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VLADIMIR PUTIN, ENTRE LA GUERRA, LA KGB Y EL PODER
El líder que salió del frío

Rusia estrenó el milenio entre una guerra a la deriva en Chechenia y un nuevo presidente surgido de los laberintos de poder de la ex KGB. En estas páginas, las perspectivas contrastantes de un ensayista ruso nacionalcomunista y lo que puede esperarse bajo el nuevo mando de Vladimir Putin.

Vladimir Putin (c.) celebra ayer la Navidad ortodoxa rusa.
Un hombre de las sombras debuta en una política en crisis.

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The Guardiande Gran Bretaña
Por Martin Woollacott Desde Londres

t.gif (862 bytes)  ¿Quién hubiera soñado hace sólo unos pocos meses que el primer nuevo líder nacional que surgiera en el siglo XXI sería un ex espía de 47 años del que virtualmente nadie había oído hablar hasta agosto pasado? El nombre de Vladimir Putin no aparece en la recientemente publicada biografía de Boris Yeltsin por Leon Aron, porque Putin no era ni siquiera un escudero en la escena política rusa cuando Aron estaba terminando su libro. Ahora, sin embargo, todo sugiere que Putin es el hombre que va a gobernar Rusia durante la próxima década o aún más. Algunos pueden sostener que es igualmente sorprendente que un actor haya cumplido dos mandatos como presidente de Estados Unidos, o que un chico de una escuela pública escocesa llegara a primer ministro laborista británico. Es verdad que hay un punto donde todo en la vida es sorprendente. Estos hombres, sin embargo, como aquellos que ahora compiten por la función presidencial en EE.UU., hicieron un aprendizaje dentro de la clase política, como lo hicieron Boris Yeltsin y Mijail Gorbachov antes que Putin. Yeltsin era un político experimentado y especialmente dotado para buscar y, hasta hace muy poco, mantener el apoyo popular, y era una figura soviética nacionalmente reconocida mucho antes de ser presidente de Rusia. Putin es un hombre cuyos años como adulto están en la sombra. No hay documentación sobre su época como agente en Alemania, salvo que su tarea probablemente era el espionaje comercial. Su carrera posterior, un poco más pública, tuvo como escena el terreno económico durante un tiempo, y actualmente el mandatario está vinculado a varios de los reformistas económicos del país. Luego fue uno de los asesores presidenciales, antes de regresar al servicio de inteligencia como jefe de la FSB, sucesora de la KGB. Recientemente Putin elogió no sólo a la FSB y a la KGB, sino también a sus predecesoras la Cheka, la OGPU y NKVD en un discurso del aniversario de la fundación de la Cheka. Como señaló el experto en Rusia Richard Pipes, este tributo a los instrumentos de represión del Estado soviético es un signo peligroso. Es casi como si Putin estuviera implicando que estas agencias eran las que mantenían viva la llama: organizaciones que colocaban el mantenimiento del poder de Rusia y la defensa de Rusia contra sus enemigos, por encima de otras consideraciones. Aun teniendo en cuenta el carácter reciente de la democracia en Rusia, el perfil de Putin como espía-político es extraño, lo que comparte con Yevgeni Primakov, que la mayoría parece creer que es el único hombre que podría ganarle en las elecciones de marzo. Primakov tiene una foja pública más normal que la de Putin, pero después de las deserciones en su campo esta semana, sus posibilidades para marzo se ven disminuidas. Es verdaderamente extraño que, de haber una contienda real, será entre dos espías, y que los otros políticos de la nueva Rusia probablemente queden afuera o luchen por acumular un respetable voto perdedor. ¿Es sólo porque Putin, que podría haber sido solamente una de las tantas figuras que Yeltsin ponía o sacaba de su gabinete, casualmente estaba ahí cuando se libraba una guerra con apoyo popular?Entre la primera y la segunda guerra chechena hubo un cambio en el espíritu ruso. Hubo un giro, desde la hostilidad popular hacia una operación