Por Pablo Rodríguez Hace exactamente
un año, un nubarrón de periodistas, analistas, invitados extranjeros, fotógrafos y
camarógrafos, incluyendo hasta al mismo Gabriel García Márquez, se habían acercado a
una recóndita localidad incrustada en la selva del sur colombiano. El presidente Andrés
Pastrana y el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Pedro
Antonio Marín o Manuel Marulanda Vélez, o directamente
Tirofijo iban a abrir el histórico y más serio proceso de paz en 40
años de lucha armada. Pero Tirofijo dejó plantado al presidente colombiano.
Desde entonces hasta ahora, los murmullos del nubarrón sobre la inconsistencia del
proceso tuvieron más oportunidades de crecer luego de aquella foto que no fue: fuertes
ofensivas de las FARC, varios aplazos de negociaciones, crisis militar dentro del
gobierno, gritos de guerra de los paramilitares antiguerrilla y hasta la entrada de lleno
de Estados Unidos en el asunto bajo el manto de la lucha contra el
narcotráfico. Pero el proceso sobrevivió. ¿Avanzó? Bueno, se avanzaron en
varios puntos. Pero es lógico que se piense que es demasiado lento para considerarlo un
avance real, declaró a Página/12 Fernando Cepeda, politólogo de la Universidad de
los Andes. Situar en su contexto al proceso de paz entre el gobierno y las FARC ya da una
idea de lo complejas que son las cosas en Colombia. El contexto inmediato es la existencia
de dos grupos guerrilleros más (el guevarista Ejército de Liberación Nacional, ELN, y
el Ejército Popular de Liberación, EPL) y las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, un
grupo paramilitar que opera en todo el territorio colombiano y dedicado a combatir a las
guerrillas en su propio terreno y con sus propias tácticas. Aunque son ilegales, los
paramilitares tienen contacto con el Ejército colombiano. A esto hay que sumarle la
presencia del narcotráfico que, por más debilitado que esté debido a la caída de
varios carteles, es para muchos el talón de Aquiles del problema. Y ese talón justifica,
para Estados Unidos, la intervención militar indirecta vía ayuda militar o casi directa,
a nivel diplomático, buscando que los países de la región asuman la responsabilidad de
entrar de lleno en el conflicto porque el narcotráfico es un problema de
todos.Cuando asumió en agosto de 1998, el gobierno de Andrés Pastrana apuntó a lo
más gordo: las FARC, que tienen 12.000 integrantes, controlan hoy el 40 por ciento del
territorio y sostienen un empate militar con el Ejército colombiano, del cual los propios
voceros castrenses afirman que no se puede salir. Además, los procesos de paz con las
FARC ya habían mostrado su debilidad durante los gobiernos de Belisario Betancur
(1982-1986) y César Gaviria (1990-1994). Esta vez es diferente porque Pastrana
cambió radicalmente la aproximación al proceso de paz. Rompió tres tabúes que siempre
rodeaban a estos procesos. Se reunió con un jefe guerrillero cuando se supone que el
presidente sólo se acerca el día de la firma de la paz, se ocupó de internacionalizar
el tema y aceptó hacer entregas a la guerrilla antes de firmar una tregua, enumeró
Cepeda a este diario.Sin embargo, otros analistas hacen una enumeración distinta. Durante
un año de proceso de paz, las FARC se quedaron con 42.000 kilómetros cuadrados de zona
desmilitarizada. A cambio, suspendieron tres veces y en forma unilateral las negociaciones
y, en medio de un conflicto que continúa, lanzaron dos ofensivas de gran envergadura: un
ataque frontal al Ejército en julio en la localidad de Gutiérrez, a 50 km de Bogotá,
que dejó 36 uniformados y 38 insurgentes muertos, y una serie de ataques a mediados de
diciembre en 9 de los 32 departamentos del país, que de acuerdo con el Ejército dejó
200 muertos entre uniformados, civiles y miembros de las FARC. Pastrana ha mostrado,
sin duda, voluntad de paz y generosidad, pero ha hecho toda clase de concesiones,
opinó el ex constituyente Jaime Castro. Para Cepeda, esto no implica que no se haya
avanzado. De hecho, el gobierno y las FARC lograron definir una agenda común y el inicio
de la etapa de negociaciones. Este es un proceso arduo. Están discutiendo desde noviembre
el primero de los 47 subtemas incluidos en los 12 temas planteados. Lo cual significa que
tomará mucho tiempo. Pastrana asumió los altos costos de su actitud, y aún no pudo
convencer a todo el país de que es necesario hacerlo de este modo. El ex canciller
Augusto Ramírez, que es muy crítico del actual proceso, concede que éste ha
avanzado tanto, que el hecho de que una de las partes se quiera levantar le va a resultar
muy costoso desde el punto de vista político.Más allá de estas opiniones, el
sentido común indicaría que la complejidad del proceso de paz consiste en que,
justamente, las dos partes están en una situación de empate militar. Y a esto hay
que agregarle que una solución al tema de las FARC implica paralelamente buscar una
solución al tema del ELN y de los paramilitares, aclara Cepeda. Si no se
avanza en estos terrenos, tampoco se va a avanzar en el proceso con las FARC. Las mismas
FARC lo dicen constantemente, completa. Y más aún, si se siguen sumando los
factores, la presencia norteamericana en Colombia vía narcotráfico también deberá
tomar un rumbo definido. A Estados Unidos no se lo puede separar del proceso, porque
el narcotráfico es un asunto central. Las FARC proponen su método para combatirlo, pero
la conexión FARC-narcotráfico no se puede desconocer. Este es el punto central para este
año. Si no se resuelve, el proceso de paz va a fracasar de nuevo. Actualmente, las
FARC mantienen una tregua unilateral para las Fiestas, que finalizará la semana que
viene. El jueves 13, en teoría, se reanudan las negociaciones con la principal guerrilla
colombiana. La segunda, el ELN también parece dispuesto a un proceso de paz. Nada es
seguro, pero más vale que la tercera sea la vencida.
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