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El viaje de vuelta

Maradona ya está internado en Buenos Aires. Los médicos de la clínica Fleni dijeron que “neurológicamente está perfecto”, pero su cardiólogo advirtió que “no tendrá una vida muy larga” si no supera sus adicciones. Ahora deben decidir cuál es el tratamiento y dónde lo hará. Diego comienza un nuevo retorno, acaso el más difícil.

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Punta del Este, 18.42. Maradona sale del Cantegril.
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Belgrano, 20.18. La ambulancia llega al instituto Fleni.
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Claudia Villafañe sonríe antes de ayudar a bajar a Diego.
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La pelea. Fotógrafos y policías en lucha cuerpo a cuerpo.

Por Daniel Lagares


t.gif (862 bytes)  De la muerte. Del escarnio. De la vergüenza. Del dolor. De la pantalla de Crónica y de Internet. De la preocupación de Menem y De la Rúa. De Fidel Castro. De Borocotó y Cavallo. De Bilardo. Del Enzo. Del miedo de Claudia y Doña Tota. De los ojos azorados de Dalma Nerea y Gianina Dinorah. Diego volvió. Una vez más. Siempre está volviendo.bu03fo10.jpg (7269 bytes)Los siete días que conmovieron al mundo han terminado, pero para Diego Maradona se inaugura una etapa nueva y definitiva, si es que el cardiólogo con nombre de vicepresidente tiene razón: “No tendrá una vida muy larga si no deja su adicción”. El médico Carlos Alvarez puso en blanco sobre negro lo que todos suponían y algunos creían saber. Aseguró que el cuadro de hipertensión con el que llegó moribundo al sanatorio Cantegril había sido producido por consumo de cocaína. Era lo que la sensatez de su colega Frank Torres prefirió omitir desde el martes para poner a salvo la privacidad de su paciente de lujo y lo que más tarde Alfredo Cahe relativizó con la piedad de los que se sienten amigos del astro. Cocaína, por la que buscan a Carlos Ferro Viera, quien se puso a salvo a la misma hora que Diego entraba al sanatorio. Cocaína, la que Guillermo Coppola jura no darle sin que nadie le crea, pese a que su razonamiento parece irrefutable: “Diego es un muchacho grande, tiene 39 años, él decide por sí mismo”. Cocaína, la que le vendieron o regalaron, una, diez, cien veces. La que Diego nunca ocultó, que buscó siempre, antes y después de cada uno de sus eternos retornos.“Las dos patologías de fondo ya están en tratamiento inicial y responden favorablemente. La patología cardíaca detectada está respondiendo muy favorablemente, pero deberá continuar en estudio y tratamiento”, dijo Frank Torres, el médico uruguayo con cara de Homero Manzi al leer el último parte. De las dificultades psicomotrices “sigue mejorando lenta y progresivamente, pero será fundamental que se complete”, añadió. Había pasado el mediodía y el sol rajaba la tierra en Punta del Este. Las playas estaban colmadas, Maradona seguía en la habitación 13 mientras Claudia hacía los trámites para el viaje. A esa hora, desde Montevideo, el Instituto Técnico Forense ratificaba en su segundo análisis que era cocaína la droga hallada en la sangre y la orina de Maradona. La estaba rompiendo en su segunda temporada en el Barcelona cuando Andoni “El Carnicero” Goicoetxea lo corrió de atrás en el Nou Camp y le destrozó el tobillo izquierdo con una patada brutal. Volvió aquella vez, pero enseguida se peleó con el presidente José Luis Núñez y comenzaba a distanciarse de Jorge Cyterszpiller a causa de la mala situación económica. El pase al Napoli fue el pulmotor que le dio aire a una chequera exhausta y las proteínas suficientes a un ego voraz, pero famélico.A las 18.42, dos ambulancias salieron del edificio de la avenida Roosevelt y enfilaron hacia el aeropuerto Curbelo. Era la hora en que la gente dejaba la playa y saludaba el cortejo de móviles y motocicletas policiales. Guillermo Coppola estaba en el Juzgado de Maldonado y comenzaba a enterarse de que ni él ni Pablo Cosentino iban a poder abandonar Uruguay. Un Maradona vestido de verde oscuro y con zoquetes, asistido por Claudia y el cardiólogo, emprendía el regreso a Buenos Aires y con evidente dificultad subió al avión que despegó a las 19.29. Ya había dado dos vueltas olímpicas en Italia y depositado la Copa UEFA en las vitrinas del Napoli tras vencer en las finales al Stuttgart. También había llorado en el Olímpico romano puteando en el mejor lenguaje de Villa Fiorito a los italianos que silbaron el Himno antes de la final con Alemania en el Mundial ‘90. Menos de un año después, los que miraban para un costado prestaron atención y descubrieron cocaína en la orina del antidoping después de un insulso 1-1 contra el Bari. Quince meses de suspensión, de exilio futbolístico, de porro en la calle Franklin hasta que los servicios de Menem lo sacaron obnubilado para el festín de los noticieros. Pero volvió. Volver otra vez. Volver siempre.El pajarito plateado pisó Aeroparque a las 20.06. La cacería del tesoronacional se puso en marcha. Móviles, las radios y la tele se encolumnaron detrás de las ambulancias por Costanera, Dorrego, su ruta hasta Belgrano, donde el cortejo era aguardado por una multitud morbosa, disfrutando de la diversión dominical. El espíritu andaluz tampoco le tuvo paciencia en su fugaz paso por el Sevilla, donde llegó a pelearse con Carlos Bilardo. Pero volvió. A Rosario, a Newell’s, cuyo hincha más alucinado nunca tuvo en sus cálculos verlo con la diez rojinegra. Duró lo que un suspiro en el Parque Independencia. Volvió.¿Dónde estarán aquellos griegos que dejó despatarrados en el Foxboro? ¿Qué será de aquella enfermera de película clase B que lo llevó al antidoping después de darle vuelta la tortilla a los nigerianos en Boston? Esa vez fue efedrina, piernas cortadas, un país sumido en el duelo nacional más conmovedor que se recuerde después de Gardel y Evita, escándalo de quienes sufren erupciones capilares cada vez que ven al vulgo desbordado de alegría o tristeza. Un último regreso en Boca con barba candado y franja amarilla en el cabeza imposible de asentar. Otro doping polémico. Otra ida. A las 20.18 Diego Maradona fue ingresado a Fleni, una clínica que sólo atiende problemas neurológicos. A la vuelta está el Instituto Cardiovascular, allí donde curaron la carótida de Menem. Y frente al sanatorio de Montañeses y Olazábal, el albergue transitorio “Nuevos Vientos” no garantizaba privacidades. Una virtual barrabrava sin colores recibió al ídolo en desgracia; algunos dolidos, otros obscenos.El octavo piso de Fleni fue puesto a disposición de su familia. Don Diego –el padre–, Hugo –el hermano– y Daniel López –el sobrino y también futbolista– eran los únicos familiares cercanos en Fleni. Le llevaron un pijama blanco y negro a la habitación 804, donde el mito quedó alojado. A las 21.30 dieron el último parte médico. Maradona estaba en casa. Diego volvió. Del escarnio, de la muerte, de la vergüenza, del dolor. Está en la clínica con el corazón maltrecho y el alma remendada. Volvió, como siempre. Ahora tiene que decidir hacia dónde va.

