(Acerca de la primera parte de Perón,
sinfonía del sentimiento, de Leonardo Favio, exhibida por primera vez el jueves en
un ciclo de cine independiente.) La avanzada de Leonardo Favio sobre la Argentina
es tan despiadada y hermosa que irrumpe como una estrella, nada fugaz, iluminando todo lo
que vela. La mirada del artista debe ser ésta. Los discursos de Perón, la perdida
mirada de Eva, el tono relator, el padre y la madre, la paloma, la plaza ahogada de gente
durante dos décadas, el cristianismo, la propaganda, la vaca virtual, la palabra
mesuradamente de la declaración de los Derechos del Trabajador, los gritos de
viva de los simpatizantes en la sala durante la proyección, lo que no se quiere ver y sin
embargo sigue vivo, aunque sea en la pantalla, el agobio de tres horas, los años de
alegría y de dolor, los besos, las lágrimas y las cuchilladas que se clavan en cada uno
de los espectadores, y en cada uno de ellos sangra con una sangre especial, es el material
con el cual este genio inigualable siente y trabaja.La narración funciona a la manera de
un relato psicótico pleno de picardías argentinas, una polifonía rica en acordes
abiertos llenos de tensiones, y en armonía con los grandes relatos de este país. Cuando
se piense o se hable de este lugar, no se lo podrá completar sin la obra de este artista.
La vida política fue su vida, la vida política es la vida, nos cuenta. Las resonancias
son inevitables. Imposible negar un pasado real y certero que se abre paso en sus manos de
esta manera tan brutal. Imposible no mirar tremenda cosa por I-Sat, imposible hacerse el
boludo, imposible lo posible. Y aquí las contradicciones, que sólo nos ayudan a
sentirnos más perdidos que nunca, y nos muestran un mapa jamás antes revelado de
nosotros mismos. La idea de la utopía cristiana y doctrinaria, rota por el paso del
tiempo, que es el único juez y rector de las cosas del mundo. Favio es, quiera él o no,
el testigo artista de una época que cuenta la condición humana, sin ideologías, sin
doctrinas, y que nos dispara, a nosotros, los nuevos, hacia un mundo diabólico, que es el
mundo real, lleno de conflictos, con el cual tendremos que lidiar, negociar y hacer
nuestras obras de arte. Así, el gran encantador de serpientes nos cuenta sus embrujos,
así debemos devolverle nuestra esencia aprendiz, y así decirle también a este gran
chamán, que descubrimos por él, nuestro gran mito, el mito argentino, el más delirante.
Y que estamos atentos, pero que la vida a su vez se abre paso de muchas maneras, y que él
sabe exactamente de lo que estamos, o mejor dicho, de lo que estoy hablando. |