imperial circense para mantener a los chechenos en una federación a la que no querían pertenecer, hacia un apoyo popular para una operación necesaria y más eficiente para defender a Rusia de los extremistas. El bandolerismo checheno jugó su parte en la transición, como también lo hizo el reclamo general por un gobierno fuerte en todas las esferas, no sólo la militar. Fue este cambio de marea lo que le dio a Putin su oportunidad, y que produjo que en las elecciones del mes pasado, un enorme caudal de votos fueran para un nuevo grupo político cuya única plataforma era la guerra. El éxito del Partido Unidad y otras facciones que apoyaban a Putin fue lo que le permitió a Yeltsin retirarse. Lo hizo con una razonable seguridad de que el presidente Putin sería lo suficientemente fuerte y duradero para asegurar que los aliados de Yeltsin tuvieran inmunidad contra cualquier investigación o juicio y una continua participación en el poder. Que los servicios de inteligencia rusos, a pesar de las reformas, no se modificaron en muchas cosas, es algo ampliamente reconocido. Pero hay un gran salto de ahí a creer que el ascenso de Putin es el resultado de una conspiración que puede haber llegado a poner bombas deliberadamente en ciudades rusas. No existe evidencia de esto, y lo más probable es que los extremistas chechenos fueran los responsables. Aun así, el ascenso de Putin fortalece a los servicios de seguridad en Rusia. Su creencia en el rol importante de los servicios secretos y su apoyo a un gran aumento en el gasto militar, aunque no sea más que retórico, revierten parcialmente las políticas de Yeltsin de reducir el tamaño, costo y prominencia institucional de las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia. Un vuelco total, por supuesto, está fuera del alcance de los medios del Estado ruso, pero aun un giro limitado del péndulo sería un hecho perjudicial. La creencia en una Rusia fuerte, en un sentido más general, difícilmente pueda ser condenada. Los recientes comentarios de Putin sobre la salud económica, la competitividad y la necesidad de negociar con países occidentales en términos económicos más equitativos podrían haber sido expresados por un reformista ruso hace un siglo. Tampoco sus opiniones sobre el rol del Estado son necesariamente nefastas. El achicamiento de la capacidad real del gobierno central para influir en los eventos, mientras su capacidad teórica para hacerlo era incrementada por nuevas leyes y decretos, fue un rasgo marcado de los gobiernos de Gorbachov y de Yeltsin.Un presidente que tenga un sustancial apoyo en la Duma, como lo tendría Putin si logra ganar en marzo, podría hacer intervenir con fuerza en los problemas de las todopoderosas corporaciones, ineficaces gobiernos provinciales y burocracias obstinadas. Ese mismo presidente, habiéndose asegurado su mandato, también podría tomar decisiones impopulares sobre Chechenia, basándose en la victoria militar para abrir el camino a la autonomía transicional y luego la independencia mientras existan las garantías adecuadas para la seguridad rusa. “Podría” es la palabra. El liderazgo de Rusia fue puesto en la manos de Putin antes que los rusos o cualquier otro tuvieran la oportunidad de medir su capacidad real como político o de juzgar su programa –si es que, más allá de la guerra, tiene alguno–. “Los atributos de un Estado tradicional ruso, –autoritarismo, imperialismo, militarismo, xenofobia– están lejos de hallarse extinguidos,” escribe Aron en su libro. “Pero más bajo Yeltsin, los cercos contra una recaída en ello se volvieron más numerosos y más altos... más que en cualquier otro tiempo en la historia rusa.” Sería una ironía que Boris Yeltsin hubiera socavado ese logro por la forma en que se fue. Si lo hizo, es una pregunta que sólo Vladimir Putin puede responder. u Boris Yeltsin por León Aron fue publicado por Harper Collins en Gran Bretaña.Traducción: Celita Doyhambéhère.

 

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