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OPINION
El derecho de los abuelos
Por Sebastiao Salgado *

Señor presidente:
Soy brasileño, residente en Francia. Soy fotógrafo, y mis fotografías están casi exclusivamente dedicadas a los hechos sociales.
Este trabajo me lleva a viajar permanentemente por el mundo entero, en la tentativa de narrar, a través de imágenes, algunos momentos reveladores de la epopeya contemporánea. Recientemente, he concluido un ciclo de reportajes, que ocuparon seis años de mi vida, intentando contar un poco de la condición humana, a través de los grandes desplazamientos de población, el reencuentro de las comunidades separadas y otros hechos de nuestra humanidad en transición.
Como usted podrá imaginar, estuve en contacto permanente con poblaciones que huyen de la pobreza, de las guerras y de la represión. Son, en su gran mayoría, civiles inocentes de cualquier culpa en el proceso que los destruye, y que no sólo han perdido casa, trabajo y seres queridos, sino que en muchos casos han sido despojados también de su propia identidad. Trabajé en varios países junto a las organizaciones humanitarias que, en colaboración con las Naciones Unidas y las autoridades locales, se dedicaban a encontrar a los familiares de centenares de millares de niños que los conflictos absurdos y la represión bestial han arrancado de sus comunidades de origen.
Señor presidente: actualmente, también en su país hay familiares que buscan a sus seres queridos, que tal vez hayan salvado la vida, por ser recién nacidos, en los tiempos de la represión. Un abuelo desesperado está buscando, en vano, a su nieta, o nieto, a la hija o hijo de su hijo asesinado en la Argentina y de su nuera desaparecida en el Uruguay en 1976.
Señor presidente: el poeta argentino Juan Gelman tiene el derecho de conocer el destino de ese fruto de su familia herida, como tienen derecho también los abuelos de Mozambique, de Ruanda, de Bosnia, de Sudán, de Kosovo, de Timor, de Chechenia y tantos otros abuelos de tantos otros países.
Hace pocos días más terminamos un milenio. Para iniciar la construcción del actual, tenemos la herencia ética de nuestro pasado. El tiempo urge, señor presidente. Nosotros, la inmensa mayoría de los latinoamericanos, somos civiles inocentes dentro de procesos que nos han herido y avergonzado. Para construir nuestro futuro, es preciso que nuestras autoridades asuman su deber de decencia hacia nuestro pasado. Sólo tendremos justicia plena si se reestablece la verdad, para que nuestros muertos reposen en paz y para que el poeta pueda reencontrar el amor.
Respetuosamente.

* Artista-fotógrafo brasileño, le dirigió esta carta abierta al presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti.

 

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