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Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) Como neurólogo simpatizaba con la llamada medicina alternativa y criticaba acerbamente las posiciones mecanicistas y materialistas en el campo de la biología. En su biblioteca acumuló las obras de y sobre Goethe, Humboldt y científicos de la primera mitad del siglo XIX predecesores de su propio pensamiento. Consideraba que la realidad o las distintas realidades son en primer lugar totalidades, "todos" compuestos en segundo lugar por determinados elementos o miembros. Desde esta concepción holista -–que ganó espacio a comienzos del XX--, el doctor Joachim Mrugowsky se convirtió en un destacado especialista alemán en su materia.

Con el nazismo fue además coronel y, entonces, director del Instituto de Higiene de las Waffen SS, el cuerpo de élite del siniestro organismo que inventó Himler y que con sus 35 divisiones llegó a ser una amenaza hasta para la propia Wermacht. Mrugowsky no fue enviado al frente: en cambio, se tornó responsable del uso del gas ciclón-B para exterminar judíos en Auschwitz y otros campos de concentración del Tercer Reich, así como de algunos de los experimentos más terribles jamás perpetrados con seres humanos. A diferencia de otros criminales con título de médico que la flamante Alemania Federal exculpó silenciosamente, fue juzgado, condenado y ejecutado en Nuremberg.

Mrugowsky es el ejemplo extremo de un fenómeno que se observa cada tanto en la historia intelectual de Alemania (y no sólo), ese que el cardenal Nicolás de Cusa llamó en el siglo XV "la unidad de los contrarios". Aunque la ideología y la práctica del nazismo son incompatibles, moral y culturalmente, con los principios terapéuticos de la medicina holista, no pocos médicos alemanes suscribieron ambas cosas a la vez. Algunos por oportunismo: no se consideraban a sí mismos nazis, pero tampoco les repugnaba beneficiarse de las "ventajas" que entrañó la abolición, por el régimen, de las fronteras éticas de la profesión.

Hubo convencidos, desde luego, como el neurólogo y psiquiatra Víctor von Weizsacher, pionero en la esfera de las enfermedades psicosomáticas. Este miembro de un muy exclusivo clan de científicos y políticos pensaba que no se podía considerar la enfermedad y la muerte como entes separables del contexto vital entero, que era preciso abordarlas con una epistemología otra que la común y en boga, que la medicina debía tomar en cuenta toda la biografía del paciente. Deudor manifiesto de Freud, procuró aplicar al tratamiento del organismo las hipótesis y descubrimientos del psicoanálisis. Era un protestante prosemita, muy cercano al filósofo judeo-alemán Martin Buber, con quien dirigía la revista Die Kreatur. En suma, parecía una antítesis de los galenos que terminaron sirviendo a Hitler. Pero cuando en mayo de 1933 tuvo lugar en Heidelberg la famosa quema de libros, esta luminaria de la República de Weimar sugirió a sus colegas nazis que también fuera pasto de la hoguera El porvenir de una ilusión, texto en que Freud analiza la religión como neurosis.

Von Weiszacher no se detuvo ahí. Mientras el régimen hitleriano se afianzaba, abogó por la esterilización compulsiva de quienes, a juicio de los médicos, eran socialmente inútiles. Durante la guerra fue director del Instituto de investigaciones y clínica neurológica de Breslau y a título de material de estudio pidió -–y recibió-- los cerebros y las médulas espinales de 200 niños impedidos que habían sido asesinados en un hospital cercano. Después de la derrota nazi y la revelación de sus corruptelas y crímenes médicos en el marco del "proceso a los doctores" que se realizó en Nuremberg, volvió al tema en Eutanasia y experiencia humana. Allí se ocupó de establecer una oscura diferencia entre el asesinato y la extinción planificada de "seres humanos sin valor". Este alejamiento brutal de la tradición hipocrática de preservar la vida a cualquier precio es quizá pariente de la metafísica del filósofo Heidegger, para quien "el ser hacia la muerte" es piedra de toque de la autenticidad ética y principio de la estructura existencial.

El holismo ha ejercido influencia en corrientes de pensamiento de Estados Unidos y ciertos países de Europa, pero en nuestra América no escasean los prodigios de "la unidad de los contrarios" que el viejo cardenal imaginó, por cierto, con un sentido muy diferente. Por ejemplo, los políticos argentinos que afirman una fe democrática que no les pareció opuesta a la colaboración con la dictadura militar. O los presidentes civiles del Cono Sur que se empeñan en proteger a los asesinos de la civilidad. Y tantos otros, cuya sola enumeración desbordaría con creces la superficie de esta página. No pocos de ellos comercian con tinieblas en gran escala, Lichtenberg diría.


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