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En un jueves con la friolera de siete novedades estrenos, las palmas se las llevan dos "productos exóticos": un film del director más popular de Irán, Mohsen Majmalbaf, y un duro policial del maestro nipón Takeshi Kitano.

TAKESHI KITANO IMPRESIONA CON "VIOLENT COP"
El Primo de Clint Eastwood

Sensación: "Beat" Kitano dirige como actúa: con una honestidad brutal, hecha de una sequedad lacónica y largos "silencios" cinematográficos.

El policía duro y desencantado le viene como anillo al dedo a Kitano.
Su "Flores de fuego" fue elegido el mejor film estrenado aquí en 1999.

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VIOLENT COP 8 PUNTOS

Japón, 1989.
Dirección: Takeshi Kitano.
Guión: Hisashi Nozawa.
Fotografía: Yasushi Sakakibara.
Música: Daisaku Kume, Erik Satie.
Intérpretes: Beat Takeshi, Itoku Kishibe, Mikiko Otonasi, Takeshi Iraizumi y Shiro Sano.
Estreno de hoy (en video) exclusivamente en la sala 2 del cine Cosmos.

Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) Con Abbas Kiarostami y Takeshi Kitano está ocurriendo en la Argentina lo que sucedió con Ingmar Bergman, Akira Kurosawa o Michelangelo Antonioni, allá por los años '50 y '60. Se los conoce cuando ya tienen una obra considerable tras ellos, y luego se van estrenando, en forma más o menos desordenada, sus películas más recientes junto con las anteriores. Luego de la restallante Hana-Bi/Flores de fuego (1997, elegida por la crítica argentina como la mejor película estrenada aquí el año pasado), para el curso del 2000 se espera un verdadero aluvión de films dirigidos por el japonés Kitano.

Ese aluvión arranca en orden, con el estreno de Violent Cop, su ópera prima de 1989. Es de lamentar que esta ola-Kitano no se abra en las mejores condiciones. Violent Cop se estrena en una copia de video que está bien lejos del ideal, y el espectador deberá estar prevenido de ello. Hacia fines de los '80, Kitano era enormemente popular en Japón, gracias a sus apariciones como cómico y animador de televisión. Había adoptado, entonces, el seudónimo de "Beat" Takeshi, que hasta hoy sigue usando.

Originalmente, Violent Cop estaba pensada para relanzar a Kitano como actor duro. Tempranamente y ante la deserción del realizador, el propio Kitano asumió la dirección, en base a un guión escrito previamente. A partir de su siguiente película (Boiling Point, 1990), y decidido a no ceder nada en su condición de autor integral, Kitano ya no volvería a dejar los guiones en manos de terceros.

Violent Cop justifica el slogan de Clint Eastwood japonés, con que se conoció a Kitano en Occidente. Como su primo americano en aquellos policiales de los '70, Kitano es aquí un detective a quien le importan más los propios códigos que los reglamentos policiales. Solitario, testarudo y mucho más amigo de las trompadas que de las palabras, Azuma tiene problemas con las autoridades de la repartición desde el comienzo mismo del film. Allí recibe una primera advertencia, por una paliza dada a unos adolescentes asesinos. Pronto, la obsesión correctiva de Azuma se encarrilará en dirección de unos mafiosos (yakuzas, según el término nipón). Estos operan gracias a un contacto en las propias filas de la policía, y Azuma se pondrá a investigar. Obligado a entregar su chapa por los excesos cometidos (lo mismo ocurría con Eastwood en Harry el sucio), el policía violento tomará la ley en la propia mano, encaminándose ya resueltamente hacia una orgía de sangre y muerte, de la que no se librará nadie.

