hotel. Los hoteles 5 estrellas son Ta Prhom Hotel y Nokor Kok Hotel. También hay pensiones por menos de 10 dólares la habitación.