Por su dinámica interna y la relación directa entre efectividad y talento de quien la ejerce, la comedia es tierra fértil para los personajes-franquicia; esto es, para que actores y actrices encuentren una zona de confort y, una vez allí, interpreten personajes similares, con apenas algunas modificaciones acordes a las necesidades de cada guión. A esa nómina –que integran desde los hermanos Marx y Peter Sellers hasta Adam Sandler, Jim Carrey, Will Ferrell y Melissa McCarthy– pertenece Seth Rogen, quien desde su irrupción en la serie Freaks and Geeks viene depurando su arquetipo de gordito gritón, simpático, bonachón, no muy ducho con las mujeres, fumón, muy amigo de sus amigos y medio adolescente, que dice lo que piensa sin pensar lo que dice. El problema con estos personajes es el riesgo de que imanten todo lo que hay alrededor hasta convertirlo en una pieza más a su servicio. Ni en tus sueños se balancea sobre ese abismo, oscilando entre allanarle el camino para que desate su humor arremolinado y veloz –toda una marca de su procedencia del stand up– y limitarlo para que la película que asoma entre los pliegues de su unipersonal funcione.
El encargado de regular la cuerda es Jonathan Levine, el mismo que saltó del indie a los grandes estudios con 50/50, aquella comedia centrada en la relación entre un joven con cáncer y su mejor amigo, obviamente interpretado por Rogen. Como allí, los componentes principales de Ni en tus sueños no son a priori los más indicados para una comedia. Menos aún para una que se permita dosis de zarpe –ver la escena de la eyaculación facial filmada desde la notebook– que no se veían en los cines argentinos desde ¿Quién mató a los Puppets?. En ese sentido, la principal operación de Levine consiste en amalgamar esos ingredientes diversos sin que se note, dando como resultado una comedia romántica que abraza tanto la sátira política como los gags gruesos del ala más chabacana de la Nueva Comedia Americana. Ala de la que Rogen es uno de sus rostros emblemáticos.
Ese rótulo queda nuevamente validado con Fred Flarsky. Su flamante criatura es un periodista de un medio digital que acaba de ser comprado por un magnate que se mueve en las altas esferas del poder. Si hasta tiene contacto directo con el mismísimo presidente de los Estados Unidos (Bob “Saul Goodman” Odenkirk), un tipo frívolo y con pocas luces proveniente de la actuación que recrea diálogos de sus trabajos en su despacho mientras piensa muy seriamente en no presentarse para un segundo periodo en la Casa Blanca porque quiere volver a los sets. Una referencia ineludible a Donald Trump, con la salvedad que su álter ego ficticio se rodea de un equipo técnico y político próvido. De ese grupo sobresale la Secretaria de Estado Charlotte Field (Charlize Theron), cuyos aires juveniles y modernistas la convierten en firme candidata para suceder al jefe. Claro que para eso debe conseguir su visto bueno, algo en principio sencillo pero que al final no lo será tanto. ¿Por qué? Por lo que se dijo líneas arriba: Ni en tus sueños es, entre otras cosas, una comedia romántica, y por lo tanto esas proyecciones a futuro entrarán en crisis cuando el corazón lo disponga.
Fred renuncia a su trabajo y, por esas casualidades sin las que no habría película, termina coincidiendo en una fiesta con Charlotte. No es la primera vez que se cruzan: años atrás, cuando ella era su niñera, él le dio un piquito que desembocó en una erección inolvidable. La cuestión es que ambos charlan y Fred termina contratado como redactor de discursos de la funcionaria. Basta con haber visto tres o cuatro comedias románticas para predecir cómo sigue esta suerte de Un lugar llamado Nothing Hill en clave guarra, sexual y lisérgica: la improbable atracción de los opuestos, el intento de sostener una relación aun ante esa oposición y una serie de dificultades externas que ponen en peligro la estabilidad del vínculo. A esa carencia de originalidad resolutiva, el guión de Dan Sterling y Liz Hannah le opone veneno político y una notable cantidad de chistes ejecutados con precisión relojera.