 

“A Diego hay que decirle la verdad

”La adicción a las drogas prohibidas provocó una “dilatación” del corazón de Diego Maradona que “casi le hace perder la vida”, reveló el cardiólogo Carlos Alvarez, quien pronosticó que el famoso ex futbolista “no va a tener muy larga vida” si no supera su dependencia de los estupefacientes.“Si este tema no es tratado en serio, Diego no va a tener muy larga vida”, expresó con sorprendente crudeza el cardiólogo desde Punta del Este, donde estuvo internado Maradona desde el martes hasta ayer.Diego “sufrió una patología severa, tóxica, aguda, que casi le hace perder la vida”, detalló el médico, que opinó, además, que Maradona “está asustado, pero no lo suficiente” y diagnosticó: “Los psiquiatras van a tener que trabajar mucho con él” para que logre superar su adicción.“El tema de las adicciones le ha producido una dilatación del músculo cardíaco. Hay que decirle la verdad a Maradona, y decirle también que, si quiere a sus hijas y a su mujer...” debe abandonar el consumo de sustancias, indicó Alvarez.Según el médico, el ex futbolista sufrió el martes pasado “la arritmia más severa que se puede tener”. Algo “terrible” que motivó su internación en la clínica Cantegril, con riesgo de perder la vida. Ahora “hay que ver cuánto músculo (cardíaco) hay dañado. El pronóstico de su vida depende de ello”, agregó.


Una mirada desde España
Un buen día para hipócritas

Por Jorge Valdano *

Lo dramático de este nuevo episodio de Maradona es que lo esperábamos. Como sabemos de sobra que Diego vive al borde del riesgo, siempre hay una parte de nuestro cerebro que está a la espera, alerta a la posible noticia. Alejandro Dolina, un poeta argentino que es capaz de unir a los filósofos griegos con los profetas barriales, dice que por los amigos hay que poner las manos en el fuego, aun sabiendo que nos vamos a quemar. Este artículo tiene todos los vicios de la subjetividad: el del afecto, el de la admiración, el del deseo de que las cosas sean de otra manera.
A Diego es inevitable recordarlo en un campo de fútbol, por eso la imaginación se resiste a verlo en un hospital. Su hábitat natural estaba en medio de una multitud, con un balón en su pie izquierdo; era en esos momentos cuando hinchaba su pecho de orgullo, de deseo de exhibición y de vanidad futbolística, para convertir el fútbol en arte ganador. Era un superdotado que sólo se sentía libre como un niño y generoso como un Rey Mago cuando empezaba el partido. A su lado el fútbol era un juego a estrenar, porque inventaba cosas a cada rato.
Nadie necesitó tan poco a sus compañeros. Si tenía que lanzar un tiro libre y alguien se le acercaba para colaborar diciéndole: “¿Quieres que pase por arriba del balón para distraer al portero?”, la respuesta de Diego era contundente: “No, porque me distraes a mí”. Eran él y el balón. Hasta que el tiempo, que siempre vence, le quitó el balón, acabó el partido y lo dejó solo ante la vida. Esta noticia duele, porque el balón ya no va a volver...
Francisco Umbral, que no sabe de fútbol pero sabe de hombres, escribió que Maradona le hace acordarse de su gato, que se sube arriba de un árbol y luego no sabe cómo bajar. Cierto. Pero nadie que haya sido Maradona puede resignarse a vivir sin subirse a un árbol todos los días a desafiar los límites de la normalidad.
Hoy es un buen día para los hipócritas, para ese tipo de personas a las que les encanta comentar: “Ya lo decía yo” o “¿qué quieres con ese negrito villero?” o “a ver si así se calla de una vez”. Diego, el hombre que fue Dios, sabrá sobreponerse a la hipertensión y a los miserables. Del árbol no lo bajarán los moralistas del “esto no se hace”, sino todo aquellos que lo quieren por la sencilla razón de que un día los hizo emocionar, los hizo asombrar. Los que le debemos un poco de felicidad, hoy tenemos una buena oportunidad para poner la mano en el fuego por Maradona y desearle los mejores Reyes de su vida.

* Columna de opinión publicada por el diario español Marca en su edición del jueves.

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