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EL SEÑOR Y LA MUCAMA
Por Horacio Verbitsky

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t.gif (862 bytes) Hay una forma peronista de ejercicio del poder que una y otra vez sorprende al resto del país. Duhalde compró a Rico por 30 millones de dólares y así obtuvo la reforma constitucional que le permitió renovar su mandato en 1995. Por el mismo precio eliminó a una de las mayores amenazas a la democracia que habían germinado del desgobierno alfonsinista. Luego de levantarse en armas contra el gobierno constitucional, Rico lideraba un partido de ultraderecha que había conseguido morder la base electoral peronista en los lugares más empobrecidos del conurbano. La disolución del Modín en billetes verdes con la efigie de Benjamin Franklin acabó con el monstruo. Su posterior ingreso al peronismo lo encuadró dentro del sistema de representación y prebendas que denostaba y lo convirtió en uno más de los antes abominados políticos. Hay que agradecer a Duhalde la socialización del monstruo, su dilución en las listas sábana de la democracia representativa.

A nadie que no fuera un peronista se le hubiera ocurrido encargarle a Rico la seguridad de la provincia de Buenos Aires. En primer lugar porque no entiende nada de ese tema, para el que nunca recibió instrucción alguna, pero además porque la conducción de una organización armada de casi 50.000 hombres no es el mejor lugar para la reeducación democrática de quien empleó en contra de las instituciones los fusiles con los que debía defenderlas. La forma pragmática, desprejuiciada, cínica, en que Ruckauf lo convocó es otro ejemplo de este estilo único que distingue a su partido. No lo llamó por lo que Rico es o pueda hacer. En definitiva ese pobre hombre vive doblando apuestas que no puede sostener y disimula su extrema debilidad con gestos de bravura en los que ni él cree. Ruckauf lo convocó por lo que Rico alguna vez simbolizó, por los miedos residuales que aún pudiera evocar, como quien pasea a un viejo boxeador decadente por las ferias de pueblo para hacerse unos pesos cada vez que el crédito local lo muele a golpes.

En cuanto Rico amenazó a quienes no debía en el lugar y el momento menos apropiados, Ruckauf lo llamó al orden como quien reprende a la mucama descuidada en el manejo del plumero. Lo más notable es la resignación con que Rico aceptó ese papel y pidió disculpas formales al mismo tiempo que mascullaba que él no había roto el jarrón. Si algo hubiera quedado de la pretendida dignidad con la que Rico bautizó la operación armada que lo introdujo a empujones en la política argentina, hubiera renunciado ante las palabras despectivas del gobernador, pertinentes para recordarle quién manda. Ese frío desprecio por el orangután confundido es otro peculiar servicio a la construcción democrática que sólo puede esperarse del peronismo.

Sin duda Ruckauf y su ministro de Justicia Jorge Casanovas son personas más temibles que lo que la trituradora política ha dejado de Aldo Rico, cuya inestabilidad emocional pertenece a la psiquiatría antes que a la política. Adoradores con justificación teológica de la violencia estatal ilimitada, autores en el pasado de decretos que clamaron por la muerte como única respuesta a los conflictos de la sociedad, partidarios ahora de devolver a la policía las facultades de instrucción judicial que la llevaron a su calamitoso estado, Ruckauf y Casanovas nunca amenazarían a periodistas ante tantos testigos. Ellos son de los que ordenan aniquilar a la subversión, fusilar a los delincuentes primarios, meter bala a los ladrones y devolver el poder absoluto a los comisarios corruptos. La concepción autoritaria de la política que ambos representan tiene un potencial destructivo de la democracia que excede largamente al del tambaleante Aldo Rico. Como saben los psiquiatras forenses, cuando un débil mental comete un crimen, hay que buscar al psicópata que lo mandó a matar.


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