Página/12 en Francia
Por Eduardo Febbro Desde París
Ni desastre, ni
accidente, ni violencia, ni ataques terroristas, ni colapso general de las computadoras.
París pasó al año 2000 en medio de una gigantesca fiesta callejera que bloqueó la
Avenida de los Campos Elíseos y sus alrededores hasta las siete de la mañana. Lo único
que no funcionó hasta el final fue el reloj de la Torre Eiffel, que debía restar el
tiempo hasta la hora cero del año 2000. Luego de haber funcionado un año entero
descontando cada uno de los días que faltaban para la entrada en el nuevo milenio, el
reloj luminoso detuvo su cuenta regresiva tres cuartos de hora antes de la medianoche sin
que nadie lograra ponerlo en funcionamiento. El programa informático debió contabilizar
hacia atrás los 59 minutos y 60 segundos, pero en su lugar apareció el cartel que decía
An 2000 y ahí se quedó. Esa fue, en suma, la única falla del año 2000.
Los franceses pasaron el año nuevo masiva y tranquilamente en una ola de fiestas y de
abrazos que nada vino a perturbar. Cosa inusual en París, a las cinco de la mañana
todavía podía verse a familias enteras caminando por la calle con sus hijos. La
población desmintió así los pronósticos más negros que se habían hecho antes del
gran fiestón: los poderes públicos temían serios incidentes callejeros en las zonas
sensibles de la capital francesa, pero en vez de golpes hubo abrazos, lágrimas y
champagne para todo el mundo. A las once de la noche una imponente multitud caminaba con
botellas bajo el brazo en dirección de la Place de la Concorde, Torre Eiffel y la Avenida
de los Campos Elíseos.
Una señora acompañada por su marido, un tío y un ejército de niños venidos de la
provincia gritaba enloquecida de efusión: Es el año 2000, chicos, el año 2000, el
mundo va a cambiar, piensen en cosas maravillosas que cada vez que se pasa de siglo los
deseos se realizan. Ay señora gritó un grupo de jóvenes que estaba
junto a ella, lo único que quisiéramos es no trabajar tanto por tan poco. De
pronto, sin ninguna señal, la Plaza y la Avenida de los Campos Elíseos se quedaron a
oscuras y un temeroso silencio se apoderó de la gente. La multitud, sin referencia
temporal precisa a causa del reloj descompuesto de la Torre, preguntaba impaciente:
¿qué hora es, por favor, ya llegó el año 2000?. Faltaban cinco minutos
para las doce. A menos tres minutos la Torre Eiffel empezó a vestirse de luces, los
fuegos de artificios cubrieron el espacio y el cielo de París cambió de color, varias
veces. Aplausos, abrazos colectivos, corchos de champagne volando por todas partes, varios
locos sacándose la camisa, champagne y lágrimas y más lágrimas en medio de un
imponente espectáculo urbano donde las luces, los alaridos, los fuegos de artificio y las
ruedas gigantes de los Campos Elíseos vibraron en el mismo segundo. Se va a volar
la Torre Eiffel, va a salir como un cohete, gritaba un señor con un enorme sombrero
en la cabeza que decía: Todavía estoy soltero, viva el 2000. Más de uno
habrá pensado que tenía razón. El monumento de Gustave Eiffel emitía fuego, chispas y
luces azules, doradas y plateadas como si estuviese poseída por un diablo juguetón. A
las doce y 8 minutos de la noche, un pesimista con los ojos aterrados empezó a gritar:
Esto es el fin del mundo, ahí vienen los invasores. Un empleado del correo
francés comentaba con nostalgia que este nuevo siglo no se asemeja en nada a lo que
yo pensaba cuando era chico. Creía que iba a estacionar mi auto en el planeta Marte y que
los coches iban a volar como pájaros. Pero igual es hermoso....
Hay que remontar a las fiesta del Bicentenario de la Revolución francesa, y a la victoria
de Francia en el Mundial de fútbol del 98 para encontrar en París un sentimiento
tal de hermandad y de proximidad afectiva. La única diferencia es que esta vez París
parecía una torre de Babel. De todo lo malo que tenía que ocurrir, nada pasó. Casi dos
millonesde personas deambularon hasta la madrugada por París protegidos, como decía el
empleado del correo, por los ángeles del nuevo milenio. De la gran alegría
de medianoche queda una polémica. ¿Quiénes fueron los astutos que infundieron miedos
planetarios para anunciar el famoso efecto 2000 que al final no se produjo? La
controversia no esperó el primer día hábil para estallar. Varios responsables franceses
se preguntan con acertada razón si los riesgos de la falla informática no fueron
precisamente sobrevaluados con el único pretexto de hacer negocios antes del 2000. Claro,
a los heraldos de las computadoras hay que reconocerles un mérito: consiguieron que se
descompusiera el reloj de la Torre Eiffel, el símbolo de París y del paso de los siglos.
