Un estudio técnico de la cámara del fotógrafo asesinado revelaque se trató de borrar su numeración y contradice el testimoniode un hornero, que dijo que la desarmaron y tiraron las piezas.
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Por Miguel Bonasso Una reciente pericia sobre la cámara fotográfica de José Luis Cabezas, realizada esta vez por técnicos de la Policía Federal, arroja nuevas dudas sobre la única prueba material que sustenta el testimonio de los horneros, narrativa sobre la que descansa, a su vez, la tesis oficial del juicio por el asesinato del fotógrafo. El estudio, conducido por el comisario inspector Roberto Ricardo Wechsberg, jefe del Departamento Scopométrico de la Superintendencia de Policía Científica de la Federal, revela que hubo intentos (por termofusión) de borrar la numeración original de la cámara hallada en un canal de General Conesa. El informe emitido el 3 de enero pasado contradice indirectamente lo que declararía el hornero Horacio Braga tres días más tarde: que su compinche Gustavo González le arrancó distintas partes (entre las que citó el lente) y las arrojó en distintos arroyos y zanjas. La cámara fotográfica que perició la Policía Federal conservaba la lente.En diciembre pasado, a pedido de Jorge Sandro, el defensor de Gregorio Ríos, la Cámara Federal de Dolores que lleva a cabo el juicio oral por el asesinato de Cabezas solicitó a la Policía Federal una nueva pericia sobre la cámara fotográfica que el reportero llevaba la noche en que fue secuestrado y asesinado, una Nikon F4. Esa cámara, única prueba material para darle sustento al relato de los barrabravas de Los Hornos, apareció el 16 de mayo de 1997 (cuatro meses después del crimen) en el Canal 1, un zanjón de metro y medio de profundidad aledaño a la ruta por la cual los horneros se fugaron a La Plata. Su aparición, lograda con la macóndica colaboración de un rabdomante, encendió las sospechas de que se trataba de un montaje del equipo de investigaciones a cargo del comisario Víctor Fogelman. Según un informe de inteligencia al que tuvo acceso este cronista, durante esos cuatro meses no habría estado sumergida en ningún zanjón rural, sino escondida en el noveno piso de la Torre Dos de la Secretaría de Seguridad, en las calles 54 y 12 de La Plata. En la pericia recientemente elevada a la Cámara Federal de Dolores se hacen algunas novedosas precisiones: El cuerpo que nos ocupa presenta el sector del número de serie 2412097 afectado en su superficie o acabado externo por un granulado irregular similar a termofusión, probablemente por efectos físico-químicos que han provocado pérdida parcial de la pintura blanca que conforman los dígitos.... Los canales y zanjones bonaerenses no producen termofusión. A lo sumo oxidan. Esto indicaría que alguien trató entonces de borrar la numeración original, posiblemente como forma de eludir una prueba. En ningún testimonio de los horneros se dice que ellos hayan intentado borrar los números por termofusión, antes de despedazar la cámara y arrojar a los zanjones sus pedazos. A la luz de esta revelación llama la atención que los comisarios que firmaron el acta del hallazgo en mayo de 1997 supieran de inmediato cuál era el número de serie afectado por la termofusión. La pregunta podría contestarse rápidamente si se consigna que uno de ellos era el comisario Eduardo Luján, el mismo que condujo al informante Carlos Redruello en su infiltración en la banda de Los Pepitos y el otro era Miguel Angel Garello, acusado de introducir un testigo trucho en la causa AMIA. En otro orden de cosas, para determinar que esta numeración serial es la original de fábrica, los técnicos sugieren dirigirse a los técnicos o representantes de Nikon.El informe es cauto a la hora de asegurar si la cámara hallada en el Canal 1 del pasaje Villa Roch es la que aparece en manos de Cabezas en un video tomado la noche del crimen en la fiesta del empresario postal Oscar Andreani. Si bien los stikers con personajes de dibujos animados, como Yakoo y Garfield, se corresponden posicional y morfológicamente con los que aparecen en el video, esto sólo permite afirmar que se trata de la misma tapa trasera de la cámara. Y no, necesariamente, de una misma cámara. Los peritos dejan constancia, además, de que este sector es removible, es decir, permite intercambiarla conforme al uso que se deseede