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Alumbramiento
Por Antonio Dal Masetto

t.gif (862 bytes) Esta madrugada, el bar es una pura lamentación. Suspiros y quejas: “¿Se acabaron los héroes?”, “¿Será posible que no exista un héroe nacional que nos tire una soga?” “Mucho me temo que estemos sonados: no nacen más héroes nacionales”.
–Si tanto les preocupa el tema –interviene Tusitala–, les interesará saber que en cierta oportunidad estuve muy cerca del nacimiento de un héroe nacional.
Todos lo miramos con un brillito de esperanza en los ojos:
–Cuente, don Tusitala.na28fo01.jpg (14226 bytes)
–Nadie ignora que soy un gran chef y que viajé mucho. Después de servir como cocinero jefe entre los antropófagos reflexivos, de penar en la ciudad de los culosucios y de aventurarme entre los mastines mordedores de talones, pasé una temporada cerca del Cabo de los Cuarenta Bramadores, contratado para organizar un banquete con motivo del nacimiento del héroe nacional del lugar. En la plaza, bajo un árbol, con su gran panza y tejiendo escarpines, permanecía recostada la madre, en posición de parto, esperando. Un trovador cantaba las futuras aventuras del héroe. La banda de música estaba lista para empezar a tocar el himno cuando asomara la cabeza. Le habían preparado la capa de piel de leopardo, la espada y el escudo. Apenas llegué me puse a preparar el fastuoso banquete. Elegí salmonetes a la gradoise, pollo frío a la vienesa, ensalada de lechuga y sorbetes de piña. Pasaron las horas, llegó la noche, pasó otro día y el héroe nacional no nacía. Varios notables se arrodillaron sobre una alfombra, frente a las piernas abiertas de la embarazada: “Señor héroe nacional, lo estamos esperando”. Desde adentro una vocecita les contestó: “No pienso nacer hasta que no me reclame una tarea realmente importante. Todavía no llegó mi hora”. Tuve que tirar toda la comida. Inmediatamente una terrible plaga se abatió sobre la región. Las langostas avanzaban desde el este y no dejaban nada sin masticar. Todos aseguraban que ahora sí el héroe nacional nacería y me puse a cocinar. Elegí quenefas de ave al estragón, tomates al estilo de Aviñón y melón helado. Mientras trabajaba con entusiasmo vi a los notables arrodillados: “Señor héroe nacional, necesitamos que nazca, las langostas se están devorando hasta los cimientos de las casas”. Desde adentro la vocecita contestó: “Yo no soy un exterminador de insectos. Usen DDT. Una plaga de langostas es poca cosa para mí”. Así que tampoco esta vez nació y de nuevo tuve que tirar la comida. Siguió una sequía y un incendio que no dejó nada en pie. No quedó ramita seca sin quemarse. Hasta los palitos de la yerba mate ardieron. Opté por truchas con almendras, silla de cordero park-hotel y malakoff helado al chocolate. “Señor héroe nacional –clamó la gente–, nos está haciendo falta ahora”. “No soy bombero para andar apagando incendios -contestó la vocecita–. Vengan cuando tengan una catástrofe en serio”. Y otra vez tuve que tirar la comida. Después hubo una inundación como no se había visto nunca. La represa estaba por ceder y si esto ocurría todo quedaría bajo el agua. Los notables se arrodillaron sobre la alfombra y yo me puse a preparar un nuevo banquete. Me decidí por cangrejos de río nadando, pato frío Montmorency y profiterolas al chocolate. “No soy plomero para andar arreglando pérdidas –dijo la vocecita–. Aprovechen el agua, cultiven arroz, dedíquense a la pesca, críen nutrias. Cuántas veces les tengo que decir que vengan a verme cuando haya un problema que esté a mi altura”. Y la comida fue a parar a la basura. Así que ya ven cómo son las cosas con los héroes nacionales. ¿En alguna oportunidad les expliqué cómo se prepara el pato frío Montmorency? ¿Eh?
–¿No podríamos suspender el pato para más tarde, don Tusitala? Ahora díganos con urgencia: ¿nació o no nació el héroe nacional?
–Qué sé yo. Me cansé de andar chapoteando en el barro, masticando ceniza y pisando langostas. Hice la valija, les deseé feliz natividad, que el chico salga sano y fuerte y que cuando crezca sea un héroe de bien, y me mandé mudar. Mi conclusión es ésta (y se la digo para que se dejen dejoder con el héroe nacional): en los héroes nacionales no se puede confiar, si uno se queda esperándolos se le echa ha perder la comida.

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