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Por Magdalena Ruiz Guiñazú Hace pocos días, en el marco del Palacio Errazuriz, Aída Bortnik recibió el gran premio del Fondo Nacional de las Artes. "Este no es un premio al que uno se presenta --recuerda--, sino que alguien nos propone, se vota y en cada categoría se elige a los premiados por su trayectoria. finalmente se designa, entre éstos, a un candidato al que se le otorga el gran premio. Fue una maravillosa sorpresa para mí. Yo no tengo muchos premios en la Argentina. Sólo algunos de los que me enorgullezco pero sé que no ha sido una constante en mi trabajo esto, entre nosotros, de ser galardonada." MRG: --Bueno, pero son poquísimos los argentinos que han recibido un Oscar... AB: --Sí... pero de verdad uno siente otra cosa cuando el tema viene entre gente que te dice "che" y que te da abrazos. Y uno quiere ser amado en su casa. Me explico: no es que no tenga premios nacionales. De Argentores y otros varios. De esas piezas enormes que uno acaba colocando en el suelo para sostener puertas. En fin, la intención fue maravillosa pero... --se ríe sonoramente--, de todas maneras nos ponemos contentos cuando lo recibimos, por el jurado fantástico y por aquello de que los que lo reciben con vos son gente de siempre, estupenda, como Bioy, Abelardo Castillo, Tito Cossa, Olga Orozco. Y uno no puede menos que enorgullecerse. Estoy en buena compañía, te decís. MRG: --¿Y en el caso de La tregua? AB: --Fue la primera película hispano-parlante nominada para un Oscar. Perdimos contra Amarcord. Te darás cuenta de que perder frente a Fellini fue realmente un honor. ¡Haberle ganado hubiera sido como para matarse! Además La tregua era la primera oportunidad de todos nosotros: Renán dirigía por primera vez; las productoras se estrenaban (Tamanes-Zemborain); Alterio nunca había sido protagonista absoluto hasta ese día. Yo tampoco tenía experiencia anterior como guionista. En fin, una aventura maravillosa. Un verdadero sueño. Yo no pude ir a Hollywood porque no tenía dinero para el avión y pensé que esto pasaba una vez en la vida y que era una suerte increíble que ocurriera con una primera experiencia. Pero, diez años después, se dio nuevamente con La historia oficial que fue nominada como mejor película extranjera y como mejor guión. Y esto, cuando Luis Puenzo me lo dijo por teléfono, creí que era una especie de broma de mal gusto y terminé llorando de emoción, de felicidad, porque estas cosas tan inesperadas son las que te golpean el corazón. ¿Cómo era posible que hubieran nominado un guión hablado en castellano? Ha pasado, por supuesto, con otros idiomas: guiones de Bergman, de Fellini pero no es lo habitual. Y en esa oportunidad sí viajé por primera vez no sólo a Estados Unidos sino, nada menos, que a Hollywood, donde me pareció desembarcar en un mundo de repostería, tal cual como uno cree que es, como en las películas de technicolor de los años '50. Una experiencia fantástica, y por supuesto estaba muy orgullosa de que me hubieran nominado junto a La rosa púrpura de El Cairo, Brazil, Volver al futuro, testigo en peligro. Era casi como un disparate. Me sentí muy, muy feliz y significó algo muy importante para mí. Los americanos, aun los que tienen varios Oscar, ponen siempre las nominaciones en su currículum porque se llega a través del voto de tus pares, que es la parte más difícil del asunto. MRG: --¿Fue entonces por esto que entraste a la Academia de Hollywood? AB: --No. La nominación sin duda ayudó pero me invitaron a la Academia al año siguiente, después de Pobre mariposa, cuando en Europa me dieron el Premio Ennio Flaiano por trayectoria. Y te explico: la Academia se fija con atención en la trayectoria y creo que tuvo mucho peso el tema de la responsabilidad individual frente a la historia colectiva. Los anglosajones siempre exploran en estos niveles y tienen, por lo menos en forma declamatoria, una actitud muy decidida y reflexiva. En el caso de La historia oficial se fijaron mucho en que era del '84 y que nosotros habíamos tenido dictadura hasta el '83. MRG: --¿Y con respecto de los europeos? Me refiero al premio Ennio Flaiano. AB: --Flaiano fue el guionista predilecto de Fellini. Eran