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OPINION

Buenos muchachos

Por Alfredo Greco y Bavio

El presidente norteamericano Bill Clinton se enterneció con la renuncia anticipada de su colega ruso Boris Yeltsin. En un artículo que hoy publica Time lo llamó su amigo, elogió su enemistad con el comunismo y sus esfuerzos en favor de la democracia. Lo que se dice amigos nunca fueron, más allá de esa camaradería viril compulsiva entre jefes de Estado en ejercicio. De los comunistas, Yeltsin sí fue un enemigo, y encarnizado. Pero no ideológicamente, con el pathos que le quiere conceder Clinton, hijo del baby-boom de la Guerra Fría. En la democracia, Yeltsin descree. De ella aprendió que cada voto tiene un precio, y que más conveniente es recurrir al fraude. La primera medida del sucesor de Yeltsin fue la de garantizar impunidad al presidente saliente: algo así como instalar en el Kremlin el pacto del PRI mexicano, ese partido que supo durar en el poder más sexenios que el comunista ruso. Ahora el ex KGB Vladimir Putin es presidente interino, pero sigue siendo premier. Preparó durante meses el escenario que, esperablemente, lo llevará a ser elegido presidente en las elecciones adelantadas para el 26 de marzo: el aprendizaje democrático de Yeltsin y los suyos implicó adquirir un conocimiento más artero en el uso de los medios. Los atentados terroristas en Moscú y otras ciudades rusas, con sus centenares de muertos, la búsqueda frenética de culpables, el "peligro fundamentalista", el recuerdo de la derrota en la islámica, caucásica, separatista y lejana Chechenia en 1996, la nueva guerra chechena con su avance mortífero y triunfante, la victoria de los partidos pro-Kremlin --tan arrasadora como sospechosa-- en las elecciones legislativas de diciembre: todo se unía, coreográficamente, para entronizar al "hombre fuerte", el discreto mesías proclamado en apoteosis telemática el último día de 1999. Para Occidente en general, para la Unión Europea en especial, Rusia sigue siendo la tierra de oportunidades, con sus casi 150 millones de habitantes. Los Yeltsin y los Putin lo saben. También, que Rusia necesita con urgencia un Poder Judicial independiente, una reforma impositiva (no un impuestazo, sino cobrar a las grandes empresas, deudoras morosas crónicas), un mercado de bienes y servicios donde la competencia reemplace a los monopolios que sucedieron con ferocidad al comunismo, un sistema bancario y financiero que canalice dinero a la industria. Y, sobre todo, aun en escala minimalista, una revolución en la vida cotidiana. Pero Putin sabe que cualquier paso en la satisfacción de las necesidades significa un recorte en su poder. Y a eso los herederos del comunismo nunca se han mostrado, hasta ahora, bien dispuestos.

 

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