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OPINION
Solo contrael universo
Por James Neilson

Ya antes de las elecciones, la Alianza hizo saber al mundo que había descubierto la razón por la cual la Argentina era, de común acuerdo, uno de los países más asquerosamente corruptos de la Tierra. Resultaba que todo fue culpa de un gnomo llamado Víctor Alderete, también conocido como Upa, hombrecillo cuyo hobby consistía en estafar a los abuelos para entonces obligarlos a gritar vivas a la re-re-reelección de Carlos Menem. Al difundirse la noticia, el pueblo estalló de indignación. “Y pensar que nos hemos dejado engañar por este personaje”, gritaron los políticos. “Es emblemático”, espetó Chacho Alvarez, agregando así un insulto novedoso y por fortuna desprovisto de connotaciones sexuales al rudimentario léxico nacional. “Ha hecho mucho daño al peronismo”, tronó Eduardo Duhalde, acusándolo del peor de los crímenes que un compañero bien nacido podría imaginar. Incluso Menem vaciló en defenderlo: sólo atinó a amenazar con “hablar”, diciéndonos cosas horribles, si siguieran acosando a quien en tantas ocasiones lo había hecho reír.Pero es de suponer que Menem se siente bastante contento con la elevación de Alderete al rango de rey de los corruptos, casi tan contento como el propio Alderete que, presa de una vocación de mártir, quiere mostrar a su jefe que en su caso, por lo menos, la lealtad no reconoce límites. Toda su conducta –el salariazo de último momento para sus amigos del directorio del PAMI, su excursión a Punta del Este, sus apariciones televisivas– está encaminada a convencer al país de que en verdad es una persona malísima, más mala incluso que María Julia y que cuando finalmente haya sido enviado a Villa Devoto la nación entera podrá celebrar el fin de la corrupción. Como quien dice, muerto el perro, se ha acabado con la rabia.Tanto para los peronistas como para los muchos biempensantes que temen ser tomados por gorilas, la mera existencia de Alderete es causa de alivio. Se trata de un liberal infiltrado, de un intruso que ni siquiera sabe cantar la marchita. Pensándolo bien, el que el más corrupto de todos haya resultado ser un sujeto ajeno a las gloriosas tradiciones del movimiento sirve para probar, una vez más, que los peronistas son víctimas inocentes de la astucia realmente extraordinaria de sus enemigos. Humillados éstos, la corrupción terminará, la gobernabilidad se verá asegurada y la Alianza, naturalmente satisfecha por el golpe demoledor asestado contra los ladrones, no tendrá por qué correr riesgos innecesarios embistiendo contra malhechores un tanto más peligrosos que un bufón a quien le encanta su propia desgracia.

 

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