Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Crónica de una noche en
busca de los festejos

Con la consigna de no crear aglomeraciones y el temor al Y2K, los festejos oficiales porteños se limitaron a los fuegos artificiales en varias plazas. Muchos porteños deambularon en busca de fiestas, pero no fue fácil encontrarlas.


Por Pedro Lipcovich

t.gif (862 bytes) La Ciudad de Buenos Aires ofreció a sus vecinos el mejor de los festejos. na02fo01.jpg (14540 bytes)Eso sí, no fue fácil encontrarlo. A diferencia de la alegría, por la tele, de las capitales del milenio, el de la Reina del Plata fue un festejo secreto, y cada vecino tuvo que recorrer los barrios, en una especie de cacería del tesoro, hasta encontrar el lugar preciso de la celebración. Página/12 descubrió dónde está ese lugar, y ya lo ofrece a sus lectores para que, cuando llegue la próxima oportunidad, no tengan que hacer recorridos inútiles: el año 3000 nos encontrará divertidísimos.
A la una de la mañana, el vecino y su vecina salieron a festejar. Ellos son gente informada y ya sabían que la celebración no iba a ser centralizada, en las plazas de todos los barrios se habían organizado reuniones para que la gente no necesitara desplazarse. Fueron entonces, caminando por su barrio de San Cristóbal, a la placita Martín Fierro. Poca gente por la avenida San Juan: debían estar todos en la placita. Al doblar por La Rioja, no se escuchaba nada de música: se notaba que la habían puesto bajito para no molestar al resto de la ciudad. Pero, sorpresa para el vecino y la vecina: en la placita Martín Fierro no había nada nada: apenas un señor que tiraba unas cañitas voladoras muy deficientes y una señora, con aspecto de ser su cuñada, le decía que esas cañitas eran “de imitación”.
¿Qué hacemos? ¿Nos volvemos a casa? No, no, el vecino y su vecina querían bailar hasta el amanecer como en las ciudades de la tele. Decidieron ir a la Plaza Dorrego, en San Telmo: todo el mundo sabía que, allí sí iba a haber festejo. No les llevó más de media hora conseguir un taxi y enseguida llegaron a San Juan y Defensa. Lo primero que vieron fue un montón de policías con chaleco naranja. Y, ya en la plaza, la policía montada. ¿Ciudad ocupada? De festejo, nada. Decidieron sentarse a tomar algo y pidieron la bebida más adecuada al clima de la celebración: un cafecito.
Según el mozo que sirvió el cafecito, la Ciudad había llegado a montar un escenario en la Plaza Dorrego, pero cambiaron de idea. ¿Por qué? Quién sabe: amenazas de bomba, suponía el mozo. Uno de los policías suponía que la suspensión había sido por temor a cortes de luz. A ellos, los policías, les habían quitado el franco para ir a custodiar, a caballo, la fiesta inexistente. Qué irresponsables habían sido las ciudades de la tele al divertirse tanto, con lo peligroso que es el mundo.
Pero a las tres menos cuarto, ¡tambores! Había llegado una murga, sin nombre ni disfraces pero con buena percusión. La gente fue rodeando a los murguistas y algunos, no muchos, pero sí el vecino y su vecina, se atrevieron a bailar al compás del tamboril. Y una cerveza esta vez. A las cuatro, insaciables, quisieron buscar nuevos lugares. Un taxi los llevó por la Gran Aldea; todo callado, ni un bocinazo. 9 de Julio desierta; Corrientes, una lágrima. La gente tampoco parecía festejar en sus casas, los departamentos tenían las persianas bajas o las ventanas negras. ¿Se habían ido todos a dormir? Pero el vecino y su vecina todavía desconocían el festejo secreto que la Ciudad reservaba.
Desembocaron en la fiesta que Radio La Tribu había organizado en la calle Lambaré: allí sí, la gente colmaba la cuadra: altoparlante con grabaciones, se bailaba. Ya había amanecido cuando el vecino y su vecina volvieron a su barrio. Tan vecinos eran, tan vecinos se habían puesto en esa noche que los dos entraron al mismo departamento. Prendieron la tele: el Milenio estaba llegando a Honolulu, donde lo recibía una orquesta de jazz del subdesarrollo. Faltaba Samoa nomás, decía la tele. El vecino y su vecina desayunaron con champán y un pedazo de pan dulce. Faltaba como una hora para Samoa. A quién le importaba Samoa. El vecino y su vecina apagaron la tele. Terminaron la botella de champán. Habían llegado al lugar del festejo y, solos, disfrutaron el que estaba preparado paraellos, justo cuando la hora del milenio llegaba a Samoa y se retiraba para siempre.