íntimos amigos. La dolce vita es la historia de su vida. Como en Los inútiles provenía de un pueblo de provincia, incursionó en el periodismo, cobró fama como novelista y dramaturgo. Por eso cuando se suicidó sus amigos (entre ellos Cecchi d'Amico, inseparable de la obra de Visconti), crearon este galardón para honrar su recuerdo entre autores italianos y, cada cuatro años, para un premiado extranjero. Arthur Miller y Harold Pinter, entre ellos. MRG: --Y vos. AB: --Esa sorpresa también fue maravillosa --vuelve a reírse con ganas--. MRG: --¿Y por qué nunca lo contás? AB: --Te da un poco de pudor. Aunque sea fantástico. Mirá, yo estaba un día en casa y llegó un sobre de la productora con la que había estado trabajando últimamente y adonde habían enviado la comunicación del Premio Flaiano. Era una larga carta, muy literaria, en la que me hablaban de "mi obra", así la llamaban, porque la conocían, habían visto todas mis películas antes de tomar una decisión porque también, claro, habían visto las de mucha otra gente y, finalmente, nos invitaban con mi marido a viajar a Rimimi en una determinada fecha. Yo no lo podía creer. ¡El jurado estaba integrado por guionistas famosos que yo he admirado toda mi vida! Te diré que nadie se acuerda de los nombres de los guionistas. Yo misma a veces los olvido. Pero ésta es la gente que ha hecho el cine italiano durante años. Para que te des una idea, cuando recibí el Flaiano internacional el galardón nacional fue para Enrico Medeoli, guionista de las películas de Visconti. Grupo de familia, por ejemplo. MRG: --¿Y cómo fue la experiencia de trabajar con grandes monstruos como Gregory Peck? AB: --Fantástica. Y lo digo porque si bien es, efectivamente, un monstruo sagrado, se parece absolutamente a lo que uno imagina en sus mejores papeles. En Matar a un ruiseñor, por ejemplo. En ese tipo de films. El es un hombre no solamente digno, progresista, inteligente, con coraje, sino que le importa lo que pasa en el mundo y con la gente. Además, y no necesito decírtelo, es y ha sido uno de los hombres más hermosos. El tenía pasión por el personaje de Gringo viejo pero ya nos conocíamos puesto que fue de los que más apoyaron la candidatura de La historia oficial para el Oscar. Una noche nos invitó con mi marido a cenar en su casa. La conversación fue totalmente increíble: no sólo porque tenía la sensación de conocerlo desde siempre sino porque me parecía estar soñando al verlo sentado frente a mí. De allí en más ha nacido una verdadera amistad. Nos hemos visto cuando ha venido a Buenos Aires, estuvimos juntos en México y en Nueva York y como es de esos americanos que algo saben de otro idioma cuando llama por teléfono a mi marido (que es tímido con el inglés) lo primero que dice es un amable discurso ensayado del estilo "¡Querido amigo Manuel, qué buen tiempo tenemos hoy en esta ciudad!". Es un ser delicioso y te levanta el ánimo pensar que hay gente a la que amabas locamente cuando eras adolescente, grandes héroes románticos, y que en la realidad son absolutamente merecedores de tanta devoción. Burt Lancaster también era así. En realidad empezamos a ensayar Gringo viejo con Lancaster pero no pudo hacerlo porque su corazón estaba muy deteriorado y ninguna compañía aseguraba la película si él la protagonizaba. Finalmente, con tristeza, el sello tuvo que renunciar a su actuación pero hay que reconocer que fue una experiencia estupenda. Muy distinta a la de Gregory Peck. Burt era un hombre de carácter por momentos muy desagradable. Cuando él quería, y con quien le caía mal, Lancaster era muy desagradable... Pero muy respetable. Un tipo capaz de haber empezado en el circo haciendo acrobacias y terminando por protagonizar magníficas películas de Visconti como El gattopardo o Grupo de familia que son ya para la historia. Y cuando uno piensa "¡vamos! un norteamericano haciendo de gran señor de Sicilia, qué disparate!", está prejuzgando frente a un gran actor y a un grandioso director. MRG: --¿Y Jane Fonda? AB: --Cuando la conocí estaba en un momento de gran transición. Ella no lo sabía todavía pero mientras filmaba en México Gringo viejo (un proyecto que había acariciado durante siete años), estaba terminando una larga vida en