la máquina. Es decir, que la cámara podría no ser la cámara. Un descubrimiento de tal naturaleza en caso de establecerse fehacientemente desmoronaría la totalidad de la causa tal como ha sido planteada hasta ahora tanto por el juez de instrucción como por la Cámara Federal de Dolores. Sólo restaría como prueba material el Colt 32 del uruguayo Martínez Maidana, que subsiste irracionalmente en la causa como una rémora de la película de los Pepitos. Si la cámara no fuera la cámara y los horneros se retractaran de sus respectivas confesiones, el tribunal debería soltar a todo el mundo. Aunque no se haya llegado a tal extremo, esta semana hubo una prueba más de cómo los acuerdos extrajudiciales y los manejos políticos distorsionan la verdad. Horacio Braga, cuyo testimonio fue presentado por algunos periodistas como dramático y elocuente, vino a confirmar lo que se sabía hace varios días: que existe un acuerdo subterráneo entre el duhaldismo y el yabranismo para hacerse concesiones mutuas. A cambio de que no se despedace a Eduardo Duhalde por su notoria desviación de la investigación, los duhaldistas aceptarían que Gregorio Ríos fuera absuelto del cargo de instigación y se limpie de este modo la memoria de Alfredo Yabrán. Braga no vaciló en contradecir anteriores testimonios (y lo que le dijo en privado a la hermana de José Luis Cabezas, Gladys) eliminando de su relato al famoso candidato que, según él y sus compañeros, habría sido el autor intelectual del asesinato. Aunque la palabra candidato le cuadra más al propio Duhalde, siempre se interpretó que ese fantasmal personaje del poder era el finado Cartero.Peleándose una vez más con las pericias, la lógica y la realidad, Braga sostuvo que el policía Gustavo Prellezo le había dado la cámara de Cabezas al hornero Gustavo González ordenándole: Tomá, rompéla. González siguió Braga iba con una bronca bárbara y la entró a despedazar con las manos. (Sería interesante que repitiera la operación en alguna próxima sesión del juicio oral para que la prensa y el público pudieran observar lo fácil que resulta despedazar con las manos una Nikon F4.) En todo caso lo que no tiró fue el lente, como lo aseguró el jueves Braga ante el tribunal.Más inverosímil aún fue su relato acerca del momento mismo del asesinato, que choca contra los resultados de las dos autopsias y varias pericias. Con minuciosidad y sentido del suspenso, el malandra platense insistió en asegurar que vio cómo Prellezo le había disparado a Cabezas en la sien y en el cuerpo. La segunda necropsia, como se sabe, pudo establecer que el fotógrafo había recibido dos disparos en la nuca. Curiosamente el hornero, que según su testimonio fue obligado por Prellezo a introducir el cadáver dentro del Fiat del fotógrafo, no vio sangre en ningún momento. Ni él ni el policía se mancharon con sangre de la víctima al realizar la macabra operación. Tampoco quedaron restos de sangre en la Cava, a pesar de que recién con el segundo disparo según una narración que desafía la ley de gravedad el cuerpo se desmoronó hacia un costado.Sus incongruencias casi no hacen mella en una opinión pública anestesiada por todas las intoxicaciones que se acumularon en la etapa de instrucción. Y que siguen aflorando a medida que se analizan los frondosos expedientes de la causa central y las que se derivan de ésta. Así, por ejemplo, en una de las causas anexas abiertas por el propio juez Macchi, (la 53936), se puede descubrir (a fojas 115) que el mismo día del asesinato, el 25 de enero de 1997, Gustavo Prellezo concurrió a la comisaría de Cariló a declarar que era suyo un Dodge 1500 que la policía había encontrado en la calle. Era el auto que Prellezo les había prestado a los horneros. Estos lo dejaron tirado en la calle y lo secuestró la policía. Lo curioso es que haya ido a reclamarlo precisamente cuando estaban por huir a La Plata. Y más curioso aún es que la exposición realizada en la comisaría de Cariló, nada menos que el 25 de enero, no haya sido mencionada por el policía y los cuatro lúmpenes que lo secundaron. Incoherencias que pueblan las 50 mil fojas de la instrucción ylas horas interminables del debate oral y explican por qué el viernes pasado el comisario Víctor Fogelman, responsable policial de la investigación, haya contestado sesenta veces no me acuerdo.
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