El guión no difiere del de cualquier subproducto de acción e incluye todos los tópicos del rubro. Desde el motivo de la amistad viril traicionada hasta el de la familia en manos de criminales (aquí, una hermana enferma a la que el protagonista cuida, prefigurando a la esposa de Flores de fuego), pasando por el del policía principiante. El guión coquetea peligrosamente con la homofobia (un gay sádico es el némesis del héroe) y con la idea filofascista de "justicia por mano propia". Pero Kitano dirige con un nervio y una convicción que el cine estadounidense parece haber perdido para siempre. Además, se ocupa de llenar las entrelíneas con una serie de pinceladas oscuras, haciendo de Azuma un antihéroe brutal, cualquier cosa menos simpático. Su detective de gatillo fácil se deja llevar por la ira, juega con los ratones del hampa como un gato maula y abusa de propios y extraños. Todo ello se consuma en una extraordinaria escena de persecución, de esas que Hollywood enseñó en los '70 y luego olvidó. Allí, Azuma persigue implacablemente a un matón, primero a pie y luego en auto, dando vueltas por medio Tokio. Cuando lo tiene a tiro, lo arrolla, y la emprende luego a patada limpia. Su compañero se interpone, y Azuma sigue pateando, sin importarle ya quién recibe el brutal castigo.

Kitano dirige como actúa: con una honestidad brutal, hecha de una sequedad lacónica y largos "silencios" cinematográficos que parecen introducir la presencia del vacío en medio de los tiros. El imperio de la muerte, que en los tramos finales se hace casi operística y devora todo y a todos, es la resolución de ese vacío. Un epílogo negro y ultrapesimista revela hasta qué punto Kitano, el nihilista, se apropió de este libreto ajeno hasta hacerlo suyo. No es raro que sea la infinita melancolía de Erik Satie la que llene el vacío, con unas Gymnopédies extrañamente ajaponesadas. Y sin embargo es raro, definitivamente raro, un policial con música de Satie.

 


 

"NUESTRO AMOR", DE ROB REINER
Después del happy end

NUESTRO AMOR         4 PUNTOS
("The Story of Us") Estados Unidos, 1999.
Dirección: Rob Reiner.
Guión: Alan Zweibel y Jessie Nelson.
Fotografía: Michael Chapman.
Edición: Alan Edward Bell y Robert Leighton.
Música: Eric Clapton y Marc Shaiman.
Intérpretes: Bruce Willis, Michelle Pfeiffer, Rob Reiner, Rita Wilson, Julie Hagerty, Tim Matheson, Paul Reiser, Coleen Rennison, Jake Sandvig, Casey Boersma y otros.

Por Martín Perez

t.gif (862 bytes) Durante años, Hollywood se ha dedicado a contar historias de amor que llevan al altar. Algunas cercanas a la vida misma, otras tan imposibles como la necesidad de los espectadores de soñar con lo que pareciera que sólo el cine puede darles. En ocasión del estreno en Estados Unidos de su obra maestra de animación La Princesa Mononoke, el director japonés Hayao Miyazaki calificó a los finales felices estilo altar como "una droga". Lo que pretende hacer, precisamente, el director Rob Reiner con Nuestro amor es contar lo que le sucede a una pareja después de esa droga. Después del final feliz, digamos. Que, se sabe, sólo es un final a tiempo.

Claro que una cosa son las pretensiones, y otras son los logros. Y para lo que apenas si califica una pretenciosa comedia romántica como Nuestro amor es como álbum de fotos. Lleno de personajes tan bidimensionales como un pesebre troquelado, el film de Reiner cuenta la crisis en el matrimonio de quince años de Ben (Bruce Willis) y Katie (Michelle Pfeiffer). El es infantil y poco responsable, ella es maniática y obsesiva. Y se han soportado de esa manera durante quince años tan predecibles como los flashbacks felices (y no tanto) que resumen su vida en la pantalla. Una vida que, en el momento que llega Nuestro amor a mostrar sus días, sólo tiene como excusa para estar reunidos la mejor extorsión que han encontrado las ex historias de amor así como el cine más controlador: los niños.

Suerte de cruza fuera de foco de Cuando Harry conoció a Sally y Annie Hall, Nuestro amor" es un film sin historia. Ben y Katie ya no saben cómo ocultarles a sus hijos cuánto no se quieren, ya no se ríen de las bromas metaconyugales de sus amigos (dos para cada uno, y de su mismo sexo, para que las bromas circulen tan ordenadamente como deben circular en cada escena), y no se perdonan ni una sola frase. A partir de entonces, la película desarrollará un crescendo tan previsible y aburrido como el film, cuyos argumentos, chistes y planteos --e incluso personajes-- han envejecido tan mal como el matrimonio de Ben y Katie. Ni siquiera rostros tan queribles como los de Willis o Pfeiffer alcanzan para salvar un matrimonio/película que se va a pique, llegando al punto de parecer ellos también aburridos de las previsibles discusiones entre sus personajes.

