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Por José Pablo Feinmann Ese jugador, ese a quien le dicen la Brujita Verón, se equivoca cuando se enoja con los periodistas. Cuando dice no le hinchen más las bolas a Diego. Diego es un tipo público y le gustó mucho la gloria, que, en el mundo actual, requiere al periodismo para existir. Había cámaras y fotógrafos y relatores y columnistas cuando Diego les hizo a los ingleses el inolvidable gol. Ahí, a Diego, le gustó que estuvieran. Si no, su gol se hubiera perdido entre los muros de un estadio azteca. No lo hubiera visto, como lo vio, el mundo entero. Y Diego, feliz. Y luego le gustó que lo recibieran los presidentes, que el pueblo bramara su nombre, que lo llevaran a las alturas de un dios terrenal, en una época en que los otros, los viejos dioses, se han devaluado y el mundo requiere otros: jugadores de fútbol, boxeadores, divas de la televisión y demás. ¿Qué es lo que cambió? ¿Por qué quienes en el pasado eran tan necesarios son ahora unos desdeñables hinchapelotas? El que cambió fue Diego. Antes, el periodismo registraba su gloria. Ahora, su decadencia. O peor aún, su tragedia. Es cierto que lo hace de un modo abrumador. Es cierto que también nosotros podríamos pedir que no nos hinchen más las pelotas. Que ya estamos hartos de la infinitamente larga cuestión Maradona. Sin embargo, ¡cuánta soberbia hay en esas frases de los famosos acerca del periodismo! Muchachos que apenas ayer se morían por una nota, por una conexión desde los vestuarios con el relator de moda, por una invitación al programa de alguna diva de la tele, hoy gruñen: No nos hinchen las pelotas.Uno, con Maradona, ya no sabe qué hacer, decir ni escribir. Te piden una nota sobre él, suspirás y te decís: ¡Otra vez! ¿Y ahora qué hizo, qué le pasó, de qué siniestro y cercano, siempre cercano, personaje fue víctima?. Uno lo sigue y lo quiere a Diego desde hace muchos años. Y desde el gol a los ingleses todos lo adoramos. Y la mano de Dios y la picardía criolla que nos hace ganar, en una cancha de fútbol, una guerra perdida en los helados campos de batalla. Y después el Mundial del 94. Uno yo, al menos, y desde las páginas de este diario me jugué a fondo por Diego. Y escribí una nota que se llamaba El sueño no terminó. Y anduve por la calle gritando Diego no se drogó, antidoping a Menem..., etc. Y también dije, patéticamente, dije que Diego era el antisistema, el enemigo de las mafias. Que era mejor que Pelé, que Pelé era un fantoche domesticado, que había hecho campaña para el Mundial de la dictadura, que era el genio de la buena letra, el exitoso, el que nunca sufre, el que no sabe qué es el dolor. En cambio, Diego sí. Está tramado por las contradicciones. Es un desprolijo. Un impresentable. Un tipo fascinante, ya sea en la gloria o en el abismo. Todas estas cosas, lo juro, escribí sobre Diego.Hoy no me sale ninguna. Hoy me gana la fatiga. Un gol maravilloso, una destreza inigualable para un hermoso deporte, ¿justifican este eterno bochinche? Me produce la enorme piedad de esos tipos que no pueden salir de su abismo. Creo en ese abismo. Creo en el doloroso abismo de Diego Maradona. Pero hay otros. Hay otros abismos en este mundo, y no tienen prensa, son desoladoramente anónimos, y cada bochinche maradoniano sirve para taparlos un poco más. Ya está, Diego. Buscate buenos amigos, rajale a los círculos estridentes del poder y la farándula. Desintoxicate de la fama. Buscá tu camino en medio del silencio. Ojalá tengas toda la suerte del mundo y nosotros podamos algún día, por fin descansar de vos.