París es desde entonces una ciudad sin tiempo.
FESTEJOS Y FANTASMAS DEL 2000, VISTOS DESDE BARCELONA
Al principio y al final, el hombre
Página/12 en España
Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona
Ya pasó... ya pasó...
ya pasó... Eso que se le dice a un niño cuando se da un golpe que es más susto que otra
cosa, cuando llora más de miedo que de dolor, cuando no pasó nada. No es que hiciera
mucho lío o berreara demasiado. Una encuesta de la revista británica-medicinal The
Lancet reveló el pasado viernes que España y los españoles habían sido el país y el
pueblo que menos preocupación práctica y ansiedad existencial habían demostrado ante la
espectral amenaza del Efecto 2000. Días atrás la televisión local emitió la
apocalíptica y pésima película de la NBC sobre todo el asunto y la verdad que daba un
poco de risa y un poco de lástima la casi pornográfica exhibición del pánico
norteamericano siempre disfrazado de efecto/defecto especial. Acá no se consigue.
Temperamento latino, los fantasmas no existen y, tal vez, el miedo y las preocupaciones se
hayan canalizado por otros pasillos oscuros: la reaparición del Cuco tangible de la ETA,
el inicio de un año electoral, las depresiones metafísicas del jugador de fútbol
Anelka.
En cualquier caso, el fin de milenio se inició en Barcelona al mediodía del 31 de
diciembre por más que el Rey Juan Carlos I hubiera advertido meses atrás que de finales
y principios nada hasta dentro de doce meses. El asunto en cuestión empieza y termina con
el 2001 y no importa lo que el Rey proclame cuando la fascinación por los números
redondos más redondo que nunca con las curvas voluptuosas de un dos y dos
ceros se convierte en algo imposible de resistir. Así, aquellos pacientes vecinos
(entre los que me incluyo) que soportaron con estoicismo durante los últimos cien días
del año las evoluciones y disparos de salvas del grupo local Comediants subiendo y
bajando por las venerables paredes de La Pedrera de Gaudí los contemplaron por última
vez desde un Paseo de Gràcia colapsado por las masas. Así, los balcones del histórico
edificio desbordando músicos y globos y, ay explosiones. Fue lindo y fue lindo que
terminara. En serio. El resto del día, las calles entre llenas y vacías y matar el
tiempo mirando por televisión cómo se recibía el año nuevo en Tongo, en Sidney, en
Austria y sentir cómo esa sombra de euforia iba comiéndose el mapa poco a poco, sin
apuro, como hace cientos de siglos, a la Aldea Global XX.
La gran convocatoria fue para las 23:30 en la Plaza Catalunya. Allí, sobre el filo de la
medianoche, el grupo de performers de choque La Fura del Baus develó su gigante de hierro
de quince metros. El Hombre del Milenio. Nombre que despertó las iras de las feministas
(¿Por qué no la Persona del Milenio?, se rasgaron las vestiduras) y
estructura cuya personalidad se fue ensamblando a partir de las sugerencias y/o votaciones
de 30.000 internautas entrando y saliendo de un site en la red. Al final, sorpresa, se
reveló que el Hombre del Milenio era Mujer, que tiene perfil psicológico femenino y una
silueta donde el sexo no se hace evidente, donde entran ellos y ellas. La plaza estaba
llena, la casa estaba en orden y, a minutos de las doce campanadas, imágenes
psicodélicas comenzaron a proyectarse sobre un acróbata suspendido en el aire y girando
en el espacio provocado un coherente efecto Douglas/Tony de El túnel del tiempo al ritmo
de una punzante música electrónica donde se combinaba la languidez decadente de los Pet
Shop Boys con las maquinaciones industriales de Kraftwerk. La vida, súbitamente, era una
discoteca. La estructura hueca del Hombre del Milenio fue puesta en pie por una grúa y,
vertical y ominosa, prontamente invadida por los integrantes de La Fura del Baus que lo
fueron llenando vestidos de blanco, unos sobre otros, carne y sangre para un cuerpo de
metal cuyo corazón comenzó a latir con puntualidad implacable. A las 12 y sereno, El
Hombre del Milenio abrió los brazos imposible no acordarse de la autómat del
Metrópolis de Fritz Lang y el cielo se tiñó con quince minutos de fuegos
artificiales que quitaban el aliento pero prolongaban la sonrisa. Sobre las paredes de los
edificios que rodean la plaza se proyectaron fechas que todo un detalle de
elegancia invitaban a la fiesta a todas las religiones y a todos los calendarios y a
todos los años que iban desde los seis mil y pico del Antiguo Egipto a los doscientos y
algo desde la Revolución Francesa. Perfecta celebración by design como corresponde
a Barcelona contrastando con el rancio tradicionalismo de las doce uvas frente al
reloj de la Puerta del Sol en Madrid. Se descorcharon treinta millones de cava, las
tarifas hoteleras bajaron hasta un 40% a última hora porque nadie se creyó demasiado eso
del Milenio de luxe y las baby-sitters cobraron el cuádruple. Ya pasó. Y tal vez, desde
aquí, desde Barcelona, la imagen de ese gigante de metal, haya puesto las cosas en su
lugar, en su sitio justo: el hombre, siempre el hombre. Al final y al principio. Somos
responsables de lo que hicimos y lo que haremos y dos mil años no es nada, febril
la mirada si algún sentido ha tenido toda esta felicidad y este miedo es la de
hacernos todavía más conscientes de que aquí no ha pasado nada, que todo está por
suceder. Buena suerte.
