Por Fernando DAddario Para Cuatro Vientos, un grupo
con catorce años de trayectoria y un prestigio prescindente de las modas y las tendencias
artísticas, es tiempo de que la música supere a la representación de la música. En su
último espectáculo, Alma de saxofón, las coreografías y el lenguaje teatral se diluyen
frente a un compromiso mayor con lo musical, expresado a través de un ecléctico registro
de ritmos y posibilidades tímbricas. Ahora las historias son contadas a través de
las emociones, asegura en la entrevista con Página/12 Julio Martínez, saxo
barítono de la agrupación que, en el ciclo de actuaciones que comenzará el próximo
viernes en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, incluirá un nuevo integrante,
Natalio Sued (saxo alto y clarinete), en lugar de Marcelo Barragán.
Los cambios en la banda, más allá de los nombres, ya se venían insinuando. Dejaron de
ser un grupo para chicos que terminaba entusiasmando a los grandes. Ahora blanquearon esa
curiosidad convirtiéndose en un cuarteto que obliga al público a que lo escuchen y que,
además, provoca situaciones graciosas, más desde el clown que desde textos prefigurados.
Nosotros dejamos una huella señala Martínez. Ahora hay como seis o
siete cuartetos de saxofones, y creo, humildemente, que algo tuvimos que ver en eso. No,
en cambio, en lo que hace a los grupos que combinan música y humor. Ahí, ninguna huella,
porque los ídolos son Les Luthiers. Aprendimos mucho de ellos, aunque cada vez somos más
distintos, porque ellos encaran más hacia el teatro y nosotros hacia lo musical, además
de que no usamos instrumentos informales. El trabajo que hicieron en sus primeros
diez años de carrera no ha sido en vano, de todos modos.
El actual bajista (desde hace un tiempo agregan músicos a su estructura de cuatro
saxofones), Jano Seitún, los conoció cuando tenía 12 años y los Cuatro Vientos tocaban
y tocaban en las escuelas. La estructura actual de su espectáculo se parece mucho más a
un recital que a una historia musicalizada. Antes nos dirigíamos claramente a los
espectadores. Ahora tocamos frente a una cuarta pared, dice Martíinez.
Esa cuarta pared remite a un ámbito más teatral. Sin embargo, ustedes
se recuestan cada vez más en la música
No es así. Nuestro espectáculo sigue siendo teatral. La única diferencia es que
no hay texto.
¿El haber agregado instrumentos a la formación tiene que ver con que la sola
presencia de cuatro vientos hubiese terminado cansando al público?
No, tiene que ver sólo con una cuestión económica. Antes incluíamos pistas
pregrabadas, porque no teníamos dinero para contratar músicos. A la gente por ahí le
gustaba igual, pero creo que tenemos la obligación de dar siempre más. Tenemos que ser
sinceros: si queremos hacer un blues como corresponde, necesitamos bajo y batería. Yo,
como me gusta, escucharía un disco entero sólo con saxofones, pero si fuera público,
seguro que no lo escucharía.
Eese mayor compromiso musical que demuestran en los últimos años, ¿no hace
peligrar ese humor distendido que los caracterizó?
Es que el humor ya está en nuestra naturaleza, no está supeditado a que tengamos
mayor o menor despliegue coreográfico. La música que hacemos es comprometida y seria,
pero nunca acartonada. Si nos volviéramos solemnes, dejaríamos de ser Cuatro Vientos. En
este último tiempo, cuando estábamos buscando músicos, nos habían recomendado uno, muy
bueno, pero yo hice una observación: toca muy bien, pero no se ríe. Para
estar en Cuatro Vientos, además de ser bueno, hay que tener buena onda.
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