Dura seis horas y mezcla ficción con realidad, de modo irreverente. Es ampuloso, emotivo y con visos de genialidad. Pero también propagandístico y excesivo. Mañana, se exhibe por primera vez en público.
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Por Martín Pérez La historia comienza en un magma de injusticias y termina con un océano de paz. Así es, en una síntesis imposible, Juan Domingo Perón. Sinfonía del sentimiento, una particular historia del peronismo en que el gran cineasta popular argentino, Leonardo Favio, estuvo trabajando durante el último lustro. Entre ese oscuro comienzo al inicio de la Primera Guerra Mundial y un santificado final con un victorioso Perón entrando en la inmortalidad, transcurren los 26 bloques que completan las casi seis horas de duración (5 horas y 46 minutos, para ser precisos) que necesita el realizador para contar su versión de la historia. Una versión con palomas y halcones animados por computadora, héroes capaces de brillar como nunca han brillado los héroes en la pantalla argentina y un pueblo representado como una marea que ningún dique puede retener por siempre. Rozando por momentos la propaganda oficial al estilo Perón-lo-hizo, y dedicando su segunda mitad a reescribir la historia de los 18 años sin Perón que la historiografía radical contó a su manera en La República Perdida, el documental recrea el mito fundacional peronista, en desuso luego de una década en la que Menem deshizo. En él, Perón es un héroe inmaculado; sus primeros diez años como presidente, un paraíso para el trabajador; y los dieciocho años de su ausencia, un crimen cruel e inútil en contra de la voluntad popular. Juan Domingo Perón. Sinfonía del sentimiento comienza mucho antes de la aparición del héroe. La cronología elegida por Favio para reconstruir el ideario peronista se inicia con los muertos de la Primera Guerra Mundial, con el triunfo de la Revolución Bolchevique de 1917 (al grito de pan, paz y vivienda) y el recuerdo de la Semana Trágica. Ese es el magma creador del mito, ilustrado por una informe nube rojiza que funciona como fondo a un relato que rescata a Hipólito Yrigoyen y condena la Década Infame, representándola con la imagen de una vaca que yace indefensa, mientras la sobrevuelan buitres. La contundencia de ese prólogo, sumada a la pasión y precisión con la que es relatada la aparición en escena de Perón y Evita, los sucesos del 17 de octubre de 1945 y la llegada al poder del peronismo se resumen en cuatro bloques que son de lo mejor de la primera parte. El resto de los trece primeros capítulos está dedicado a enumerar de manera proselitista los logros económicos (General, cuánto valés, subraya un coro musical) y sociales del país construido por Perón. Un país peronista, demás está decirlo. Pletórico de justicia social, así como de rostros de Evita y Perón. Son ocho bloques que incluyen una oda al trabajo, fundamentos económicos peronistas, la votación de la constitución del 49, el viaje de Evita por Europa y los logros de la Fundación Eva Perón. La cronología casi se detiene en esos bloques, que construyen un paraíso perdido peronista que se derrumbará con la muerte de Evita. Con el Cabildo Abierto convocado por la CGT en el que ella rechaza su candidatura a la vicepresidencia, vuelven los deslumbrantes actos de masas y termina la primera parte.Del relato de la segunda parte se destacan los tramos dedicados a los funerales de Evita, a la relación entre la Iglesia y el peronismo, y el del bombardeo de Plaza de Mayo. El primero por su emotividad, el segundo por su revisión histórica y el tercero por sus crudas imágenes, que marcan por sí solas el final de una época. En el relato de la Resistencia Peronista, es ejemplar la forma con la que recorre las arbitrariedades, los asesinatos y hasta las ridiculeces (la lectura completa del decreto que prohíbe nombrar a Perón) de esos militares que aparecen sin necesidad que Favio lo subraye como el brazo armado de los oligarcas y vendepatria de los que hablaba Evita en sus encendidos discursos. Retomando las comparaciones, si en la primera parte el recorrido por los logros peronistas se hace dogmático y esquemático, aquí hay ciertarepetición que martilla recurrente en el repaso de la historia política nacional sin Perón. Su ausencia significa violencia popular mientras desfilan políticos y militares que apenas son fantasmas ante el mito en el exilio. Los politizados últimos años antes del regreso de Perón a la Argentina son tratados con la urgencia y levedad del que quiere volver a hablar del protagonista. La melancolía con la que Favio filma al Perón que regresa como prenda de paz es notable. Lo mismo que el largo plano -filmado entonces por el propio Favio, sin destino en particular que muestra a la gente de la calle saludando con cariño el paso del auto presidencial que lleva al General de casa al trabajo, de Olivos a la Rosada. El relato se interrumpe en esa etapa: nada hay de lo que siguió a su histórica pelea con Montoneros, luego de aquella etapa rematada con su condena a los estúpidos imberbes.Tan excesivo, obsesivo y personal como un buen peronista, Juan Domingo Perón. Sinfonía del sentimiento es una obra histórica que recorre el ideario del movimiento político alrededor del cual se articuló la historia política de la Argentina moderna. Para ello, Favio hizo uso de todos los recursos a su alcance: recreó un 17 de octubre que sólo tenía iconografía diurna, utilizó la computadora para ilustrar su pasión, su desprecio y su esperanza. Aquí y allá, durante las casi seis horas de metraje, se descubren con sorpresa hallazgos de todo tipo: filmaciones caseras del casamiento de Perón y Evita, de José Ignacio Rucci antes del atentado, noticieros norteamericanos antiperonistas, el discurso de Rojas después de los fusilamientos del 56. También sorprende la música, en particular cuando un tema acústico de The Wall, de Pink Floyd, sirve para musicalizar los fusilamientos de la Libertadora. O el hallazgo de utilizar el tema Aquellos soldaditos de plomo, de y por Víctor Heredia, para dar voz al Perón que regresa del exilio a reencontrarse con su destino. Cuando llega el momento de los títulos, un texto recuerda antes que nada que la miniserie se realizó por iniciativa del ex gobernador de Buenos Aires Eduardo Duhalde (ver más datos en recuadro). Sin embargo, el producto final va mucho más allá de lo que puede ser un artefacto proselitista. Es cierto: la imaginería de la que hace uso Favio cuando deja libre la más fantástica iconografía peronista recuerda, antes que a Duhalde, a los anuncios que rezaban Vuelve la alegría llamando a votar por Menem en el 89. Los tocadores de bombo voladores con los que trabaja Favio están muy cerca de los desclasados peronistas dibujados entonces por el magnífico Enrique Breccia. Pero, si aquella alegría anunciada por 1989 se transformó en una iconografía vacía después de la década menemista, el heroico trabajo de Favio fue volverla a llenar con su historia. Con su tristeza ante los niños pidiendo limosna y con su Gatica, por ejemplo. Y su entrega que humaniza una biografía política tan sentimental como su título lo indica. Y que por casualidad recién se hace pública en el amanecer de un 2000 que ¿cómo olvidarlo? debía encontrarnos unidos o dominados.
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