común con Tom Hayden, su marido. Hayden era un hombre con una carrera, no enteramente política, pero sí de una gran imagen como luchador por los derechos civiles, muy comprometido durante el gobierno de Kennedy con la gente que abogaba por una mayor igualdad con los negros. ¿Te acordás de Mississippi en llamas? Bueno, uno de esos jóvenes que iba a los pueblos donde discriminaban a la gente de color y los arengaba para que tuvieran conciencia de sus derechos era Tom Hayden. Al mismo tiempo era lo que los americanos llaman un compañero de ruta, un hombre al que Jane respetaba muchísimo, el padre de su hijo menor, y en cuya carrera política (fue varias veces diputado por California) ella invirtió no sólo energía sino cuantiosas sumas de dinero. Durante aquellos tiempos de campaña de Hayden, Jane se lanzó al tema del aerobismo y de la gimnasia (que fue un muy buen negocio) porque durante más de siete años nadie la contrataba por el activismo de su marido. Un factor detonante fue también aquella increíble foto en Vietnam llevando un casco del Vietcong. Muchos norteamericanos no se lo perdonaron. En fin, ella reinventó su vida y logró que la carrera política de Hayden fuera posible. Jane Fonda no imaginó jamás que sucedería lo que ocurrió: que durante su estadía en México filmando Gringo viejo, Tom se había separado de ella a través de los periódicos haciendo terribles declaraciones y partiendo a la vez en una escapada amorosa con una amiga de ambos pero mucho más joven que Jane. Jane acababa de cumplir 50 años y si hechos semejantes son muy dolorosos para cualquiera, para ella que no puede caminar por el planeta sin que le pidan un autógrafo, lo eran aún más. Como estar desnuda frente al mundo. La recuerdo adelgazando ocho kilos en un mes, llorando todo el día, escondiéndose detrás de un gran par de anteojos negros. Sin duda lloraba por el amor traicionado pero también por todas esas otras cosas que uno pierde en estos casos. La humillación y el fracaso que no se pueden digerir. MRG: --Y dejando ahora la historia de los monstruos sagrados de Hollywood volvamos a los proyectos cumplidos como el de una película en la que vos y Sergio Renán se reencuentran después de La tregua y Crecer de golpe. AB: --Hace como dos años que estamos hablando de hacer juntos un proyecto. Yo tenía una idea para Sergio, se la llevé, le encantó y, ¡te juro que no es soberbia!, teníamos la certeza de que habiendo trabajado tan bien juntos había, al mismo tiempo, mucha gente que no perdería un minuto en adoptar nuestro proyecto. En fin, te lo cuento rápidamente, no sólo no se amontonaron los productores para hacerlo sino que, negativas aparte, algunos ni siquiera nos contestaron. Esto fue desconcertante sobre todo para Sergio, a quien nunca nadie le ha dicho que no ni en cine, ni en teatro, ni en ópera. Es un hombre exitoso en todos sus proyectos. Yo tengo una visión más modesta: los guionistas estamos detrás de las cámaras y las luces. Sin embargo, debo decir que no tenía experiencia en cuanto a los niveles de grosería a los que llegan los nuevos productores de cine, teatro o televisión en nuestro querido país. Se trata muy mal a la gente. En fin, no perdamos el tiempo en recordarlo. Lo bueno de la historia es que un productor español se puso en contacto con Sergio en Roma, le pidió dirigir una película sobre una novela de un autor español contemporáneo, Juan José Millás. Renán contestó que lo haría si yo escribía el guión. Y a partir de allí terminaron con felicidad las negociaciones. La protagonista será seguramente Charo López y el tema abarca un momento en la vida de una mujer de más de 40 años. Una historia muy interesante. También muy difícil porque es una novela corta llena de soliloquios y diarios íntimos. Pero éstos son los desafíos que nos gustan y si este productor español, Enrique Cerezo, nos hubiera pedido una película sobre corrida de toros... pues, ¡la hubiéramos hecho por el enorme placer de volver a trabajar juntos! Con decirte que he abandonado nuevamente la obra de teatro en la que siempre estoy trabajando... pero el cine es, sin duda, el amante con el que traiciono al teatro hace muchos años.
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