MAS DE UN MILLON DE PERSONAS EN
TIMES SQUARE
El festejo más custodiado |
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Página/12 en EE.UU.
Por Mónica Flores Correa Desde Nueva York
Con un estruendoso rugido
de alegría, la multitud de más de un millón de personas reunida en Times Square para
ver caer la tradicional bola de cristal que marca el paso de un año a otro recibió el
2000 y el tan mentado comienzo del tercer milenio. A la medianoche, cuando llegó el
momento esperado pacientemente por algunos durante más de quince horas-, las
cámaras enfocaron primero un cartel luminoso con el número 2000 en caracteres inmensos,
luego al alcalde Rudolph Giuliani, seguido por algunas caras extasiadas de la multitud y
finalmente a tres policías que también sonreían a la cámara con aire de felicidad
absoluta. Eran sin duda los protagonistas: el festejo estuvo sólidamente protegido por la
presencia de 8000 policias uniformados y otra buena cantidad en ropas de civil, que
pusieron presos a unos pocos por desorden en las calles, establecieron barricadas
inaccesibles que mantuvieron a la gente en lugares acotados y también humanos son,
después de todo se menearon un poquito al ritmo de la música ensordecedora que
salía de los altoparlantes.
Los muy temidos actos de terrorismo afortunadamente no ocurrieron. Y el otro gran miedo,
el Y2K o la caída de los sistemas de computación que hubiese provocado todo tipo de
inconvenientes serios también quedó en nada. El siglo XXI tuvo así un nacimiento sin
problemas, regocijando los corazones aunque fuera por una noche.
La fiesta no se circunscribió a Manhattan, cuya celebración callejera costó alrededor
de siete millones de dólares. Fuegos artificiales estallaron sobre el río Hudson en todo
su esplendor al dar las doce, ofreciendo un magnífico espectáculo a los residentes de
Brooklyn. Hubo bailes barriales en Queens, Staten Island y en Prospect Park.
Pero el centro de la acción estuvo, naturalmente, en Times Square.
Desde las primeras horas de la madrugada del 31, norteamericanos y gente que había venido
de los lugares más remotos del globo, como Pakistán y Tailandia, se instalaron en los
alrededores del famoso edificio con la cinta giratoria que permite leer
ininterrumpidamente las últimas noticias. Vestidos con trajes largos y con elegantes
smokings o disfrazados como sólo los estadounidenses saben hacerlo con gorros con
absurdos pompones plateados y rojos y anteojos con lentejuelas que decían 2000, los
asistentes se fueron apiñando en las calles Séptima y Broadway con la decisión
inquebrantable, y hasta cierto punto estoica, de festejar a pesar del frío, de la
dificultad para encontrar baños y, sobre todo, a pesar de la prohibición de beber
alcohol en el área demarcada para el festejo. Prohibición que fue por algunos burlada,
según los barrenderos que limpiaron las calles ayer y que encontraron aquí y allá
botellas de cerveza, vino y champagne.
En la espera del advenimiento del nuevo año, además de las presentaciones de músicos,
cantantes, bailarines y titiriteros, la gente encontró formas personales de
entretenimiento. En la calle 49, una señorita se sacó la remera y expuso sus bien
dotados pechos a los flashes de varias cámaras fotográficas. Unos novios, residentes de
Georgia, también aprovecharon la ocasión para comprometerse. Aunque el siglo XXI estaba
llegando al galope, Ande Anderson, un joven de 25 años, optó por la vieja escuela de los
enamorados y plantando una rodilla en tierra, le entregó un anillo de diamantes a su
amada.
Una hora después de que la bola hubiera cumplido con su cometido, la multitud seguía con
ánimo de festejo y sin intención de dispersarse. Suficiente, opinaron los
policías, y alrededor de la una y media de la madrugada comenzaron a empujar hacia
afuera, más o menos gentilmente, a la gente que estaba en el área delimitada por las
barricadas, indicándole que todo esto del tercer milenio era muy bonito pero que ya era
hora de volverse a casa. Protestando bajito, todo el mundo les hizo caso. |