 


 

"El silencio", otra perla del cine de los iraníes

Una imagen representativa de la belleza visual del film de Mohsen Majmalbaf, un canto a la vida al estilo de Omar Khayyam.

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EL SILENCIO 8 puntos

(Sokhout) Irán, 1998.
Dirección, guión y montaje:
Mohsen Majmalbaf.
Fotografía:
Ibrahim Gafori.
Sonido:
Behorz Shahamat.
Intérpretes:
Tahmineh Normatova, Nadereh Abdelahyeva, Golibibi Ziadolahyeva, Hakem Gasem.
Estreno de hoy en los cines...

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Luego de Abbas Kiarostami, el otro gran nombre del cine iraní consagrado en el circuito de festivales internacionales es el de Mohsen Majmalbaf. Nacido en 1957, Majmalbaf --el padre de la adolescente Samira, autora de la notable La manzana-- militó de joven en una organización opositora al régimen del sha de Persia, lo que le valió cinco años de prisión, hasta que fue liberado con el triunfo de la revolución islámica. A comienzos de los años '80, comenzó a dirigir cine y se convirtió en el realizador más popular de su país, al punto que el propio Kiarostami dirigió un film --Close Up (1990), inédito en Argentina-- que no sólo tiene a Majmalbaf como protagonista sino que está inspirado en un episodio real que vivió, a causa de su fama. En Argentina, sólo se conocieron hasta ahora dos de sus films, exhibidos fuera del circuito comercial: El ciclista (1988) y Gabbeh (1996), el primero en la Sala Lugones y el segundo en los festivales de Mar del Plata y Buenos Aires. Ahora el estreno de El silencio --por el cual Majmalbaf recibió el premio al mejor director en la Mostra de Venecia '98-- viene a completar el amplio panorama del cine iraní que Buenos Aires ha ido descubriendo desde el año pasado.

Filmada en la pequeña república de Tadzikistán, vecina de Irán (donde Majmalbaf últimamente ha sufrido problemas de censura), El silencio está planteada a la manera de una fábula, con tres referencias culturales como fuente de inspiración. Las dos primeras, más evidentes, son las de Ludwig van Beethoven y el poeta persa Omar Khayyam, y la tercera, más secreta, la obra del cineasta georgiano Sergei Paradjanov (1924-1990), autor de films deslumbrantes como Caballos de fuego y Ashik Kerib. De Beethoven, Majmalbaf toma el leitmotif de la "Quinta sinfonía", que abre la primera escena del film, cuando unos ominosos golpes a una puerta suenan como los célebres cuatro acordes iniciales de la obra. Esos golpes --los de un propietario que viene a reclamar el pago del alquiler de la vivienda-- resonarán una y otra vez en la memoria de Jorshid, un niño ciego, que mantiene a su madre con su oído absoluto, trabajando como afinador de viejo luthier, fabricante de instrumentos autóctonos.

De la poesía de Jayyam, El silencio --un film paradójicamente riquísimo en sonidos-- toma su tema más famoso y central: la celebración de la vida en el instante mismo de vivirla, sin atarse al pasado o inquietarse por el futuro. (Este motivo reaparece en El viento nos llevará, la última película de Kiarostami, que se verá en Buenos Aires en el transcurso de esta temporada.) Unas niñas que viajan con Jorshid en ómnibus se aprenden unos versos de Khayyam de memoria, pero Jorshid los pone en práctica, cuando se despreocupa tanto de lo que sucede en su casa como lo que le puede pasar en el trabajo. Jorshid está por perder ambos, pero no puede resistirse al flujo constante de la vida y se abandona al presente, siguiendo una música que invariablemente se le escapa y que siempre parece ir unos pasos por delante de él.

