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EL MUSEO PORTEÑO DEL AUTOMÓVIL
Máquina del tiempo

Visitarlo es como viajar al pasado. Está en Villa Real, y allí se puede ver el Hudson en el que paseaba Borges, o el Dodge '37 en el que se casó Maradona.

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Por Andrea Albertano
t.gif (862 bytes)  Hubo un tiempo en que ese lugar albergó una sodería. Enfrente, sobre la calle Irigoyen, donde hoy unos dúplex de tonos pastel que muestran el desparpajo de la modernidad, la estación de trenes Villa Real marcaba un mojón en el recorrido de aquel convoy que iba de Versailles a Villa Lynch.

Tiempos viejos aquellos. Los mismos tiempos que han sido recreados gracias a la tenacidad de un grupo de soñadores que le dieron nueva vida a aquella fábrica, transformándola en el Museo del Automóvil.

Hoy, en ese predio ubicado al 2265 de Irigoyen, muy cerquita de Beiró y General Paz, es posible recordar el pasado. En la entrada lateral, las paredes representan fachadas del Buenos Aires que ya no es, sumidas en el pasado junto a autos de la época. Más allá, una estación de servicio con los viejos surtidores lleva a la curiosidad de los más chicos.

Y dentro de la vieja estructura, como en una Toy Story porteña, una multitud de antiguos autos, juguetes con los que se divirtieron nuestros abuelos, radiadores, patentes y demás curiosidades, cobran vida y protagonismo.

"Esto es el esfuerzo de toda una vida", manifiesta Luis Spadafuora, uno de los soñadores que le puso garra al proyecto. "La idea inicial fue recuperar viejos autos, restaurarlos y situarlos en las épocas en que tuvieron vigencia", enfatiza.

Lo cierto es que ese proyecto inicial fue creciendo, casi sin querer, de la mano de amigos, vecinos que ofrecían con igual interés donar viejos elementos de la vida cotidiana.

Por eso, actualmente, en el museo conviven el Torino Nº 1 que participó en Nurbürgring; un Ford T cuatro cilindros, que usaban los médicos; un Rolls Royce carrozado, restaurado por manos prodigiosas o el Dodge 1937 que usó Maradona para su casamiento, junto con viejas cafeteras, antiguas botellas de bebidas alcohólicas que guardan un tesoro ámbar y juguetes de otros tiempos, que algún nostálgico supo guardar.

Actualmente, la propuesta de Spadafuora y sus colegas es brindar un servicio cultural, ofreciendo visitas guiadas al museo, donde se muestran cada uno de los objetos y sus secretos. "Una de las cosas que más les gusta a los chicos es ver un auto que restauramos sólo por la mitad. Y allí ellos se dan cuenta del trabajo de investigación, de artesanía, de estilo que lleva esa labor", sostiene Luis, que también hace de guía.

No es para nada casual que, tras este gran esfuerzo ("no tenemos subsidios y a veces se hace muy cuesta arriba"), el Museo haya sido declarado de Interés Cultural por la Presidencia de la Nación y de Interés Turístico para el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

"Intentamos que la gente que nos visita pueda llevarse un vagón de recuerdos. Tenemos un microcine y una gran colección de noticieros de 'Sucesos Argentinos', entre otras atracciones", recalca Spadafora.

Los chicos suelen entusiasmarse con los autos antiguos, como esos monopostos de Mecánica Nacional que recorrieron las pistas allá por los años '40 o '50, o el antiguo Hudson 1929 con el que solía pasear Jorge Luis Borges. Los más grandes, tal vez con ese dejo de melancolía que nos van trayendo los años, recrean el pasado asombrados por esas antiguas cafeteras que hoy duermen en el primer piso del museo o esas heladeras y balanzas que cargaron su historia en almacenes, tan lejos de sus parientes digitales de los supermercados.

En un barrio porteño, los sábados y domingos de 10 a 19, una multitud de antiguos objetos de nuestra historia recobra vida. Por sólo 4 pesos, es una excelente propuesta para conocer, aprender y sentir, aunque sea por un rato, cómo es eso de subirse a la máquina del tiempo.

 

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