Por Esteban Pintos El grupo Patricio
Rey y sus Redonditos de Ricota se despedirá de las actuaciones en vivo con dos shows, que
podrían ser tres, que se concretarán a mediados de marzo en el estadio de River Plate.
La organización de esos espectáculos estará a cargo de la productora de espectáculos
CIE-R&P (que tiene los derechos de organización de recitales en el Monumental),
según surge de una larga negociación entre las partes. Los Redonditos cederán a la
empresa de Daniel Grinbank el derecho de decidir el costo de las entradas para los shows y
el diseño de los gigantescos operativos de seguridad. En principio, habría dos: uno a
cargo de personal especializado y otro, más exterior a los espectáculos, a cargo de la
Policía Federal. La decisión de la banda de dejar de tocar en público cerraría un
capítulo de problemas, muchos de ellos de tenor violento, en la organización de sus
espectáculos, a lo largo del último lustro. Las traumáticas experiencias de los
últimos shows de la banda en Villa María, Avellaneda y Mar del Plata que concluyeron con
heridos graves, cientos de detenidos y una atmósfera general de violencia callejera laten
detrás de la determinación del grupo que, en principio, no dejaría de grabar. Los
Redondos tienen más de veinte años de historia como grupo, pero empezaron a grabar
discos cuando eran una banda independiente, en 1985.Unas palabras del cantante Carlos
El Indio Solari frente a sus fieles redonditos, en un pico de furia tras una
de esas noches agitadas (Villa María, mayo del 98), parecen, a la luz de los hechos
que esta nota revela, una profecía autocumplida. El cantante, letrista y compositor de
todas las canciones de la banda afirmó en esa ocasión: Lo que pasó, lo único que
hace es adelantar el final de una banda que tiene muchos años. Que se lastimen algunos de
ustedes no vale ningún recital de rock and roll. Ahora, ese final tiene lugar y
fechas tentativas. El futuro llegó.En realidad, el fantasma de la disolución acompaña
cada movimiento de una banda que representa un tipo de entidad social única en su tipo en
Argentina y también en el mundo, ya que no debería tomarse muy seriamente una
voluntariosa comparación que suele hacerse con Grateful Dead, en Estados Unidos,
desde el mismo momento en que el gigantismo pasó a ser una de sus características
distintivas. Aquel anecdótico primer gran quiebre de dogma (no tocar en
Obras, tomado este escenario como templo de un rock cortesano, definición propia
del ideario redondista), producido en diciembre de 1989, marcó antes que todo el comienzo
de una etapa signada por: un fervor de masas nunca visto antes en el rock nacional, los
desbordes propios que esa clase de demostración fanática puede traer si va emparentada
con un creciente estado de insatisfacción social general, el extremo recelo con la
represión como acto reflejo de las fuerzas policiales ejecutoras de las decisiones
de los gobiernos de turno, la sinuosa conducta de los líderes de la banda frente a los
graves hechos ocurridos cíclicamente (empezando por la muerte de Walter Bulacio, detenido
en la puerta de Obras en abril de 1991 y muerto tiempo después por la golpiza recibida en
una comisaría) y el morbo generado después por los medios masivos de comunicación
alrededor del fenómeno. Así, cada presentación de Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota se parece, en previsiones, al calificativo de alto riesgo
que, por ejemplo, acompaña un partido de fútbol entre Boca y Chacarita. Una potencial
situación de conmoción interna seguida en consecuencia en vivo y en directo
por Crónica TV.La cronología de recitales-movilizaciones de los Redondos y sus fans (ver
aparte), esa particular comunión alrededor de un show de rock que generalmente no supera
las dos horas de duración, pero que se vive días antes y después, guarda coherencia y
es, a la vez, consecuencia de aquellos síntomas. Los redonditos, ricoteros o desangelados
(esta últimadefinición también perteneciente a Solari) fueron creciendo en número,
sumando corazones en una larga marcha que, en los hechos, se hizo concreta con el éxodo
obligado de estos rituales al interior del país, después de una serie de caóticos
encuentros en el estadio de Huracán, en el barrio porteño de Parque Patricios. De ahí
en más, no hubo más redondos ni ricoteros en la Capital y en gran parte tuvo que ver con
un no declarado -pero evidente estado de guerra entre el público y la policía, un
enfrentamiento que por cierto no se restringe únicamente a este ámbito. Ese es el
problema, justamente. Sumado a esto, cierta precariedad en la estructura organizativa de
la banda en cuanto a la seguridad privada que contrata para estos shows terminó de dar
forma a un cuadro de caos latente, casi permanente. Un cuadro que acompaña un legítimo
ejercicio de devoción popular motivado por las canciones de una muy buena banda de rock,
de las mejores que el rock argentino puede exhibir en más de tres décadas de historia. A
la célebre prohibición que el intendente de Olavarría, Helios Eseverri, decretó en
1997 y la más célebre aún primera aparición televisiva formal de Solari y los
demás, en una histórica conferencia de prensa en aquella ciudad bonaerense, se
sumaron los problemas de aquel show de Villa María, el de la frase premonitoria del
Indio. En el medio de aquellas fechas, en verdad, el ritual tomó forma bien cerca de la
Capital: 18 y 19 de diciembre del 98 en la cancha de Racing de Avellaneda, con
máxima seguridad y aislados incidentes. Aquella vez, en realidad, el comentario posterior
fue, como no había sucedido antes, puramente musical. La presentación de Ultimo bondi a
Finisterre, un disco que marcó el ingreso de la banda a cierta estética y sonido tecno,
dividió las opiniones de los fans e incluso determinó el clima de aquellos recitales. El
primero, con problemas de sonido y cierta torpeza en el manejo de una nueva maquinaria en
vivo, fue bastante frío, muy por debajo del promedio de fuego habitual en estos casos. La
segunda noche, solucionados los inconvenientes y recuperados astutamente una buena
batería de hits invencibles, volvió a encender el clima habitual. Y todo comenzó a irse
definitivamente de las manos en el frío fin de semana del 18 y 19 de junio de 1999, en el
Patinódromo de Mar del Plata, cuando Los Redondos brindaron su, hasta hoy, último show.
El saldo de aquellos días de virtual estado de conmoción interna en la ciudad costera
fue de dos heridos graves, ambos arrojados de un tren en movimiento, más de cuarenta
detenidos y unos ochenta comercios saqueados y dañados. La crónica publicada en el
suplemento No de Página/12 remarcó, sobre aquellos recitales, la curiosa dualidad
caos-fiesta según se estuviera en la calle de acceso al estadio o en el estadio:
Parece increíble que semejante fiesta tenga su contracara en la realidad que se
vive afuera, como si fueran dos mundos distintos. Parco al extremo, Solari se
limitó a recomendar a los miles que venían de la guerra de afuera y después disfrutaron
de la música adentro. Cuídense en la calle, pidió.
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