“Mis criaturas han sido consumidas por los elementos modernos de esta sociedad materialista y, como tales, ya no pueden sentir, percibir como antes. Ni humanas ni animales, vagan entre mundos porque no encajan en ningún lugar; anhelan ser parte de algo que ya no les pertenece y, en el ínterin, se convierten en seres de nuevas leyendas”, ofrece la artista estadounidense Laura Thompson, con actual residencia en UK, al referirse a Senseless. Multipremiada serie donde esta hacedora de flamantes narraciones mitológicas crea bestias esquivas, con contemporánea vueltita de tuerca: están pergeñadas a base de tenedores de plástico desechables, tapones para los oídos, guantes de goma, aromatizantes para coches, espejos compactos. “Para cada una de las cinco criaturas, un material distinto que representa cada uno de nuestros cinco sentidos”, explica la mujer, que motorizó su propuesta tras desayunarse de cómo “a medida que las personas se vuelven más dependientes a la tecnología y la ciencia modernas, sus sentidos se embotan gradualmente, dislocados del entorno natural”. De allí que sus criaturas –echadas a correr por el campo escocés, también el estadounidense para ser retratadas– luzcan ridículas y amenazantes a la vez, sí, pero fundamentalmente discordantes en un contexto con el que les gustaría metamorfosearse, y, claro, no pueden...
“Intentan volver a la naturaleza solo para descubrir que es demasiado tarde y están atrapadas entre estos dos mundos”, cuenta Laura, que para diseñar los trajes, se inspiró en ciertas máscaras y vestimentas de antaño, usadas por culturas animistas y chamánicas para mediar entre el universo material y el espiritual. Por lo demás, respecto a las razones detrás de Senseless, anota: “En el pasado, existían miembros de tribus que podían ver a Venus a plena luz del día; también lo hacían marineros occidentales que, con el tiempo, perdieron esa habilidad al dejar de usarla para navegar. Me sorprendió aprender que no necesariamente nacemos con habilidades innatas para percibir: las desarrollamos de pequeños, adaptándose nuestros sentidos a aspectos específicos del entorno. Y con los avances tecnológicos de hoy, avanza también la pasividad: ciertas partes de nuestro cerebro no se desarrollan porque la tecnología suple esa necesidad”.