Lo visité por primera vez en 1986, cuando aún vivía en Río Cuarto y ya era un prócer de la literatura argentina, aunque en Buenos Aires casi nadie se daba cuenta. De aquella visita salió un largo reportaje (que se publicó en la revista Puro cuento) durante el cual dijo aquella frase impactante que luego se convirtió en una especie de latiguillo filloyiano: "Voy a vivir hasta al año 2000, porque quiero ser un hombre de tres siglos: uno que nació en el diecinueve, vive todo el veinte y alcanza el siglo veintiuno". En estos días, a los 105 años de edad y con plena lucidez, el escritor Juan Filloy cumple su objetivo. Nacido el 1º de agosto de 1894 en la capital cordobesa, de padre gallego y madre francesa, Filloy se recibió de abogado en 1919 y se dedicó a la carrera judicial. Fue juez y camarista a lo largo de cuarenta años, durante los cuales hizo un estilo de la discreción, el recato y la sobriedad. Como escritor, es autor de una vasta obra que apenas ahora comienza a ser considerada revolucionaria, de tan original. Su novela Op Oloop (de 1934) sigue siendo una obra inquietante y magistral, escrita con una de las prosas más perfectas de la lengua castellana. A ella se suman más de 50 títulos, con piezas excepcionales como sus novelas Caterva o La Potra. Caudalosa y nutricia, toda la obra de Filloy es de una precisión lingüística incomparable y el silencio a que ha sido condenada representa uno de los crímenes más inexplicables de la literatura argentina, tanto la "oficial" como la "académica", y sobre todo esta última que sigue ignorándolo en sus cánones. De lectura árida y compleja, la erudición filloyiana exige lectores competentes (es otra expresión ya mítica decir que "a Filloy hay que leerlo con el diccionario al lado"). Su sentido del humor, corrosivo y violento, le permitió adelantarse en unos treinta años a todos los parodistas de la narrativa latinoamericana contemporánea. También se adelantó en tres décadas a la novela barroca de los años 60. Se anticipó incluso a Henry Miller y sus Trópicos; en Yo yo y yo escribió un ensayo sobre Walt Disney que prefigura al de Ariel Dorfman; fue un verdadero precursor de la crítica de cine; y Op Oloop es antecedente irrefutable de El banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal, y de algunos textos de Julio Cortázar que no hubieran sido escritos sin la influencia implícita de Filloy. Cortázar tuvo la delicadeza de admitirlo e incluso en Rayuela lo menciona. Autor de una verdadera comedia humana, Filloy publicó casi toda su obra en ediciones de autor, provincianas, lo cual sin dudas contribuyó a limitar su proyección, pero no justifica el ninguneo. Acaso eso mismo lo enaltece porque jamás bajó a Buenos Aires en busca de aplausos o consagraciones. Jamás franeleó con ningún poder. Modelo de ética y dignidad, este hombre de tres siglos es un ejemplo de consecuencia entre lo que pensó y lo que hizo. De vida recatada, asceta y discreto (estuvo casado más de medio siglo con la misma mujer, Paulina Warsawski, con quien tuvo dos hijos) uno de sus gracejos literarios consistió en que todos los títulos de sus libros tuvieran sólo siete letras. Lo hizo por puro espíritu lúdico, para divertirse con las teorías atrabiliarias que la apariencia de cábala numérica podrían desencadenar. Habla y lee varios idiomas, y en los años 20 se carteó con Freud en alemán y estudió griego mientras recorría Grecia. Luego fue a Egipto, navegó todo el Nilo y allí escribió su primera novela: Periplo (1930). Su obra --luminosa y ardua-- frecuentó todos los géneros. Escribió tantos sonetos como Góngora y Quevedo (sonetos perfectos, por otra parte, y la mayoría aún inéditos) y además se jacta de ser "campeón mundial de palindromos", como lo demuestra el delicioso divertimento que es su libro Karcino. También ha escrito teatro, ensayo, cuento. Verdadera enciclopedia viviente, su obra es un compendio de sabiduría, sentido común, antihipocresía e indoblegable ejercicio de la libertad. Intelectual mordaz en un país escéptico de intelectuales siempre capaces de diagnósticos sombríos pero no mucho más, Filloy prefirió la ironía y el sarcasmo. No hay satírico más corrosivo que él en toda la literatura argentina: en él la parodia y la burla son elegancia y son estilo. Ha de ser por eso que el canon universitario no lo soporta. Autodefinido socialista, aunque sin militancia partidaria, Filloy escribió una de las primeras novelas antidictatoriales de los '70 (Vil y vil), prohibida por la junta militar. En 1976 este viejo magnífico tenía más de 80 años cuando lo interrogaron en un cuartel de Río Cuarto. El respondió dándoles una clase de literatura a un par de coroneles. Su biblioteca personal llegó a contar con 18.000 volúmenes, pero --argentinos somos-- terminó desguazada y dispersa. En cualquier otro país se la hubiera preservado y seguramente por su obra monumental Filloy hubiera sido considerado una especie de Balzac nacional. En la Argentina, en cambio, el menemismo sólo le asignó un par de premios tardíos y para las fotos, pero su obra completa no se encuentra ni en la Biblioteca Nacional. Por encima de todo, y todavía escribiendo, a los 105 años don Juan Filloy alcanza en estas horas su objetivo de llegar a los tres siglos. A contramano, como siempre vivió, Filloy es ejemplo de vida y es vida ejemplar. Esa raza en extinción. |