UN MUNDO DE PECADORES Por Sandra Russo Dios no nos castiga por nuestros pecados. Nos castiga permitiendo que los cometamos, dice un personaje de Marcelo Birmajer en uno de los cuentos de Historias de hombres casados. Esa enorme vuelta de tuerca sobre la culpa que sugiere la frase desmantelaría el discurso y la conciencia que sobre las transgresiones y sus castigos ha desarrollado el judeocristianismo desde que San Agustín afirmó que todo aquello que transcurre en el mundo es in-mundo, condenando así, de cuajo, la propia naturaleza humana, en cuyo eje está la posibilidad de acierto o error, esto es: de hacer lo mejor que se pueda con uno mismo y los demás. En la baba sádica que derrochaban el martes los medios para obtener del parte médico sobre el estado de salud de Maradona la palabra clave -sobredosis: sabuesos buscando el hueso que obtuvieron finalmente un día después ponía en evidencia que el vigente es ese discurso que supone un crimen y un castigo, que demanda que a cada pecado cometido le corresponda el pago de esa deuda. Porque si no fuera así, claro, los pecadores se las llevarían de arriba.Estamos muy disconformes con lo que acaban de informar los médicos, decía en la tarde del martes una cronista radial. El director del Sanatorio Cantegril terminaba de anunciar que Maradona sufría de hipertensión y arritmia, y que su evolución era favorable. A nadie le importaba si su evolución era favorable. Los médicos se han negado a hablar de la causa, no dijeron si fue por cocaína, agregaba indignada la cronista, como si la misión de un médico no fuera diagnosticar y curar sino proveer de carroña a la opinión pública, y como si la misión de un periodista no fuera informar sino ejemplarizar, cumplir las órdenes del orden que quiere que el pecado reciba su castigo para amilanar a potenciales pecadores. Para dar por cierta la teoría de Birmajer, y si se toma por pecado una adicción, no hace falta más que adivinar atrás de sus anteojos negros la atormentada mirada de Maradona o la de cualquier adicto que paga su adicción con una sobredosis de sufrimiento. No es necesario ojo clínico ni toma de posición con respecto a las drogas ilegales ni las legales para advertir que el abuso de esas sustancias va a parar siempre al agujero negro que mucha gente lleva en el medio de sí, al pozo ciego de las heridas que no cierran, de las cosas que no se pueden decir, lo impronunciable, de la propia debilidad y la propia impotencia para ganarse el único cielo concreto de esta vida, que es, ni más ni menos y por simple que suene, el deseo de vivir.Acaso sí haga falta preguntarse si no constituiría también pecado la falta de compasión, el impulso de patear al caído, la manía maníaca de simplificar hasta la perversión las pulsiones humanas y de presentarlas como letreros luminosos que indican a las masas por dónde deben ir y por dónde no. Acaso sí haga falta preguntarse si el engranaje que se pone en marcha cuando lo único importante de un Maradona grave es si está pagando o no por sus excesos, no es en sí mismo un castigo que priva a quienes lo manejan y a quienes se lo creen de la amplísima gama de colores con los que se puede pintar al mundo y a las personas que lo habitan, y los condenan al blanco y negro. Los condenan a la opacidad. A la baja estatura de ideas. A la visión deforme de los hechos y los seres. Si Dios existe, tal vez, como sostiene Birmajer, esté penalizando en este mismo instante a los que quieren moralejizar la historia de Maradona con un castigo que se paga caro: estrecharás tu mira.
LO QUE FUE, LO QUE ES Por Osvaldo Soriano Maradona, acosado, empezó a los tiros. Al parecer está herido en su vanidad y a los 33 años, en el crepúsculo de su carrera, no sabe muy bien qué va a hacer con su vida. Dice que hay quienes quieren verlo muerto. En sentido figurado, se entiende. Es verdad: en el fútbol hay tipos que se sienten más tranquilos cuando él no está: los locos y los genios siempre tiran a matar o se exponen hasta morir.Ya pocos parecen acordarse de que Diego contribuyó a sacar del pozo a la Selección cuando hace dos meses parecía condenada a quedarse sin mundial. Ahora el chico perdió los estribos y sacó el rifle, como en esas películas de psicópatas que disparan contra todo lo que se mueve. Para él siguen, eternas, las horas de agonía como jugador y estrella. ¿Tendrá ganas de ir a Boston en busca de la última gloria? ¿Se suicidará antes? ¿Mata o lo matan? ¿Lo abandonan el perro, las hijas y la mujer?Fascinante telenovela de la que Diego es el principal libretista. Desde que volvió, medio país está pendiente de lo que hace. Algunas de sus ocurrencias son magníficas. ¿Qué otro coloso se hubiera atrevido a firmar para el destartalado Newells que va camino al descenso? Jugó siete partidos mirando cómo maltrataban la pelota y se cansó de la comedia. Adentro suyo Maradona sabe que su supervivencia depende de que tenga agallas suficientes para manejar su vida en este tramo dramático. Coraje para dejarse ayudar por quienes lo quieren de verdad, que deben de ser pocos.Entre los grandes campeones hay ejemplos opuestos: el de Juan Manuel Fangio y el de Carlos Monzón. Hoy, Maradona está más cerca del feo destino de Monzón. No quiero sugerir nada tenebroso. Simplemente que el chico está en peligro y hay que darle una mano. De afecto, de cariño. No pedirle lo que no puede dar.Maradona sabe que hay maneras y maneras de salir en los diarios y por la tele: éstas de ahora no valen la pena. Hoy lo mejor que puede hacer es pedir cien buenas películas y encerrarse en algún lugar solitario, lejos de los periodistas. Ir a jugar con sus hijas al mar; quedarse a solas con él mismo y pensar, pensar. Sacarse la corona y hacer un balance: darse vuelta a mirar el camino recorrido, recuperar los mejores momentos, buscarse otros. Casi siempre están dentro de uno. De paso acordarse de los errores, de los daños, de las culpas que se cargan como fardos.Por ahí es donde se ve la luz. No la que ilumina el área en el instante sublime. Más bien otra, la que ayuda a bancarse lo peor sin hacer daño a los demás. Maradona es un tipo inteligente. Sabe que su libreto puede tener, también, momentos escalofriantes. Alrededor de la novela se mueve mucha plata y buena parte de ella cae en sus bolsillos. Ese privilegio, como el de ser el mejor, tiene un alto precio. Tarde o temprano, como en el tango, hay que pagar. Y no hay manera de hacerlo con gambetas ni balazos. La única moneda que aceptan ahí es el dolor.
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