The Guardian
de Gran Bretaña
Por Ian Traynor
Desde Moscú
La
oposición rusa de centro e izquierda se sumergió en la desesperación desde la súbita
renuncia del presidente ruso Boris Yeltsin diseñada para acrecentar las perspectivas
presidenciales de su protegido, Vladimir Putin. Desde el "autogolpe" de la
víspera de Año Nuevo, la oposición parece sin ninguna pista sobre cómo armar un
desafío creíble contra el primer ministro Putin. La elección presidencial será el 26
de marzo, tres meses antes de la fecha que estaba planeada. Pero Putin ya lanzó su
campaña el mismo día de Año Nuevo, y desde el mejor lugar posible: una visita para
levantar la moral de las tropas rusas en Chechenia. "Rusia se los agradece",
dijo a los soldados y oficiales, mientras la televisión difundía su mensaje a cada hogra
de la Federación.
Putin se enfrenta a tres enemigos que ya han declarado sus candidaturas en la carrera
por el Kremlin: Yevgueny Primakov, como él ex KGB, ex primer ministro, y ex ministro de
Relaciones Exteriores; Grigory Yavlinski, líder de los liberales; y el ultranacionalista
Vladimir Zhirinovsky. Además se presume que el líder del Partido Comunista, Guennadi
Ziuganov, también se presentará. Ziuganov ya perdió una vez la carrera presidencial:
fue en 1996 y contra Yeltsin.
Los tres candidatos oficializados habían proclamado sus candidaturas justo antes de
las elecciones legislativas con el propósito de acrecentar así sus votos. Pero sólo los
comunistas, todavía sin candidato presidencial, aumentaron los suyos. Aunque se quedaron
con 35 escaños menos en la nueva Duma (Cámara baja del Parlamento), dominada ahora por
centristas y derechistas. Y la nueva Duma promete ser un sustento para Putin, de aquel con
el que Yeltsin jamás contó. En estas circunstancias, ¿quién puede pensar en detener a
Putin?
Como la ultraderecha de Zhirinovsky va a apoyar al Kremlin, y los liberales
prácticamente no cuentan, la oposición menos inefectiva a
Putin vendrá del centroizquierda, los comunistas y el movimiento Patria-Toda Rusia (OVR)
de Primakov y el alcalde de Moscú Yuri Luzhkov. El ex líder soviético Mijail Gorbachov
insistió ayer en que la respuesta a la renuncia de Yeltsin debía ser la unión de todas
las fuerzas del centroizquierda detrás de un candidato único, Primakov, para maximizar
el voto contra Putin. Los comunistaas son la máquina partidaria mejor organizada y más
disciplinada de Rusia. Podrían garantizarle a Primakov un cuarto del electorado. Siempre
y cuando Ziuganov dominara sus ambiciones presidenciales y aceptara hacerse a un lado.
Pero a pesar de la candidatura declarada de Primakov, ahora no es claro si se va a
presentar. Luzhkov, por su parte, declinó apoyar abiertamente la candidatura de Primakov,
diciendo que debían hacerse "consultas". Para colmo, el número tres de OVR,
Vladimir Yakovlev, alcalde de la segunda ciudad de Rusia, San Petersburgo, enfrenta
elecciones para su reelección en mayo, y ya está flirteando con Putin y los suyos.
Gennadi Seleznev, el presidente comunista de la Duma saliente, declaró con toda
franqueza que Putin parece imbatible. El presidente interino devolvió el cumplido
expresando su apoyo al comunista en su intento de salir elegido gobernador de la región
del gran Moscú.
En suma, mientras que la oposición se fractura ante el fenómeno Putin, el presidente
interino y primer ministro está construyendo con éxito una base de poder más amplia, y
políticos de todos los pelajes desean aprovechar la oportunidad. La propaganda por la
televisión estatal fue muy útil para construir la imagen de Putin y asegurar la victoria
de sus aliados en la Duma. Los próximos tres meses verán la intensificación de esa
campaña. Y si Primakov, de 70 años, confirma su candidatura, será denostado por la
televisión como un comunista ya anciano, inconmovido por los cambios. La pregunta es
desesperada: no se trata de averiguar si Putin puede ser derrotado sino de ver si la
oposición puede juntar fuerzas como para no entregarle una aplastante victoria el 26 de
marzo.
Ved aquí el tablado de la
antigua farsa
Por Jacques Amalric*
Lo de Yeltsin hubiera sido un gesto
hermoso... hace muchos años. Hoy, después de digerirlo durante el fin de semana, ya lo
vemos como la última vuelta de tuerca, su última astucia, algo así como el gol de
taquito de un viejo sin aliento, destinado a propulsar al último delfín del Kremlin y a
asegurar un futuro tranquilo a la familia presidencial. El hombre está efectivamente
desgastado, pero su entorno, comprometido en muchos asuntos muy poco santos, ha velado
porque sea un toma y daca, un intercambio de favores bien calibrado. Fue un sí a la
dimisión del patriarca --lo que permite adelantar tres meses la fecha de la elección
presidencial y de hacer crecer aún más las chances de Vladimir Putin-- pero a cambio la
exigencia era que el clan Yeltsin quedara sano y a salvo de las investigaciones de
fiscales molestos. La operación Chechenia, desencadenada con cinismo y sangre fría está
a punto de tener éxito, y ninguno de los rivales de Yeltsin parece hoy a la medida de
disputarle la victoria en las próximas elecciones. Hay que esperar, en los días y
semanas que vienen, a que se formen nuevas alianzas, mejor o peor pagas, de liberales y
reformistas. Sólo un grave revés en el frente checheno podría hacer descarrilar un
resultado que ya parece cantado. Lo que equivale a decir que no debemos esperar un
apaciguamiento del conflicto, bien por el contrario. Para lograr sus objetivos, el nuevo
presidente interino necesita de tres meses de bombardeos a ciegas. Podemos apostar a que
los dirigentes occidentales estarán muy susceptibles el próximo trimestre en todo lo que
tiene que ver con crímenes de guerra y contra la humanidad. Las bellas almas repetirán
que Boris Yeltsin es el primer dirigente de la historia rusa y soviética en abandonar
voluntariamente el poder y afirmar que este fenómeno traduce un arraigo de la democracia.
Todas las dudas seguirán siendo válidas. Si eligen presidente a Putin, será gracias a
la sangre chechena derramada para hacer olvidar un momento a sus conciudadanos sus
frustraciones, su humillación, su impotencia, su miseria y su desesperación. No se funda
una democracia sobre tales manipulaciones, ni sobre la autorización concedida al pueblo
de plebiscitar al nuevo autócrata.
* Editor del diario francés Libération, donde fue publicada esta columna. |
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