Hebe de Bonafini comenzó su discurso 10 minutos antes de la medianoche. Centenares de madres y adherentes realizaron la primera Marcha de la Resistencia del milenio. Antes cantaron León Gieco y Víctor Heredia.
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Por Victoria Ginzberg Los fuegos artificiales iluminaron la Casa de Gobierno. Las luces provenían de Puerto Madero, tan cerca y, en ese momento, a la vez tan lejos de la Plaza de Mayo. A las doce en punto, en el momento exacto en que el país celebraba la llegada del año 2000, los cientos de personas que estaban en la plaza no se inmutaron. Estaban escuchando que las Madres de Plaza de Mayo no descansarán, ni abandonarán la lucha hasta que el último de los genocidas esté en la cárcel. Recién cuando Hebe de Bonafini terminó su discurso, diez minutos pasada la medianoche, quienes decidieron recibir el nuevo siglo combatiendo la injusticia se abrazaron y continuaron con su festejo que, a su manera, había empezado allí 27 horas antes. Bonafini subió al escenario diez minutos antes de las doce de la noche y convirtió la primera parte de su discurso en un diálogo íntimo con sus hijos desaparecidos, casi abstraída de la multitud que la escuchaba. La emoción y el esfuerzo hicieron que se sintiera descompuesta y que con un pequeño gesto llamara a Sergio Shocklender, que se acercó y la tomó de la mano. Delante de una bandera azul con el dibujo de un clásico pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo y la leyenda Ni un paso atrás, la presidenta de la Asociación de Plaza de Mayo se refirió al fenómeno de la gestación y el parto: Nosotras sabemos cómo nos sentimos teniendo dentro ese cuerpecito y cuánto los amamos. Y con ustedes amamos sus sueños. Tenemos la fortuna de haber parido 30 mil hijos fuertes y valientes, que fue un acto revolucionario, y los volvimos a parir porque los hemos mantenido vivos con nuestra lucha. Luego, arengó a llenar las plazas, cortar las rutas y hacer la revolución. Y refiriéndose a los jóvenes que las estaban escuchando dijo: Ustedes chicos, como dijo el Che, son el hombre nuevo; les queremos transfundir la sangre de nuestros hijos. En la Plaza se habían congregado, solos o con su familias, miembros de partidos de izquierda, organizaciones barriales, movimiento de desocupados y gente suelta que quería compartir la entrada al año 2000 con las madres. Después de las palabras de Bonafini, comenzaron los saludos y los cientos de asistentes se transformaron en una gran familia. Las cerca de treinta Madres que escucharon las palabras de su presidenta sentadas en primera fila tenían lágrimas en los ojos. Muchos de los que estaban parados alrededor también. Me emocionó mucho porque la Plaza es el único lugar donde podía brindar con mis viejos. Es el lugar donde ellos estarían brindando. Y ellos tenían que brindar con su nieto, aseguró a Página/12 Ernesto, de HIJOS, con la mirada brillante y su hijo Camilo, de 11 meses, en brazos. A pesar de la inevitable melancolía de la jornada, en la que los desaparecidos que miraban desde sus fotos ubicadas en una estructura cuadrangular que rodeaba la Pirámide fueron los protagonistas, el clima en la plaza era festivo. La celebración había empezado a las nueve de la noche del jueves, cuando la Asociación de Madres de Plaza de Mayo inició su Marcha de la Resistencia. Durante 24 horas las mujeres, acompañadas por miembros de partidos políticos y organizaciones sociales, dieron vueltas a la Pirámide. La plaza estaba embanderada con consignas como solidaridad y lucha o hambre y represión, persistir es combatir y aparición con vida, que fue la frase con la que se convocó a la primera Marcha de la Resistencia, en 1981.A las nueve de la noche del viernes, las Madres se sentaron en unas sillas que se instalaron frente al escenario para escuchar partes de la obra Mater, de Vicente Zito Lema, interpretada por las actrices Rita Cortese, Cristina Banegas, Mónica Santibáñez y Lucrecia Capello. Antes del discurso de Bonafini, Víctor Heredia y León Gieco dieron un recital para las Madres. Gieco, que fue con su familia y recibió el año nuevo en la plaza, se quedó sobre el escenario por más de una hora y entre canción y canción contó varias anécdotas. El público lo miraba admirado, bailabacuando el ritmo lo permitía y levantó los brazos en alto con Sólo le pido a Dios. Cerca de las doce y media, los manifestantes, encabezados por las Madres incluso Bonafini, que se repuso totalmente mientras daba su discurso marcharon hasta la Casa de las Madres, en Hipólito Yrigoyen al 1400. Las anfitrionas pusieron música y sacaron a la calle una mesas de la librería y café Osvaldo Bayer en las que sirvieron gasesosas y pan dulce. En la esquina, sobre Luis Sáenz Peña, cerca de treinta policías con chalecos anaranjados vigilaban la celebración. Graciela Guardia es docente y tiene 42 años. Brindó en la plaza con su hijo Sebastián, que tiene 16 años, un peinado punk y una remera de los Sex Pistols. Vine porque la lucha de las Madres es la de todos. Nosotros somos los hijos que ellas no tienen. Vine para pensar en los que no tiene el pedazo de pan dulce que yo tengo en la mano, aseguró.
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