UNO. Según Andy Warhol, todos seremos famosos durante quince minutos. Tal vez a eso mismo se refiere David Bowie cuando canta aquello de "podríamos ser héroes apenas por un día". Se sabe que el virus de lo heroico --o la posibilidad de contraerlo-- se nos inocula durante la infancia. Cuando somos indefensos --o somos más fuertes que nunca, quién sabe-- los héroes nos bombardean, somos acribillados por formas de heroísmo y, seguro, dime qué héroe quisiste ser y te diré más o menos en el tipo de persona que te convertiste. Los héroes de nuestro pasado están a menudo alimentados por el sentimiento siempre futurista de la venganza, de la revancha y del ya van a ver. El Conde de Montecristo y Sandokán y Nemo crecen y se hacen grandes por el puro placer de planear vendettas y llevarlas a cabo. No conozco a ninguna mujer que haya querido ser Heidi y sí a varias que soñaron con ser La Princesita. Unos y otras representan una oscura forma de justicia que nos confunde y nos educa y nos hace alzar el puño desafiando a los cielos. El problema es que, entonces, uno es muy bajito y el cielo queda muy arriba. Con los años y la altura se descubre que el cielo sigue estando muy alto. Más alto todavía.
DOS Lo que nos lleva al veloz análisis de dos fenómenos del heroísmo infantil de este principio de milenio (¡ah, la felicidad de ya no tener que escribir más fin de milenio!) Los libros del niño hechicero Harry Potter van a ser siete, son tres hasta ahora --dos ya han sido traducidos al español-- y permiten el raro placer y el escaso privilegio de --al leerlos-- volver a sentir lo que uno sentía entonces. La desmesurada parafernalia publicitaria alrededor del milagro --millones de ejemplares vendidos, escritos por una madre divorciada y sin trabajo, histeria de niños que piden un libro de regalo con el mismo aullido con que alguna vez exigieron un video-game, adultos que los leen más o menos a escondidas-- no consigue ocultar la astuta nobleza del material que se las arregla para hacer comulgar el espanto ante el mundo de los adultos de Charles Dickens y Roal Dahl con la reformulación mitologista de Joseph Campbell. En serio. Los estoy leyendo y no puedo dejar de leerlos. También hay un afán de venganza en Harry Potter y de vez en cuando, cuidándome de que nadie me vea, alzo el puño al cielo, lanzo un gritito triunfal.
TRES Acabo de terminar de ver mi primer episodio de Pokémon por televisión y no salgo del asombro de no haber entendido absolutamente nada. O casi nada. Porque por debajo de tanto vértigo y grito y criaturas extrañas y Pikachu, apesta el hedor de una maniobra siniestra y revolucionaria: Pokémon es el primer producto infantil donde el merchandising y la compulsión adquisitiva son el argumento de todo el asunto. Hay que coleccionar monstruitos, hay que tenerlos todos para ser más poderoso. Hay que comprar. Alzo mi control remoto al cielo y cambio de canal. Harry Potter y Pokémon está ahí. Los dos fueron tapa de Time y todo eso. La diferencia está en que a uno le gustaría tener hijos a quienes leer las aventuras de Harry Potter mientras que Pokémon produce la inquietante necesidad de comprarse una vasectomía y a otra cosa. La diferencia está en que uno siente que Harry Potter llegó para quedarse, mientras que Pokémon más temprano que tarde irá a parar al cementerio de los tamagotchis. Leo que en un Burger King de Miami un bebé de trece meses murió al tragarse un juguetito Pokémon. Los libros no tienen esos problemas por más que uno no pueda dejar de tragarse ciertos libros.
CUATRO Mystery Men --film independiente de luxe dirigido por Kinka Usher y protagonizado por Ben Stiller, Janeanne Garofalo, Geoffrey Rush, Tom Waits, Paul "Pee Wee" Reubens, William H. Macy y Hank Azaria entre otros-- no es una película sobre los héroes en los que queríamos convertirnos sino en el héroe en que, mal que nos pese, acabamos convirtiéndonos. Héroes defectuosos y con poderes absurdos. Hermosos perdedores. Mr. Furious sólo puede enojarse, mucho. The Blue Rajah arroja cucharas en lugar de cuchillos. The Shoveller es un maestro en el manejo de... su pala. The Spleen se especializa en tirarse pedos bestiales. The Bowler lleva una bola de bowling con el cráneo de su padre adentro. The Sphinx se dedica a "ser muy misterioso" mientras recita terribles aforismos. The Invisible Kid puede volverse invisible "siempre y cuando no me miren cuando lo hago". No les va bien y, para cuando triunfan sobre el malvado Casanova Frankenstein y sus Disco Sushi Boys y alzan sus puños al cielo, ya nada parece demasiado importante, ya es demasiado tarde. Mistery Men --no está de más apuntarlo-- fue un formidable y heroico fracaso de taquilla en Estados Unidos. Bien hecho. |