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OPINION
La Justicia mutilada
Por Nora Veiras

En 1985, por decisión política de la entonces naciente democracia argentina, el presidente Raúl Alfonsín dispuso el juzgamiento de las tres primeras juntas militares. Fue un hecho inédito. Los militares que habían “vencido” a la guerrilla y dejado a salvo “la sociedad occidental, cristiana y capitalista” eran desnudados frente al mundo como asesinos y torturadores. El veredicto provocó el encarcelamiento de los principales instigadores y abrió el camino para que los ejecutores fueran apresados. Los militares apelaron otra vez a lo que sabían: poner en jaque a la democracia y así consiguieron mutilar la Justicia. Los indultos del presidente Carlos Menem apostaron a perfeccionar el final: verdad sí, castigo no.El 24 de marzo de 1996, veinte años después del golpe de Estado, una multitud llenó la Plaza de Mayo reclamando justicia. Un fiscal español, Carlos Castressana, le supo dar forma a ese clamor y presentó la denuncia que sintetizó la lucha inclaudicable de víctimas y familiares. Pidió el juzgamiento por genocidio y terrorismo de Estado de los dictadores argentinos y todos sus secuaces. Nadie creyó en la viabilidad de ese proceso. Cuando la Alianza sólo podía formar parte de los divagues trasnochados de algunos dirigentes, Graciela Fernández Meijide viajó a Madrid y subió al segundo piso de la Audiencia Nacional de España para prestar su testimonio ante el juez Baltasar Garzón. El acuerdo entre radicales y frepasistas ya era un hecho cuando Alfonsín bramó ante los estudiantes de la Federación Universitaria Argentina (FUA) “¡Devuelvan los pasajes!”, apenas se enteró del viaje de los jóvenes a declarar ante ese magistrado que venía a poner en evidencia las limitaciones de aquel juicio histórico y, sobre todo, de las leyes del olvido. A menos de un mes de Gobierno, la Alianza se tuvo que enfrentar con el pedido de detención de 47 militares y un civil reclamados por Garzón. Hizo lo correcto, envió el exhorto a la Justicia. Pero no pudo reprimir el malestar que provocó. Paradojas de la historia, el ministro de Justicia, Ricardo Gil Lavedra, uno de los camaristas que juzgó a Videla, Massera y Cía., salió furibundo a criticar el reclamo del juez español. Su par en el Gabinete, Federico Storani, el que votó “haciendo arcadas” la Obediencia Debida y el Punto Final, reforzó los argumentos de cosa juzgada.El Juicio de Madrid reavivó resquicios de la legalidad y abrió el debate sobre la posibilidad de una justicia universal. Los primeros pasos están condicionados por la mirada sobre ex dictadores decadentes de la periferia, pero nada impide que la imaginación y el empecinamiento de las víctimas obligue otros recorridos. En la Argentina, veinte años después, casi en simultáneo se reavivaron los procesos por el robo de bebés. Los rostros más siniestros de la dictadura volvieron a perder la libertad. Ese fue el atajo por el que consecuentes abogados despejaron el camino hacia el castigo.La causa en España existe porque en la Argentina se mutiló la Justicia. El radicalismo, otra vez en el poder, y el Frepaso como debutante, tienen la oportunidad de saldar esa deuda. Seineldín está preso y Rico es un político asimilado a la democracia. Las amenazas desestabilizadoras son ahora parte del pasado. Las secuelas de la represión, no.

 

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