Lo que parece estar buscando Jorshid es su propia voz, su sonido interior, más allá del inagotable tapiz sonoro que el mundo tiene para ofrecerle. Esta relación entre la naturaleza y el arte, entre tradición folklórica y recreación artística está en el centro del film de Majmalbaf, un film eminentemente poético, metafórico, pero que a pesar de su sencillez narrativa resiste cualquier intento de simplificación o de interpretación unívoca. Hay un raro, bello misterio en El silencio. Esa belleza, ese misterio remiten al cine del georgiano Paradjanov, de quien Majmalbaf --tanto aquí como en su anterior Gabbeh, donde una leyenda representada en un tapiz cobraba vida-- parece haber tomado ese placer por la celebración del color y del detalle, por las raíces folklóricas como fuente de nuevas, infinitas rapsodias.

 


 

"CÓNDOR CRUX", DIBUJOS ANIMADOS MADE IN ARGENTINA
El síndrome "Aquí podemos hacerlo"

CONDOR CRUX 4 PUNTOS

Argentina, 1999.
Dirección: Juan P. Buscarini, Swan Glecer, Pablo Holcer.
Guión: Omar Quiroga.
Dirección de arte y composición: Pablo Holcer.
Dirección de animación 3D: Swan Glecer.
Voces: Damián De Santo, Leticia Bredice, Favio Posca, Arturo Maly, Pepe Soriano, Max Berliner y Aldo Barbero.
Estreno de hoy en los cines Normandie, Los Angeles, Santa Fe, Paseo Alcorta, Alto Palermo, Multiplex Belgrano, Village Recoleta, Hoyts Abasto, Cinemark Puerto Madero.

Por H.B.

t.gif (862 bytes) Hay un cine argentino que padece del síndrome llamado "Aquí también podemos hacerlo". Hace unos años, Comodines aspiraba a imitar los peores megaproductos de acción hollywoodenses. Ahora, Cóndor Crux se propone lo mismo, en relación con la animación high-tech. Mucho diseño de producción, muchas computadoras, fondos 3D y efectos digitales. Pero a la hora de construir un guión que sea algo más que una mera sinopsis, personajes que trasciendan la figurita, una historia con peso y volumen propios, todo sigue resultando absolutamente subdesarrollado.

La historia imagina una ciudad del siglo XXI, llamada Darwin y gobernada por el malvado Phizar, perverso tirano que ha encerrado la urbe bajo una cúpula con el objeto de aislarla del mundo exterior. Como lo indica el canon más rígido del género, debe haber, necesariamente, un grupo de resistentes. Los comanda el Dr. Crux, anciano ético y enemigo jurado de Phizar. Como su casi homónimo del Martín Fierro, su hijo, el capitán Juan Crux, desertará de las fuerzas de seguridad e irá a parar a Machu Picchu. Allí, en pleno siglo XXI, la civilización quechua sigue viviendo en ese estado de pureza ideal en el que jamás vivió. Cuando la bella princesa Zonia, el cóndor de marras y los antiguos dioses incas lo hayan iluminado, el héroe estará ya en condiciones de liderar --junto con el Dr. Crux y sus matreros del espacio-- la ansiada rebelión contra el incorrecto de Phizar. Fábula elemental la de Cóndor... Pastiche tecno-indigenista, pensado para quedar bien con todo el mundo, el film dirigido por una troika de animadores es tan rígido como los movimientos de sus figuras animadas. Viciado de monumentalismo, no es casual que abunden aquí los ídolos de piedra: una gigantesca estatua de Phizar preside ciudad Darwin, los quechuas tienen la de Amauta, y al final se erigirá la de Juan Crux. Los responsables de Cóndor... intentan disimular tanta heroica solemnidad echando mano al típico "descanso cómico" que el manual Disney aconseja. Como estamos en la Argentina, éste es un psicoanalista portátil, al que el humorista Favio Posca presta su voz. Como Juan Crux, es difícil escuchar a Damián De Santo y no recordar a su yonqui de "Vulnerables". A su turno, Leticia Bredice (Zonia) pronuncia cada sílaba con dicción de FM. Sólo Arturo Maly, en el papel de Phizar, parece haberse planteado qué significa poner la voz para un dibujo animado. Si algo le falta a Cóndor Crux es justamente eso: animación.

 

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