 


Por Eduardo Videla

t.gif (862 bytes) “¿Dónde están las ganas de vivir una fiesta?”, se preguntaba hace quince años Miguel Cantilo cuando aludía, justamente, a la gente del futuro. na02fo03.jpg (8626 bytes)Buen momento para responder a esa duda era la primera hora del 2000. Con la plaza de la vuelta -.tradicional escenario de la pirotecnia del barrio, en Zuviría y Doblas-. ahora cerrada con rejas y candado, el lugar indicado parecía ser el Parque Chacabuco, uno de los 14 puntos elegidos para recibir el año entre fuegos artificiales y música. Pero a la 1 todo había terminado.na02fo02.jpg (9282 bytes)
El parque dormía oscuro y desierto, salvo en la esquina de Asamblea y Emilio Mitre, donde algunas familias se recuperaban del brindis y los chicos prendían estrellitas y bengalas. “Cuando vimos fuegos nos acercamos, pero cuando llegamos todo había terminado”, se resignaba Gloria, a esa hora, a punto de regresar. A tres cuadras, más animados, los vecinos habían cortado Centenera y Salas, con una cinta de las que usa la policía para vallar un lugar, y compartía allí su propio festejo
A cuarenta cuadras y quince minutos de auto, en el Parque Centenario -otro de los lugares anunciados.- las cosas podrían ser diferentes. Pero no. A la 1.15, apenas un grupo de chicos compartía el pico de una botella de sidra y lo demás era apenas gente sola que deambulaba, iba o volvía. Ninguna señal de festejo.
¿Por qué no entonces el Parque de los Patricios, punto tradicional de reunión de las murgas del sur? Hubo entonces que desandar otras 50 cuadras, y sortear unos redoblantes descontrolados que cortaban Boedo, más cerca de los bombos de Tula que de las murgas carnavaleras.
Ahí sí. En Patricios no había luces ni fuegos pero un grupo de chicos y adolescentes castigaba hamacas y trepadoras, mientras los padres se aburrían al fresco de la noche. Era la 1.30.
“Cuando veníamos caminando vimos los fuegos de la Municipalidad, pero cuando llegamos ya no había nada”, se lamenta Omar, con voz ronca de alcohol y tabaco.
–¿Y las murgas?
–Parece que se fueron para el centro. O la Boca.
Las hamacas no están mal para los pibes, pero si lo que uno busca es diversión, mejor será ir para el centro. Otras cuarenta cuadras para llegar a Corrientes, la que nunca dormía, que recibió el 2000 entre sombras, con La Paz y alguna otra confitería como punto de reunión. Y el Obelisco tenía luz pero nada más. Con la misma gente podía estar allí sentada cualquier otra noche de cualquier otro año.
Eran las 2 y todo indicaba que la fiesta había sido ajena, sólo para verla por TV. De vuelta Caballito, con el sabor amargo.demisec, una revancha esperaba sin embargo a la vuelta de la esquina, casi en el punto de partida: los Lunáticos Diamantes desplegaban su vocación murguera, con trajes y estandartes amarillos y negros, bombos, redoblantes y contorsiones, en José Bonifacio y Doblas. Vecinos y extraños bailaron al compás, hasta que los murgueros juntaron unos pesos en sus sombreros y se fueron con la música a otra parte. Era poco antes de las tres. Hora de darse cuenta que el festejo, en este fin de siglo, había quedado librado a la iniciativa privada.

 

PRINCIPAL